Imagen alegórica del primer concilio ecuménico celebrado en Nicea en el año 325. Sin embargo se muestra el texto del Símbolo Niceno-Constantinopolitano del segundo concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en el año 381 con el inicial πιστεύομεν (creemos) sustituido por πιστεύω (creo), como en la liturgia.
Primeros siete concilios ecuménicos
eventos ecuménicos de la Iglesia con el objeto de unificar el cristianismo entre 325 y 787
En la historia del cristianismo, los primeros siete concilios ecuménicos incluyen los siguientes:
el Primer Concilio de Nicea en el año 325, el Primer Concilio de Constantinopla en el año 381, el Concilio de Éfeso en el año 431, el Concilio de Calcedonia en el año 451, el Segundo Concilio de Constantinopla en el año 553, el Tercer Concilio de Constantinopla del año 680 al 681 y, finalmente, el Segundo Concilio de Nicea en el año 787. Los siete concilios se convocaron en la actual Turquía.
Concilio de Constantinopla I
II concilio ecuménico (381)
El Primer Concilio de Constantinopla se celebró entre mayo y julio de 381, está considerado el II de los siete primeros concilios ecuménicos por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia asiria del Oriente. El carácter ecuménico del concilio, en el que no participó ningún exponente de la Iglesia occidental, fue confirmado por el Concilio de Calcedonia en 451, pero solo con el papa Gregorio Magno (590-604) fue definitivamente incluido entre los concilios ecuménicos católicos (aunque solo los primeros 4 cánones).
Motivación del concilio
Tras la celebración en 325 del Concilio de Nicea en el que se condenó como herético el arrianismo, doctrina que negaba la divinidad de Jesucristo, este resurgió con fuerza en la propia Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio de Nicomedia, quien logró convencer a los sucesores del emperador Constantino para que apoyaran el arrianismo y rechazaran la línea ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a los obispos nicenos por obispos arrianos en las sedes episcopales de Oriente.
Además había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio de Constantinopla que, aunque afirmaba la divinidad de Jesucristo, se la negaba al Espíritu Santo y que es conocida como herejía macedonia o pneumatómaca.
Esta situación era la que se encontró Teodosio I cuando, en 379, subió al trono del Imperio Romano de Oriente (solo desde el 15 de mayo de 392 será emperador también del Occidente). Teodosio decidió entonces convocar el primero de los concilios que habrían de celebrarse en Constantinopla para solucionar las controversias doctrinales que amenazaban la unidad de la Iglesia.
El concilio
El concilio se inició bajo la presidencia del obispo Melecio de Antioquía y con la asistencia de 150 obispos de las diócesis orientales, ya que el concilio era sólo del Imperio de Oriente y así no se convocó a los obispos occidentales, entre ellos al papa Dámaso I. Entre sus principales participantes destacaron algunos de los llamados "Padres Capadocios": Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno. Este último fue designado por el propio concilio como obispo de Constantinopla y, tras la muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y sustitución por Nectario. La gran medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la revisión del Credo niceno, también añadiendo otros artículos. El nuevo credo pasó a denominarse Credo niceno-constantinopolitano.
Se declaró la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo: Πιστεύομεν ... εἰς τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ Κύριον καὶ Ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον, τὸ σὺν Πατρὶ καὶ Υἱῷ συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον, τὸ λαλῆσαν διὰ τῶν προφητῶν (Creemos ... en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas).
Con este añadido, se fijaba la ortodoxia de la Iglesia afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra los arrianos) como del Espíritu Santo (contra los pneumatómacos). Al final del concilio, el emperador Teodosio emitió un decreto para su imperio, declarando que las Iglesias debían restaurar a aquellos obispos que habían confesado la igualdad en la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El carácter ecuménico de este Concilio, en el que no participó ningún representante de la Iglesia occidental, fue reconocido por el Concilio de Calcedonia en 451.
Cánones
Siete cánones, cuatro de estos cánones doctrinales y tres cánones disciplinarios, se atribuyen al concilio y son aceptados tanto por la Iglesia ortodoxa como por las Iglesias ortodoxas orientales. La Iglesia católica acepta solo los primeros cuatro porque solo ellos aparecen en las copias más antiguas y hay evidencia de que los últimos tres fueron adiciones posteriores.
El primer canon valida la fe de los padres de Nicea y condena a las sectas emergentes. El propósito del canon es declarar la estabilidad en la fe del Primer Concilio Ecuménico y declarar que cualquier violación de su símbolo es una doctrina herética. Es una importante condena dogmática de todos los matices heterodoxos, como el arrianismo, macedonianismo, apolinarismo, eunomianos, etc.
El segundo canon renovó la legislación de Nicea imponiendo a los obispos la observancia de los límites diocesanos, prohibiéndose a los titulares de cada diócesis interferir en los asuntos de otra.
El tercer canon dice: El obispo de Constantinopla, sin embargo, tendrá la prerrogativa de honor después del obispo de Roma porque Constantinopla es Nueva Roma.
El cuarto canon decretó que la consagración de Máximo como obispo de Constantinopla no era válida, declarando que [Máximo] ni era ni es un obispo, ni están los que han sido ordenados por él en ningún rango del clero. Este canon estaba dirigido no solo contra Máximo, sino también contra los obispos egipcios que habían conspirado para consagrarlo clandestinamente en Constantinopla, y contra cualquier eclesiástico subordinado que pudiera haber ordenado en Egipto.
El quinto canon en realidad podría haber sido aprobado al año siguiente, 382, y se refiere a un tomo de los obispos occidentales, quizás el de papa Dámaso I.
El sexto canon también podría pertenecer al año 382 y posteriormente fue aprobado en el Concilio Quinisexto como canon 95. Limita la capacidad de acusar a los obispos de haber hecho algo malo.
El séptimo canon se refiere a los procedimientos para recibir ciertos herejes en la Iglesia.
Consecuencias
Tras el Primer Concilio de Constantinopla, las disputas teológicas acerca de la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fueron sustituidas por las disputas cristológicas acerca de cómo se integraban en Jesucristo sus naturalezas humanas y divinas, y que darán lugar al nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo.
Concilio de Éfeso
III concilio ecuménico (431)
El Concilio de Éfeso se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431, en Éfeso, antiguo puerto griego, en la actual Turquía y es considerado el tercero de los siete primeros concilios ecuménicos.
Es considerado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana, las Iglesias ortodoxas orientales y el luteranismo como el III Concilio Ecuménico.
Motivación del concilio
Como reacción al apolinarismo (Apolinar de Laodicea 310-390) que propugnaba que el Verbo se habría encarnado tomando solo cuerpo, pero no alma humana, la Escuela de Antioquía comenzó a proponer que las naturalezas humana y divina en Cristo eran completas a tal grado que formaban dos sustancias independientes, dos personas en definitiva. Teorías de esta índole fueron propuestas por Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia que empleaban imágenes como la presencia de una persona (persona divina) en un templo (persona humana) o el vestido (persona divina) que se pone alguien (persona humana) para explicar la unión de las dos naturalezas.
Dado que la terminología no era clara y única, los ejemplos y explicaciones variaban. Por otro lado, las teorías explicadas en la escuela de Antioquía no tenían mucha difusión y pudieron pasar desapercibidas hasta que Nestorio las dio a conocer con motivo de la denominación de la Virgen como «Madre de Dios». Nestorio se había hecho monje y alcanzó gran fama en Antioquía por sus dotes de predicador. Fue elegido patriarca de Constantinopla en 428. Se le pidió intervenir en un tumulto causado por un monje que afirmaba que María no era madre de Dios. Explicó el patriarca que María era «madre» de la naturaleza humana de Cristo y que, por tanto, se le podía llamar Madre de Cristo, pero que era un error llamarla «madre de Dios».
La respuesta del patriarca causó estupor. No tardaron en salir los defensores de la maternidad divina de María. Así, por ejemplo, Eusebio de Dorilea y Proclo de Constantinopla. Nestorio acudió a las autoridades civiles para acallar a los monjes que se le oponían y escribió al papa Celestino I (429) para pedirle su opinión sobre esta doctrina que enseñaba. Le envió para ello una serie de sermones que el papa puso a consideración de Juan Casiano.
Sin embargo, Cirilo de Alejandría tomó con fuerza la lucha contra Nestorio, movido también por las rivalidades entre la escuela de Alejandría y la de Antioquía. Cirilo envió a Roma a Posidonio con escritos y argumentaciones que demostraban la heterodoxia de Nestorio. En esos días, Casiano también dio su parecer desfavorable sobre los escritos del patriarca de Constantinopla. La respuesta de Celestino (430), tras pedir nuevamente consejo en un sínodo celebrado en Roma, fue dar plenos poderes, como delegado suyo, a Cirilo y escribir a Nestorio para que se sometiera a la doctrina que Cirilo le presentaría como ortodoxa.
Ese mismo año se celebró otro sínodo, esta vez en Alejandría, que Cirilo presidió y que dio como fruto los célebres Doce anatematismos que expresaban la doctrina considerada ortodoxa. Este texto fue enviado a Nestorio para que, como había indicado la iglesia de Roma, fuera suscrita por el patriarca. Sin embargo, las expresiones empleadas por los anatematismos no eran exactas y luego fueron empleadas por los monofisitas. El mismo Nestorio se dio cuenta de la ambigüedad de los textos y respondió con sus Doce antianatematismos intentando refutar las posiciones de san Cirilo.
En este momento otros personajes intervienen tratando de aplacar los ánimos y sobre todo aclarando que las afirmaciones de Cirilo tampoco resultaban ortodoxas dado que parecían sostener una sola naturaleza en Cristo. Así se pronunciaron el patriarca de Antioquía, Juan y Teodoreto de Ciro (ambos formados también en la escuela de Antioquía).
Nestorio acudió también al emperador, Teodosio II quien, para evitar conflictos mayores, decidió convocar un concilio. Escribió al papa para comentarle su idea y este le prometió que enviaría sus legados al concilio. Hay que decir que la situación era compleja pues la posición de Nestorio había sido ya condenada por Celestino y, por tanto, el concilio –si quería evitar un cisma– debía hacer otro tanto. El emperador fijó el 431 para la celebración del concilio e indicó que se realizaría en Éfeso. Allí Celestino envió a sus legados: los obispos Arcadio y Proyecto y el presbítero Filipo. Por otra parte, el papa escribió a Cirilo para que no se condenara a Nestorio sin oírlo antes.
Al contrario de los anteriores concilios cuyas cuestiones teológicas se referían principalmente a la unicidad de Dios, el concilio de Éfeso supuso un cambio de dirección, pues se debatió sobre la naturaleza de Cristo dada la negación de los nestorianos a la unicidad de la naturaleza de Cristo y considerar que sus naturalezas, divina y humana, se encontraban separadas, prevaleciendo la naturaleza humana sobre la divina, por lo que María no debía ser considerada Madre de Dios (Theotókos), sino solo "Madre de Cristo" (Khristotokos, ya que había dado a luz a un hombre en que la divinidad había ido a habitar).
Desarrollo del concilio
En la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la ausencia de Nestorio que se negaba a comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar la doctrina nestoriana como errónea (Cánones 2 a 5), decretando que Cristo era una sola persona con sus dos naturalezas inseparables. Asimismo, decretó la maternidad divina de María. Cirilo logró además que se aprobara un decreto redactado por él que deponía y excomulgaba a Nestorio.
El 27 de junio llegó a Éfeso Juan de Antioquía, celebrando inmediatamente una asamblea paralela en la que acusa a Cirilo de herejía arriana, por lo que se procedió a su condena y deposición. El 10 de julio llegaron los legados papales (los obispos Arcadio y Proyecto y el representante personal del papa Celestino I, Felipe), que aprueban la sesión celebrada el 22 de junio y con ello la condena de Nestorio.
El texto principal de la decisión del Concilio es la siguiente:
Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen. Concilio de Efeso, Denzinger 111a
La solución no satisfizo a ninguno y ambos comenzaron a hacer presión sobre el emperador. Consta que Cirilo sobornó a autoridades imperiales. Teodosio finalmente mandó publicar las decisiones del concilio, confirmando la condena de Nestorio, enviándolo al monasterio de Eutropio y nombrando un nuevo patriarca de Constantinopla, Candidiano. Dado que Nestorio continuó publicando obras y difundiendo sus ideas fue trasladado a diversas prisiones hasta llegar a Egipto. Allí publicó todavía el Libro de Heráclides.
Cánones
Se aprobaron ocho cánones:
Los cánones 1-5 condenaron a Nestorio y Celestio (propulsor de la doctrina del pelagianismo) y sus seguidores como herejes.
El canon 6 decretó la deposición de la sede clerical o la excomunión para aquellos que no aceptaron los decretos del concilio.
El canon 7 condenó cualquier desviación del credo establecido por el Primer Concilio de Nicea (325), en particular una exposición del sacerdote Charisius.
El canon 8 condenó la interferencia del obispo de Antioquía en los asuntos de la Iglesia en Chipre y decretó en general que ningún obispo debía asumir el control de ninguna provincia que hasta el momento, desde el principio, no haya estado bajo su propia mano o la de su predecesores [...] para que los cánones de los padres no sean transgredidos.
Aunque el emperador Teodosio había sido partidario de Nestorio, decidió ratificar lo dispuesto en el concilio. El papa Celestino había muerto el 27 de julio de 431, pero su sucesor Sixto III dio la confirmación papal a las acciones del concilio.
Consecuencias
Los eventos crearon un gran cisma entre los seguidores de las diferentes versiones del concilio, que solo fue reparado por negociaciones difíciles. Las facciones que apoyaron a Juan de Antioquía aceptaron la condena de Nestorio y, después de aclaraciones adicionales, aceptaron las decisiones de Cirilo. Sin embargo, la grieta se abriría nuevamente durante los debates previos al Concilio de Calcedonia.
Persia había sido durante mucho tiempo el hogar de una comunidad cristiana que había sido perseguida por la mayoría zoroástrica, que la había acusado de inclinaciones romanas. En 424 la Iglesia persa (Iglesia del Oriente) se declaró independiente de las Iglesia romana, para evitar las acusaciones de lealtad extranjera. Siguiendo el cisma nestoriano, la Iglesia persa se alineó cada vez más con los nestorianos, una medida alentada por la clase dominante zoroástrica. La Iglesia persa se hizo cada vez más nestoriana en doctrina en las próximas décadas, lo que aumentó la división entre el cristianismo en Persia y en el Imperio romano. En 486 el metropolitano de Nisibis, Barsauma, aceptó públicamente al mentor de Nestorio, Teodoro de Mopsuestia, como una autoridad espiritual. En 489, cuando la Escuela de Edesa en Mesopotamia fue cerrada por el emperador bizantino Zenón por sus enseñanzas nestorianas, la escuela se mudó a su hogar original de Nísibis, convirtiéndose nuevamente en la Escuela de Nisibis, lo que provocó una ola de inmigración de nestorianos en Persia. El patriarca persa Mar Babai I (497-502) reiteró y amplió la estima de la Iglesia por Teodoro, consolidando la adopción del nestorianismo de su Iglesia.
Conciliación
En 1994 la Declaración Cristológica Común entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria del Oriente marcó la resolución de la disputa entre ellas que había existido desde el Concilio de Éfeso. Expresaron su comprensión común de la doctrina sobre la divinidad y la humanidad de Cristo, y reconocieron la legitimidad y la rectitud de sus respectivas descripciones de María como, en el lado asirio, la Madre de Cristo, nuestro Dios y Salvador, y, en el lado católico, como la Madre de Dios y también como la Madre de Cristo.
Concilio de Calcedonia
IV concilio ecuménico (451)
El Concilio de Calcedonia fue un concilio ecuménico que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre de 451 en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor y es considerado como uno de los siete primeros concilios ecuménicos.
Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad, y sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia católica y por la Iglesia ortodoxa. Es también reconocido por la Comunión anglicana y por el luteranismo, pero rechazado por las Iglesias ortodoxas orientales y por la Iglesia asiria del Oriente. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiquio, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
Precedentes
En el Concilio de Éfeso (431) había sido condenada la herejía nestoriana (difisitas), que defendía que las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo eran completamente independientes entre sí, es decir, que Cristo era solo un hombre que fue poseído y habitado por Dios. En el concilio, San Cirilo de Alejandría se había distinguido rebatiendo las tesis de Nestorio.
Según sus oponentes, Cirilo, al atacar a Nestorio, había incurrido a su vez en error, llegando a negar la existencia de dos naturalezas en Cristo. Había escrito que en Cristo no hay más que una physis, la del Verbo encarnado, utilizando la fórmula «La única physis encarnada de Dios Verbo» (mia physis tou Theou logou sesarkoménee) (Epíst. 17; Epíst. 46). En 433, dos años después del concilio, la controversia entre Cirilo y sus adversarios se resolvió con un edicto de unión, en el que explícitamente se hablaba de las dos naturalezas de Cristo.
Eutiquio
En 444, dos años después de la muerte de Cirilo, un anciano archimandrita de Constantinopla, llamado Eutiquio, comenzó a predicar que la naturaleza humana de Cristo estaba absorbida por la divina, de modo que, en la unión de ambas, no había sino una naturaleza. Eutiquio se proclamaba seguidor de Cirilo de Alejandría; sus tesis tuvieron muchos seguidores, entre ellos Dióscoro, sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría. La herejía de Eutiquio se denomina monofisita, del griego monos («uno») y physis («naturaleza»)
Las ideas de Eutiquio encontraron pronto opositores convencidos: entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como una pugna entre las sedes de Alejandría y Constantinopla. En un sínodo regional celebrado en Constantinopla en 448, Eusebio de Dorilea denunció las tesis de Eutiquio. El sínodo expresó inequívocamente la ortodoxia de la doctrina de las dos naturalezas y requirió la presencia de Eutiquio. Este se negó rotundamente a aceptar la decisión del sínodo, reafirmándose en su doctrina de una sola naturaleza de Cristo, por lo que el sínodo lanzó anatema contra él y sus partidarios.
El «latrocinio de Éfeso»
Eutiquio no aceptó la autoridad del sínodo y recurrió al papa León I. Este respondió con la Epístola Dogmática, en la que reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas. Esta solución no fue aceptada por Eutiquio ni por sus partidarios; a instancias de Dióscoro, el emperador romano de Oriente, Teodosio II, monofisita, convocó un sínodo general en Éfeso en agosto del año 449. Este acontecimiento es denominado por los historiadores católicos «latrocinio de Éfeso», siguiendo una expresión del papa León I. El nuevo sínodo declaró la absolución de Eutiquio, anatematizando la doctrina de las dos naturalezas, y depuso a Flaviano, patriarca de Constantinopla, quien fue conducido al destierro y falleció a consecuencia de los malos tratos que le dispensaron sus captores.
El papa movió todos los hilos a su alcance para modificar la situación: escribió al emperador Teodosio II, a su hermana Pulqueria, partidaria del entendimiento con Roma, e intentó hacer intervenir al emperador de Occidente, Valentiniano III. Se abrió una profunda crisis entre León I y Dióscoro, patriarca de Alejandría, quien llegó a excomulgar al papa. La muerte de Teodosio II en 450 produjo un giro en la situación: fue sucedido por Pulqueria; ella, y su marido Marciano eran partidarios de las tesis de Flaviano y León, y realizaron varios gestos, como conducir a Constantinopla los restos de Flaviano para darles solemne sepultura. Finalmente, decidió convocarse el concilio, no en Italia, como pretendía el papa, sino en Calcedonia, en Asia Menor.
El Concilio
El Concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron unos 600 obispos, de los que solamente dos eran occidentales, dejando aparte los legados pontificios. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con los hunos de Atila (Batalla de los Campos Cataláunicos) y la famosa intervención, legendaria o cierta [cita requerida], evitando que el huno marchara sobre Roma, del propio papa León I. Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, los vándalos de Genserico saquearon Roma, pero el papa consiguió que se respetara la vida de sus habitantes y que no fuera incendiada.
La presidencia del Concilio fue ocupada por el patriarca de Constantinopla, Anatolio, al lado de los representantes del papa. El emperador Marciano apoyaba decididamente la ortodoxia. En la tercera sesión, se reconoció la Epístola Dogmática del papa como documento de fe. Terminada su lectura los padres conciliares exclamaron «Pedro ha hablado por boca de León». Dióscoro fue condenado por unanimidad -parece ser que los obispos egipcios fueron presionados- [cita requerida], y todos sus decretos fueron declarados nulos. Los partidarios de Eutiquio debieron aceptar la Epístola del papa para continuar formando parte de la Iglesia. Trece obispos egipcios, sin embargo, rehusaron aceptarla, arguyendo que solo aceptarían «la fe tradicional».
El texto principal de las decisiones del Concilio es el siguiente:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres. Así, pues, después de que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás.
En su canon 28, el Concilio aprobó que la sede de Constantinopla fuera la segunda en importancia después de Roma, yendo en contra de lo estipulado en Nicea donde la segunda sede más importante era Alejandría, lo que exacerbó aún más los caldeados ánimos de la Iglesia en Egipto que vio que no solo era depuesto su patriarca, sino que además era degradada en categoría, lo que desembocaría en el año 457 en el cisma del patriarcado de Alejandría declarado por Timoteo Eluro y que da origen a la Iglesia copta. Sin embargo la decisión del canon 28 fue tomada en ausencia de los legados del papa y anulada por este.[2] El ya nombrado Anatolio, que presidía, escribió así al papa refiriéndose a esto: «quedando reservada a la autoridad de Vuestra Beatitud toda la validez y la aprobación de tal acto».
Se dice que en este concilio fue la primera vez que se utilizó el término griego prosopon, que quiere decir máscara, para referirse a persona, como hoy conocemos el término.
Cánones
El trabajo del concilio se completó con una serie de 30 cánones disciplinarios, cuyos epítomes antiguos son:
1. Se observarán los cánones de cada sínodo de los santos padres.
2. Quien compre o venda una ordenación, hasta un prosmonario, correrá el peligro de perder su grado. Tal será también el caso con los intermediarios, si son clérigos se les quitará su rango, si son laicos o monjes serán anatematizados.
3. Los que asumen el cuidado de las casas seculares deben ser correctos, a menos que la ley los llame a la administración de aquellos que aún no son mayores de edad, de los cuales no hay exención. A menos que su obispo les permita cuidar de huérfanos y viudas.
4. Los oratorios y monasterios domésticos no deben erigirse en contra del juicio del obispo. Cada monje debe estar sujeto a su obispo, y no debe salir de su casa, excepto por su sugerencia. Sin embargo, un esclavo no puede entrar en la vida monástica sin el consentimiento de su amo.
5. Los que van de ciudad en ciudad estarán sujetos a la ley canónica sobre el tema.
6. En los santuario en honor de mártires y monasterios, las ordenaciones están estrictamente prohibidas. Si alguien fuera ordenado allí, su ordenación no tendrá efecto.
7. Si algún clérigo o monje afecta arrogantemente a los militares o cualquier otra dignidad, que sea maldecido.
8. Cualquier clérigo en una casa de beneficencia o monasterio debe someterse a la autoridad del obispo de la ciudad. Pero el que se rebela contra esto deberá pagar la pena.
9. Los clérigos litigiosos serán castigados según el canon, si desprecian al episcopal y recurren al tribunal secular. Cuando un clérigo tiene una disputa con un obispo, déjenlo esperar hasta que el sínodo se establezca, y si un obispo tiene una disputa con su metropolitano, déjenlo llevar el caso a Constantinopla.
10. Ningún clérigo será registrado en la lista de clérigos de las iglesias de dos ciudades. Pero si desvió, que sea devuelto a su antiguo lugar. Pero si ha sido transferido, que no participe en los asuntos de su antigua iglesia.
11. Dejen que los pobres que necesitan ayuda hagan su viaje con cartas pacíficas y no encomiables: para las cartas encomiables solo deben darse a aquellos que están abiertos a sospechas.
12. Una provincia no se dividirá en dos. Quien haga esto será expulsado del episcopado. Las ciudades que estén cortadas por rescripto imperial disfrutarán solo del honor de tener un obispo establecido en ellas, pero todos los derechos pertenecientes a la verdadera metrópoli serán preservados.
13. Ningún clérigo será recibido para la comunión en otra ciudad sin una carta de recomendación.
14. Un cantor o lector ajeno a la fe sana, si después de estar casado, engendra hijos, déjenlos llevarlos a la comunión, si hubieran sido bautizados allí. Pero si aún no hubieran sido bautizados, no serán bautizados después por los herejes.
15. Ninguna persona será ordenada diaconisa excepto que tenga cuarenta años de edad. Si ella deshonra su ministerio al contraer un matrimonio, que sea anatema.
16. Los monjes o monjas no contraerán matrimonio, y si lo hacen, dejen que sean excomulgados.
17. Las parroquias de las aldeas y las zonas rurales, si han estado poseídas durante treinta años, continuarán así. Pero si dentro de ese tiempo, el asunto estará sujeto a juicio. Pero si por orden del emperador se renueva una ciudad, el orden de las parroquias eclesiásticas seguirá las formas civiles y públicas.
18. Los clérigos y monjes, si se hubieran atrevido a celebrar conventículos y conspirar contra el obispo, serán expulsados de su rango.
19. Dos veces al año, el sínodo se llevará a cabo donde el obispo de la metrópoli designe, y se determinarán todos los asuntos de interés urgente.
20. Un clérigo de una ciudad no recibirá cura en otra. Pero si ha sido expulsado de su lugar natal y va a otro, será sin culpa. Si algún obispo recibe clérigos sin su diócesis, será excomulgado, así como el clérigo que reciba.
21. Un clérigo o laico que presente cargos imprudentemente contra su obispo no será recibido.
22. Quien se apodere de los bienes de su obispo fallecido será expulsado de su rango.
23. Los clérigos o monjes que pasan mucho tiempo en Constantinopla en contra de la voluntad de su obispo, y provocan sediciones, serán expulsados de la ciudad.
24. Un monasterio erigido con el consentimiento del obispo será inamovible. Y lo que sea que le pertenezca no será enajenado. Quien se encargue de él para hacer lo contrario, no será considerado inocente.
25. Que la ordenación de los obispos sea dentro de tres meses: sin embargo, la necesidad puede prolongar el tiempo. Pero si alguien se ordena contra este decreto, estará sujeto a castigo. Los ingresos permanecerán con el œconomus.
26. El œconomus en todas las iglesias debe ser elegido del clero. Y el obispo que descuida hacer esto no está exento de culpa.
27. Si un clérigo se escapa con una mujer, que sea expulsado de la Iglesia. Si es un laico, que sea anatema. Lo mismo será la suerte de cualquiera que lo ayude.
28. Porque los Padres concedieron con razón privilegios al trono de la antigua Roma, porque era la ciudad real. Y los ciento cincuenta Obispos más religiosos, impulsados por la misma consideración, dieron iguales privilegios al santísimo trono de Nueva Roma, juzgando con justicia que la ciudad que es honrada con la soberanía y el senado y goza de los mismos privilegios que la antigua Roma imperial, debería también en asuntos eclesiásticos ser magnificada como ella y ocupar el segundo lugar.[6]
29. Es sacrílego quien degrada a un obispo al rango de presbítero. Porque el que es culpable de crimen no es digno del sacerdocio. Pero el que fue depuesto sin causa, que sea [todavía] obispo.
30. Es costumbre de los egipcios que ninguno se suscriba sin el permiso de su arzobispo. Por lo tanto, no se les debe culpar a quienes no suscribieron la epístola del santo León hasta que se haya designado un arzobispo para ellos.
Según algunas colecciones griegas antiguas, los cánones 29 y 30 se atribuyen al concilio: el canon 29, que establece que un obispo indigno no puede ser degradado pero puede ser eliminado, es un extracto del acta de la sesión 19. El canon 30, que otorga a los egipcios tiempo para considerar su rechazo del Tomo de León, es un extracto del acta de la cuarta sesión.
Con toda probabilidad, se hizo un registro oficial de los procedimientos, ya sea durante el propio consejo o poco después. Los obispos reunidos informaron al papa que se le transmitiría una copia de todo el "Acta". En marzo de 453, el papa León le encargó a Julián de Cos, luego en Constantinopla, que hiciera una colección de todas las actas y las tradujera al latín. La mayoría de los documentos, principalmente las actas de las sesiones, fueron escritos en griego; otros, por ejemplo, las cartas imperiales, se emitieron en ambos idiomas; otros, nuevamente, por ejemplo, las letras papales, fueron escritos en latín. Finalmente, casi todos fueron traducidos a ambos idiomas.
Consecuencias
La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El patriarca de Alejandría no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. Muchos obispos repudiaron también el concilio arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las principales sedes apostólicas del Imperio romano de Oriente, se abrió un período de disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tiene su origen el cisma con las Iglesias ortodoxas orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia copta que nació de la ruptura del patriarcado de Alejandría, la Iglesia ortodoxa siríaca, que nació de la ruptura del patriarcado de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, la Iglesia ortodoxa de Malankara de la India, la Iglesia ortodoxa de Etiopía y la Iglesia ortodoxa de Eritrea.
Concilio de Constantinopla II
V concilio ecuménico (553)
El Segundo Concilio de Constantinopla se celebró en ocho sesiones entre el 5 de mayo y el 2 de junio de 553, y es considerado el V Concilio Ecuménico por las Iglesias católica, ortodoxa, y algunas iglesias protestantes como la luterana y parte de la Comunión anglicana. Es rechazado por las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia asiria del Oriente y algunas de las Iglesias protestantes.
Motivación del concilio
Aunque la celebración en 451 del Concilio de Calcedonia supuso la condena del monofisismo, esta doctrina seguía muy extendida por amplias zonas de Oriente, sobre todo en Egipto.
Para el emperador Justiniano I, el posible cisma que en el seno de la Iglesia amenazaba con provocar el monofisismo, podía desembocar en la posterior independencia política de un territorio que, como en épocas anteriores, era considerado el "granero del Imperio".
Justiniano trató por tanto atraerse a los monofisitas mediante la publicación, en 543, de un edicto conocido como "Los Tres Capítulos" por el que se condenaban los escritos de tres obispos nestorianos, Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa que habían logrado en el citado Concilio de Calcedonia la no condenación del nestorianismo.
El papa Vigilio rechazó esta condena; por lo que el emperador le reclamó para que acudiera a Constantinopla con el objeto de lograr una solución, logrando que el 11 de abril de 548 firmara el Indicatum, un manifiesto en el que aprobaba la condena recogida en "Los Tres Capítulos".
Esta aprobación papal produjo un fuerte rechazo en occidente que llevó a Vigilio a acordar con Justiniano la celebración de un concilio ecuménico, y que hasta el mismo no se tomaran medidas unilaterales.
Justiniano rompió el acuerdo mediante la publicación, en 551, del decreto Homologia tes pisteos en el que se reafirmaba en la condena de los Tres Capítulos. Vigilio manifestó su protesta retirándose a la Iglesia de Santa Eufemia, la sede donde se había celebrado el concilio de Calcedonia, y amenazando con la excomunión a quienes apoyasen la condena de los Tres Capítulos. Justiniano, comprendiendo que si mantenía su postura provocaría una ruptura en la unidad de la Iglesia, cedió convocando el concilio que habría de celebrarse en Constantinopla. La sede fijada no fue del agrado de Vigilio, ya que supondría una mayoría de asistentes de origen oriental con lo que su postura quedaría en minoría, por lo que se negó a ostentar la presidencia del mismo. Será el recién elegido patriarca de Constantinopla, Eutiquio quien presidirá el concilio, cuando fue inaugurado el 5 de mayo de 553, con la asistencia de 168 obispos de los que sólo 11 pertenecían a diócesis occidentales y con la presencia del propio emperador.
Decisiones conciliares
El decreto conciliar se articula en dos partes muy diferentes. La primera, cuyo género literario es bastante complejo, contiene la sentencia de los Tres capítulos, mezclada con una breve crónica de los hechos y una profesión de fe. La segunda ofrece catorce anatemas, donde los diez primeros son de un contenido teológico y los cuatro restantes de condena de las personas y los escritos de Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa.
El objetivo del concilio consistía en la corrección y la condena de los secuaces de Nestorio. Después ofrece una síntesis de los acuerdos con el papa Vigilio.
El concilio
El concilio procedió, como era de esperar, a la condena del nestorianismo mediante la ratificación de la condena de los tres capítulos al promulgar catorce cánones muy similares a los trece que formaban la Homologia publicada en 551 por Justiniano.
Esta condena fue refrendada por todos los obispos asistentes a pesar de que Vigilio había enviado al emperador el documento conocido como Primer Constitutum que, firmado por él mismo y dieciséis obispos, condenaba sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no condenaba las de Teodoro de Ciro y las de Ibas de Edesa.
Justiniano reaccionó ordenando el destierro del Papa si este no aceptaba íntegramente las decisiones del concilio, por lo que Vigilio tuvo que presentarse personalmente en el concilio y retractarse emitiendo la Segundo Constitutum. También se condenaron algunas de las tesis expuestas por Orígenes que, impregnadas de platonismo, se alejaban de la doctrina oficial.
Anatemas
Anatema 1. Si alguno no confiesa que la naturaleza divina o sustancia es consustancial en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese tal sea anatema.
Anatema 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.
Anatema 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne; ese tal sea anatema.
Anatema 4. Si alguno no confiesa que la carne estaba unida sustancialmente a Dios y el Verbo era animado por un alma racional e intelectual; ese tal sea anatema.
Anatema 5. Si alguien dice que hay dos sustancias o dos personas en nuestro Señor Jesucristo, y él debe amar a una, como han escrito locamente Teodoro y Nestorio; ese tal sea anatema.
Anatema 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia; ese tal sea anatema.
Anatema 7. Si alguien no quiere reconocer que las dos naturalezas se unieron en Jesucristo, sin reducción, sin confusión, pero que estas dos naturalezas se escucharon dos personas; ese tal sea anatema.
Anatema 8. Si alguno no confiesa que las dos naturalezas en Cristo se unieron en una sola persona; ese tal sea anatema.
Anatema 9. Si alguien dice que debemos adorar a Jesucristo en dos naturalezas, lo que introduciría dos cultos que uno por separado para hacer a Dios Verbo y por separado también para el hombre; y que no adora con una sola adoración el Verbo de Dios encarnado en su propia carne, como la Iglesia ha aprendido desde el principio por tradición; ese tal sea anatema.
Anatema 10. Si alguien niega que Nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es verdadero Dios, Señor de la gloria, uno de la Trinidad; ese tal sea anatema.
Anatema 11. Si alguno no anatematiza Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques, Orígenes, con todos sus escritos impíos; ese tal sea anatema.
Anatema 12. Si alguien defiende al impío Teodoro de Mopsuestia; ese tal sea anatema.
Anatema 13. Si alguien defiende los escritos del impío Teodoreto; ese tal sea anatema.
Anatema 14. Si alguien defiende la carta que se dice que ha sido escrito por Ibas a Maris; ese tal sea anatema.
Concilio de Constantinopla III
VI Concilio Ecuménico (680-681)
El Tercer Concilio de Constantinopla, celebrado del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, considerado como el Sexto Concilio Ecuménico. También recibe el nombre de Concilio Trullano en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que llevaba el nombre de trullos (cúpula). Muchos entienden por "Concilio Trullano" o "Concilio Trulano" el Concilio Quinisexto del 692, y por eso los que dan este nombre al Concilio de 680–681 aplican al de 692 la denominación "Segundo Concilio Trullano".
Fue convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. Los principales protagonistas fueron Constantino IV y el patriarca Sergio; también dos Papas: San Agatón y León II.
El motivo de convocar el concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la herejía del monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola operación o principio de operación, a saber: la divina. Es un sucedáneo del monofisismo que solo admite en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos. Es aceptado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por parte de la Comunión anglicana y algunas Iglesias protestantes.
Contexto doctrinal, político y eclesiástico
El año 553 el Segundo Concilio de Constantinopla había reinterpretado el Concilio de Calcedonia. Rebatiendo la doctrina de Cirilo de Alejandría, se acentuó la unidad de la persona divina del Hijo de Dios hecho hombre. Desde el punto de vista teológico, el partido monofisita, hacia el cual se inclinaban sobre todo los monjes, había querido condenar una vez más al nestorianismo. Temiendo que se reforzara se asieron a la doctrina de la mia physis, “una sola naturaleza”, muy difundida en Egipto. Al mismo tiempo, intentaban alcanzar la paz ideológica dentro de un Imperio cada vez más heterogéneo, en donde la lengua y la filosofía griega no habían circulado con la fluidez necesaria para comprender conceptos tan elaborados como los cristológicos.
Durante esta época, el acentuado intervencionismo de los emperadores y de su corte (incluidas las consortes) en las cuestiones dogmáticas terminaban mezclando el debate político con las cuestiones de doctrina teológica. No se puede olvidar que en un sistema teocrático como el bizantino, la unidad política depende de la unidad religiosa; y esta unidad religiosa es buscada acudiendo a una formulación dogmática de compromiso. La tendencia de los sucesores de Justiniano —tanto Zenón (474-475, 476-491) como Justino II (565-578) que condenaba los Tres Capítulos— fue, en efecto, la de buscar soluciones intermedias que, a la larga, favorecieron la vuelta a escena de los obispos, teólogos y monjes monofisitas que existían. Tales directrices llegaron poco antes de la ocupación persa, que redujo notablemente el control bizantino sobre Asia Menor, Siria y Egipto. El emperador Heraclio (610-641), al recuperar los territorios perdidos, encontró varios focos de monofisismo entre las comunidades cristianas. Allí no había llegado la reflexión cristológica, madurada y concluida en Calcedonia, ni se habían conocido las nuevas fórmulas dogmáticas. Los hechos obligaban a buscar una solución que pacificara las zonas recuperadas, favoreciendo una vuelta a la doctrina monofisita.
Para poner fin a las polémicas, Sergio (610-638), patriarca de Constantinopla, propuso una nueva doctrina, a la cual se adhirió también el emperador Heraclio. La tesis del patriarca Sergio intentaba ser una vía intermedia y según ésta en Jesús se dan, ciertamente, dos naturalezas inconfusas pero un solo tipo de operaciones (monoenergeia). Más tarde terminó atribuyendo a Jesús también una única voluntad (monotelismo), porque la voluntad humana de Jesús estaría movida por su voluntad divina de tal modo que la voluntad humana sería totalmente pasiva, sin producir un propio querer humano. Heraclio por su parte, a medida que avanzaba su campaña militar, había iniciado los trámites para alcanzar la unidad con la iglesia armena, presente en Siria y Egipto, mediante la doctrina de una nueva fórmula: el único y mismo Cristo operante “con la única energía teándrica”. Ciro, electo patriarca de Alejandría en 631, se empeñó en tal meta, a la cual también se unió desde Roma el papa Honorio.
Aunque parecía un simple acuerdo, rápidamente encontró obstáculos, tanto en los monofisitas de Siria como en los calcedonenses en Egipto. El monje Sofronio, elegido patriarca de Jerusalén en 634, atacó duramente tal solución, pues iba en detrimento de los logros doctrinales de Calcedonia. También el papa Honorio terminó apoyando esta postura. Entonces el patriarca Sergio presentó una nueva solución, por la cual, prescindiendo de la energía, afirmaba la presencia en Cristo de una sola voluntad; es decir, el monotelismo.
La nueva doctrina, sostenida en Bizancio por la Iglesia y el Estado, fue condenada por el emperador por medio del edicto Ekthesis del 638, que debería constituir la nueva carta de la unidad religiosa del Imperio. En realidad, a pesar del inicial consenso del sucesor de Sergio, del patriarca Pirro y del papa Honorio, la solución fue rechazada por todos y se dejó, como las intentos precedentes, en un mero acuerdo. No se había podido sanar la división religiosa. Mientras tanto, eliminada la fuerza que contenía a los persas, Heraclio abría una brecha para la expansión islámica, que se extendía con una fuerza incontrolable.
Por otra parte, entre política y religión, el Imperio bizantino tenía bastantes problemas para resolver y, por una tradición arraigada, el emperador continuaba prestando una particular atención a solucionar los asuntos doctrinales de la vida cristiana. A propósito del monotelismo, la disputa teológica, bastante agudizada en Constantinopla, se trasplanto a África, donde había terminado exiliado el patriarca Pirro. En la capital, en efecto, los eventos políticos posteriores a la muerte de Heraclio no maduraron bajo el signo de la paz social. Muerto el primogénito Constantino y depuesto el siguiente heredero, la situación política estaba bajo el control del senado, que quería acrecentar su propio papel dentro del Estado y de la corona. Constante Pogonato, hijo de Constantino, nuevo basileus, se encontró, además de los tradicionales enemigos, los Eslavos, que le acosaban por la espalda, con el deber de hacer frente a los árabes, ya en posesión de las provincias orientales del Imperio. Por lo demás, en aquellas regiones la división teológica fragmentaba la resistencia militar: basta pensar que en Alejandría el patriarca monofisita Benjamín se sometió espontáneamente a los Árabes, declarándose en contra de Bizancio. En este contexto adquiere relieve la figura de San Máximo el Confesor, que, siendo solo un monje, pero con gran autoridad teológica, entró en la controversia monotelita y monoenergita, antes en África y finalmente en Roma y Constantinopla.
En el año 645, en Cartago, el patriarca monotelita de Constantinopla, Pirro, exiliado, realizó un debate público con Máximo ante Gregorio, prefecto de África, muchos obispos, eclesiásticos y otras personalidades. La Disputatio cum Pirrho ofrece una idea de la complejidad del problema cristológico, pero también ilustra como para Máximo, si Jesucristo era el nuevo principio de la vida del cristiano, necesariamente Él era verdadero Dios y hombre completo. Probablemente Máximo estaba convencido de que detrás de las proposiciones controversiales renacían los problemas dramáticos de Nicea y Calcedonia: en Cristo existían dos naturalezas y por tanto eran consecuentes dos voluntades y dos modos de obrar, o energías; sin embargo, la facultad de querer pertenece a la naturaleza; el hecho de elegir y de querer es propio de la persona, por lo tanto, en Cristo, el Logos inclina las determinaciones del querer (querer gnómico) y guiaba la voluntad humana junto a la divina dejando fuera el pecado y el error.
A comienzos del 646, el suceso de la argumentación de Máximo indujo a varios obispos africanos a convocar un sínodo, condenando como herético el monotelismo sostenido por el patriarca y el gobierno bizantino. La situación se hizo más crítica cuando el prefecto Gregorio se rebeló contra el Emperador sin tomar en cuenta la amenaza árabe que se cernía sobre la costa africana desde la conquista de Alejandría en el 642. Casualmente en el 647 los árabes asaltaron el territorio de norte de África. El perfecto perdió la vida en la batalla y la estructura del imperio se debilitó más aún. Los hechos acaecidos eran una prueba de lo peligroso de las fracturas teológicas en el Imperio. Según el punto de vista desde el que se vea el problema, se podría inculpar a unos y otros de los dos partidos; aun así, si se tiene presente el valor de una cristología ortodoxa, la cual ha quedado como baluarte del sentido más genuino de la tradición salvífica, se debe decir que el partido de Máximo garantizaba mejor tales valores fundamentales cristianos: era lo mismo que paso en Nicea y Calcedonia.
El Emperador, con el Typos de 648, prohibió más discusiones sobre el problema de la energía y de la voluntad de Cristo, aboliendo el Ekthesis (exposición) y trasladando las discusiones a su punto de partida. La disputa, entonces, se complicó en Roma, a donde Máximo se trasladó con el patriarca Pirro. Es interesante subrayar su veneración por aquella sede, que él consideraba la única base y fundamento de todas la Iglesias de la tierra, a la que Jesús había concedido las llaves del poder universal sobre la ortodoxia de la fe.
Un motivo más de dificultad apareció en el 649. El papa Martín reunió en Roma un sínodo, en el cual fueron rechazados tanto el Ekthesis como el Typos y fue definida la doctrina de las dos voluntades en Cristo, excomulgándose a los patriarcas Sergio, Paolo, Porro y Ciro. El emperador reaccionó haciendo capturar al Papa y trasladándolo a Bizancio, donde fue procesado y exiliado al Quersoneso. Allí murió el 16 de septiembre de 655. La misma suerte compartió Máximo, hecho prisionero y conducido a la capital. El año de la muerte del Papa sufrió un juicio que le procuró el exilio. Procesado más adelante, por no adherirse a la voluntad imperial, luego de numerosas travesías, murió martirizado en Lazica el 13 de agosto de 662.
Si bien Máximo desapareció bajo el poder imperial, sus ideas continuaron viviendo en las disputas teológicas de los siglos sucesivos. El emperador murió asesinado, en Sicilia, en Siracusa. Durante el período de su sucesor, Constantino IV (668-685), los árabes aparecieron una vez más en Asia Menor; en el 674 atacaron Constantinopla asediándola reiteradamente sin conseguir conquistarla. La resistencia de la capital significó un cambio histórico en la lucha contra el islam, acrecentando el prestigio de Bizancio. Sin bien la capital no había caído, gran parte del territorio estaba en manos de los árabes, sobre todo aquellos que simpatizaban, primero con el monofisismo y después con el monotelismo. La Iglesia monofisita, jacobita y monotelita, bajo el dominio árabe no constituyeron más un problema para el Imperio.
Preparación, desarrollo y conclusión del concilio
El emperador Constantino IV Pogonato, ya en el año 679 había enviado una carta al papa Dono (676-678), en la cual le solicitaba que enviara a Constantinopla una delegación de obispos, pero la carta llegó cuando el Papa había muerto. Su sucesor Agatón (678-681) envió la delegación hasta el año 680, conformada por tres obispos italianos, tres apocrisiarios pontificios, un representante del arzobispo de Ravena y cuatro monjes de los conventos griegos de occidente.
El 10 de septiembre, Constantino IV ordenó al patriarca Jorge que convocará a Concilio a los obispos de su patriarcado y que enviara entre ellos a Macario I, patriarca de Antioquía, que se encontraba en Constantinopla con sus obispos. El 7 de noviembre, en la gran sala de la cúpula del palacio imperial se abrió el concilio, que en los discursos fue definido como ecuménico. Constantino IV, flanqueado por sus oficiales y senadores, asistió personalmente a las primeras once asambleas, de las cuales la última tuvo lugar el 20 de marzo de 681. El protocolo requería que todas las intervenciones fueran dirigidas al emperador o a sus representantes. Participaron en el concilio, además de la delegación papal, Macario I, que era un enardecido monotelita, los representantes delegados de los patriarcas de Jerusalén y de Alejandría y los obispos del Ilírico oriental y de todas las regiones del imperio, cuyo número varía de una sesión a otra; sin embargo, la profesión de fe final fue firmada por 161 obispos y por dos diáconos representantes de sus respectivos obispos. Largas fueron las discusiones de carácter dogmático.
Primera sesión
Durante la primera sesión los legados romanos preguntaron al Emperador por el origen de la doctrina sobre una única voluntad y actividad en Cristo. El emperador dio la palabra a. Conocían el deseo del emperador de reconciliarse con Roma. Arguyeron las actas de supuestos concilios en que se apoyaban y que estarían en consonancia con Roma.
Segunda sesión
A petición del Emperador, fueron leídas las actas de Éfeso y las de Calcedonia. La lectura fue interrumpida por la objeción de los legados pontificios a una interpretación incorrecta de un texto de Cirilo de Alejandría. El Padre de la Iglesia hablaba de dos actividades naturales, sin confusión ni división. Esta intervención abrió un diálogo entre el Emperador y Macario respecto a la referencia a dos actividades naturales y no a una. Macario se defendió argumentando que incluso el papa León no llegaba hablar de dos actividades y que la actividad a la que él se refería sería una sola operación divino-humana. Teófano, uno de los mejores teólogos del concilio, invitó a Macario y su discípulo Esteban a que descubrieran detrás de la voluntad natural la referencia a la humanidad de Cristo. Esteban replicó que tal voluntad de Cristo no sería otra que una voluntad electiva y autodeterminante como la que poseía Adán antes de la caída. Según su punto de vista, Adán, como cocreador junto a Dios, tenía una única voluntad co-sustancial a la de Dios. Se trataba de una aproximación al problema equiparando la naturaleza humana de Cristo a la situación de Adán antes de la caída, puesto tal sería la naturaleza humana que asumió el Verbo en vistas a preservarla del pecado original.
Tercera sesión
Se abrió (13 de noviembre), una vez más, leyendo las actas de un Concilio Ecuménico, en este caso, el quinto, celebrado en Constantinopla. El libellus resultó estar adulterado, al comienzo se habían incluido cuatro páginas que no correspondían a la fecha del documento. Como tal añadidura no sostenía la postura de Macario, el Emperador permitió que la contienda teológica siguiera adelante.
El 7 de diciembre se suspendieron las sesiones y no se reanudaron sino hasta el mes de febrero.
En la octava sesión (7 de marzo), el patriarca Jorge se adhirió a la doctrina de las dos voluntades. Macario, si bien desde el principio había negado tal doctrina, admitió en la novena sesión que había mutilado el texto en el que se apoyaba. Durante esa sesión fue depuesto, junto a su discípulo, el abad Esteban. Durante la decimotercera sesión, el 28 de marzo de 681, el concilio declaró que era necesario borrar de los frontispicios además de Macario y Esteban, a los patriarcas de Constantinopla Servio, Pirro, Pablo II, Pedro, el patriarca de Alejandría, Ciro, el obispo de Farán, Teodoro, y, finalmente, al papa Honorio.
Durante esta misma sesión, examinadas las cartas dogmáticas escritas por Sergio, en su tiempo patriarca de esta ciudad [Constantinopla]..., tanto a Ciro que entonces era obispo de Fasi, como a Honorio que era obispo de la antigua Roma y la carta [Scripta fraternitatis, del año 634] con la cual este último, es decir Honorio, respondió a Sergio, se les condenó como heréticas.
El emperador asistió a la decimoctava sesión, que se tuvo el 16 de septiembre, en la cual se recitó una profesión de fe en que los padres conciliares decían:
Predicamos igualmente en Él [Cristo] dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los santos Padres; y dos voluntades, no contrarias (...) sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo (...). Porque a la manera que su carne dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo, como Él mismo dice: «Porque ha bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha enviado» [Jn 6, 38], llamándola suya la voluntad de la carne, puesto que la carne fue también suya (...) Glorifiquemos también dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana (...) Porque no vamos a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas.
El concilio, al final, dirigió un homenaje al emperador y envió una carta al papa Agatón. Después que los legados del papa volvieron de Constantinopla a Roma, León II envió varias cartas proclamando la validez del concilio. Escribió al emperador la denominada Regí regum, de aproximadamente agosto de 682; y también a España, a los obispos —Cum diversa sint— y al rey Ervigio—.Cum unus exset—
En otra carta denominada Fides papae, recogida en el Liber diurnos Romanorum pontificum, se propone como declaración de fe la condena del papa Honorio que dice [Patres Concilii] auctores vero novi dogmatis Sergium, Pyrrhum... una cum Honorio, qui pravis eorum adsertionibus fomentus impendit, ...nexu perpetue anathematis devinxerunt; pero [los Padres conciliares] ataron con el lazo del anatema perpetuo a los autores de la nueva doctrina, Sergio y Pirro, ...juntamente con Honorio, que concedió su favor a las depravadas afirmaciones de ellos . Respecto al papa Honorio, León II dejó claro en su carta al emperador el motivo de la condena: no habiéndose esforzado para hacer resplandecer la fe apostólica, permitió que esta fe inmaculada fuese mancillada. En 692 se celebró el Segundo Concilio Trullano, que emitió 102 cánones disciplinares. Tuvo gran aceptación en oriente, como complemento de los dos anteriores de Constantinopla. No tuvo la misma acogida en occidente a causa del viejo canon 28 de Calcedonia, en donde se equiparaba Constantinopla a Roma en importancia política y la incipiente doctrina sobre el celibato sacerdotal.
Aportación doctrinal del concilio
El aporte fundamental del Tercer Concilio de Constantinopla fue la definición dogmática respecto a las voluntades y operaciones de Jesús. Este Concilio cierra, por así decirlo, el ciclo de los concilios cristológicos. Es, a la vez, continuación de los concilios anteriores. Esto se ve especialmente cuando aplica a las voluntades y a las operaciones de Jesús los términos
Concilio de Nicea II
VII concilio ecuménico (787)
El Segundo Concilio de Nicea se celebró del 24 de septiembre al 13 de octubre de 787 en Nicea. Fue convocado por Irene, madre del emperador Constantino VI. Los participantes más destacados de la asamblea fueron Adriano I, los legados papales: el arcipreste romano Pedro y el archimandrita del monasterio griego de san Saba y el patriarca de Constantinopla, llamado Tarasio. Es reconocido por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por algunas Iglesias anglicanas y protestantes, pero rechazado por los calvinistas.
El concilio fue convocado a raíz de la controversia iconoclasta iniciada por el emperador León III el Isáurico en el 726. Los iconoclastas negaban la legitimidad de las imágenes y su culto. La justificación teológica que el II Concilio de Nicea elaboró para la veneración de las imágenes sagradas fue la "traslatio ad prototypum", es decir, que la veneración a la imagen actúa de mera «intermediaria». Y por consiguiente, rechazar esta veneración «llevaría a negar la Encarnación del Verbo de Dios». Se habla de diversas causas en esta postura: cierto esquema todavía monofisita que no había sido totalmente vencido, la influencia musulmana y judía en el imperio de Oriente, el origen sirio del emperador León III, y el deseo de contrarrestar el poder de los monjes, defensores de la iconodulia, doctrina contraria a la iconoclasta. Además los iconoclastas usaban argumentos derivados de la prohibición que en el Antiguo Testamento vetaba la creación de imágenes (cf. Éx 20, 4; Dt 5, 8) o de la filosofía platónica ya que el uso de imágenes implica representar modelos a partir de lo que solo son sombras o reflejos.
Los cánones del concilio permiten hacer una distinción entre el culto dado a Dios (llamado de «adoración» o λατρεία) y la veneración especial tributada a las imágenes (la palabra griega "προσκύνησις", proskýni̱sis que significa "veneración"). Así se evitaban ambos extremos igualmente presentes en la cultura oriental: la adoración de la imagen como si fuera Dios mismo y por otro lado la destrucción de estas por miedo a la idolatría o por motivos de conveniencia y paz. La intervención de la emperatriz regente Irene fue continua y fuerte. Ella misma presidió los trabajos de la última sesión asegurándose así de que las conclusiones fueran en la línea favorable a las imágenes. Los decretos y cánones fueron promulgados por ella. Sin embargo, las disputas en el interior de la familia imperial a causa de este problema continuaron hasta el emperador Teófilo (842).
Una de las novedades en este Concilio es la baja asistencia de los patriarcas orientales. Sólo asistió el de Jerusalén (que llegó con retraso) y el de Constantinopla. Nicea II declaró no ecuménico el sínodo de Constantinopla del 754, por no haber sido celebrado en comunión con la iglesia de Roma. El concilio fue recibido en Occidente con algunas reservas, debido a la mala traducción latina del griego original de las actas del concilio.
Medidas
Se aprobaron también 22 medidas disciplinares las cuales se resumen en:
Canon 1: El clero debe observar los santos cánones que incluyen los apostólicos, los de los seis concilios ecuménicos previos, los de los sínodos particulares que han sido publicados en otros sínodos, y los de los Padres.
Canon 2: Los candidatos a obispos deben conocer el Salterio de memoria y deben leer con detenimiento, no de forma superficial, todas las Sagradas escrituras.
Canon 3: Condena el nombramiento de obispos, presbíteros y diáconos por los príncipes seculares.
Canon 4: Los obispos no han de pedir dinero a su clero: cualquier obispo que por avaricia priva a uno de su clérigos es él mismo depuesto.
Canon 5: Va dirigido contra los que presumen de haber obtenido preferencias eclesiásticas con dinero, y recuerda el canon apostólico número treinta y los cánones de Calcedonia contra los que compran promociones con dinero.
Canon 6: Los sínodos provinciales deben celebrarse anualmente.
Canon 7: Las reliquias han de ser colocadas en todas las iglesias: ninguna iglesia debe ser consagrada si no tiene reliquias.
Canon 8: Prescribe las precauciones que han de tomarse contra los falsos conversos del judaísmo.
Canon 9: Todos los escritos contra las imágenes venerables han de ser entregados, para ser encerrados con otros escritos heréticos.
Canon 10: Contra los clérigos que abandonan sus propias diócesis sin permiso y se convierten en capellanes privados de grandes personajes.
Canon 11: Cada iglesia y cada monasterio ha de tener su propio ecónomo.
Canon 12: Contra los obispos y abades que entregan propiedades de la iglesia a señores temporales.
Canon 13: Las residencias episcopales, monasterios y otros edificios eclesiásticos convertidos a usos profanos han de ser devueltos a su propietario legal.
Canon 14: Las personas tonsuradas no ordenadas como lectores no deben leer la Epístola o el Evangelio en el púlpito.
Canon 15: Contra la pluralidad de beneficios.
Canon 16: El clero no ha de llevar vestidos suntuosos.
Canon 17: Los monjes no han de salir de sus monasterios para construir otras casas de oración sin tener los medios para hacerlo.
Canon 18: Las mujeres no han de vivir en las casas de los obispos o en los monasterios de hombres.
Canon 19: Los superiores de Iglesias y monasterios no han de pedir dinero a los que entran en el estado clerical o monástico. Pero la dote traída por un novicio a una casa religiosa debe retenerse en dicha casa si el novicio la abandona sin ninguna falta por parte del superior.
Canon 20: Prohíbe los monasterios dobles.
Canon 21: Un monje o monja no debe abandonar un convento para irse a otro.
Canon 22: Entre los laicos, personas de distintos sexos pueden estar juntas, siempre que den gracias y se comporten con decoro. Pero entre los religiosos, los de sexos opuestos pueden comer juntos solo en presencia de varios hombres y mujeres temerosos de Dios, excepto en un viaje cuando la necesidad obliga.
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