La Biblia de Gutenberg, de 42 líneas en cada página, es considerada un hito histórico ya que permitió la expansión del conocimiento, además de una obra artística por el diseño a color de sus letras mayúsculas y sus títulos.
La Biblia
La Biblia (del latín biblĭa, y este del griego βιβλία
biblía, ‘libros’) es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo. La canonicidad de cada libro varía dependiendo de la tradición adoptada. Según las religiones judía y cristiana, transmite la palabra de Dios. Hasta 2008, ha sido traducida a 2454 idiomas.
Etimologia
La palabra Biblia (libro sagrado), procede, a través del latín biblĭa, y este de la expresión griega βιβλία
biblia, ‘libros’, τὰ βιβλία τὰ ἅγια (ta biblía ta hágia;
‘los libros sagrados’), es el conjunto de libros canónicos del judaísmo y el cristianismo. La canonicidad de cada libro varía dependiendo de la tradición adoptada. Según las religiones judía y cristiana, transmite la palabra de Dios. Acuñada por primera vez en el Primer Libro de los Macabeos 12:9, donde βιβλία es el plural de βιβλίον (biblíon, ‘papiro’ o ‘rollo’ y, por extensión, ‘libro’).
Se cree que este nombre nació como diminutivo del nombre de la ciudad de Biblos (Βύβλος, Býblos), importante mercado de papiros de la antigüedad. No obstante, dado que Biblos solamente con dificultad podría ser un préstamo del nombre original de dicha ciudad en fenicio, Gubla, existe la posibilidad de que fuera la ciudad la que recibiera su nombre griego a partir del término que designaba a la planta de papiro, y no al revés. Dicha expresión fue empleada por los hebreos helenizados (aquellos que habitaban en ciudades de habla griega) mucho tiempo antes del nacimiento de Jesús de Nazaret para referirse al
Tanaj o Antiguo Testamento. Muchos años después empezó a ser utilizada por los cristianos para referirse al conjunto de libros que forman el Antiguo Testamento así como los Evangelios y las cartas apostólicas, es decir, el Nuevo Testamento. Por entonces ya era común utilizar únicamente el primer sintagma, τὰ βιβλία, a manera de título. Ya como título, se empezó a utilizar en latín biblia sacra (‘los libros sagrados’), sin artículo dado que este no existía en latín. Sin embargo, al ser Biblia un cultismo en latín, acabó pasando de considerarse un neutro plural a un femenino singular («la sagrada Biblia»), entendiendo ya Biblia como el nombre propio de todo el conjunto. A través del latín se derivó a la gran mayoría de las lenguas modernas.
Historia
La Biblia es una recopilación de textos que en un principio eran documentos separados (llamados «libros»), escritos primero en hebreo, arameo y griego durante un periodo muy dilatado y después reunidos para formar el Tanaj (Antiguo Testamento para los cristianos) y luego el Nuevo Testamento. Ambos testamentos forman la Biblia cristiana. En sí, los textos que componen la Biblia fueron escritos a lo largo de aproximadamente 1000 años (entre el 900 a. C. y el100 d. C.). Los textos más antiguos se encuentran en el Libro de los Jueces («Canto de Débora») y en las denominadas fuentes E (tradición elohísta) y J
(tradición yahvista) de la Torá (llamada
Pentateuco por los cristianos), que son datadas en la época de los dos reinos (siglos X a VIII a. C.). El libro completo más antiguo, el del Profeta Oseas es también de la misma época. El pueblo judío identifica a la Biblia con el Tanaj, para el que carece de sentido y no es aceptada la denominación como Antiguo Testamento
al no aceptar la validez del Nuevo Testamento.
El canon de la Biblia que conocemos hoy fue sancionado por la Iglesia católica, bajo el pontificado de Dámaso I, en el Sínodo de Roma del año 382, y esta versión es la que Jerónimo de Estridón tradujo al latín. Dicho canon consta de 73 libros: 46 constitutivos del llamado Antiguo Testamento, incluyendo 7 libros llamados actualmente Deuterocanónicos (Tobit, Judit, I Macabeos, II Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc) ―que han sido impugnados por judíos y protestantes― y 27 del Nuevo Testamento. Fue confirmado en el Concilio de Hipona en el año 393, y ratificado en el Concilio III de Cartago (en el año 397), y el IV Concilio de Cartago, en el año 419.
Cuando reformadores protestantes lo impugnaron, el canon católico fue nuevamente confirmado por medio de una declaración dogmática, definida en la cuarta sesión del Concilio de Trento, del 8 de abril de 1546. Las definiciones doctrinales del Concilio de Trento no fueron reconocidas ni asumidas por muchos protestantes, surgidos a partir del siglo XVI, ni por distintas denominaciones vinculadas al protestantismo surgidas a partir del siglo XIX. El canon de las biblias cristianas ortodoxas es aún más amplio que el canon bíblico católico, e incluye el Salmo 151, la Oración de Manasés, el Libro III de Esdras y el Libro III de los macabeos. En adición a estos, el Libro IV de Esdras y el Libro IV de los macabeos figuran, asimismo, como apéndices en muchas importantes versiones y ediciones de la Biblia cristiana ortodoxa.
El Antiguo Testamento narra principalmente la historia de los hebreos y el Nuevo Testamento la vida, muerte y resurrección de Jesús, su mensaje y la historia de los primeros cristianos. El Nuevo Testamento fue escrito en lengua griega koiné. En él se cita con frecuencia al Antiguo Testamento de la versión de los Setenta, traducción al griego del
Antiguo Testamento realizada en Alejandría (Egipto) en el siglo III a. C..
Para los creyentes, la Biblia es la palabra de Dios, de inspiración divina, aunque su redacción se realizó a través de hombres elegidos que usaron de sus facultades como verdaderos autores. Se trata de una obra eminentemente espiritual que los creyentes interpretan como la forma que tuvo Dios de revelarse a sí mismo y manifestar su voluntad de salvación de la Humanidad, además de su carácter y atributos. Para los creyentes cristianos, la Biblia es la principal fuente de fe y doctrina en Cristo. La Biblia es una recopilación de textos que en un principio eran documentos separados (llamados «libros»), escritos primero en hebreo, arameo y griego durante un periodo muy dilatado y después reunidos para formar el Tanaj
(Antiguo Testamento para los cristianos) y luego el Nuevo Testamento. Ambos testamentos forman la Biblia cristiana.
Para la Iglesia católica, además de la Biblia, también son fuente doctrinal la tradición, las enseñanzas de los Padres de la Iglesia (discípulos de los apóstoles), y las decisiones emanadas de los Concilios. Esta divergencia entre cristianos se intensificó después de 1870, cuando el papa Pío IX promulgó la constitución Pastor Aeternus, del Concilio Vaticano I, que reafirma el Primado papal y proclama la infalibilidad del sumo pontífice en asuntos de fe, moral y doctrina cristiana (dogma de la infalibilidad papal) cuando habla ex cathedra (18 de julio de 1870) en cuanto único «sucesor de Pedro» y, consecuentemente, «custodio y depositario de las llaves del Reino de los Cielos»―. Mientras que los cristianos protestantes rechazan esta aseveración y consideran como cabeza única de la iglesia a Jesucristo. Para ambas partes esta gran diferencia ya no es considerada tan solo en términos filosóficos o religiosos, sino como designios divinos plasmados y asentados en la Biblia misma. Para los judíos ortodoxos, por supuesto, el Nuevo Testamento no tiene validez. El judaísmo rabínico considera como fuente de doctrina el Talmud, mientras los caraítas defienden desde el siglo VIII el Tanaj como única fuente de fe.
Antiguo Testamento y Nuevo Testamento
El canon del Antiguo Testamento cristiano entró en uso en la Septuaginta griega, traducciones y libros originales, y sus diferentes listas de los textos. Además de la Septuaginta, el cristianismo posteriormente añadió diversos escritos que se convertirían en el Nuevo Testamento. Poco diferentes listas de las obras aceptadas siguió desarrollando en la antigüedad. En el siglo IV, varios sínodos fueron elaborando listas de escritos sagrados que fijaban un canon del Antiguo Testamento de entre 46 y 54 distintos documentos y un canon del Nuevo Testamento de 20 a 27, siendo este último el utilizado hasta el día de hoy; el cual fue definido finalmente en el Concilio de Hipona en el año 393. Hacia el año 400, Jerónimo había escrito una edición definitiva de la Biblia en latín (véase la Vulgata), el Canon de la cual, debido en parte a la insistencia del papa Dámaso, fue hecho coincidir con decisiones de varios de los Sínodos reunidos con anterioridad. Con el beneficio de la retrospectiva se puede decir que estos procesos establecieron de manera eficaz el canon del Nuevo Testamento, aunque hay otros ejemplos de listas canónicas en uso después de este tiempo. Sin embargo, esta lista definitiva de 27 libros no fue legitimada por ningún Concilio ecuménico sino hasta el Concilio de Trento (1545-63).
Durante la Reforma protestante, algunos reformadores canónicos propusieron diferentes listas de las que se encuentra actualmente en uso en la Iglesia de San Pedro de Roma. Aunque no sin debate la lista de los libros del Nuevo Testamento vendría a seguir siendo la misma, sin embargo, en el Antiguo Testamento algunos textos presentes en la Septuaginta fueron eliminados de la mayoría de los cánones protestantes. Por lo tanto, en un contexto católico estos textos se denominan libros deuterocanónicos, mientras que en un contexto protestante que se hace referencia como libros apócrifos, la etiqueta se aplica a todos los textos excluidos del canon bíblico que estaban en la Septuaginta. Cabe señalar también, que tanto católicos como protestantes describen algunos otros libros, como el Libro de los hechos de Pedro, como apócrifos.
Por lo tanto, el Antiguo Testamento protestante de hoy tiene 39 libros ―el número varía del número de los libros en el Tanaj (aunque no en contenido) a causa de un método diferente de la división―. También varía el orden y el nombre de los libros, mientras que la Iglesia católica reconoce a 46 libros como parte del Antiguo Testamento canónico. El libro de Enoc es aceptado en el canon del Antiguo Testamento solo por la Iglesia ortodoxa etíope. El término «Escrituras hebreas» es solo sinónimo del Antiguo Testamento protestante (no católico) que contiene las Escrituras hebreas y textos adicionales. En cuanto al canon del Nuevo Testamento, son 27 libros en el canon de la Iglesia católica, aceptado por la mayoría de las Iglesias de la Reforma. La Iglesia siria solo acepta 22 libros en su canon. Libros como el Primer libro de Clemente y el Segundo libro de Clemente, el Libro de la Alianza, el Octateuco y otros, han sido motivo de disputas, y se encuentran canonizados por la Iglesia católica apostólica ortodoxa.
Estructura
Un libro de la Biblia es un grupo establecido de escrituras. Por ejemplo, el Libro de los Salmos (en hebreo Tehilim o ‘canciones de alabanza’) tiene 150 canciones (151 en la versión de los Setenta), mientras que la Epístola de Judas es una carta de media página. La Biblia hebrea o Tanaj está dividida en tres secciones: los cinco libros de Moisés (la Torá), los libros escritos por los profetas hebreos (los Profetas o Nevi'im) y unos libros que no entran en las dos categorías anteriores (las Escrituras o Ketuvim); estos son conocidos como hagiógrafa o simplemente «las Escrituras».
La Biblia judía fue escrita predominantemente en hebreo, pero tiene algunas pequeñas partes que fueron escritas en arameo. En la Biblia cristiana, la Biblia hebrea es llamada Antiguo Testamento, para distinguirla del Nuevo Testamento, que es la parte que narra la vida de Jesús y su predicación, entre otras cosas. El Nuevo Testamento está dividido en los cuatro Evangelios, historia (Hechos de los Apóstoles), las cartas (epístolas) a iglesias cristianas por Pablo y otros apóstoles, y el Apocalipsis.
Las Biblias cristianas contienen la totalidad del Tanaj (o Antiguo Testamento), junto con un grupo de textos posteriores cristianos, conocidos como el Nuevo Testamento. Dentro del cristianismo no hay acuerdo completo sobre el número exacto de libros que debe tener (con igual reconocimiento) el Antiguo Testamento, es decir, sobre su canon. Hasta el siglo XVI se mantuvo en Occidente la traducción latina de Jerónimo conocida como «la Vulgata»
(proveniente del latín vulgar) que incorporaba tanto el canon judío como aquellos escritos de la Septuaginta griega. Con la Reforma protestante, Martín Lutero
cuestionó la necesidad de mantener los libros «apócrifos» junto a los del canon judío y los agrupó como un apéndice edificante al final de su traducción al alemán de la Biblia. La Iglesia católica confirmó, sin embargo, el canon de la Biblia de los Setenta y de la Vulgata en el Concilio de Trento (1545-1563),
reconociendo más claramente la canonicidad de algunas escrituras cuestionadas por Lutero, que desde ese mismo siglo comenzaron a ser llamados deuterocanónicos (concepto introducido por Sixto de Siena). Las iglesias orientales también reconocen plena canonicidad a los deuterocanónicos, agregando también otros libros que se encuentran en códices antiguos, como el Salmo 151, la Oración de Manasés, III y IV Esdras, y III y IV Macabeos. La Iglesia copta acepta asimismo en su canon el Libro de Enoc y el Libro de los Jubileos. El Nuevo Testamento hace referencia tanto a los libros deuterocanónicos como al Libro de Enoc, y narra los sucesos de la pasión de Cristo de acuerdo con el cómputo asentado en el Libro de los jubileos. En cuanto al resto de los libros, no hay disputa alguna y todos los grupos cristianos tienen los mismos libros en el Nuevo Testamento de la Biblia.
Cánones bíblicos
La palabra canon significa ‘regla’ o ‘medida’, así que se le llama canon bíblico al conjunto de libros que integran la Biblia según una tradición religiosa concreta, que los considera así «divinamente inspirados» y los distingue de otros textos que no se consideran revelados. Estas diferencias entre las distintas ramas del cristianismo se dan únicamente para el Antiguo Testamento; por ejemplo, según la Iglesia católica son 46 libros, y según la mayoría de iglesias protestantes son 39. Con relación al Nuevo Testamento todas tienen el mismo número de libros.
El primer canon es el Pentateuco, el cual se compone de los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números
y Deuteronomio y contiene la «Ley de Dios», que es el conjunto de los 613 preceptos del judaísmo (Mitzvá).
Dentro del judaísmo surge disputa sobre el canon correcto. Un grupo religioso, los saduceos, sostiene que solamente conforma el canon de las Escrituras la Torá (‘la Ley’) o Pentateuco (‘cinco libros’), mientras que
otros grupos también incluyen los Nevi'im (Profetas)
y los Ketuvim (los Escritos).
Después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d. C., el grupo judío predominante fue el de los fariseos, que sí considera al canon como conformado por la Ley, los Profetas y los Escritos. Así, a finales del siglo I el judaísmo estableció en Yamnia (Yavne) como canon de sus libros sagrados aquellos que cumplieran tres requisitos: que hubiera una copia del libro en cuestión que se supiera que fue escrito antes del año 300 a. C. (cuando la helenización llegó a Judea, con los problemas culturales y religiosos subsecuentes, y que pueden leerse en libros como el Libro de los macabeos o el Libro de Daniel), que dicha copia estuviera escrita en hebreo o cuando menos arameo (no griego, la lengua y cultura invasora) y que tuviera un mensaje considerado como inspirado o dirigido al pueblo de Dios (con lo que también algunos libros que cumplían las dos características anteriores tuvieron que salir del canon). En tiempos de Jesús de Nazaret es dominante la segunda opinión, la cual es sostenida y transmitida por muchos cristianos hasta tiempos de la Reforma protestante con la controversia de los libros deuterocanónicos (ver «Estructura», ut supra). Esta controversia probablemente se originó precisamente por el hecho de que el judaísmo había establecido su canon a fines del siglo I, con lo que para ellos ya no estaban presentes aquellos textos que solo se encontrarían en griego (en la versión de la Biblia judía de los Setenta). Estos libros fueron precisamente los que se considerarían, posteriormente, como deuterocanónicos. La versión judía de la Biblia, llamada el Tanaj, consta de 24 libros, con ciertas diferencias respecto a las Biblias cristianas. Algunas de ellas son: Los nombres de varios libros: Éxodo para el original Shemot (‘nombres’); Levítico para Vaikrá (‘y llamó’).
La subdivisión en tres secciones:
Torá (la Ley, el Pentateuco);
Nevi'im, los profetas anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y profetas posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los profetas menores); y
Ketuvim, los escritos (Salmos, Proverbios, Daniel y los demás libros).
El orden de los libros
Actualmente, los libros que no son considerados canónicos por católicos y ortodoxos, reciben el nombre de libros apócrifos; a su vez, esos mismos libros suelen ser denominados pseudoepígrafos por los protestantes, que, habitualmente, respetan también el nombre de Deuterocanónicos (literalmente, ‘del segundo canon’) para aquellos que han recibido reconocimiento canónico de católicos y ortodoxos (en general, son libros escritos originalmente en griego, incluidos en la traducción al griego de la Biblia judía conocida como Septuaginta o de los LXX). No obstante, algunas corrientes protestantes fundamentalistas insisten en conservar el nombre de apócrifos para los libros deuterocanónicos. Con todo, hay que señalar, que los primeros cristianos no usaban la Biblia hebrea, sino que usaban la Septuaginta o de los LXX por cuanto varios de los nuevos cristianos fueron judíos de cultura griega, como por ejemplo, Pablo de Tarso, Esteban, y los evangelistas Lucas y Marcos.
Así pues, las versiones católicas de la Biblia constan de 73 escritos, en tanto que las más de las versiones protestantes solo contienen 66. Sin embargo, las Biblias de los anabaptistas, luteranos, anglicanos y episcopalianos, incluyen los deuterocanónicos, si bien bajo el rubro de «apócrifos»; ya que los consideran «lectura edificante», pero no canónica. Las versiones ortodoxas, por su parte, incluyen 76 libros en total. Además, la Iglesia Copta incluye en su canon del Antiguo Testamento el Libro de Enoc y el Libro de los Jubileos, que no incluye ninguna de las otras corrientes actuales del judeocristianismo, pero que eran libros bastante populares en los tiempos de Cristo; de lo cual han quedado vestigios incluso en los escritos del Nuevo Testamento. La Iglesia Siria reduce el número de libros del canon, pues solo acepta 22 en el Nuevo Testamento.
La Biblia Cristiana
Las biblias cristianas están constituidas por escritos hebreos, arameos y griegos, que han sido retomados de la Biblia griega, llamada Septuaginta, y del Tanaj
hebreo-arameo, y luego reagrupados bajo el nombre de Antiguo Testamento. A estos se ha sumado una tercera serie de escritos griegos cristianos agrupados bajo el nombre de Nuevo Testamento. Distintos grupos cristianos han debatido largamente sobre la inclusión o exclusión de algunos de los libros de ambos testamentos, surgiendo los conceptos de apócrifos y deuterocanónicos para hacer referencia a algunos de estos textos. La comunidad judía actual reserva la expresión «Biblia cristiana» para identificar solo a los libros que han sido añadidos al Tanaj hebreo-arameo por el judaísmo tardío helenizante alejandrino, y luego por el cristianismo, y evita referirse a su Tanaj con los términos «Biblia» o «Antiguo Testamento». Varias denominaciones cristianas incorporan otros libros en el canon de ambos Testamentos.
El Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento es la serie de textos sagrados israelitas anteriores a Cristo, y que es aceptada por todos los cristianos como primera parte de las biblias cristianas. En términos generales, no existe un consenso general entre los diferentes grupos de cristianos sobre si el canon del Antiguo Testamento debe corresponder al de la Biblia griega, con
Deuterocanónicos, que es lo que plantean las iglesias cristianas ortodoxas y católica a través de su historia, o al del Tanaj hebreo, que es lo que plantean los judíos actuales, algunos protestantes, y otros grupos cristianos emanados de estos. En total se numeran en el Antiguo Testamento 39 libros en la versión protestante, 46 libros en la versión de la Iglesia católica, y 51 libros en la de la Iglesia ortodoxa. Sin embargo, el orden, nombres y particiones de los libros del Antiguo Testamento de las biblias cristianas, a través de la historia, siguen la usanza griega y no la hebrea. Y, de la misma forma, varía del judaísmo en la interpretación y énfasis. (Véase, por ejemplo, el Libro de Isaías 7:14.). Aparte de los libros propios del texto griego de la Biblia, el canon de la Iglesia copta admite otros libros, como el Libro de Enoc y el Libro de los Jubileos.
El Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento es una colección de 27 libros, representativos de 5 diferentes géneros literarios judeocristianos:
4 Evangelios,
1 Libro de los Hechos,
1 Apocalipsis, y
19 Epístolas (6 epístolas «católicas» o apostólicas, y 13 epístolas paulinas). Una séptima epístola católica ―a saber, la Primera epístola de Juan―, y una decimocuarta epístola paulina ―concretamente, la Epístola a los hebreos―, realmente pertenecen al género ensayístico o doctotratadístico, es decir, se trata de tratados doctrinales, con lo que representan un quinto género de escritos del Nuevo Testamento.
La figura protagónica es Jesús de Nazaret, llamado Cristo. Casi todos los cristianos, con algunas excepciones, como el cristianismo gnóstico de los primeros siglos, han venido asumiendo el Nuevo Testamento como un texto sagrado divinamente inspirado. Sin embargo, no hay unidad universal en el canon del Nuevo Testamento. Son 27 libros en el canon de la Iglesia Católica, aceptado por la mayoría de las Iglesias protestantes. La Iglesia cristiana ortodoxa de Siria solo acepta 22 libros en su canon. Libros como el Primer libro de Clemente y el Segundo libro de Clemente, el Libro de la Alianza, el Octateuco y otros, han sido motivo de disputas, y son aceptados por parte de otras Iglesias cristianas.
Otros libros referenciados en la Biblia
Dentro del texto bíblico se mencionan algunos libros y epístolas de los cuales no se cuenta con copias reportadas actualmente o solo se conservan fragmentos. Generalmente se les menciona como referencias primarias, escritos de elaboración anterior o como complemento de lo escrito dentro del contexto donde se los menciona. En el caso del Libro de Enoc, este ha venido siendo tenido por apócrifo por la mayoría de religiones (siendo caso contrario el canon de la iglesia ortodoxa etíope) a pesar de haber sido referenciado en la Biblia y encontrarse en un estado íntegro de contenido.
La siguiente lista parcial muestra algunos de los libros que no están disponibles hoy en día en la mayoría de ediciones bíblicas. Dichos libros son: El libro del convenio o El libro del pacto o El libro de la alianza - El libro de las batallas de Yahveh -El libro de Jaser (o libro del justo) - Un libro guardado delante de Yahveh - El libro de los hechos de Salomón - El libro del vidente Samuel - El libro del profeta Natán - El libro del vidente Gad - Profecías de Ahías el silonita, y del vidente Iddo - Los libros del profeta Semaías - Las palabras de Jehú - Los hechos de Uzías - Los registros de los reyes de Israel o Las actas de los reyes de Israel - Las palabras de los videntes - Un rollo con la palabra de Yahveh a Jeremías desde los días de Josías - Un libro de Jeremías contra de toda la maldad de Babilonia - Un libro de memorias - Una epístola anterior de Pablo a los corintios - Otra epístola de Pablo a los efesios - La carta de Pablo a los laodicenses - Las profecías de Enoc.
Conservación e integridad de la Biblia
Existen opiniones divididas en cuanto a la afirmación de que gran parte de la Biblia se ha conservado sin cambios importantes hasta nuestros días. Actualmente, la creencia común en casi toda la cristiandad supone la infalibilidad y/o inerrancia del texto bíblico, dando por sentado que la Biblia está exenta de todo error, siendo perfecta como palabra de Dios al hombre. Este concepto es similar a la doctrina de la sola scriptura, donde se considera que la Biblia contiene todo lo necesario para la salvación del hombre. En el credo de Nicea se confiesa la creencia de que el Espíritu Santo «ha hablado por medio de los profetas». Este credo ha sido sostenido por los católicos, ortodoxos, anglicanos, luteranos y la mayoría de denominaciones protestantes. Sin embargo, como nota Alister E. McGrath, «los reformadores no vieron conectado el asunto de la inspiración con la absoluta fiabilidad o verdadera inerrancia de los textos bíblicos». Él dice:
[...] el desarrollo de las ideas de 'infalibilidad bíblica' o 'inerrancia' dentro del protestantismo pueden ser trazadas a los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. Los defensores de la idea de que las escrituras bíblicas son fieles y están completas se basan en la cantidad de copias idénticas que, desde tiempos remotos, se ha realizado de las mismas. Los copistas hebreos de las Escrituras, denominados masoretas, que copiaron las Escrituras hebreas entre los siglos VI y X solían contar las letras para evitar errores.
Quienes no están de acuerdo con estas afirmaciones apelan a circunstancias tales como traducciones de un idioma a otro, copiado de manuscritos, opiniones divergentes en dogmas y/o destrucción deliberada y sostienen por tanto que la Biblia no ha llegado como un volumen completo. Hallazgos tales como los manuscritos del Mar Muerto han mostrado que, en gran parte, esto sucedió antes del siglo I d. C., aunque los textos encontrados allí, y los conocidos hasta entonces, parecen presentar cambios menores. En otros casos, libros tales como los Evangelios apócrifos fueron descartados del canon aceptado durante los concilios ecuménicos, como parte de un esfuerzo por mantener la integridad doctrinal. Casos como el del hallazgo del texto completo del Evangelio de Tomás entre los Manuscritos de Nag Hammadi, entre otros textos tomados por heréticos en su momento, evidencian un proceso editorial paulatino en épocas pasadas. Hay otros textos relevantes relacionados con la Biblia «original» como los escritos apócrifos hallados en Egipto y Cisjordania (Qumrán, cerca del mar Muerto), e incluso en países muy lejanos hacia el Sur y el Oriente. Estos han supuesto una nueva interrogante acerca de si ya estaría completo el canon bíblico, o habría que revisarlo de forma detallada.
Arqueología bíblica
Las investigaciones arqueológicas en la zona donde se desarrollan los hechos narrados en la Biblia tienen como un resultado añadido la comprobación de los hechos, lugares y personajes que aparecen citados en los diferentes libros que componen la Biblia. Incluso se ha llegado a crear el término de arqueología bíblica para denominar a una parte de la arqueología que se encarga de estudiar los lugares indicados en la Biblia. Hay varios casos en que los descubrimientos arqueológicos han señalado congruencias con los hechos o personajes bíblicos. Entre esos descubrimientos se encuentran los siguientes:
-Rey Sargón II de Asiria. Este personaje, que aparece en Isaías 20:1, no pudo ser confirmado hasta que en 1843 se descubrieron las ruinas de su palacio. Se hallaron escritos en los que se relatan las conquistas de las ciudades de Samaria y Asdod que aparecen también relatados en el libro de Isaías.
Joaquín, rey de Judá. El descubrimiento de las tablillas de Babilonia permitió la confirmación de la existencia del rey Joaquín de Judá y sus cinco hijos que aparecían nombrados en el II Libro de los Reyes y el I Libro de Crónicas.
-El sello de Yehujal. En 2005 la arqueóloga Eilat Mazar descubrió un sello de arcilla en el cual se nombraba Yehujal (Jehucal o Jucal), un funcionario judío que es nombrado en el Libro de Jeremías.
-Hallazgos en Nínive. En el palacio de Senaquerib hay un bajorrelieve que muestra a las tropas asirias llevando cautivos a los israelitas tras la caída de Laquis, hecho relatado en el Segundo libro de los reyes. En las piezas conocidas como Anales de Senaquerib se relatan los hechos realizados durante el reinado de Ezequías y a este mismo personaje. También es curioso como en el listado de ciudades conquistadas por los asirios no aparece Jerusalén lo cual concuerda con el relato bíblico de que fueron derrotados a sus puertas, al igual que se relata el asesinato de Senaquerib que están incluidos en el II Libro de los Reyes 19:37 (También en 2 Crónicas 32: 21 y en Isaías 37: 37-38).
-El Cilindro de Ciro. Se encontró en Sippar, cerca de Bagdad (Irak). Narra la conquista de Babilonia por Ciro el Grande. Algunos ven en el relato de Isaías 13:1, 17-19 e Isaías 44:26-45:3 la profecía de la destrucción de Babilonia por Ciro. También en el cilindro se expone la política de Ciro de dejar volver a los pueblos deportados a su tierra de origen, tal y como sucedió con los israelitas. La arqueología también ha brindado descubrimientos interesantes con relación a la conformación de los propios textos bíblicos. Los descubrimientos del Evangelio de Tomás y del Evangelio de Felipe, por ejemplo, reforzaron la Hipótesis de Q. Unos pocos eruditos se inclinan a opinar que el Evangelio de Tomás es más antiguo que los 4 canónicos y que al igual que Mateo y Lucas, tuvo a Q por fuente documental. Conforme a quienes apoyan la hipótesis de la Fuente Q, los evangelios más antiguos serían colecciones de dichos de Jesús que no narrarían la crucifixión ni la resurrección, sino que se preocuparían por mantener el registro de las enseñanzas del Maestro.
Crítica bíblica
La crítica bíblica es el estudio e investigación de los escritos bíblicos que busca discernir juicios sobre estos escritos. Viendo los textos bíblicos con un origen humano más que sobrenatural, se pregunta cuándo y dónde se origina un determinado texto. Cómo, por qué, por quién, para quién y en qué circunstancias fue producido, qué influencias existen en su producción, qué fuentes se habrían utilizado en su composición, y qué mensaje se pretende transmitir. La crítica bíblica varía levemente según se focalice en el Antiguo Testamento, las cartas del Nuevo Testamento o los Evangelios canónicos y juega también un papel importante en la búsqueda del Jesús histórico. También alude al texto físico, incluyendo el significado de cada palabra y el modo en el que se utiliza cada una de ellas, su preservación, historia e integridad. De hecho, la crítica bíblica es una disciplina que abarca un amplio rango de materias como la arqueología, la antropología, el folclore, la lingüística, las tradiciones orales evangélicas y los estudios religiosos e históricos.
La crítica bíblica es el estudio e investigación de los escritos bíblicos que busca discernir juicios sobre estos escritos. Viendo los textos bíblicos con un origen humano más que sobrenatural, se pregunta cuándo y dónde se origina un determinado texto. Cómo, por qué, por quién, para quién y en qué circunstancias fue producido, qué influencias existen en su producción, qué fuentes se habrían utilizado en su composición, y qué mensaje se pretende transmitir. La crítica bíblica varía levemente según se focalice en el Antiguo Testamento, las cartas del Nuevo Testamento o los Evangelios canónicos y juega también un papel importante en la búsqueda del Jesús histórico. También alude al texto físico, incluyendo el significado de cada palabra y el modo en el que se utiliza cada una de ellas, su preservación, historia e integridad. De hecho, la crítica bíblica es una disciplina que abarca un amplio rango de materias como la arqueología, la antropología, el folclore, la lingüística, las tradiciones orales evangélicas y los estudios religiosos e históricos.
La Biblia y los distintos idiomas
Los libros bíblicos fueron escritos inicialmente en distintas lenguas, llamadas lenguas bíblicas (hebreo, arameo y griego helenístico). En distintas épocas históricas fueron traducidos de unas de ellas a otras, y posteriormente a las demás.
La Biblia hebrea - La Biblia griega - La Biblia latina - Traducciones de la Biblia.
Estadísticas
-El número de palabras de la Biblia varía ―según la versión y el idioma― entre 773 69233 y 783 137.
-La Biblia ortodoxa consta de 1347 capítulos; la católica, de 1329, y la protestante, de 1189, 260 de los cuales constituyen el Nuevo Testamento.
-El libro que aparece como último en la Biblia es el Apocalipsis de Juan, pero en realidad el último en ser escrito fue el Evangelio de Juan.
-El capítulo más corto de la Biblia es el «Salmo 117» (solo 2 versículos), y el capítulo más largo es el «Salmo 119» (176 versículos).
-El libro más corto de la Biblia es la Segunda epístola de Juan (13 versículos), seguido por la Tercera epístola de Juan (15 versículos), el Libro de Abdías (21 versículos) y la Epístola de Judas (25 versículos).
-Los versículos más cortos de la Biblia son («No matarás»), («No robarás»), y («Jesús lloró»). El más largo es: Entonces fueron llamados los escribanos del rey en el mes tercero, que es Siván, a los veintitrés días de ese mes; y se escribió conforme a todo lo que mandó Mardoqueo, a los judíos, a los sátrapas, a los capitanes y a los príncipes de las provincias, desde la India hasta Etiopía, a las ciento veintisiete provincias; a cada provincia según su escritura, y a cada pueblo conforme a su lengua, y también a los judíos según su escritura y su lengua.
-La Biblia es el libro más vendido de todos los tiempos y el más traducido.
-Desde el año 2005 el país mayor productor de biblias es China.
Divisiones de la Biblia
En la actualidad, cada uno de los libros de la Biblia se encuentra dividido en capítulos y versículos, lo que permite que se pueda hallar fácilmente un determinado pasaje. Sin embargo, es importante destacar que los escritores originales de la Biblia nunca la dividieron de esa forma. Debido a la necesidad de facilitar la búsqueda de un pasaje particular, desde la antigüedad los creyentes idearon ciertas distribuciones textuales, aunque ninguna de estas fue adoptada universalmente.
La Biblia Parisiense, publicada en 1226, fue la primera Biblia que contó con la división de capítulos que tenemos ahora, y el causante de ese arreglo fue el inglés Stephen Langton. En el año de 1555, el francés Robert Estienne (o Robertus Stephanus), publicó una Biblia en idioma latín, que incluyó por primera vez nuestra división actual de capítulos y versículos.
Divisiones Antiguas
Los textos originales (hebreos, arameos y griegos) tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, no estaban divididos en capítulos y versículos. Los escritores sagrados compusieron un texto largo y continuo desde la primera hasta la última página, que inclusive no contaba con signos de puntuación que guiaran al lector.
Al parecer, la primera división sistemática de una sección de la Biblia, surgió de la necesidad que tuvieron los judíos de implementar un plan de lectura organizado de la Ley (es decir de los libros del Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) para sus reuniones en sus sinagogas durante el día de reposo (o séptimo día). Así, alrededor del año 586 a.C., la Ley fue dividida en 154 secciones llamadas sedarim, que conducían a un plan de lectura de tres años.
Unos 50 años más tarde, la Ley se seccionó en 54 divisiones llamadas perashiyyot, a fin de establecer un plan de lectura para un año. Como complemento, se seleccionaron 54 trozos de los libros de los profetas, a los que llamaron haftarot (o despedidas), porque con su lectura se cerraban las funciones litúrgicas de la lectura de la Biblia. (Ver Hechos 13:14-15 y 13:27). Lucas 4:16-30, narra que en una sinagoga de Nazaret, Jesucristo leyó la haftará que correspondía a ese día de reposo, y sorprendió a sus oyentes al decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”.
Posteriormente, además de la Ley, también se dividieron en párrafos los demás textos del Antiguo Testamento, y estos se indicaron por dos letras del alfabeto hebreo. La letra 'Pe' indicaba la sección abierta de un párrafo que se iniciaba en una nueva línea, mientras que la letra 'Samech' indicaba la sección cerrada. Los ejemplares más antiguos conocidos, como el Rollo del Mar Muerto de Isaías (que data del año 150 a. C.), utilizan estas dos letras hebreas para sus divisiones de párrafos. Sin embargo no se obtuvo uniformidad, puesto que los judíos palestinos, se nos dice, tenían versos más cortos que los judíos babilonios.
En el Nuevo Testamento encontramos una viva muestra de cómo se citaron las porciones de la Biblia en los primeros siglos de la Era Cristiana. Los escritores cristianos de los primeros siglos, usaron esta misma manera para referirse a los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Estos se citaban haciendo referencia a un evento, a un personaje, a un autor o a un libro, pero con poca especificidad. Jesucristo se refirió a lo que hoy conocemos como el capítulo 3 del Éxodo, llamándolo el pasaje de la zarza (Marcos 12:26, Lucas 20:37). El apóstol Pablo se refirió a lo que hoy conocemos como 1 Reyes 19:14-18, diciendo que se
trataba de un pasaje de la historia de Elías (Romanos 11:2-4). Jesucristo se refirió al Salmo 110:1, diciendo que eso fue dicho por David en el libro de los Salmos (Marcos 12:36, Lucas 20:42). El apóstol Mateo se refirió a lo que hoy se conoce como Isaías 53:4, diciendo que eso fue dicho por el profeta Isaías (Mateo 8:17). Al parecer, la cita más específica es aquella donde el apóstol Pablo dice: “como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy” (Hechos 13:33). También hay referencias bastante generales que simplemente dicen: “lo dicho por el profeta” (Mateo 1:22-23), “escrito está en los profetas” (Juan 6:45), “como está escrito en la ley del Señor” (Lucas 2:23), “para que se cumpliese la Escritura” (Juan 19:24), “pues la Escritura dice” (Romanos 10:11), “la palabra que está escrita” (1. Corintios 15:54), “contiene la Escritura” (1. Pedro 2:8), etc.; o simplemente comenzaban a mencionar porciones de la Biblia de corrido con el discurso que venían desarrollando (Por ejemplo Hebreos 1:5-14).
Los primeros cristianos se reunían semanalmente para leer los libros sagrados. Ellos siguieron el método judío de la lectura de la Ley y de ciertas porciones de los profetas, pero también le agregaron la lectura del Nuevo Testamento. Es por esto que en una época muy temprana, resolvieron dividir los rollos del Nuevo Testamento en secciones o capítulos que pudieran ser cómodamente leídos en sus reuniones. Parece que muchos copistas se sintieron en libertad de insertar divisiones a su antojo. Tertuliano (150-222 d.C), escribió a finales del siglo II, acerca de capítulos de diferentes libros de la Biblia. Dionisio (190-264 d.C.) declaró que algunos habían examinado el libro del Apocalipsis capítulo por capítulo.
A mediados del siglo III, Amonio de Alejandría
completó una armonía de los evangelios (de Mateo, Marcos, Lucas y Juan). Para esto, tomó al evangelio de Mateo como su norma y lo comparó con los otros evangelios. Así se dispuso a mostrar los pasajes que eran comunes a los cuatro, los que eran comunes a tres, y así sucesivamente. En el siglo IV, Eusebio de Cesarea (260-340 d. C.) mejoró el trabajo de Amonio, dividiendo a los evangelios en secciones temáticas conocidas como kefalaia (tablas o cánones) dándoles una numeración. Estas secciones fueron mucho más pequeñas que las de nuestros capítulos actuales, ya que había 355 en Mateo, 234 en Marcos, 342 en
Lucas y 231 en Juan. Dicha división se adoptó en muchos manuscritos que contenían el texto en latín y en griego (como por ejemplo el Códice Sinaítico).
Hacia el final del siglo IV, se añadió una nueva división llamada titloi (títulos), que eran porciones de los evangelios con resúmenes colocados en la parte superior o inferior de la página, y que a su vez agrupaban a varias kefalaia. Había 68 titloi en
Mateo, 48 en Marcos, 83 en Lucas y 18 en Juan.
Los otros libros del Nuevo Testamento fueron similarmente divididos, aunque no sabemos exactamente cuando. Aunque las divisiones anteriores fueron bastante extendidas, esto no quiere decir que eran las únicas existentes. Por ejemplo, el Códice Vaticano, del siglo IV d. C., incluye marcas en el margen que son divisiones en 'capítulos' (para
Mateo tiene 170 divisiones, que no son los 28 capítulos de la división que usamos; para Marcos 62 divisiones).
Entre los siglos VI y X, el texto hebreo alcanza su forma definitiva. Este trabajo fue obra de escribas judíos que la historia conoce con el nombre de 'masoretas', de donde procede el nombre de Texto Masorético. Los masoretas se dedicaron a recoger y poner por escrito la 'masora', es decir, el conjunto de observaciones críticas sobre el texto inspirado acumuladas durante siglos, muchas de ellas transmitidas oralmente. Los masoretas introdujeron, además, todo un complejo sistema para la pronunciación y comprensión correctas del texto, cuyo valor a veces nos es desconocido: vocales, signos o acentos musicales (que indican el tono recitativo con el que el texto se tenía que leer), pausales (equivalentes a nuestros signos de puntuación), tónicos (acento normal de la palabra) y otros signos diacríticos. A partir del
siglo VII, los masoretas subdividieron a los antiguos perashiyyot (que permitían leer toda la Ley en un año) en 669 segmentos más pequeños llamados sidrim, a fin de facilitar la ubicación de referencias. Para el siglo IX, establecieron la división de todo el texto del Antiguo Testamento en versículos y en secciones
(pisqah).
La Actual División en Capítulos
Al parecer, nuestra actual división de capítulos y versículos fue iniciada por Lanfranco de Canterbury (1005-1089 d.C.), y erróneamente algunos le han atribuido su completo desarrollo a él. Él nació en Pavía (Italia). En el año 1042 se convirtió en monje católico romano, y para el año 1045 fundó una escuela en la Abadía de Bec (En Normandía, Francia), la cual adquirió una gran reputación atrayendo a alumnos de varias partes de Europa, y de ellos varios alcanzaron posiciones muy influyentes. Tras convertirse en consejero de Guillermo I de Inglaterra, alcanzó la influencia para ser nombrado arzobispo de Canterbury en el 1070 d.C. y ostentó dicho cargo hasta su muerte.
Una prueba de que desde el siglo XI, había un avance para la división en capítulos que poseemos actualmente, queda demostrado en el hecho de que cardenal Humberto de Silva Candida, alrededor del año 1059, citó a los capítulos 12 y 13 del Éxodo, y al 23 de Levítico, de acuerdo con nuestra división actual de los capítulos. Durante el siglo XIII floreció la Universidad de Paris (o La Sorbona), y esta se destacó como el mayor centro de educación teológica del catolicismo romano durante la edad media. Debido a la procedencia internacional de los estudiantes, se generó un cierto caos en razón a las diversas maneras que ellos tenían para identificar alguna parte de la Escritura, por lo cual se mostró claramente la necesidad de implementar un sistema normalizado de capitulación. Stephen Langton (1150-1228), de origen inglés, quien fue profesor de la Universidad de Paris durante unos 25 años, fue el encargado de trabajar en dicha unificación. A medida que los estudiantes iban regresando a sus lugares de origen, llevaban consigo la nueva división que habían aprendido en París. En el el año de 1206, Stephen Langton viajó a Roma para ser nombrado cardenal, y en el año 1218 se trasladó a Inglaterra para ejercer como Arzobispo de Canterbury. Para el año 1226, la Universidad de Paris publicó una edición de la Vulgata Latina, conocida como la Biblia Parisiense, y en ella se introdujo la división hecha por Stephen Langton. Debido al renombre de la Universidad de Paris, esta edición alcanzó gran difusión y se propagó por toda Europa, llegando a ser el único texto utilizado durante más de tres siglos. Las publicaciones posteriores siguieron el formato de Stephen Langton.
Posteriormente Hugo de San Cher (1200-1264) [en latín Hugo de Sancto Caro], dirigió a un grupo de unos 500 monjes en la realización de una concordancia para la Bíblia en la versión Vulgata Latina. Dicho trabajo fue terminado en el año de 1240. Como el objetivo fue el de facilitar la búsqueda de cualquier palabra en la Escritura, Hugo de San Cher subdividió a los capítulos en siete partes (no párrafos) de una misma longitud, y los marcó en el margen con las letras A, B, C, D, E, F, G, a fin de que se hiciera referencia a un pasaje con el número del capítulo y la letra (o letras) que lo contuvieran. Sin embargo, en los salmos más cortos, la división no siempre se extendió a siete. Esta división (excepto en los Salmos) fue modificada por Conrad de Halberstadt (c. 1290), quien redujo las divisiones de los capítulos más cortos de siete a cuatro, de modo que se identificaran desde la A a la D. Una errónea opinión común, atribuye la división actual de los capítulos de la Biblia a Hugo de San Cher, y esta proviene del testimonio de Gilbert Genebrard (m. 1597), quien dijo que cuando el cardenal Hugo hizo la concordancia, también hizo esa división. Sin embargo, hemos visto que la actual división en capítulos fue terminada por Stephen Langton, y que Hugo de San Cher lo que hizo fue una subdivisión de los mismos para facilitar el encuentro de las palabras a partir de su concordancia. La difusión de estas divisiones fue tan bien recibida, que incluso por razones prácticas fue adoptada por los propios judíos. El rabí Salomon Ben Ismael, las insertó por primera vez en manuscritos del texto hebreo alrededor del año 1330 d.C.
La Actual División en Versículos
Algunos han atribuido erróneamente la actual división de versículos al rabino Mardoqueo Natán. En realidad él no hizo esa división tal y como la conocemos ahora, pero lo que sí hizo fue subdividir con números (y no con letras) los capítulos propuestos por Stephen Langton para el Antiguo Testamento. Inspirado en la gran utilidad de la Concordancia de Hugo de San Cher, se puso a trabajar en una concordancia hebrea para uso de los judíos. Principió esta obra en el año de 1438, y la concluyó en el de 1445.
Sanctes Pagnino (1470-1536), fue un católico dominico, que en el año de 1528 imprimió una Biblia en latín conocida como la “Veteris et Novi Testamenti nova translatio”, la cual ganó buena aceptación entre los rabinos por su adhesión literal al texto hebreo. Él también subdividió en versículos numerados, los capítulos propuestos por Stephen Langton. Para el Antiguo Testamento siguió más o menos los versos masoréticos. Los versículos que puso para el Nuevo Testamento, eran tres o cuatro veces más largos que los actuales. Aún así, la subdivisión de Pagnino nunca fue ampliamente adoptada.
Robert Estienne (1503-1559) [en latín Robertus Stephanus], fue un prestigioso impresor y humanista francés. Debido a que él se identificó con el movimiento protestante, experimentó la hostilidad de los teólogos católicos de La Sorbona, por lo cual se vio obligado a dejar París para radicarse en Ginebra (Suiza). En el año de 1551, él imprimió un Nuevo Testamento Griego, en el cual apareció por primera vez nuestra actual división de versículos para esa parte de la Biblia. En el año de 1555, imprimió toda la Biblia en latín, y esa fue la primera vez en que la Biblia apareció con la división completa de capítulos y versículos que poseemos en la actualidad. Para los libros del Antiguo Testamento y para los deuterocanónicos, él adoptó con algunos retoques la división hecha por Sanctes Pagnino. Los números de los capítulos y de los versículos no estaban inmersos dentro del texto bíblico, sino en las márgenes.
En 1565, Teodoro de Beza inscribió los números de los versículos propuestos por Robert Estienne, en el interior del texto mismo.
En 1569, Casiodoro de Reina publicó en Basilea (Suiza), la primera traducción completa de toda la Biblia al idioma español, y en ella incluyó la división actual de capítulos y versículos.
En 1572, Arias Montano introdujo definitivamente la división actual de versículos en la Biblia hebrea, en su gran obra exegética, la Políglota de Amberes.
En 1592, El Papa Clemente VIII, hizo publicar una nueva versión de la Biblia en latín para uso oficial de la Iglesia Católica, y en ella se incluyó la división actual de capítulos y versículos.
Así que finalizando el Siglo XVI, los judíos, los protestantes y los católicos habían aceptado la división en capítulos introducida por Stephen Langton y la subdivisión en versículos introducida por Robert Estienne. De manera que desde entonces, estas divisiones en capítulos y versículos ganaron aceptación como una una forma estándar para localizar las porciones de la Escritura y se impusieron en el mundo entero.
Críticas al Arreglo Actual de Capítulos y Versículos
El hecho de contar con un sistema normalizado de capítulos y versículos para referirse a las partes de la Escritura es de una bondad indiscutible. Sin embargo, la actual división en capítulos y versículos ha recibido justas críticas, pues en varias ocasiones los capítulos de Stephen Langton no respetan la unidad del discurso, y del mismo modo los versículos de Robert Estienne aparecen en medio de una oración, pensamiento o frase, en lugar de formar párrafos convenientes y lógicos. Por ende, cuando vamos a interpretar la Biblia debemos ignorar esa división, entendiendo que su único propósito es el de facilitar la referencia. Algunas ediciones modernas han intentado rescatar la unidad del discurso al añadir subtítulos, pero aún así, el estudiante de la Biblia siempre debe tener presente que dichos subtítulos son arreglos de los editores, y que estos no forman parte del texto sagrado original.
Como ilustración de las divisiones deficientes de los capítulos, mostramos estos ejemplos:
-El relato de la creación de Génesis 1, no termina realmente en el versículo 1:31, sino en la mitad del versículo 2:4 con la frase: “Estos son los orígenes de los cielos y la tierra cuando fueron creados”.
Por lo cual, el capítulo 2 del libro del Génesis, que habla sobre Adán y Eva en el Huerto del Edén, en realidad debió haber empezado con la otra mitad de lo que ahora se conoce como el versículo 2:4, o sea con la frase: “Cuando YHWH Dios hizo la tierra y los cielos”.
-Génesis 9, toca dos asuntos distintos. En Génesis 9:1-17 se está hablando del pacto que Dios hizo con Noé y con sus hijos, del cual ya se venía hablando desde Génesis 8:15. Mientras tanto, en Génesis 9:18-29 se está hablando de Noé y su descendencia, que es un relato que continúa en el capítulo 10.
-Isaías 53 habla de la profecía de Jesucristo en su rol de Siervo del Señor, pero en realidad este tema fue empezado en Isaías 52:13, con las palabras: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto”.
-El Sermón del Monte, es un solo relato que abarca los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo. Si esto no se tiene en cuenta, se pierde la unidad conceptual.
-En el libro del Apocalipsis, hay temas que incluyen varios capítulos, por ejemplo el Cordero desatando los 7 sellos (Apocalipsis 6:1-8:5), las 7 trompetas (Apocalipsis 8:6-11:19), y las 7 plagas postreras (Apocalipsis 15:1-19:21).
De igual modo, como ilustración de las deficiencias en las divisiones de los versículos, podemos mostrar estos ejemplos:
-En el Salmo 19, la última línea del versículo 4 debió ser la primera línea del versículo 5, pues al igual que los versículos 5 y 6 se refiere al sol, el cual sin pronunciar ni una sola palabra, da testimonio por toda la tierra de la gloria del Dios Creador.
-Para hallar el sentido completo de ciertos Proverbios, debemos tomar más de un versículo. Por ejemplo: “No robes al pobre, porque es pobre, ni quebrantes en la puerta al afligido, porque Jehová juzgará la causa de ellos, y despojará el alma de aquellos que los despojaren” (Proverbios 22:22-23). Y también: “No tengas envidia de los hombres malos, ni desees estar con ellos, porque su corazón piensa en robar, e iniquidad hablan sus labios” (Proverbios 24:1-2).
-Para hallar el sentido completo de ciertas frases, por lo general debemos tomar más de un versículo. Por ejemplo: “Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto, del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1:67-75).
Romanos 2:5 termina con una frase incompleta que debió incluir el contenido del versículo 6, a fin de aclarar en una sola porción que Dios es quien pagará a cada uno conforme a sus obras.
-En Apocalipsis 20 se habla de las dos resurrecciones. La primera resurrección ocurre antes del milenio, y la segunda resurrección después del milenio. Por lo tanto, la frase “Esta es la primera resurrección”, no debió terminar el versículo 5 sino que debió empezar el versículo 6. Es evidente que si los muertos del versículo 4 aparecen ya resucitados, y los otros muertos no vuelven a la vida sino después de los mil años, la primera resurrección no puede ser la de los del versículo 5, sino la de los del versículo 4. La frase: “Pero el resto de los muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años”, se trata de un obvio paréntesis entre lo tratado en el versículo 4 y lo que continúa en el 6.
Basándose en un comentario poco claro del hijo de Estienne, algunos estudiosos han afirmado que el impresor hizo sus divisiones de los versículos mientras viajaba a caballo de París a Lyon (lo que explica los saltos a veces no naturales). Lo más probable es que la intención del hijo de Estienne fue la de decir que su padre dividió el texto mientras descansaba en posadas durante el viaje.
El Antiguo y el Nuevo Testamento, en cuanto podemos juzgar por el testimonio antiguo, y por los manuscritos hebreos, samaritanos, griegos y latinos, siempre han sido divididos en porciones cortas y manejables, y poco importa si los llamamos capítulos o párrafos. La división de los libros de la Biblia fue la obra de muchas personas durante muchos años. Las primeras divisiones fueron hechas con un propósito de lectura litúrgica, pero luego también se añadieron divisiones con el propósito de facilitar el estudio detallado. Nuestra división actual de capítulos fue terminada por Stephen Langton, pero fue aceptada universalmente debido al prestigio de la Universidad de París que editó la Biblia Parisina, una versión que contenía las divisiones de Langton. La actual división en versículos propuesta por Robert Estienne, fue aceptada universalmente debido al prestigio que éste tenía como impresor. A finales del Siglo XVI, los protestantes, los judíos y los católicos, ya habían adoptado nuestra división actual de capítulos y versículos, que desde entonces se hizo universal. Dichas divisiones han recibido justas críticas, ya que en muchas ocasiones los capítulos no conservan la unidad del discurso, y los versículos no mantienen la continuidad de las frases. Sin embargo, la posibilidad de citar uniformemente una parte de la Biblia en cualquier parte del mundo, es una bondad que sobrepasa a los errores de unidad conceptual. Muy difícilmente otro sistema podría reemplazar al actual.
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