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sábado, 24 de febrero de 2018

Los Concilios Regionales II

'Congregación general del Concilio de Trento en la basílica de Santa María la Mayor' (1633), por Elia Naurizio, expuesto en el Palazzo Pretorio.

Concilio de Basilea
Convocado por Eugenio IV (1431-1445) para buscar la pacificación religiosa de Bohemia. Se celebró en Basilea, Ferrara y Florencia. Se intentó la unidad con los ortodoxos, sin resultados, y la de los armenios y jacobitas con la Iglesia de Roma.

El Concilio de Basilea, también conocido como Concilio de Basilea-Ferrara-Florencia o Concilio de Florencia,1​ se inició en Basilea en 1431, desde donde se trasladó a Ferrara en 1438 y al año siguiente a Florencia donde finalizaría en 1445. Entre tanto, el Concilio se mantuvo reunido y rebelde al papa en la ciudad de Basilea, llegando a deponer a Eugenio IV y a elegir al antipapa Félix V. Está considerado por la Iglesia católica como el XVII Concilio Ecuménico, y el noveno de los celebrados en Occidente.

Contexto histórico
En 1378, algunos miembros del colegio cardenalicio, no contentos con la elección de Urbano VI, decidieron elegir un nuevo papa, el antipapa Clemente VII, causando la división de la cristiandad occidental en dos obediencias papales, período conocido como el Cisma de Occidente. En 1409 se intentó solucionar la situación por medio de la convocación de un concilio ecuménico en Pisa, creyendo que solo una reunión general de la Iglesia podía poner fin al cisma. Los dos pontífices de entonces, Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Aviñón, se negaron a participar del concilio, por lo que éste les depuso y en su lugar eligieron a Alejandro V. El papa de Pisa, Alejandro V, murió al año siguiente de ser elegido. Inmediatamente le sucedió el antipapa Juan XXIII. De esa manera, Pisa complicó el problema, ahora la Iglesia se encontraba dividida en tres obediencias.

Con la celebración del Concilio de Constanza (entre 1414 y 1418) y la elección de un solo papa, Martín V, se pone fin al gran cisma, pero en el debate teológico cobra fuerza la doctrina conciliarista. Las discusiones eclesiológicas del tiempo debatían entre dos conceptos fundamentales sobre la Iglesia: el primero definía a la Iglesia como una organización monárquica, cuya cabeza es el papa, sucesor de san Pedro; mientras que el segundo planteaba que la Iglesia es una comunidad de fieles, representada en el concilio, cuya presidencia ostenta el Papa. El concilio emana el decreto Frequens por medio del cual se ordena la celebración de otro concilio cinco años después del de Constanza y la frecuencia de un concilio cada diez años. Siguiendo el decreto Frequens, el papa Martín V, aunque si estaba preocupado por el avance de la teoría conciliarista, cinco años después del concilio de Costanza convocó un nuevo concilio en Pavía, el cual inició en abril de 1423, pero por causa de la peste fue trasladado a Siena. Al no asistir un número considerable de representantes de toda la Iglesia y al no emanar ningún decreto, dicho concilio se cerró sin ser considerado un concilio ecuménico.

Desarrollo del concilio
Basilea

El decimoséptimo concilio ecuménico fue convocado el 1 de febrero de 1431 por el papa Martín V. Su localización inicial en Basilea (Suiza) se debió al deseo de los participantes de desarrollar las sesiones fuera de los territorios dominados por las grandes potencias de la época para evitar influencias externas al propio concilio. El papa designó para presidir el concilio al cardenal Julián Cesarini, iniciándose las sesiones el 23 de julio de 1431 ya bajo el pontificado de Eugenio IV al haber fallecido Martín el 20 de febrero de ese mismo año. El concilio se dividió en cuatro comisiones, cada una de las cuales abordó uno de los objetivos previstos en la convocatoria. Así, una comisión se ocupó de los problemas de la fe, con los objetivos principales de la herejía husita y la unión con la Iglesia Ortodoxa; otra trabajó en la consecución de la paz entre los reinos cristianos, sobre todo en los conflictos entre Francia e Inglaterra, por un lado, y entre los reinos ibéricos, por otro; una tercera comisión se dedicó a la reforma de la Iglesia; y la cuarta a los asuntos generales. Inmediatamente comenzaron a tomarse decisiones, como la obligación de celebrar dos concilios provinciales por año y sobre todo el acuerdo con los husitas a los que se les permitió, mediante la publicación del decreto Compactata, recibir la comunión en ambas especies (pan y vino) en las zonas donde esa costumbre se hubiera implantado. Cuando el concilio comienza a impregnarse de la doctrina del conciliarismo, según la cual se daba preeminencia a los decretos aprobados en las asambleas conciliares frente a las decisiones del Papa como monarca absoluto de la Iglesia, Eugenio IV, el 18 de diciembre, decide disolverlo. Sin embargo, los participantes en Basilea, reforzados en su doctrina conciliarista, se niegan a reconocer la bula de disolución y mantienen el concilio vivo hasta que, el 15 de diciembre de 1433, el Papa, presionado por el emperador del Sacro Imperio, numerosos monarcas y con el colegio cardenalicio en su contra, se ve obligado a anular la bula de disolución y reconocer el concilio de Basilea como legítimo.

Ferrara
Cuando el concilio intenta solucionar el Cisma de Oriente y Occidente, Eugenio IV ve una oportunidad para concluir un concilio que pretende acabar con el absolutismo pontificio, al surgir una discusión sobre si el lugar adecuado para tratar el tema de la unión de la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa era Basilea u otro lugar más accesible a la legación griega que debía participar en las deliberaciones. Surgieron ciudades candidatas, como Aviñón, Udine y Florencia, ciudad esta última donde residía el Papa tras verse obligado a abandonar Roma por los conflictos en que se hallaba inmersa. Pero la elegida será Ferrara. Eugenio IV, sintiéndose reforzado en su posición tras este éxito, promulgó en 1436 el Libellus apologeticus, una feroz crítica a los logros de Basilea y posteriormente, el 18 de septiembre de 1437, ordenó el traslado del concilio a Ferrara donde se iniciarán las sesiones el 8 de enero de 1438.

Aunque una pequeña parte de los reunidos en Basilea acató la orden papal y se trasladaron a la nueva sede conciliar, la gran mayoría se negó a obedecer y decidieron continuar reunidos y declarar, el 25 de julio de 1439, depuesto al Papa acusándolo de cismático y herético. Entre los que lideraban esa corriente conciliarista estaba el teólogo Juan de Segovia.

Florencia
El 6 de julio de 1439, y debido a un brote de peste en Ferrara, Eugenio IV logró que el concilio se trasladase a Florencia, donde tenía fijada su residencia. Allí recibió la noticia de que Basilea, donde seguían reunidos en concilio, había procedido a elegir el 5 de noviembre a un nuevo papa que adoptó el nombre de Félix V.

Reunido con los delegados de la Iglesia ortodoxa y con el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo se alcanzó, mediante el decreto de unión bula Laetentur caeli, la unificación de ambas Iglesias. Los ortodoxos aceptaron que la incorporación del Filioque al credo niceno era una explicitación de la fe y no una herejía; cada Iglesia debía seguir su tradición respecto al pan fermentado o sin fermentar en la eucaristía; se aceptó la existencia del purgatorio; y la primacía del papa sobre toda la Iglesia.

Posteriormente se firmaron actas de unión con las Iglesias: armenia: bula Exultate deo el 22 de noviembre de 1439 y copta: bula Cantate Domino el 4 de febrero de 1442.

Fin del concilio en Roma
Con la aceptación de los decretos de unión de las iglesias griega y armenia, podía darse por terminado el concilio en Florencia, sin embargo, como en Basilea persistían con su reunión y el pequeño cisma, Eugenio IV quiso mantener el concilio abierto. El 7 de enero de 1443 hace otro traslado, esta vez al corazón del centro de la Iglesia, Roma, donde aún se mantuvieron dos sesiones: una en septiembre de 1444 y otra en agosto de 1445.6​ Consta que en ese tiempo se unieron nuevas iglesias orientales: la de siria, por medio de la bula Multa et admirabilia del 30 de noviembre de 1444; la de los caldeos y maronitas de Chipre con la bula Benedictus sit Deus del 7 de agosto de 1445. En Basilea las sesiones se extenderán hasta el 25 de abril de 1449, fecha en que se disolverá espontáneamente el concilio tras la abdicación del antipapa Félix.

Magisterio
Bula Laetentur caeli (6 de julio de 1439), sobre el Espíritu Santo, la Eucaristía y los Novísimos.
Bula Exultate Deo (22 de noviembre de 1439), sobre los Sacramentos.
Bula Cantate Domino (4 de febrero de 1442), sobre la Trinidad y la Encarnación.

Repercusiones
El resultado principal fue el reconocimiento por parte de la Iglesia ortodoxa de que la cabeza de la Iglesia era el Papa, opción apoyada por el emperador Juan VIII Paleólogo, el Patriarca latino de Constantinopla (Basilio Bessarión) y el Patriarca ortodoxo de Constantinopla (Gregorio III). Sin embargo, la oposición de los monjes griegos, que tenían un gran poder en la iglesia de oriente, y la conquista de Constantinopla por los turcos acabó con el acuerdo, ratificándose la separación de ambas iglesias en 1472. La victoria de Eugenio IV sobre los que persistían con el concilio en Basilea, si bien no significó el fin de las doctrinas conciliaristas, significó el reconocimiento del Romano Pontífice como la más alta autoridad eclesiástica en la cristiandad. La unión con otras iglesias orientales permanece hasta hoy, estas constituyen iglesias sui iuris y están en plena comunión con la Iglesia de Roma, es decir el Pontífice romano es la cabeza de esas iglesias pero ellas mantienen cierta autonomía y sobre todo en sus usos litúrgicos y tradiciones.

Concilio de Letrán V
Convocado en 1511 (comenzó en 1512) por el Papa Julio II y clausurado por León X en 1517. Su tema central fue la reforma de la Iglesia, decretándose disposiciones disciplinarias. Se propuso una cruzada contra los turcos, que no llegó a realizarse. El Quinto Concilio Lateranense se celebró en Roma, teniendo como sede la Basílica de San Juan de Letrán, y desarrollándose en doce sesiones entre el 3 de mayo de 1512 y el 16 de marzo de 1517. Está considerado por la Iglesia católica como el XVIII Concilio Ecuménico, y el décimo de los celebrados en Occidente.

El concilio de Pisa
La derrota del conciliarismo con el que se cerró el Concilio de Basilea, hizo que durante toda la segunda mitad del siglo xv no se volviera a celebrar un concilio ecuménico. A principios del siglo xvi, en 1503, Julio II es elegido papa gracias a la promesa bajo juramento de que convocaría un concilio ecuménico. Tras nueve años de pontificado dicho concilio no había sido aún convocado por el papa. Esta dilación fue aprovechada por Luis XII de Francia, enfrentado con un papa que pretendía liberar Italia de la influencia francesa, para lograr que un grupo de cardenales convocase, el 16 de mayo de 1511, el Concilio de Pisa, señalando como fecha de inicio el 1 de septiembre de dicho año.

El inicio del concilio se retrasó hasta el 1 de octubre, teniendo lugar entre siete u ocho sesiones, en las que se procedió a suspender a Julio II y se intentó recuperar el espíritu conciliarista que animó los concilios de Constanza y Basilea, para trasladarse en 1512 a Milán donde languidecería hasta su disolución.

El concilio
El papa reaccionó a la convocatoria del concilio de Pisa, al que calificó de "conciliábulo", declarándolo nulo y convocando, el 18 de julio, el Quinto Concilio Lateranense fijando inicialmente su apertura para el 19 de abril de 1512, aunque su inicio se retrasó hasta el 3 de mayo debido a la victoria francesa de Rávena.

Julio II falleció el 21 de febrero de 1513 cuando sólo se habían celebrado cinco sesiones en las que los acuerdos más relevantes hicieron referencia a:

La condena del concilio de Pisa.
La condena del conciliarismo.
La derogación de la Pragmática Sanción de Bourges.

El sucesor de Julio, León X, continuó con el concilio logrando los siguientes acuerdos en las siete sesiones que presidió: La adhesión al concilio de los franceses quienes, tras la muerte de Luis XII y su sucesión por Francisco I, abandonaron las posturas del concilio de Pisa. La condena de Piero Pomponazzi y de su doctrina de negación de la inmortalidad del alma, reconociendo además la existencia de un alma distinta para cada hombre.

La obligación de que toda obra impresa sea autorizada por la Iglesia. Esta censura previa se traducirá, en 1559, en la creación del Index Librorum Prohibitorum.

Concilio de Trento
Convocado por Pablo III (1545-1563) para tratar el tema de la escisión de la Iglesia por la reforma protestante. También se ocupó de muchos temas doctrinales, morales, y disciplinares. Se decretó sobre la Justificación, los Sacramentos, la Eucaristía, el Canon de la Sagradas Escrituras y otros temas, con variadas disposiciones disciplinares. Se condenaron las ideas de Lutero y otros reformadores. Fue el concilio más largo y en el que se promulgaron más decretos dogmáticos.

El Concilio de Trento fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica desarrollado en periodos discontinuos durante veinticinco sesiones entre los años 1545 y 1563. Tuvo lugar en Trento, una ciudad del norte de la Italia actual, que entonces era una ciudad imperial libre regida por un príncipe-obispo. Se convocó como respuesta a la Reforma protestante para aclarar diversos puntos doctrinales. Sus objetivos fueron definir la doctrina católica y disciplinar a sus miembros condenando la herejía de la Reforma. Fue el concilio más influyente y su importancia histórica se debe a haber definido la doctrina de la Iglesia sobre la Sagrada Escritura, la Tradición, los Sacramentos y el celibato, prohibiendo el casamiento de los sacerdotes, la afirmación de la supremacía de la autoridad papal, el decreto de la fundación de los seminarios y la delimitación de los campos de aplicación de los teólogos. El concilio definió las nuevas normas dogmáticas, litúrgicas y éticas de la Iglesia, en especial las prácticas rechazadas por los protestantes: presencia real de Cristo en la Eucaristía, justificación por la fe y por las obras, conservación de los siete sacramentos, las indulgencias y la veneración de la Virgen María y los santos.

Contexto histórico
Desde 1518, los protestantes alemanes reclamaban la convocatoria de un concilio alemán, y el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico intentaba cerrar las diferencias entre católicos y reformistas para hacer frente a la amenaza turca. En la Dieta de Worms (1521) se intentó zanjar las disputas, pero sin éxito: Martín Lutero (a quien Carlos V permitió que fuera convocado a dicha Dieta) acusó a Roma de ejercer la tiranía, y el Emperador se comprometió por escrito a defender la fe católica, incluso con las armas. En las Dietas posteriores, los príncipes alemanes, tanto protestantes como católicos, continuaron insistiendo en un concilio.

En vista de la situación hubo grandes presiones del emperador sobre el papa Clemente VII para que lo convocara, a lo que este se resistía. Al cabo de un tiempo, en 1529, el papa se comprometió a ello, pero la oposición del legado papal en la Dieta de Augsburgo de 1530 retrasó de nuevo el proyecto. Sin embargo, el principal responsable de que no se llegara a convocar fue la férrea oposición del rey Francisco I de Francia, ya que para que el concilio tuviese éxito era necesaria la aprobación de la mayoría de los monarcas. Desde antes de esta crisis extrema, la iglesia había intentado mejorar. Se puede mencionar a los cardenales Francisco Jiménez de Cisneros y Pedro González de Mejía o al arzobispo de Granada Hernando de Talavera, que en el siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos en España se dedicaron a mejorar la moral de la institución, nombrando obispos de grandes cualidades y fundando establecimientos educativos. En Italia, se había creado una asociación de seglares piadosos y clérigos, llamada el Oratorio del Amor Divino, que inició sus actividades secretas en 1517, sobre la base del amor al prójimo. Estos intentos, sin embargo, no bastaban. En Alemania se destacó la labor del obispo Nicolás de Cusa. Fue Paulo III, que había vivido las luchas en Italia, quien asumió el compromiso de unificar a los católicos, logrando la reunión de un Concilio, después de que varios Papas lo hubieran intentado sin éxito. Al principio fue admirador del humanista cristiano Erasmo de Róterdam y vio factible una posible reconciliación con los protestantes, pero luego acabó desechando esa posibilidad.

Convocatoria
Paulo III intentó reunir el concilio primero en Mantua, en 1537, y luego en Vicenza, en 1538, al mismo tiempo que negociaba en Niza una paz entre Carlos V y Francisco I. Tras diversos retrasos, convocó en Trento (Italia) un Concilio General de la Iglesia el 13 de diciembre de 1545, que trazó los alineamientos de las reformas católicas (luego conocidas como Contrarreforma). En la primera sesión se contó con la presencia de veinticinco obispos y cinco superiores generales de órdenes religiosas. Las reuniones, que sumaron en total 25, con suspensiones esporádicas, se prolongaron hasta el 4 de diciembre de 1563. El espíritu e idea del concilio fue plasmada por la gestión de los jesuitas Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Francisco Torres. La filosofía le fue inspirada por Cardillo de Villalpando y las normas prácticas, sobre sanciones de conductas, tuvieron como exponente principal al obispo de Granada, Pedro Guerrero. En este concilio, que culminó bajo el mandato del papa Pío IV, se decidió que los obispos debían presentar capacidad y condiciones éticas intachables, se ordenaban crear seminarios especializados para la formación de los sacerdotes y se confirmaba la exigencia del celibato clerical. Los obispos no podrían acumular beneficios y debían residir en su diócesis.

Se impuso, en contra de la opinión protestante, la necesidad de la existencia mediadora de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, para lograr la salvación del hombre, reafirmando la jerarquía eclesiástica, siendo el papa la máxima autoridad de la Iglesia. Se ordenó, como obligación de los párrocos, predicar los domingos y días de fiestas religiosas, e impartir catequesis a los niños. Además, debían registrar los nacimientos, matrimonios y fallecimientos. Reafirmaron la validez de los siete sacramentos y la necesidad de la conjunción de la fe y las obras, sumadas a la influencia de la gracia divina, para lograr la salvación, restando crédito a Lutero que sostenía que el hombre se salva por la sola fe sin conjunción con las obras que realizase. También se opuso a la tesis de la predestinación de Calvino, quien aseguró que el hombre está predestinado a su salvación o condena. En refutación a esa idea, la iglesia sostuvo que el hombre puede realizar obras buenas, ya que el pecado original no destruye la naturaleza humana, sino que solamente la daña.

Los santos fueron reivindicados al igual que la misa, y se afirmó la existencia del purgatorio. Para cumplir sus mandatos, se creó la Congregación del Concilio, dándose a conocer sus disposiciones a través del “Catecismo del Concilio de Trento”.

Se reinstauró la práctica de la Inquisición, que había surgido en el siglo XIII, para depurar a Francia de los herejes albigenses. Establecida en España en el año 1478, se propagó por varios países europeos bajo la denominación de Santo Oficio, que usó la tortura para obtener confesiones, la cual era practicada por el poder civil y era bien vista en la época. Si ese método no daba los resultados esperados, de arrepentimiento del hereje, este quedaba en manos del poder civil, que lo condenaba generalmente a la muerte en la hoguera. El protestantismo debió soportar la Inquisición en varios países, pero fue principalmente efectiva para con ellos en España, Italia y Portugal.

También creó el Índice, en 1557, por el cual se estableció una censura contra la publicación de pensamientos que pudieran ser contrarios a la fe católica, quemándose muchos libros considerados heréticos. Posteriormente al Concilio, en 1592, se publicó una edición definitiva de la Biblia, sosteniéndola como fuente de la revelación de la verdad divina, pero otorgando también dicho carácter a la Tradición, negándose su libre interpretación, al considerar a ésta una tarea del Papa y los obispos, herederos de San Pedro y los apóstoles, a quienes Cristo les asignó esa misión.

Desarrollo
Finalmente se convocó un concilio difícil y con continuas interrupciones, en el que se pueden distinguir hasta tres periodos con tres Papas diferentes: Paulo III, Julio III y Pío IV.

Paulo III siempre había sido muy favorable, como cardenal, a la celebración de un concilio general, que finalmente convocó para mayo de 1537 en la ciudad de Mantua. Pero sufrió sucesivos aplazamientos y cambios de lugar por variados motivos:
La mayoría de los prelados se mostraban reacios a celebrar un concilio en aquel momento.

Los príncipes alemanes protestantes, reunidos en la ciudad de Esmalcalda en 1535 (la Liga de Esmalcalda), cambiaron de estrategia y también se opusieron.
Los impedimentos puestos por Enrique VIII de Inglaterra y, sobre todo, por Francisco I de Francia.
El progresivo distanciamiento de Carlos I y el papa Paulo III. Los dos monarcas cristianos más importantes de aquel momento, Carlos I de España y Francisco I de Francia, estaban continuamente enzarzados entre ellos en disputas y conflictos militares. El monarca francés tenía una actitud cambiante y ambigua frente al Papa, la amenaza turca y los protestantes, mientras que Carlos I se mostró claro y decidido en estos temas. A pesar de ello, el Papa siempre aparecía neutral en sus disputas, lo que irritaba profundamente al emperador.

Finalmente, el 13 de diciembre de 1545 se pudo declarar abierto el concilio en la ciudad de Trento. En marzo de 1547 se trasladó a Bolonia debido a una plaga, aunque parte de los obispos se negaron a desplazarse. Tras varias disputas se acabó prorrogando de manera indefinida en septiembre de 1549. Paulo III murió en noviembre de 1549. Julio III, nombrado Papa en 1550, entabló inmediatamente negociaciones con Carlos I para reabrir el concilio, lo que tuvo lugar en Trento el 1 de mayo de 1551, pero apenas se celebraron unas pocas sesiones. El elector Mauricio de Sajonia, aliado de Carlos I, lanzó un ataque furtivo sobre este. Tras derrotar a las tropas imperiales, avanzó sobre el Tirol, con lo que puso en peligro a la propia ciudad de Trento. Esta amenaza provocó una nueva interrupción en abril de 1552. Julio III murió en 1555. Tras el corto papado de Marcelo II (23 días), fue elegido Paulo IV en 1555. Llevó a cabo reformas en la Iglesia, pero no convocó la continuación del concilio. Carlos I de España abdicó en 1556 y dividió sus estados entre su hijo Felipe (Felipe II de España) y su hermano Fernando de Austria. Pío IV fue elegido papa en 1559 y se mostró en seguida dispuesto a proseguir el concilio. Sin embargo, Fernando I y Francisco I preferían un concilio nuevo en una ciudad diferente a Trento y, además, los protestantes se oponían frontalmente a un concilio. Tras nuevos retrasos se reabrió el 18 de enero de 1562 y ya continuó hasta su clausura el 4 de diciembre de 1563. Constituye el periodo conciliar más importante de los tres. El Emperador intentó, al igual que hizo en su momento con la Dieta de Worms, que estuvieran representadas todas las partes, incluyendo a los protestantes, para que el concilio fuese verdaderamente ecuménico. Reiteró las invitaciones a los protestantes en los tres periodos y les ofreció salvoconductos. Sin embargo, sólo tenían derecho de palabra; al haber sido excomulgados, no tenían derecho a voto. Esto, unido a las frecuentes escaramuzas militares y al complicado mapa político alemán, hizo que finalmente no acudiesen delegados protestantes. El número de asistentes varió considerablemente entre los tres periodos. Los nombres que merecen destacarse por sus contribuciones son Domingo de Soto O.P., Diego Laínez S.J., Alfonso Salmerón S.J., Reginaldo Pole, Jerónimo Seripando O.S.A., Melchor Cano O.P. y Johannes Azra. Los teólogos y prelados españoles e italianos fueron los más importantes, tanto por su número como por la influencia que ejercieron.

Metodología del Concilio
Trento tuvo una actitud de apertura a escuchar las distintas escuelas teológicas; es decir, no es cierto que el concilio se cerrase al pluralismo teológico. El Concilio de Trento abordará dos temas fundamentales:

Los fundamentos de la fe donde se contiene la revelación. Los protestantes dirán que el único principio de la fe es la Sola Scriptura, pero esto no lo pueden admitir los católicos por ir contra el Magisterio de la Iglesia. Por tanto, Trento promulga un Decreto sobre los libros sagrados y las Tradiciones. ¿Dónde se contiene la revelación? El concilio afirma que se contiene in libris scriptis et sine scripto traditionibus (en los libros escritos y las tradiciones no escritas). ¿Cuál es la relación entre Escritura y Tradición?, es decir, ¿se contiene la revelación como parte en la Sagrada Escritura y parte en la Tradición? El concilio no se pronuncia. La primera redacción del decreto decía partim... partim, pero esto se sustituyó por un et en la redacción definitiva. ¿Qué tradiciones son éstas? Para los protestantes son creaciones humanas/costumbres eclesiásticas. El concilio dice que se trata de las Traditiones tum ad fidem tum ad mores pertinentes (tradiciones relativas a la fe o las costumbres). El problema son las tradiciones pertenecientes ad mores /costumbres o a los fundamentos del actuar cristiano. ¿Contienen las costumbres eclesiásticas la Revelación? ¿Pertenecen a la Tradición constitutiva de la Revelación? El concilio no detalla más. El problema está en distinguir qué elementos pertenecen a las tradiciones eclesiásticas y qué elementos a la Tradición constitutiva. Hay, pues, que interpretar.

Acuerdos adoptados en las sesiones
Sesiones 1 y 2: Celebradas el 13 de diciembre de 1545 y el 7 de enero de 1546, respectivamente. Cuestiones preliminares y orden del concilio.
Sesion 3: Celebrada el 4 de febrero de 1546. Se reafirmó el Credo Niceno-constantinopolitano.
Sesion 4: Celebrada el 8 de abril de 1546. Aceptación de los Libros Sagrados y la Tradición Apóstolica. Se declararon la Tradición apostólica y las Sagradas Escrituras como las dos fuentes de la revelación. La Vulgata se consideró la traducción aceptada de la Biblia.
Sesión 5: Celebrada el 17 de junio de 1546. Decreto sobre el Pecado original.
Sesión 6: Celebrada el 13 de enero de 1547. Decreto de la Justificación en 16 capítulos (se reafirmó el valor de la fe junto al de las buenas obras). Cánones sobre la justificación. Esta fue la sesión más importante del primer período.
Sesión 7: Celebrada el 3 de marzo de 1547. Cánones sobre los sacramentos en general. Cánones sobre el sacramento del bautismo. Cánones sobre el sacramento de la confirmación. Reforma de pluralidades, exenciones y asuntos legales del clero.
Sesión 8: Celebrada el 11 de marzo de 1547. Se acepta el traslado a Bolonia para huir de la peste.
Sesión 9: Celebrada el 21 de abril de 1547 en Bolonia. Prórroga de la sesión.
Sesión 10: Celebrada el 2 de junio de 1547 en Bolonia. Prórroga de la sesión. Suspensión del concilio por el papa.
Sesión 11: Celebrada el 1 de mayo de 1551. Continuación del concilio.
Sesión 12: Celebrada el 1 de septiembre de 1551. Prórroga.
Sesión 13: Celebrada el 11 de octubre de 1551. Decreto y cánones sobre el sacramento de la Eucaristía. Reforma de la jurisdicción episcopal y de la supervisión de los obispos.
Sesión 14: Celebrada el 25 de noviembre de 1551. Doctrina y cánones sobre el sacramento de la penitencia y la extremaunción.
Sesión 15: Celebrada el 25 de enero de 1552. No se toman decisiones.
Sesión 16: Celebrada el 28 de abril de 1552. Acuerdo de suspensión del concilio.
Sesión 17: Celebrada el 18 de enero de 1562. Reapertura del concilio.
Sesión 18: Celebrada el 26 de febrero de 1562. Necesidad de una lista de libros prohibidos.
Sesión 19:  Celebrada el 14 de mayo de 1562. Prórroga.
Sesión 20: Celebrada el 4 de junio de 1562. Prórroga.
Sesión 21: Celebrada el 16 de julio de 1562. Doctrina y cánones sobre la comunión bajo las dos especies y la comunión de los párvulos. Reforma de la ordenación, el sacerdocio y la fundación de nuevas parroquias.
Sesión 22: Celebrada el 17 de septiembre de 1562. Doctrina acerca del santísimo sacrificio de la Misa. La Eucaristía se definió dogmáticamente como un auténtico sacrificio expiatorio en el que el pan y el vino se transformaban en la carne y sangre auténticas de Cristo. Reforma de la moral del clero, la administración de fundaciones religiosas y los requisitos para asumir cargos eclesiásticos.
Sesión 23: Celebrada el 15 de julio de 1563. Doctrina y cánones sobre el sacramento del orden (la ordenación). Jerarquía eclesiástica. Obligación de residencia. Regulación de los Seminarios.
Sesión 24: Celebrada el 11 de noviembre de 1563. Doctrina sobre el sacramento del matrimonio.​ Se reafirmó la excelencia del celibato. Reforma de obispos y cardenales.
Sesión 25: Celebrada los días 3 y 4 de diciembre de 1563. Decreto sobre el purgatorio. Se reafirman la existencia del purgatorio y la veneración de los santos y reliquias. Reforma de las órdenes monásticas. Supresión del concubinato en eclesiásticos. Se dejó al Papa la tarea de elaborar una lista de libros prohibidos, la elaboración de un catecismo y la revisión del Breviario y del Misal. De la Trinidad y Encarnación (contra los unitarios). Profesión tridentina de fe. Clausura del concilio.

Comentarios finales
Aunque no consiguió reunificar la cristiandad, el Concilio de Trento supuso para la Iglesia católica una profunda catarsis. Se convocó como respuesta a la Reforma Protestante para aclarar diversos puntos doctrinales. También abolió los ritos eucarísticos locales, respetando solo aquellos que atestaban de más de dos siglos de antigüedad (rito mozárabe, rito lionés, rito ambrosiano) y estableció el rito de la ciudad de Roma conocido como Misa Tridentina, como rito de toda la iglesia latina. Desde un punto de vista doctrinal, es uno de los concilios más importantes e influyentes de la historia de la Iglesia católica.

Por otro lado se abordó la reforma de la administración y disciplina eclesiásticas. El concilio eliminó muchos abusos flagrantes, como la venta de indulgencias o la educación de los clérigos, y obligó a los obispos a residir en sus obispados, con lo que se evitó la acumulación de cargos. 

Sus decisiones giraron sobre cuatro puntos principales:

1 Contra los protestantes, que admitían como única autoridad infalible la de las Escrituras, afirmó que la tradición (las enseñanzas recibidas por los Apóstoles por medio oral, y conservadas a través de los siglos en los textos de los Padres Apostólicos, de los Padres del desierto y de los Padres de la Iglesia, la sucesión petrina ininterrumpida del Primado de Roma y los Concilios) constituye, con las Escrituras, uno de los fundamentos de la fe, y recomendó para el estudio bíblico, la Biblia Vulgata, traducción latina hecha por San Jerónimo, sobre textos griegos de los primeros siglos.
2 Confirmó y definió los dogmas y prácticas rechazadas por los protestantes (presencia real de Cristo en la Eucaristía, justificación por la fe y por las obras, conservación de los siete sacramentos, las indulgencias, la veneración de la Virgen María y los santos, etc.), fijando con nitidez la frontera entre la ortodoxia y las nuevas herejías, consumando la diferenciación clara entre la Iglesia Apostólica y los movimientos reformadores surgidos del luteranismo.
3 Adoptó medidas para asegurar a la Iglesia un clero más moral y más instruido (prohibición del casamiento de los sacerdotes, prohibición de acumular beneficios, obligación de residencia para obispos y curas, creación de seminarios para la formación de sacerdotes, etc.). 
4 Fortificó la jerarquía y, con ello, la unidad católica, al afirmar enérgicamente la supremacía del papa, «Pastor Universal de toda la Iglesia» e, implícitamente, su superioridad sobre los concilios.

Además enseñó que: La doctrina católica, tal cual la expuso el concilio de Trento, es que los que salen de vida en gracia y caridad, pero no obstante deudores de las penas que la divina justicia se reservó, las padecen en la otra vida. Esto es lo que se nos propone creer acerca de las almas detenidas en el purgatorio. Art. "Purgatorio," en el Diccionario Enciclopédico Hisp.-Amer.

El Concilio (tridentino) enseña: 

a. Que después de la remisión de la culpa y de la pena eterna, queda un reato de pena temporal.
b. Que si no se ha satisfecho en esta vida debe satisfacerse en el purgatorio.
c. Que las oraciones y buenas obras de los vivos son útiles a los difuntos para aliviar y abreviar sus penas. d. Que el sacrificio de la misa es propiciatorio y aprovecha a los vivos lo mismo que a los difuntos en el purgatorio. Art. "Purgatorio," en el Diccionario de ciencias eclesiásticas, por Perujo y ángulo (Barcelona, 1883-1890).

Concilio de Vaticano I
Convocado por Pío IX en 1869, tuvo que interrumpirse el 20 de septiembre, por la toma de Roma por Garibaldi. Trató los temas de la fe y constitución de la Iglesia. Se definió la potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad cuando habla ex cathedra en temas de fe y moral.

El concilio Vaticano I fue el primer concilio celebrado en la Ciudad del Vaticano. Convocado por el papa Pío IX en 1869 para enfrentar al racionalismo y al galicanismo. En este Concilio se aprobó como dogma de fe la doctrina de la infalibilidad del papa. Tuvo cuatro sesiones:

Primera Sesión: celebrada el 8 de diciembre de 1869 con el Decreto de apertura del concilio.
Segunda Sesión: celebrada el 6 de enero de 1870 con la Profesión de Fe.
Tercera Sesión: celebrada el 24 de abril de 1870 concluyendo con la aprobación de la Constitución Dogmática Dei Filius sobre la fe católica.
Cuarta Sesión: celebrada el 18 de julio de 1870 concluyendo con la aprobación de la Constitución Dogmática Pastor Aeternus sobre la Iglesia de Cristo que declara el dogma de la infalibilidad papal.

El concilio fue suspendido por Pío IX el 20 de octubre de 1870, después que se hubiera consumado la unión a Italia de los Estados Pontificios.

Antecedentes
En un principio, no parecía necesario un nuevo concilio para afrontar asuntos no tratados en el anterior Concilio de Trento, por lo que cuando Pío IX anunció su intención de celebrar un concilio causó sorpresa y hasta extrañeza. El 8 de diciembre de 1864 el papa al concluir una reunión de la Congregación de ritos hizo salir a quienes no eran cardenales y preguntó a estos sobre la posibilidad de convocar un concilio: 15 de 21 se manifestaron a favor. Luego hizo una consulta a todos los cardenales y a 36 obispos.

La situación de los Estados Pontificios en ese período no era la mejor y varios cardenales mostraron sus dudas sobre la oportunidad de la celebración de un concilio. Sin embargo, otros —como el Card. Reisach, el entonces obispo Manning y el obispo Dupanloup— apoyaron la iniciativa. El papa Pío IX anunció públicamente su intención de convocar un concilio el 26 de junio de 1867 e hizo la convocatoria oficial el 29 de junio de 1868 con la bula Aeterni Patris. Al momento se crearon cinco comisiones que comenzaron la preparación de los esquemas para los documentos y a consultar los temas que debían tratarse. Las áreas de las cinco comisiones eran: doctrina, disciplina, vida religiosa, misiones y Oriente, y los temas político-religiosos. Al inicio estas comisiones estaban formadas solo por clérigos de Roma, pero luego, debido a las quejas que esta decisión hizo surgir, se varió su composición​ e incorporaron a los más ilustres teólogos del tiempo con algunas excepciones importantes como Newman y Döllinger. Al concluir sus trabajos, estas comisiones habían elaborado cincuenta esquemas bastante heterogéneos. Al P. Hefele le fue confiada la elaboración de un reglamento para el concilio que fue publicado a fines de noviembre de 1869.

Desde el inicio se conocía que la infalibilidad del papa sería el argumento principal de este concilio, de manera que la nueva doctrina reforzaría la autoridad del papa. Sin embargo, se produjeron diversos casos de contestación incluso antes de la celebración del concilio. Así 14 de los 20 obispos alemanes reunidos en Fulda en septiembre de 1869 redactaron una nota que enviaron al papa en la que solicitaban que el tema de la infalibilidad no se tratase.​ También causó fuertes debates la idea de que el concilio apoyara y promoviera la acción contra los así llamados «errores modernos» que el papa Pío IX venía haciendo, y suscribiera el syllabus.

Desarrollo
Los trabajos del concilio comenzaron el 8 de diciembre de 1869. A diferencia de los concilios generales anteriores, los jefes de Estado no fueron invitados a participar y solo los obispos, los superiores generales de órdenes religiosas y monásticas y los abades nullius gozaban de voto deliberativo. Se invitó a participar a los jerarcas de la Iglesia ortodoxa (por medio del breve Arcano divinae Providentiae consilio) y a los líderes de denominaciones protestantes (por medio de la carta Iam vos omnes) pero ambos rechazaron la invitación alegando que la forma usada para ello, les denigraba. El reglamento no consideraba la posibilidad de largas discusiones sobre los esquemas ni la posibilidad de que hubiera una gran cantidad de votos negativos a las propuestas preelaboradas. Al comienzo, el programa de temas a tratar era muy extenso. Preponderó la necesidad de hablar más de la Iglesia. También era necesario hablar de la relación entre fe y razón por ser un tema relevante en tiempos de la ilustración y el desafío que esto suponía para la Iglesia, al igual que otras teorías científicas como el evolucionismo, que parecían cuestionar las doctrinas cristianas tradicionales. Otro tema a tratar eran las grandes misiones católicas de la época. El 10 de diciembre se indicó la composición de la diputación de postulados, encargada de recibir las propuestas de temas a tratar por el concilio. El 14 de diciembre comenzaron las votaciones para fijar las comisiones de trabajo. El 28 de diciembre comenzó la discusión del esquema doctrinal elaborado por el P. J.B. Franzelin y que fue ásperamente criticado por su carácter demasiado académico, impropio de un concilio. Desde el 6 de enero se discutieron otros esquemas como el relativo a los obispos y al clero diocesano así como el que proponía la elaboración de un nuevo y único catecismo. Todos fueron rechazados y volvieron a sus respectivas diputaciones sin que para el 22 de febrero nada hubiese sido aprobado. Durante el concilio y visto el tenor de las discusiones, se hizo necesario cambiar el reglamento para adaptarlo a la posibilidad de mayor libertad a la hora de rechazar y ampliar los documentos propuestos por las comisiones preparatorias. Así las discusiones se centraron rápidamente en los dos temas principales: la infalibilidad pontificia y las relaciones entre fe y razón.

Infalibilidad
Como se ha mencionado anteriormente, ya en los meses anteriores al inicio del concilio las discusiones sobre el tema de la infalibilidad se hicieron fuertes. Döllinger y Dupanloup​ se oponían abiertamente. Henry Maret desde la Sorbona hablaba de una infalibilidad del papa en unión con los obispos, etc. La preocupación de algunos sectores de la Iglesia católica creció cuando el 1 de febrero de 1869 la Civiltà Cattolica publicó un artículo en el que se mencionaba la posibilidad, deseada, de que la doctrina sobre la infalibilidad del papa fuera declarada por aclamación durante el concilio. Había oposición sea por considerar tal dogma inadmisible, sea por inoportuno, sea también porque una declaración en esos términos no podría explicar con la fineza teológica necesaria el alcance del dogma. En ese contexto, Döllinger —con el pseudónimo de Janus— publicó una serie de artículos​ donde no solo criticaba el posible dogma de la infalibilidad pontificia sino también se oponía al primado de jurisdicción papal. La respuesta llegó de parte de un historiador, Joseph Hergenröther pero los debates se agriaban con el pasar del tiempo y lograban el efecto contrario: dado que el tema había llegado a ser tan discutido, era inevitable que el concilio se ocupase de él.

En el concilio el grupo contra la infalibilidad estaba compuesto por los obispos de Austria-Hungría, mayoría de los de Alemania y el 40 % de los de Francia. Estos se organizaron y formaban más o menos un quinto de los padres conciliares. Los a favor eran los obispos de Estados Unidos e Italia, con algunos nombres conocidos como Manning, Dechamps y Senestrey, obispo de Ratisbona. El papa al ver estas dificultades decidió retirar del esquema sobre la Iglesia católica cualquier mención al tema de la infalibilidad,​ pero los obispos lo convencieron de añadirlo en marzo de 1870. Así se presentó a discusión el que iba a ser el capítulo XI del esquema sobre la Iglesia y que a petición de la mayoría (con algunas excepciones importantes como el Card. Bilio y el Card. Corsi) fue el primero en tratarse en aula. Entonces se hizo una nueva redacción del capítulo, más amplio (llegaron a ser cuatro capítulos: institución del primado, perennidad del primado, el primado de jurisdicción y la infalibilidad) y con vistas a publicarlo como una constitución independiente. También se adaptó la normativa del concilio permitiendo que los documentos fueran aprobados por mayoría simple y no por la unanimidad tradicional, lo cual generó nuevas discusiones dentro y fuera del concilio.

Las discusiones, por orden del papa, debían mantenerse en secreto pero de todos modos iba saliendo información a la opinión pública debido a la expectación y a la ausencia de comunicados oficiales. Entonces, las discusiones sobre la infalibilidad llegaron a los medios de comunicación masivos. Louis Veuillot y los redactores de la Civiltà Cattolica se pusieron a favor de la infalibilidad. Dupanloup, Gratry y Döllinger seguían sus publicaciones de naturaleza histórica y dogmática contra la infalibilidad. En realidad se trataba de tres grupos: los contrarios al dogma en cuanto tal, los que no lo consideraban oportuno y los que estaban a favor del dogma.

Por otro lado, se supo que el esquema sobre la Iglesia católica retomaba y confirmaba las enseñanzas de los católicos en relación con los dos poderes, espiritual y temporal, sin considerar el cambio de las estructuras políticas y sociales de Europa. Esto generó una serie de protestas por parte de los gobiernos de Austria y Francia. Sin embargo, las discusiones más ásperas seguían siendo las relativas al capítulo sobre la infalibilidad. Desde 13 de mayo al 6 de junio se discutió sobre el documento completo sin llegar a ningún consenso aunque sí se lograra en relación al primado de jurisdicción. Los miembros de la comisión explicaron a los padres conciliares que el dogma de la infalibilidad se contenía en la reflexión sobre la Iglesia católica y que no era algo «personal» del papa sino en vistas a su función dentro de ella.​ Luego se comenzó a discutir, hasta el 13 de julio sobre cada parte del documento. El papa Pío IX manifestó a sus colaboradores que buscaba una definición extensa que no solo tuviera en cuenta las definiciones pontificias ex cathedra​ y contaba con el apoyo de jesuitas y del Card. Manning. Pero la asamblea conciliar se opuso a esto y se discutió solo si sería necesario el consenso explícito de los obispos para que una decisión papal fuera infalible.

Finalmente el 13 de julio se votó la constitución. Los resultados fueron:

451 placet
88 non placet
62 placet iuxta modum
50 no se presentaron

La discusión sobre la necesidad del consenso de los obispos se prolongó con diversas vicisitudes. Varios obispos se presentaron al papa para pedirle que cediera en este punto pero no obtuvieron respuesta favorable. Entonces unos días antes de la votación definitiva, 55 padres conciliares enviaron una carta al papa comunicándole su decisión de no participar en esa sesión: estos obispos se retiraron inmediatamente de Roma. El 18 de julio se votó la constitución y obtuvo 533 votos a favor de 535 aun cuando fue solicitado el cambio del título del capítulo y de De Romani Pontificis infallibilitate quedó en De Romani Pontificis infallibili magisterio. El texto finalmente aprobado sobre la infalibilidad es el siguiente: Por esto, adhiriéndonos fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana, para gloria de Dios nuestro salvador, exaltación de la religión católica y salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que: El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables. Pastor Aeternus, c. 4

Fe y razón

A fines del mes de diciembre de 1869 se discutió la condena al racionalismo. El esquema propuesto, que había sido redactado por los padres Franzelin y Clement Schrader, fue rechazado. Entonces se encargó a otros sacerdotes, los padres Kleutgen y Dechamps la elaboración de un nuevo esquema llamado De fide catholica. La discusión se prolongó hasta el 6 de abril de 1870 y se aprobó la Constitución Dei Filius seis días después. En ella se afirma que la razón, por sí sola, puede conocer con certeza la existencia de Dios y algunos de sus atributos, pero que las fuerzas naturales de la razón son insuficientes para descubrir los misterios divinos como la Trinidad, la Encarnación, la Redención, etc., por lo cual subraya la necesidad e importancia de la Revelación divina. Se trata además de la doble naturaleza de la fe como virtud infusa y al mismo tiempo, libre adhesión de la inteligencia a Dios mismo. Finalmente se condenan los diversos errores del ateísmo, del materialismo, del panteísmo, del racionalismo y del tradicionalismo fideísta.

Suspensión
Desde el inicio el concilio fue amenazado por dos conflictos inminentes: el franco-prusiano y el hecho de que Roma estaba rodeada por el ejército italiano para la unificación. El 19 de julio, un día después de la aprobación de la Pastor Aeternus se desencadenó la guerra entre Francia y Prusia. Los obispos entonces decidieron abandonar la ciudad de Roma. El 20 de septiembre la ciudad fue ocupada por las tropas de Víctor Manuel II (dado que las francesas que defendían al papa habían salido de la ciudad para participar en la guerra). Pío IX suspendió los trabajos del concilio el 20 de octubre siguiente por medio del breve Postquam Dei munere sin indicar una fecha de reinicio de los trabajos conciliares. En la práctica el concilio nunca se concluyó.

Concilio de Vaticano II
Convocado por Juan XXIII (1962-1965) que presidió la primera etapa, hasta otoño de 1962; las tres sesiones siguientes fueron convocadas y presididas por Pablo VI, su sucesor. Fue un concilio pastoral, no dogmático. Los XXI concilios ecuménicos citados, son los reconocidos por la Iglesia católica.

El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959. Fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX. El Concilio constó de cuatro sesiones: la primera de ellas fue presidida por el mismo papa en el otoño de 1962. Él no pudo concluir este Concilio, ya que falleció un año después (el 3 de junio de 1963). Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI, hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. La lengua oficial del Concilio fue el latín. 

Comparativamente, fue el Concilio que contó con mayor y más diversa representación de lenguas y etnias, con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares procedentes de todas las partes del mundo. Asistieron, además, miembros de otras confesiones religiosas cristianas.

Objetivo
El Concilio se convocó con los fines principales de:
Promover el desarrollo de la fe católica.
Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales.


Se pretendió que fuera una puesta al día o "actualización" (aggiornamento) de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello, revisando el fondo y la forma de todas sus actividades. Pretendió proporcionar una apertura de diálogo con el mundo moderno, actualizando la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma, incluso con nuevo lenguaje conciliatorio frente a problemas actuales y antiguos.

El Concilio Vaticano I (1869-1870) no había terminado debido a la suspensión impuesta por el estallido de la guerra franco-prusiana. Algunos querían que se continuara este concilio, pero no fue así. Los sectores más liberales o modernistas dentro de la Iglesia lo consideran uno de los cinco concilios más importantes (Niceno I, Calcedonense, Lateranense IV, Tridentino y Vaticano II). Trató de la Iglesia, la revelación, la liturgia, la libertad religiosa, etcétera, siendo sus características más importantes la renovación y la tradición. En cambio, los sectores más conservadores aplican un término llamado la hermenéutica de la continuidad para leer los textos conciliares a la luz de la tradición y del magisterio bimilenario para que no entre en contradicción. Por su parte, sectores tradicionalistas minoritarios, como la Hermandad San Pío X, denuncian que el Concilio enseña errores y que hay puntos que deben ser condenados porque contradicen abiertamente la tradición, el magisterio papal y los anteriores concilios de la Iglesia católica.

Antecedentes
A lo largo de los años 1950, la investigación teológica y bíblica católica había empezado a apartarse del neoescolasticismo y el literalismo bíblico que la reacción al modernismo había impuesto desde el Concilio Vaticano I. Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, que se habían venido esforzando por integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como en otros: el dominico Yves Congar, Joseph Ratzinger (posteriormente elegido como papa bajo el nombre de Benedicto XVI), Henri de Lubac y Hans Küng que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).

Al mismo tiempo los obispos de todo el mundo venían afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos de ellos aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, había sido interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los momentos finales de la unificación italiana. Solo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia. Los años 1923 y 1924 el papa Pío XI solicitó a los obispos su parecer sobre la convocación de un concilio ecuménico o sobre la continuación del Vaticano I y más de la mitad de estos habían dado un parecer positivo. Lo mismo hizo Pío XII de 1948 a 1951, quien además, formó comisiones preparatorias, pero al final no se llevó a cabo.

Preparación
Desde febrero de 1959 a noviembre de 1962 tuvo lugar la etapa de preparación del Concilio, bajo la responsabilidad de la Curia Romana.

Primer anuncio
Durante la celebración de la fiesta de la Conversión de san Pablo el 25 de enero de 1959, en un consistorio que el papa Juan XXIII tuvo con los cardenales en la abadía de San Pablo Extramuros, tras la celebración en la basílica, anunció​ su intención de convocar un concilio ecuménico.

El secretario del papa Juan describió así la situación en que el pontífice brindó el «discorsetto» (discursito) que, con una simplicidad llamativa, modificó el rumbo pastoral de la Iglesia católica, al anunciar la intención de realización del Concilio: Fue un día como los demás. Se levantó el pontífice como de costumbre a las cuatro, hizo sus devociones, celebró la misa y asistió después a la mía. Se retiró a continuación a la salita de comer para la primera colación, dio una ojeada a los periódicos y quiso revisar el borrador de los discursos que había preparado. A las diez partimos para la Basílica de San Pablo Extramuros. La primera parte de la ceremonia duró de las 10.30 hasta las 13. Entonces entramos en la sala de los monjes benedictinos, nos retiramos todos y quedó el papa con los cardenales. Leyó el discursito que había preparado, digo «discorsetto» porque así lo definió él mismo, y en un cuarto de hora estaba todo terminado. Pocos minutos después se difundía por el mundo la noticia del Concilio ecuménico. Loris Francesco Capovilla, secretario de Juan XXIII

Juan XXIII presentó la iniciativa como algo absolutamente personal: Pronuncio ante ustedes, cierto, temblando un poco de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un sínodo diocesano para la Urbe y de un concilio ecuménico para la iglesia universal. Los cardenales reaccionaron con un «impresionante y devoto silencio». El anuncio causó una gran sorpresa en todos: todavía no habían transcurrido tres meses desde la elección de Juan XXIII,​ en el cónclave de octubre de 1958, que lo había elegido como un papa considerado extraoficialmente «de transición», a continuación del papado de Pío XII. Los medios de comunicación, a excepción de L'Osservatore romano,​ dieron gran eco a la noticia subrayando diversos elementos del discurso del papa. En sus discursos posteriores, el papa fue poco a poco delineando los objetivos del concilio y recalcando especialmente que se trata de un concilio pastoral y ecuménico.​ Aunque el propósito de Juan XXIII encontró muchas formas de manifestarse durante los tres años siguientes, una de sus expresiones más conocidas fue aquella que, preguntado por los motivos, presentó al tiempo que abría una ventana: «Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior». Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas. La Iglesia Ortodoxa Rusa, por temor al gobierno soviético comunista, sólo aceptó tras recibir seguridades de que el concilio sería apolítico (es decir, de que no se reiteraría la condena al comunismo).

Etapa antepreparatoria
El 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la Comisión Antepreparatoria y designó como presidente de esta al cardenal secretario de Estado Domenico Tardini. Los secretarios de varios dicasterios de la curia fueron los demás miembros de la comisión. El 26 de mayo se reunió por primera vez y se decidió dar luz verde a dos cartas: una a los organismos de la curia para que prepararan comisiones de estudio sobre los temas a tratar en el Concilio y otra a todos los obispos para que antes del 30 de octubre indicaran sus sugerencias para el Concilio. A estas dos consultas se añadió luego una tercera a las facultades de teología y de derecho canónico que tenían plazo hasta el 30 de abril de 1960 para enviar sus propuestas. El 15 de julio de 1959, el papa Juan XXIII comunicó a Tardini que el concilio se llamaría «Vaticano II» y que, por lo tanto, no debía considerarse como una continuación del Vaticano I (que había quedado suspendido).

Para el 30 de octubre siguiente se habían recibido ya 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que fuera posible su síntesis. El documento final se llamó Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt.

Fase preparatoria
La fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei nutu12​ que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10 con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas. Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia. A estos organismos se añadió, para cubrir el deseo del papa de que las demás iglesias cristianas participaran en el concilio, un «Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos» presidido por el cardenal Augustin Bea, quien solicitó a Mons. Johannes Willebrands que le ayudara como secretario del nuevo ente.​ También se creó un Secretariado para los medios de comunicación.

El 14 de octubre de 1960, el papa constituyó un secretariado administrativo del Concilio al que le encargó tratar los asuntos de financiamiento y desarrollo material del mismo. El 7 de noviembre se creó la comisión para el ceremonial que trataría los temas relacionados con la liturgia y los lugares a ocupar en la Basílica de San Pedro por parte de los padres conciliares. El presidente de esta última comisión fue el cardenal Eugène Tisserant. Los trabajos de las comisiones comenzaron oficialmente el 14 de noviembre de 1960, tras un discurso de Juan XXIII. La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del papa, serían presentados para la discusión en aula. Las temáticas eran tan variadas que fue necesario incluso crear subcomisiones.

Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes. El 25 de diciembre de 1961, el papa Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula Humanae salutis y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio Consilium diu —o simplemente Consilium—15​ fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre.

El reglamento
Una novedad del Concilio Vaticano II fue que el reglamento a seguirse durante las sesiones no fue votado por los mismos padres conciliares. Dado este precedente y tras el código de derecho canónico de 1917 que daba muchos más poderes en relación con el concilio al papa, no se contempló que en este nuevo concilio el reglamento fuera sometido al parecer de sus participantes. Así, en marzo de 1961 mons. Felici solicitó a la comisión preparatoria central que se manifestara sobre algunos temas relacionados con el reglamento. En junio siguiente el cardenal Arcadio Larraona solicitó la formación de una subcomisión para la redacción del reglamento. El 7 de noviembre la subcomisión fue creada y trabajó desde el 11 de noviembre hasta el 27 de junio. Dos días después el texto fue entregado al P. Felici quien a su vez lo hizo ver al papa Juan XXIII. Tras integrar algunos cambios solicitados por el mismo pontífice, el reglamento fue oficializado el 6 de agosto de 1962 mediante motu proprio titulado Ordo Concilii oecumenici Vaticani II celebrandi. El texto estaba dividido en tres partes: participantes, normas y procedimientos.

Participantes
Además de los obispos diocesanos, se contempló que los obispos titulares tuvieran voto deliberativo así como los superiores generales de congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y teólogos invitados por el papa podrían participar en las congregaciones generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores podrían participar solo en las congregaciones generales y sesiones públicas, que gozarían de traducción simultánea. Los peritos invitados por cada obispo no podrían participar en las congregaciones generales.

Normas
Se mantendría el secreto sobre lo discutido en el Concilio. La lengua oficial sería el latín, aunque en las comisiones podrían emplearse otras lenguas. El derecho a hablar se daría en orden eclesiástico: los cardenales primero, luego los patriarcas, a continuación los arzobispos, obispos, etcétera. Se crearía una «presidencia del concilio» conformada por 10 cardenales y una secretaría general. Existirían además 10 comisiones (en concordancia con las 10 comisiones preparatorias, aunque con alguna variante) integradas por 24 miembros cada una: 16 elegidos por la asamblea, y 8 nombrados por el papa que incluían al presidente de cada comisión. A estas comisiones se añadió un secretariado para asuntos extraordinarios.

Procedimientos
Los textos preparados por las comisiones preparatorias, tras el visto bueno del papa se enviarían a los padres conciliares para su conocimiento antes de tratarse en las congregaciones generales. En la sesión correspondiente, un relator —normalmente el secretario de la comisión preparatoria respectiva— presentaría el esquema a la asamblea. Cada padre conciliar podría, a continuación y durante 10 minutos, intervenir para admitir, rechazar o solicitar enmiendas generales del esquema presentado. Sin embargo, tales intervenciones deberían ser indicadas con tres días de antelación a la secretaría del concilio. Luego se votarían los cambios propuestos y se analizarían los resultados de la votación. Finalmente, se daría una votación del esquema completo y, si este obtenía la mayoría necesaria, se dejaría pendiente su aprobación solemne para la siguiente sesión pública con la presencia del papa. El texto del reglamento no preveía con claridad los pasos a seguir en caso de que un esquema fuera rechazado, pero sí los pasos para incluir las enmiendas propuestas.

Participantes del concilio
Teniendo en consideración las cuatro sesiones, participaron más de 2450 obispos de la Iglesia católica.​ El único grupo que fue excluido fue el de los obispos del bloque comunista chino, por lo que estuvieron ausentes unos 200 obispos. Existía un convenio con los soviéticos para permitir a los obispos salir de y entrar a sus países sin problemas. Así, fue el concilio más grande en cuanto a cantidad (a los efectos de comparar, el concilio de Calcedonia contó con unos 200 participantes y el concilio de Trento, con unos 950) y en cuanto a catolicidad, pues fue la primera vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos (sobre todo africanos y asiáticos). En los primeros dos años, predominaron las intervenciones de los obispos europeos, pero las siguientes sesiones fueron más participadas. Incluso participaron algunos cardenales que no eran obispos, pero por insistencia de Juan XXIII fueron ordenados obispos (hasta antes de este concilio diáconos y presbíteros también eran elegidos para ser cardenales sin necesidad de ser elevados al rango de obispo). Además participaron algunos abades, superiores o maestros de grandes órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, etc.). Teólogos invitados del papa como consultores, no como miembros plenos (Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían escuchar aunque no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las diez comisiones ya mencionadas. Al inicio del Concilio se dio el nombramiento de las comisiones conciliares (dos tercios nombrados por los obispos y un tercio por el papa) teniendo como tarea guiar y escribir aquellos decretos ya discutidos en el aula. 

Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes. Observadores, y católicos laicos (cf. Mary Goldic, Ospite a casa propia, ed. en inglés). Periodistas. Se dio participación como observadores a periodistas de muchas publicaciones, en especial Times; Raniero La Valle para L'Avvenire d'Italia; Caprile para La Civiltà Cattolica; el redentorista Francis X. Murphy, bajo el pseudónimo de Xavier Rynne, para The New Yorker; y enviados de otras publicaciones como Frankfurter Allgemeine Zeitung, Le Monde, Assomptionisti La Croix, etcetera. En este sitio puede también incluirse el diario personal que llevó el teólogo Yves Congar, conocido como Mon Journal du Concile (París: du Cerf, 2002), de gran valor histórico-documental.

Sesiones
La primera sesión (1962)
La primera sesión partió con la inauguración solemne en la basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962. Juan XXIII presidió la misa y ofreció un discurso programático, el Gaudet Mater Ecclesia, donde habló del puesto de los concilios en la historia de la Iglesia, de la situación del mundo y de algunos aspectos generales que debían tenerse en cuenta durante el concilio: se trata de custodiar el depósito de la fe católica enseñarlo de una manera adecuada a los tiempos empleando para ello los métodos más eficaces. También recordó que no era una actitud de condena de los errores sino de misericordia, lo que se esperaba del concilio. Alude al tema del ecumenismo que era uno de los que habían causado mayor expectativa en los medios de comunicación. Para el 13 de octubre se tenía programada la elección del porcentaje de miembros de las comisiones que correspondía nombrar a la asamblea conciliar. La secretaría general del concilio entregó entonces una lista con los nombres de todos los padres conciliares y otra lista con los nombres de los miembros de las respectivas comisiones preparatorias. Sin embargo, el cardenal Achille Liénart, tras recibir una solicitud de un grupo de obispos franceses y alemanes, solicitó al consejo de presidencia más tiempo, de manera que los participantes pudieran conocerse y hacer una votación concienzuda. Por tanto, la elección fue pospuesta para el 16 de octubre y tras los recuentos de votos e intervenciones sobre cuál mayoría sería tomada en cuenta, se eligieron los miembros respectivos de las comisiones.

El 20 de octubre, tomando en cuenta el interés mostrado por algunos padres conciliares de ofrecer un mensaje de parte del concilio al mundo, se votó rápidamente una propuesta que obtuvo la mayoría necesaria y fue asumida como Mensaje de los padres conciliares a todos los hombres. Luego comenzó la discusión del esquema sobre la liturgia (De sacra liturgia, que luego se llamará Sacrosanctum concilium). Las discusiones, con diversos puntos de vista enfrentados, se prolongaron hasta el 14 de noviembre, día en que se hizo una primera votación exploratoria. El texto fue ampliamente aprobado (2162 placet contra 46 non placet). Ese mismo día, se presentó en aula el esquema de De fontibus revelationis, que luego sería la constitución dogmática Dei Verbum. Durante las discusiones sobre este esquema, las diferencias dentro del concilio se hicieron todavía más claras a punto tal que pareció que el documento sería rechazado completamente. Una votación exploratoria puso de manifiesto que más del 61 % de los padres conciliares rechazaban el texto propuesto.​ Los 1368 votos negativos no alcanzaban los dos tercios de votos requeridos (1473) para retirar el esquema, pero era claro que el texto presentado no progresaría lo cual hizo más tensas las discusiones de esos días. El mismo papa Juan XXIII intervino el 21 de noviembre, creando una comisión mixta que reharía el texto de la constitución dogmática. El 23 de noviembre se entregó a los padres conciliares dos esquemas para su estudio antes de la discusión en aula: era el De Ecclesia (luego la constitución dogmática Lumen Gentium) y un apéndice con un esquema sobre la Virgen María (De beata Maria Virgine). Ese mismo día se comienza a discutir la constitución sobre los medios de comunicación social (que luego será el decreto Inter mirifica). El texto fue aprobado en sus grandes rasgos aunque se solicitó que fuera reducido considerablemente y que se tratase más ampliamente del rol de los laicos en los medios de comunicación. La votación exploratoria dejó 2138 placet y 15 non placet. Para el 27 de noviembre inició la discusión del esquema sobre la unidad de los cristianos, Ut omnes sint. El texto causó desilusión ya que, dado que había sido preparado por la comisión preparatoria para las Iglesias orientales, trataba únicamente de esas iglesias, sin hablar, por ejemplo, de los protestantes. El patriarca Maximos de los melquitas criticó el esquema que consideraba mediocre. Dado que la comisión preparatoria teológica y el secretariado para la unidad habían preparado otros esquemas sobre los mismos temas, los padres conciliares solicitaron que fueran fundidos en un solo documento reelaborado por una comisión mixta. Ese fue el resultado de la votación que a propósito se realizó: 2068 placet y 36 non placet.

El 1 de diciembre se comenzó a discutir el esquema De ecclesia. El cardenal Ottaviani había intentado en días anteriores que la discusión en aula del esquema se retrasase a la siguiente sesión, pero el consejo de presidencia prefirió mantener el «orden del día», como había sido propuesto inicialmente. La discusión fue menos acalorada que la de las fuentes de la revelación. Pero, de todas maneras, a medida que proseguía el debate las críticas de aspectos generales del esquema se hacían más populares. Así, por ejemplo, el monseñor Emil de Smedt consideraba que el esquema era «triunfalista, clericalista y juridicista». Sin embargo, era el tema del episcopado el que más discusión generaba. El debate no llega a puerto y las discusiones se concluyen el 7 de diciembre, víspera de la clausura de la primera sesión conciliar. Unos días antes, tanto el cardenal belga Leo Jozef Suenens como el cardenal italiano Giovanni Montini habían intervenido en aula solicitando una dirección más clara para el concilio y proponiendo para ello una visión eclesiológica: se trataría de la Iglesia ad intra y ad extra y esta temática podría dar unidad y finalidad a los trabajos. Esto dejaba al documento De ecclesia como el más importante y programático del concilio. El 5 de diciembre la secretaría general comunicó que los 75 esquemas serían reducidos a 20. Asimismo, se dieron a conocer los modos de trabajo de las comisiones durante el período de intersesión. Se elaborarían nuevos esquemas de acuerdo con el sentir manifestado por la mayoría de los obispos durante el concilio y se pasarían a aprobación del papa. Este los haría llegar a los padres conciliares para que estos indicaran las enmiendas consideradas oportunas a la comisión antes del inicio de la segunda sesión. Para organizar todo este trabajo, Juan XXIII creó una comisión de coordinación a cargo de la Secretaría de Estado. El 8 de diciembre se concluye oficialmente la primera sesión con un discurso del papa.

Primera intersesión
Las comisiones continuaron el trabajo de elaboración y agrupamiento de esquemas. El papa envió una carta, la Mirabilis ille (6 de enero de 1963) donde recordaba a los padres conciliares que el concilio continuaba durante el período entre sesiones. La comisión de coordinación comenzó sus trabajos el 21 de enero. El 22 de abril, Juan XXIII aprobó 12 de los 17 esquemas que la comisión le había hecho llegar. Estos fueron enviados a los obispos en mayo y se iniciaron reuniones de grupos de obispos en todo el mundo para discutir juntos los esquemas y llegar así a la segunda sesión con propuestas conjuntas de enmiendas. El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. Hasta ese momento, no se había promulgado ningún documento resultante del concilio. Se habían discutido los esquemas sobre la liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos y la Iglesia, pero sin arribar a una definición en ninguno. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. Sería Pablo VI quien enfatizaría las propósitos básicos del concilio y lo guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final. En el período inmediatamente anterior al inicio de la segunda sesión, Pablo VI introdujo algunas modificaciones en el reglamento. Se amplió el número de observadores, integrando incluso laicos que fueron llamados a participar, aunque sin voto deliberativo. La comisión de coordinación quedaba como organismo permanente del concilio. Y, dada la ineficacia mostrada por el consejo de presidencia, se nombraba un grupo de cuatro delegados o moderadores que agilizarían y dirigirían los debates.

La segunda sesión (1963)
El 29 de septiembre de 1963, tras una sencilla ceremonia inaugural y un discurso de Pablo VI, los trabajos recomenzaron en San Pedro. En el discurso de apertura de la segunda sesión conciliar, Pablo VI remarcó el carácter pastoral del concilio y estableció que debería propender a cuatro objetivos:
una definición más completa de la naturaleza de la Iglesia y del papel del obispo;
la renovación de la Iglesia católica;
la restauración de la unidad de los cristianos; y
el comienzo del diálogo con el mundo contemporáneo.

Al día siguiente se reinició la discusión en aula del esquema De ecclesia. El nuevo texto fue presentado por el cardenal Ottaviani y atrajo mayor consenso que el anterior. El texto a modo de base para la discusión fue votado y obtuvo 2231 placet contra 43 non placet.

Entonces, de acuerdo con el reglamento, comenzó la discusión de cada capítulo. Para cada capítulo fueron declarándose las objeciones de los padres o los aspectos que convenía añadir. El tema de la naturaleza sacramental del episcopado ya había obtenido la casi unanimidad de los consensos pero el de la colegialidad episcopal permanecía discutido (debido a que algunos lo consideraban un atentado contra el primado pontificio) y se dieron intervenciones a favor y en contra durante las sesiones. Lo mismo en relación con la posibilidad de reactivar el diaconado permanente. Las discusiones continuaron hasta el 15 de octubre sin llegar a un acuerdo. Ese día el cardenal Leo Jozef Suenens propuso verificar el apoyo que las diversas posturas tuvieran en la asamblea por medio de una votación de algunos puntos discutidos. Indicó incluso que al día siguiente se tendría tal votación, pero mons. Felici obtuvo que el papa permitiera impedir esa votación. Suenens también acudió a Pablo VI, quien mandó reunir a la comisión de coordinación, al consejo de presidencia y al secretariado general para tratar el asunto. Era ya el 23 de octubre. En esos días se fijó el texto de las preguntas y el papa aprobó que se hiciera la consulta para el 30 de octubre. La idea era que de la votación se saliera con una indicación clara para la comisión teológica sobre los contenidos discutidos del esquema. La gran mayoría de los padres se manifestó a favor de la definición de la colegialidad y, aunque menos, también de la reactivación del diaconado permanente. A continuación se discutieron los demás capítulos del De Ecclesia y se trató sobre la posibilidad de integrar el esquema sobre la Virgen María al final de este. La asamblea se dividió completamente (la votación exploratoria dio 1114 placet y 1074 non placet). El 2 de noviembre se comenzó a tratar el esquema sobre el episcopado. Era evidente que no podía ser discutido sin haber decidido lo concerniente a la colegialidad en el esquema De ecclesia: de hecho, las discusiones sobre ese punto continuaron ya que el cardenal Ottaviani buscaba minimizar los resultados de la votación del 30 de octubre. Se produjeron discusiones de tono más elevado y el cardenal Josef Frings incluso cuestionó durante una sesión en aula, el modo de actuar del Santo Oficio, provocando una áspera respuesta del cardenal Ottaviani.​ La discusión del esquema se prolongó hasta el 15 de noviembre. Un nuevo esquema sobre el ecumenismo se presentó para la discusión. El nuevo texto tenía cinco capítulos e incluía también el tema de los no cristianos especialmente los judíos. También se incluyó en este esquema el texto sobre la libertad religiosa. Aun cuando la discusión inicial fue difícil, finalmente se aprobó en línea de principio el texto aunque se solicitó a la comisión mixta que mejor separase lo aplicable a las denominaciones cristianas de los no cristianos. Durante los debates de estos esquemas se realizaban también las votaciones de los capítulos de los esquemas sobre la liturgia y sobre los medios de comunicación. Ambos obtuvieron finalmente el consenso requerido y fueron oficialmente promulgados en la sesión pública del 4 de diciembre. Antes de la ceremonia conclusiva de la segunda sesión, Pablo VI anunció que se aumentaría el número de participantes en las comisiones. En el discurso conclusivo resumió los resultados, que consideraba positivos, de la sesión y anunció su intención de visitar Tierra Santa.

Segunda intersesión
Al concluir los trabajos de la segunda sesión, el papa Pablo VI había mencionado su interés en reducir el tiempo requerido para concluir el concilio por medio de la reducción de los esquemas o de la elaboración de textos que siguieran las directivas ya consideradas mayoritarias. Por ello encargó al cardenal Julius August Döpfner que elaborara una propuesta en ese sentido. La idea indicada por él era reducir a seis los esquemas más amplios a discutirse y dejar los demás en una serie de proposiciones que ya no se discutirían sino solo votarían. La comisión de coordinación analizó la propuesta del 28 de diciembre al 15 de enero, la aprobó e indicó a las demás comisiones que procedieran de ese modo. En los meses siguientes el papa tuvo que tranquilizar a los obispos que consideraban esto como una medida para concluir «expeditivamente» el concilio. Ya en abril se enviaron los primeros textos (de los esquemas más importantes: De Ecclesia, De fontibus revelationis y sobre la Iglesia en el mundo actual, llamado Esquema XIII) a los obispos para que prepararan su análisis durante el concilio. Por su parte, los cardenales Larraona, Micara y Ruffini enviaron cartas a Pablo VI para que reservara al magisterio pontificio el tema de la «colegialidad» y mandara retirar el capítulo correspondiente del esquema De Ecclesia.

Tercera sesión (1964)
La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La misa, ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el papa. El discurso de Pablo VI resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión «colegio episcopal», apoyando así la posición de la mayoría conciliar. Al día siguiente se inició la discusión de los últimos capítulos del esquema De Ecclesia. El capítulo sobre la escatología fue rápido y sin problemas. En cambio, el de la Virgen María, aunque fue también breve, mantuvo las diferencias de concepto entre los padres conciliares que se habían manifestado en la segunda sesión y en la última intersesión dentro de la comisión teológica.24​ Se optó por una solución de compromiso con un texto que pudiera complacer a ambas partes. El 16 de septiembre comenzaron las votaciones por capítulo del esquema aunque el capítulo tercero (sobre la jerarquía), que era el más discutido, fue votado número por número (38 votaciones). El 18 de septiembre se retomó el esquema sobre los obispos que pasó las votaciones casi sin problemas. El 23 de septiembre se presentó un esquema nuevo sobre la libertad religiosa. Aunque todos estaban de acuerdo en el principio, el texto dividía a la asamblea conciliar por la forma de presentar la doctrina y las consecuencias que podía tener (por ejemplo, en los países donde por concordato la Iglesia católica tenía privilegios). El 9 de octubre, mons. Felici indicó de parte del papa, que el texto debía ser reformulado por una comisión mixta donde se incluyó al mayor opositor del texto, el arzobispo Marcel Lefebvre.

A continuación, se examinó el esquema sobre los hebreos que había sido rehecho y ampliado tomando en consideración las religiones no cristianas. Las posiciones encontradas (por motivos de oportunidad pastoral)​ hicieron que el texto volviera al secretariado para ser reescrito. En el secretariado se rehízo el texto sobre los hebreos y se añadieron párrafos relacionados con las demás religiones (hindúes y budistas). El nuevo texto fue votado el 20 de noviembre y obtuvo la mayoría necesaria para aprobarse definitivamente. El texto del esquema sobre la revelación fue representado y tras cinco sesiones fue aprobado aunque quedaban varios elementos discutidos y que debían tratarse en sede de la comisión teológica. Esta terminó las enmiendas a mediados de noviembre, ya demasiado tarde para que se pudiera discutir de nuevo en aula. Mientras, y ya desde el 7 de octubre, se había comenzado a estudiar el documento sobre el apostolado de los laicos. Las opiniones eran variadas y las críticas al texto venían de todas las sensibilidades. El 20 de octubre otro texto complejo, el llamado «esquema XIII» fue presentado en aula. La mayoría de las críticas lo consideraban un esquema aceptable pero poco fundado teológicamente. Las discusiones sobre los problemas particulares tratados en el esquema (el ateísmo, la guerra, la familia, el matrimonio) fueron más ásperos. Ese mes de octubre se trataron los esquemas más breves que habían sido reducidos a proposiciones a votar. Así, por ejemplo, los que trataban de los presbíteros, la formación sacerdotal, las iglesias de rito oriental, las misiones, los religiosos, la educación cristiana y el matrimonio. Este último fue convertido en una serie de observaciones que se hicieron llegar al papa para que él decidiera qué hacer. El mes de noviembre vio el renacer del problema de la colegialidad. Las discusiones en la comisión no llegaban a puerto por lo que se encargó al monseñor Gérard Philips que redactara una nota explicativa que aclarara los elementos empleados en la redacción propuesta, que era una solución que buscaba contentar a todas las partes. El papa pensaba introducir esta nota como explicación del capítulo III de la Lumen gentium y tras hacer algunas modificaciones al texto la mandó al concilio. Esta se presentó el 14 de noviembre y causó perplejidad por lo que implicaba de intervención pontificia en el concilio. Tras la lectura del texto y las votaciones el texto de la Lumen gentium se aprobó. Sin embargo, el 19 de noviembre se presentaba el texto de la declaración sobre la libertad religiosa que en vez de ser corregido según las intervenciones anteriores, había sido casi completamente rehecho. Se solicitó entonces que fuera votado de nuevo pero la presidencia del concilio anunció que no se votaría el nuevo texto hasta la siguiente sesión. Esto causó molestia en varios padres conciliares (por ejemplo, los cardenales Meyer, Ritter, Léger, Suenens y Frings), quienes intentaron por todos los medios persuadir a Pablo VI de que se procediese a la votación, pero el Sumo Pontífice no cedió. El descontento de éstos creció cuando se informó a la asamblea que Pablo VI había introducido 19 modificaciones al esquema sobre el ecumenismo (que había sido votado favorablemente por los padres conciliares, aunque todavía no había sido promulgado). Estos hechos –aunque a la luz de la historia posterior no se manifestaron tan importantes (el texto de la nota explicativa realmente no cambia lo indicado en el texto final de la Lumen gentium, el mayor tiempo de elaboración del esquema sobre la libertad religiosa permitió perfilarlo mejor y las modificaciones incluidas en el esquema sobre el ecumenismo eran de mera forma)– crearon un clima de descontento y desilusión en los obispos y expertos de la así llamada «mayoría» conciliar. La sesión pública conclusiva vio la aprobación de nuevos documentos (la Lumen gentium, los dos decretos sobre el ecumenismo y el de las Iglesias orientales). Además, el papa proclamó a María como madre de la Iglesia.

Tercera intersesión
Al concluir la tercera sesión conciliar, las comisiones quedaban con once esquemas sobre los que trabajar para la cuarta, según las orientaciones recibidas de parte de la asamblea conciliar. Algunos textos como el que trataba de la revelación, requerían retoques más o menos importantes; otros, como el que hablaba de los presbíteros debía ser rehecho a partir de las proposiciones que se habían votado. Los textos elaborados fueron enviados a mediados de junio a los obispos para que prepararan sus intervenciones o hicieran llegar directamente sus comentarios a las comisiones.

La cuarta sesión (1965)
El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, Pablo VI anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación.

Al día siguiente el papa participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo. Después que Pablo VI se retirara de la basílica, se inició la discusión del esquema sobre la libertad religiosa. El debate fue tenso y tras cinco días no se llegaba al consenso. La comisión de coordinación se reunió para discutir si se podía hacer la votación del esquema como base y el resultado fue no hacer la votación. Pero el papa intervino e indicó que se votaría de todos modos. El esquema recibió luz verde (1997 a favor y 224 en contra) para ser usado como base aunque debía «ser perfeccionado según la doctrina católica sobre la verdadera religión y sobre la base de los cambios propuestos durante el debate» según indicaba la pregunta. El 21 de septiembre se llega a la discusión sobre el esquema XIII, debate que se prolongó durante dos semanas. La votación sobre el esquema en cuanto tal (antes de pasar a los capítulos) fue positivo (2100 placet y 44 non placet). El debate sobre el capítulo del matrimonio fue más breve debido a que el papa había reservado a sí el tema del control de la natalidad. Los demás capítulos pasaron sin mayores dificultades. Desde el 7 de octubre se discutió el esquema sobre las misiones. El texto fue bien acogido y se sugirieron una serie de mejoras. Sin embargo, un texto del documento que hablaba de cómo universalizar el dicasterio de Propaganda fidei fue modificado por la comisión debido a que la reforma de la curia era competencia exclusiva del papa según había indicado la comisión pontificia para la reforma de la curia romana. Alrededor de 300 padres firmaron un manifiesto de protesta por este cambio en un documento aprobado con 2070 placet. Luego se discutió el documento sobre los presbíteros. Volvió a discutirse el tema del celibato o al menos de la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados. El 11 de octubre, Pablo VI mandó leer un comunicado por el que solicitaba que no se discutiera públicamente el argumento y que las propuestas le fueran enviadas a través del consejo de presidencia. Los días siguientes se dedicaron solo a votaciones de esquemas o de capítulos de estos sin debates. El 28 de octubre se tuvo una sesión pública de promulgación solemne de la Christus Dominus, la Perfectae caritatis, la Optatam totius, la Gravissimum educationis y la Nostra aetate. El 29 de octubre se reanudaron las votaciones, esta vez del documento sobre la revelación, Dei verbum. Nuevamente se llegó a un punto muerto por las enmiendas que consentía el sistema de votación iuxta modum. Entonces Pablo VI envió una serie de propuestas de redacción (teológicamente aceptables) para que la comisión teológica, con la ayuda del cardenal Augustin Bea, escogiera la más apropiada. Así, a pesar todavía del disenso de unos pocos padres (55 en la votación preliminar) se logró pasar la constitución. Desde el 9 de noviembre se votó el esquema sobre el apostolado de los laicos. El documento sobre las misiones fue nuevamente propuesto y recibió 712 placet iuxta modum que obligaba a la comisión a enmendar el texto. 18 de noviembre se tuvo otra sesión pública donde se promulgaron la Dei verbum y la Apostolicam actuositatem. El papa, en la homilía, anunció la apertura de los procesos de beatificación de Pío XII y de Juan XXIII. En los días siguientes se continuaron las agotadoras votaciones. La declaración sobre la libertad religiosa pero no fue posible vencer la oposición de un grupo de 250 padres. La votación de la constitución Gaudium et spes fue todavía sufrida debido a las peticiones de incluir una condena expresa del comunismo y por una nueva intervención del papa en el capítulo sobre el matrimonio. Pero finalmente lograron el consenso sobre el texto. Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.

El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre.

El postconcilio
Después del Concilio Vaticano II, la corriente revolucionaria denominada Teología de la Liberación influyó fuertemente en la política latinoamericana. Este período posconciliar fue una época de crisis en la que miles de sacerdotes católicos abandonaron el ministerio, entre ellos alrededor de 8.000 jesuitas.

Documentación y nivel de aceptación por los Padres Conciliares

El Concilio Vaticano II dio lugar a un total de 4 constituciones (2 de ellas dogmáticas y 1 pastoral), 9 decretos conciliares y 3 declaraciones conciliares, a los que se pueden sumar la Constitución apostólica Humanae salutis por la cual Juan XXIII convocó el concilio, el mensaje Ad omnes de los Padres del concilio a todos los hombres, los mensajes del concilio a la humanidad, y otros breves (In Spiritu Sancto y Ambulate in dilectione). Los documentos se pueden ver en «Le fonti ufficiali» que se conservadan en un archivo dividido en:

Materia preparatoria:
-Serie I, ante preparatoria que corresponde a antes del inicio del concilio, son las respuestas de los obispos a los cuestionarios. No están en sentido sistemático.
-Serie II, Materia preparatoria (4 volúmenes en 6 tomos). Corresponde al último año después de la convocación del concilio. Son los documentos preparados por la Curia para el concilio. La Curia divide los temas en 10 temas (que corresponden a los 10 dicasterios del Vaticano que presidían las 10 comisiones preparatorias).

Tras un largo y duro trabajo, se redactaron 16 documentos, cuyo conjunto constituye una toma de conciencia de la situación actual de la Iglesia y define las orientaciones que se imponen. Los documentos, la fecha de promulgación y el nivel de aceptación final por parte de los Padres conciliares se pueden apreciar en la Tabla 1.
Tabla 1: Cuándo y cómo fueron votados los documentos conciliares
Documentos promulgadosFechaPlacetNon placetVotos nulosVotantes
Constitución sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum Concilium)4-12-19632147412152
Decreto sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica)4-12-1963196016472131
Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium)21-11-196421515--2156
Decreto sobre las Iglesias orientales católicas (Orientalium Ecclesiarum)21-11-1964211039--2149
Decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio)21-11-1964213711--2148
Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos (Christus Dominus)28-10-19652319212322
Decreto sobre la vida religiosa (Perfectae caritatis)28-10-196523214--2325
Decreto sobre la formación sacerdotal (Optatam totius)28-10-196523183--2321
Declaración sobre la educación cristiana (Gravissimum educationis)28-10-1965229035--2325
Declaración sobre las religiones no cristianas (Nostra aetate)28-10-196522218812310
Constitución dogmática sobre la revelación divina (Dei Verbum)18-11-196523446--2350
Decreto sobre el apostolado de los seglares (Apostolicam actuositatem)18-11-196523402--2342
Declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae)7-12-196523087062384
Decreto sobre la actividad misional (Ad gentes divinitus)7-12-196523945--2399
Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum Ordinis)7-12-196523904--2394
Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes)7-12-196523097572391
Los documentos son:
Constituciones
  • Dei Verbum (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación)
  • Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia)
  • Sacrosanctum Concilium (Constitución sobre la Sagrada Liturgia)
  • Gaudium et Spes (Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual)
Decretos conciliares
  • Ad Gentes (Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia)
  • Presbyterorum Ordinis (Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros)
  • Apostolicam Actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos)
  • Optatam Totius (Decreto sobre la formación sacerdotal)
  • Perfectae Caritatis (Decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa)
  • Christus Dominus (Decreto sobre el ministerio pastoral de los Obispos)
  • Unitatis Redintegratio (Decreto sobre el ecumenismo)
  • Orientalium Ecclesiarum (Decreto sobre las Iglesias orientales católicas)
  • Inter Mirifica (Decreto sobre los Medios de comunicación social)Declaraciones conciliares
  • Gravissimum Educationis (Declaración sobre la Educación Cristiana)
  • Nostra Aetate (Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas)
  • Dignitatis Humanae (Declaración sobre la libertad religiosa)
El papa Pablo VI presentó de manera resumida el contenido de cada uno de estos documentos conciliares.

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