Jacob lucha con el Angel por Gustav Dore
La invisibilidad
La invisibilidad es la cualidad de un cuerpo físico visible de no ser visto en condiciones de luz normales para un supuesto observador. Hasta principios del siglo XXI esta cualidad solo era posible en la naturaleza y se daba en gases y seres u objetos que, por su tamaño, el ojo humano no era capaz de captar sin ayuda de lentes u otra tecnología diseñada para tal menester. Los científicos creen haber descubierto la forma de alterar el efecto de la luz sobre un cuerpo físico para conseguir el efecto de invisibilidad de forma artificial gracias a telas compuestas por estructuras electrónicas nanométricas.
La consecución de este logro tiene importantes aplicaciones en la industria del espionaje y la guerra. Sin embargo, también podría ser utilizado para la seguridad del ciudadano y una mejor observación de especies animales en su medio natural y mejorar la estética también la iluminación de algunos lugares en las que las edificaciones han creado un paisaje poco acogedor para el ser humano. La invisibilidad ha sido tratada en numerosas ocasiones por escritores y cineastas de ficción ya sea científica o mágica, casi siempre planteando el peligro que supone que este don caiga en malas manos. Un objeto puede ser clasificado como «invisible» si no puede ser observado usando la vista por los factores ambientales haciendo que éste no refleje luz. Un objeto que podría ser visible puede ser clasificado como invisibles si se encuentra en las condiciones de:
-Estar detrás de un objeto.
-Es del mismo color o apariencia que el fondo (camuflaje).
-Estar en un ambiente que es demasiado oscuro o demasiado luminoso.
-Estar en el punto ciego del observador.
-Estar alterando su propia apariencia, ya sea biológicamente (como un pulpo) o por tecnología (dispositivos portátiles, cámaras, alguna tecnología inexistente necesaria).
Ser espiritual
La palabra espíritu viene del Latín spiritus, que significa aliento o respiro, y como el aliento es sinónimo de vida, la palabra denota que el alma que sigue viviendo se separa del cuerpo muerto o cadáver, pero como tiene aliento metafóricamente se entiende que sigue viva. La palabra "inspirar" del latín inspirare, tiene la misma raíz que espíritu. Es un término compuesto del prefijo in (dentro) y del verbo spirare (respirar). En la Biblia, la palabra ruah (רוח, cuyo significado es "viento") se suele traducir como espíritu de esencia divina, lo que nos ha llegado como Espíritu Santo. Es por ello que en la escena de Pentecostés, el Espíritu Santo es representado como el "viento" y también el "fuego" que transforma a los apóstoles de Jesús y les da la fuerza para salir al mundo a predicar su palabra. Es "el fuego que enciende otros fuegos", es decir, que "inspira".
Un espíritu o ser espiritual es una supuesta entidad no corpórea que aparece en muchas religiones. En algunas partes del mundo se cree que los espíritus son capaces de poseer a las personas. Históricamente, los espíritus han sido atribuidos un número de poderes, tanto sobre la naturaleza como sobre seres humanos. Muchas veces se dice que los poderes de un espíritu están ligados a su propósito de creación. También la religión católica reconoce dones en la figura del Espíritu Santo, pero no para que los usase él, pues no son de él, sino para que los transmitiese a los humanos, por gracia divina (Dios otorgaría uno o varios dones a una persona en un momento dado, a través de él, que hace las veces de mensajero).
El Espíritu en las religiones
La palabra "espíritu" en su contexto religioso ha llegado a obtener un número de significados: Sinónimo de Fantasma, Demonio o Duendecillo, sinónimo de Alma. En términos teológicos, un "espíritu" es la parte más profunda del alma del hombre, a través de la cual los seres humanos pueden ponerse en contacto con Dios.
En la teología occidental, el Espíritu Santo es una persona de la Divinidad (Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo). El Padre (Dios) como la fuente, el Hijo (Jesús como el "caudal" o el "camino"), y el Espíritu como la transmisión. En muchas culturas, los espíritus existen en el mismo plano que los dioses, aunque en un rango de jerarquía menor, como por ejemplo los Elfos nórdicos o los ángeles en el cristianismo.
Un Antiguo Deseo
La verdad es que «el sueño de la invisibilidad es casi tan antiguo como la sociedad. Desde chamanes y hechiceros hasta alquimistas y magos, siempre hubo quienes soñaron con hacerse invisibles, generalmente con fines inconfesables. Para eso se usaban capas, amuletos y pociones mágicas, pero los favoritos fueron siempre los anillos mágicos, desde aquel del Nibelungo hasta el que llevaba Frodo Bolsón». El sueño de no poder ser visto por los otros ha quedado especialmente plasmado en el mundo de las novelas, como aquella titulada precisamente: El hombre invisible, publicada en 1897 por el inglés H. G. Wells, y de la cual se han hecho muchas adaptaciones para cine, televisión, teatro y radio. El autor muestra cómo lo que al principio resulta una gran ventaja para el protagonista al poder ver todo sin ser visto, acaba por convertirse en una puerta hacia la impunidad, y el hombre invisible termina corrompido por el poder.
La verdadera invisibilidad, sin embargo, no necesita ser creada en un laboratorio, tal como se proclama en el Credo, Dios la Creo desde hace mucho, pues Él es efectivamente Creador «de todo lo visible y lo invisible».
Colosenses 1:16-17
16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;
«Dios es la evidencia invisible» (Víctor Hugo)
«Un sólo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible, de horadar el misterio que me da la vida y me la quita, y de saber si una presencia invisible e inmutable se oculta más allá del flujo incesante del mundo» (Nikos Kazantzakis).
El argumento básico de los incrédulos es siempre el mismo: «No creo en Dios porque no lo veo»; y de ahí se siguen con otros: que no se puede demostrar científicamente la existencia de Dios, que si Él existiera no habría tanto mal en el mundo, etc.
Escribe un ateo en un artículo titulado, Cinco razones por las que no creo en Dios: «No hay ninguna evidencia verificable de su existencia... Ninguna experiencia o sentimiento personal es evidencia razonable para que exista algo, sólo las pruebas verificables. No creo en seres invisibles. Un ser que sea visible y etéreo es en esencia inexistente, y al no ser cuantificable ni medible significa que su interacción con nuestro mundo es nula. El creyente-lector opinará: ‘Dios se relaciona frecuentemente con nosotros'; si esto fuera cierto diría el ateo, esta relación sería de alguna manera evidenciable».
Fuera del Tiempo y del Espacio
Por su parte, un creyente, el periodista español Alejo Fernández Pérez, responde en otro artículo, titulado Algunas reflexiones sobre el ateísmo: Ateo es el que no cree en la existencia de Dios. ‘Demostradme que Dios existe', exigió el ateo. ‘Demuéstranos tú que no existe', le replicó otro. Demostrar ‘racionalmente' la existencia de Dios al modo de las ciencias exactas es imposible, pero más imposible aún es demostrar que no existe. Para el creyente, Dios está fuera del tiempo y del espacio, por tanto no existe, como existen las demás cosas, pero existe, y se manifiesta en esas cosas. El descreído, en cambio, excluye de sus consideraciones lo que no está en el tiempo ni en el espacio.
Un Universo lleno de Indicios
Agrega Alejo Fernández: «El ateo corriente es un creyente con una fe: cree que ‘lo existente se explica por sí mismo', cosa que la ciencia no ha justificado nunca. Cualquier encadenamiento de razones aboca siempre a principios indemostrables, y las mismas matemáticas se levantan sobre postulados o proposiciones cuyas verdades son indemostrables. Si la ciencia se basa en principios indemostrables, ¿por qué exigimos demostración para aceptar la existencia de Dios? ¿No es suficiente la observación de las maravillas del universo o de los seres que lo habitan? ¿No son suficientes los millones de almas que viven sólo por y para su Dios? ¿Están todos equivocados? Mire uno adonde mire, aparecen los indicios de Dios».
Eso mismo observaba el Apostol Pablo: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Romanos 1.20).
Lo Invisible, Superior a la Visible
Entre Dios y el hombre hay un abismo infinito; porque el hombre ha sido creado de tal manera que sus ojos sólo pueden ver lo que no es de Dios, y Dios es, por tanto, esencialmente invisible para los hombres, el que cae y siempre caerá fuera del campo visual humano. Dios es esencialmente invisible. Es afirmación de la supremacía de lo invisible como propiamente real, lo cual nos lleva y autoriza a colocarnos ante lo invisible con tranquilidad impertérrita y en la responsabilidad que dimana del verdadero fundamento de todo, de lo invisible.
Creador de todo lo Visible y lo Invisible
El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", en la sagrada Escritura, la expresión ‘cielo y tierra' significa: todo lo que existe, la creación entera. "El cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cfr. Salmo 19:2), pero también el ‘lugar' propio de Dios: nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16; cfr Salmos 115:16), y por consiguiente también el ‘Cielo', que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra ‘Cielo' indica el ‘lugar' de las criaturas espirituales, los ángeles, que rodean a Dios.
O sea que no sólo Dios es invisible, sino que ha creado otros seres igualmente invisibles: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe». «En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles».
Los demonios y ángeles caídos (los que le dijeron «no» a Dios), son de la misma naturaleza y, por tanto, invisibles, lo mismo que la acción habitual que ejercen sobre el hombre.
La ultima Obra
Pero luego aparece una criatura nueva, diferente a las demás del orden visible e invisible, el hombre, a quien Dios hace con un espíritu, como los ángeles, pero también con una naturaleza material. Desde entonces el mundo visible y el invisible quedan ineludiblemente unidos. Y al llegar la plenitud de los tiempos (cfr. Galatas 4:4) ocurre otro hecho inusitado que Agustín describe en su Carta contra el arriano Máximo: «La Persona del Verbo, aunque conservando su naturaleza de Dios invisible, toma una naturaleza de hombre visible: dos naturalezas que siguen siendo distintas aunque indisolublemente unidas».
Entonces Dios ya no puede ser tenido como inaccesible y lejano, como Aquél a quien nadie puede ver: «El que Me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:9), dice Jesús a su Apóstol Felipe; y es que «a Dios nadie lo ha visto Jamás; pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, lo ha dado a conocer» (Juan 1:18). Nuestro Señor Jesucristo es, pues, «imagen del Dios invisible». (Colosenses 1:15).
¿Cómo es que los patriarcas vieron a Dios?
Algunos podrán razonar que la invisibilidad de Dios es obvia. Debido a que no podemos ver a Dios, ¿porqué intentar probar que Él es invisible?. Otros podrán mirar la invisibilidad de Dios como un problema, algo confuso, incluso tal vez como un obstáculo a la fe y a la vida en Dios. Pero no lo es, simplemente. Si la Segunda Persona de la Divinidad, -el Hijo- aún no se encarnaba, ¿cómo es que el Antiguo Testamento tiene varios pasajes en que los patriarcas y profetas pudieron ver a Dios?.
La Biblia presenta bastantes casos en que Dios invisible se «aparece»; por ejemplo, a Abraham (Génesis 12:7; 18:1), a Isaac (Génesis 26:2), a Jacob (32:25-31; 35:1, 9), a Moisés (Éxodo 3:16; 4:5), a Samuel (1 Samuel 3:21), o a Salomón (1 Reyes 9:2).
Sin embargo, más que «apariciones» de Dios en el Antiguo Testamento, sería más conveniente hablar de «manifestaciones» de Dios, dadas ellas en diversas formas. De hecho, las «apariciones» de las que se habla suelen ser descritas de manera vaga; por ejemplo, cuando Jacob lucha en la noche con «alguien» (cfr, Genesis 32:25-31), y sólo hasta después deduce que Dios se le ha manifestado en esa pelea. El profeta Isaías tiene una visión de Dios sentado en su trono, lo que lo hace exclamar:
«Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.» (Isaias 6:5).
El profeta Daniel también es testigo de una visión de Dios Padre en la que:
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente.» (Daniel 7:9).
«Dios es la evidencia invisible» (Víctor Hugo)
«Un sólo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible, de horadar el misterio que me da la vida y me la quita, y de saber si una presencia invisible e inmutable se oculta más allá del flujo incesante del mundo» (Nikos Kazantzakis).
El argumento básico de los incrédulos es siempre el mismo: «No creo en Dios porque no lo veo»; y de ahí se siguen con otros: que no se puede demostrar científicamente la existencia de Dios, que si Él existiera no habría tanto mal en el mundo, etc.
Escribe un ateo en un artículo titulado, Cinco razones por las que no creo en Dios: «No hay ninguna evidencia verificable de su existencia... Ninguna experiencia o sentimiento personal es evidencia razonable para que exista algo, sólo las pruebas verificables. No creo en seres invisibles. Un ser que sea visible y etéreo es en esencia inexistente, y al no ser cuantificable ni medible significa que su interacción con nuestro mundo es nula. El creyente-lector opinará: ‘Dios se relaciona frecuentemente con nosotros'; si esto fuera cierto diría el ateo, esta relación sería de alguna manera evidenciable».
Fuera del Tiempo y del Espacio
Por su parte, un creyente, el periodista español Alejo Fernández Pérez, responde en otro artículo, titulado Algunas reflexiones sobre el ateísmo: Ateo es el que no cree en la existencia de Dios. ‘Demostradme que Dios existe', exigió el ateo. ‘Demuéstranos tú que no existe', le replicó otro. Demostrar ‘racionalmente' la existencia de Dios al modo de las ciencias exactas es imposible, pero más imposible aún es demostrar que no existe. Para el creyente, Dios está fuera del tiempo y del espacio, por tanto no existe, como existen las demás cosas, pero existe, y se manifiesta en esas cosas. El descreído, en cambio, excluye de sus consideraciones lo que no está en el tiempo ni en el espacio.
Un Universo lleno de Indicios
Agrega Alejo Fernández: «El ateo corriente es un creyente con una fe: cree que ‘lo existente se explica por sí mismo', cosa que la ciencia no ha justificado nunca. Cualquier encadenamiento de razones aboca siempre a principios indemostrables, y las mismas matemáticas se levantan sobre postulados o proposiciones cuyas verdades son indemostrables. Si la ciencia se basa en principios indemostrables, ¿por qué exigimos demostración para aceptar la existencia de Dios? ¿No es suficiente la observación de las maravillas del universo o de los seres que lo habitan? ¿No son suficientes los millones de almas que viven sólo por y para su Dios? ¿Están todos equivocados? Mire uno adonde mire, aparecen los indicios de Dios».
Eso mismo observaba el Apostol Pablo: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Romanos 1.20).
Lo Invisible, Superior a la Visible
Entre Dios y el hombre hay un abismo infinito; porque el hombre ha sido creado de tal manera que sus ojos sólo pueden ver lo que no es de Dios, y Dios es, por tanto, esencialmente invisible para los hombres, el que cae y siempre caerá fuera del campo visual humano. Dios es esencialmente invisible. Es afirmación de la supremacía de lo invisible como propiamente real, lo cual nos lleva y autoriza a colocarnos ante lo invisible con tranquilidad impertérrita y en la responsabilidad que dimana del verdadero fundamento de todo, de lo invisible.
Creador de todo lo Visible y lo Invisible
El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", en la sagrada Escritura, la expresión ‘cielo y tierra' significa: todo lo que existe, la creación entera. "El cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cfr. Salmo 19:2), pero también el ‘lugar' propio de Dios: nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:16; cfr Salmos 115:16), y por consiguiente también el ‘Cielo', que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra ‘Cielo' indica el ‘lugar' de las criaturas espirituales, los ángeles, que rodean a Dios.
O sea que no sólo Dios es invisible, sino que ha creado otros seres igualmente invisibles: «La existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe». «En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales. Superan en perfección a todas las criaturas visibles».
Los demonios y ángeles caídos (los que le dijeron «no» a Dios), son de la misma naturaleza y, por tanto, invisibles, lo mismo que la acción habitual que ejercen sobre el hombre.
La ultima Obra
Pero luego aparece una criatura nueva, diferente a las demás del orden visible e invisible, el hombre, a quien Dios hace con un espíritu, como los ángeles, pero también con una naturaleza material. Desde entonces el mundo visible y el invisible quedan ineludiblemente unidos. Y al llegar la plenitud de los tiempos (cfr. Galatas 4:4) ocurre otro hecho inusitado que Agustín describe en su Carta contra el arriano Máximo: «La Persona del Verbo, aunque conservando su naturaleza de Dios invisible, toma una naturaleza de hombre visible: dos naturalezas que siguen siendo distintas aunque indisolublemente unidas».
Entonces Dios ya no puede ser tenido como inaccesible y lejano, como Aquél a quien nadie puede ver: «El que Me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:9), dice Jesús a su Apóstol Felipe; y es que «a Dios nadie lo ha visto Jamás; pero el Hijo único, que está en el seno del Padre, lo ha dado a conocer» (Juan 1:18). Nuestro Señor Jesucristo es, pues, «imagen del Dios invisible». (Colosenses 1:15).
¿Cómo es que los patriarcas vieron a Dios?
Algunos podrán razonar que la invisibilidad de Dios es obvia. Debido a que no podemos ver a Dios, ¿porqué intentar probar que Él es invisible?. Otros podrán mirar la invisibilidad de Dios como un problema, algo confuso, incluso tal vez como un obstáculo a la fe y a la vida en Dios. Pero no lo es, simplemente. Si la Segunda Persona de la Divinidad, -el Hijo- aún no se encarnaba, ¿cómo es que el Antiguo Testamento tiene varios pasajes en que los patriarcas y profetas pudieron ver a Dios?.
La Biblia presenta bastantes casos en que Dios invisible se «aparece»; por ejemplo, a Abraham (Génesis 12:7; 18:1), a Isaac (Génesis 26:2), a Jacob (32:25-31; 35:1, 9), a Moisés (Éxodo 3:16; 4:5), a Samuel (1 Samuel 3:21), o a Salomón (1 Reyes 9:2).
Sin embargo, más que «apariciones» de Dios en el Antiguo Testamento, sería más conveniente hablar de «manifestaciones» de Dios, dadas ellas en diversas formas. De hecho, las «apariciones» de las que se habla suelen ser descritas de manera vaga; por ejemplo, cuando Jacob lucha en la noche con «alguien» (cfr, Genesis 32:25-31), y sólo hasta después deduce que Dios se le ha manifestado en esa pelea. El profeta Isaías tiene una visión de Dios sentado en su trono, lo que lo hace exclamar:
«Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.» (Isaias 6:5).
El profeta Daniel también es testigo de una visión de Dios Padre en la que:
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente.» (Daniel 7:9).
Daniel describe a Dios Padre como un anciano de cabello blanco; pero eso no significa que el Padre tenga cuerpo ni que esté viejo; es más bien signo o figura de su majestuosidad y de su eternidad. Lo anterior pareciera contradecir lo dicho en el Nuevo Testamento, de que nunca antes Dios había sido visto (cfr. Juan 1:18; Juan 5:37).
Dios no tiene una forma Física
“…y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oir la voz, ninguna figura visteis” (Deuteronomio 4:12).
“También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).
Tanto el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos indican que Dios no tiene forma; esto es que Dios no tiene un cuerpo físico.
Dios es Espíritu
La razón de esto la explica nuestro Señor en Sus palabras dirigidas a la mujer junto al pozo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:24).
Esta mujer se refirió a la disputa entre los judíos y los samaritanos sobre el lugar donde Dios debía ser adorado. Los judíos adoraban a Dios en Jerusalén y Jesús pudo haberla corregido señalándole esto. Pero no lo hizo. Jesús le informó que debido a Su encarnación, la adoración no sería nunca más lo mismo. Específicamente, la adoración no sería nunca más restringida a un solo lugar. Los hombres adoraban a Dios en Jerusalén porque ese era el lugar que había elegido Dios para morar. Pero cuando Dios se vistió de humanidad en la encarnación (la venida de Cristo a la tierra), Dios quiso morar no sólo entre su pueblo, sino que en su pueblo. Cuando Jesús ascendió al cielo y el Espíritu Santo vino a morar dentro del creyente, éste podía ya adorar a Dios en cualquier lugar, porque la presencia de Dios entre los hombres es espiritual y no física. Dios es espíritu, por lo que no está restringido a un lugar y tampoco la adoración está restringida a uno. Dios es invisible porque Él es espíritu y no carne.
Cuando Dios aparece a los hombres, se aparece en una gran variedad de ‘Formas’
Podríamos pensar que esta aseveración se contradice con lo que se ha dicho previamente; pero no es así. Dios no tiene una forma física; pero en la Biblia leemos que se les aparece a los hombres en variadas formas. Estas ‘formas’ son tanto vagas como variadas. Cuando Dios se les aparece a los hombres, algunas veces las descripciones de su apariencia son vagas. En Génesis 32, leemos el acontecimiento de un lucha muy extraña. De la descripción del ‘hombre’ con quien peleó Jacob, no podríamos deducir que era otro hombre:
“24 Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. 25 Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. 26 Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. 27 Y el varón le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Jacob. 28 Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. 29 Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí. 30 Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.” (Génesis 32:24-30).
¿Qué provocó el cambio en la mente de Jacob para constatar que ese ‘hombre’ no era otro que Dios mismo?. No pareciera ser que se tratara de algo inusual en la apariencia de esta persona. Ciertamente, pareciera ser, que tampoco se debió al infinito poder de ese varón. La única indicación que nos dice que este ser era Dios, está contenida en las palabras que le dijo a Jacob:
“Y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: Declárame ahora tu nombre. Y el varón respondió: ¿Por qué me preguntas por mi nombre? Y lo bendijo allí” (Génesis 33:28-29).
Casi puedo ver las ruedas de la mente de Jacob, comenzando a girar: “¿Cuándo luché con Dios? y, ¿cómo puede ‘bendecirme’ esta persona; pero no decirme su nombre?.” Repentinamente, lo supo. Había estando luchando con Dios. Aquí había algo sobre lo cual podría meditar durante mucho tiempo. ¿Cómo había estando luchando con Dios?.
Es importante observar que cuando Dios se le apareció a Jacob, de la manera que lo hizo, Su apariencia fue la de un hombre. No se hace mención alguna de vestimentas blancas brillantes o de una luz brillante. No hubiéramos sabido que se trataba de Dios por Su apariencia. Pero por las palabras que Dios dijo, su identidad se nos hace evidente. Otras apariencias o manifestaciones de Dios a los hombres son más espectaculares y muestran más su majestad y su gloria. Sin embargo, las ‘descripciones’ de Dios cuando apareció, están lejos de lo que se detalla:
“Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; 10 y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. 11 Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron.” (Éxodo 24:9-11).
En realidad este es un incidente inusual escondido en medio del libro de Éxodo. Setenta y cuatro hombres vieron a Dios y comieron una comida festiva en su presencia. No hay duda que se trata de Dios y que todos estos hombres le vieron de algún modo. Lo maravilloso es que vivieron para contarlo. Pero si alguien debiera describir a Dios sólo basándose en esta descripción, en un encuentro muy inusual con Dios, ¿cuánto sabríamos de Su apariencia?. Lo único que nos dice este texto es que cuando vieron a Dios, vieron sus pies (versículo 10). Se nos dice más de lo que estaba debajo de Sus pies que cualquier otra cosa. Ciertamente es una descripción muy vaga. Es posible que Dios haya estado visible; pero ciertamente no completo. Uno de los principales textos del Antiguo Testamento que describe la apariencia de Dios a los hombres, lo encontramos en los primeros capítulos del libro del Profeta Isaías:
“1 En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. 5 Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. 6 Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;” (Isaías 6:1-6).
Con toda seguridad Isaías vio al Dios de Israel y esto tuvo un gran impacto sobre él. Pero, ¿qué sabemos de la apariencia de Dios a partir de este pasaje?. ¿Cómo podríamos describir a Dios basados en la descripción que hace de Él Isaías?. Isaías mismo habla más de la apariencia de los ángeles que de la apariencia de Dios. Él estaba sentado en un trono y vestía un manto. Los ángeles no proclamaron sobre la apariencia de Dios, sino cómo se veía. Proclamaron el carácter de Dios. Hablaron de Su santidad y de Su gloria. El impacto sobre Isaías fue una toma de conciencia máxima de su propia maldad como un pecador. Esta revelación del carácter de Dios, provocó en Isaías una visión de cuánto había caído de la gloria de Dios. En la medida que Isaías creció en el conocimiento del carácter de Dios, creció en el conocimiento de sí mismo. Lo que Isaías vio de sí mismo, no era lindo.
Sería fatal ver el ‘rostro’ de Dios
En aquellas instancias en las que se dice que los hombre vieron a Dios, se expresa sorpresa por haber vivido para contarlo. Jacob se maravilló al ver que su vida había sido preservada (Génesis 32:30). Moisés notó que Dios “no extendió Su mano” en contra de los 74 hombres que se dice que habían visto al Dios de Israel, (Éxodo 24:10-11). Dios informó a Moisés que él no podría verlo y vivir (Éxodo 33:20). Cuando Gedeón tomó conciencia de haber visto “al ángel de Dios cara a cara” (Jueces 13:21-21), se le aseguró que no moriría (versículo 23). Manoa y su mujer, quienes se convertirían en los padres de Sansón, se asombraron de no haber muerto por haber visto a Dios como “el ángel del Señor” (Jueces 13:21-23). Al parecer Pablo está diciendo que los hombres no pueden ver a Dios y vivir cuando declara que Dios mora en “la luz inaccesible” (1 Timoteo 6:16). Acercarse a Dios es igual a dibujar cerca de un horno encendido a altas temperaturas. Es peligroso para la salud de quien lo hace (ver también Éxodo 33:2-5).
Mucha Diferencia entre ver a Dios’cara a cara’ y ‘ver la cara o el rostro de Dios’
Algunos podrán creer que la Biblia se contradice con relación a la invisibilidad de Dios. Algunos textos expresen claramente que Dios es invisible y que no puede ser visto:
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el señor del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:8).
“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos, Amén” (1ª Timoteo 1:17).
Pero también hay textos en los que los hombres declaran haber visto a Dios: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:30).
“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo” (Éxodo 33:11).
“…y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:14).
Considerando las Aparentes Contradicciones
En el Antiguo Testamento ver a Dios «cara a cara» no equivalía a ver «el rostro de Dios», puesto que Dios, al ser Espíritu , carece de cuerpo. Así, Éxodo 33:11 dice que Dios «conversaba con Moisés cara a cara», pero luego Moisés le pide que le muestre su gloria (vv. 18-23), y el Señor le responde que sí pasará su gloria delante de Moisés y él verá su «espalda» pero que su rostro nadie lo puede ver. A la luz de lo que nos dicen algunos textos de que Dios es invisible y otros textos que Dios ha sido visto por los hombres, apliquemos a continuación verdades bíblicas para que nos ayuden a resolver estas contradicciones aparentes.
La expresión ‘cara a cara’ es en sentido figurado. En las Escrituras está claro que ver a Dios ‘cara a cara’, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, cuando en la primera parte de Éxodo 33, se dice que él ha hablado con Dios “cara a cara”: Éxodo 33:9-11. Lo importante de este texto, no es que Moisés en realidad viera el rostro de Dios, sino que hablaba con Él íntimamente. Sin embargo al patriarca solo le fue mostrada las espaldas de Dios Éxodo 33:18-23. Dios le habló a Moisés “cara a cara”; pero no le permitió “ver Su rostro”. Por lo tanto, ver a Dios “cara a cara”, no es lo mismo que ver el rostro de Dios. Hablar “cara a cara”, significa hablar con alguien sobre una base personal e íntima, de la forma en que un amigo le habla a otro amigo. Encontramos algo similar en Números 14:13-14.
Dios fue visto “cara a cara” por los israelitas. En el contexto, esto significa que Dios hizo conocer Su presencia a los israelitas, por medio de la nube que les conducía y que llegó a ser una columna de fuego por la noche. No significa que Dios tiene ojos físicos y que los israelitas vieron esos ojos. La presencia de Dios estaba con Su pueblo y Él hizo que esa presencia se conociera. Pero nadie en ninguna parte vio el rostro de Dios, porque Dios no tiene rostro. Dios es Espíritu y no carne. Es invisible a los hombres, porque Él no tiene cuerpo y se hace visible a los hombres por varios medios. Aparece como un hombre, que era el ángel de Jehová. Se hizo conocer a sí mismo por medio de una nube y bajo varias otras apariencias; pero ninguna de ellas fue una revelación completa. Y no hubo ninguna ocasión en la que los hombres vieron el rostro de Dios.
Continua en Seres Espirituales I: La Invisibilidad de Cristo
Promocionar tu página también