Sana Doctrina

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio, Judas 1:3 Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.

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viernes, 8 de marzo de 2013

Jerusalen (Historia)



Nombres de la Ciudad

La historia de Jerusalén, hasta un cierto punto, no se puede distinguir de la de Israel. Será suficiente para ello prestar atención a los acontecimientos más memorables de la ciudad.

Según la tradición judía (Josefo, Antiq. Jud. I, 10, 1; Tárgum Onkelos, Génesis 14,18), Jerusalén se llamó, originalmente, Salem (Paz), y fue la capital del rey Melquisedec (Génesis 14, 18). 
Esta tradición ha sido confirmada por las tablillas cuneiformes descubiertas en 1888 en Tell Amarna, en Egipto. Cinco de estas tablillas (cartas, n.d.t.), escritas en Jerusalén alrededor del año 1400 A.C., nos informan que la ciudad, por aquel entonces, se llamaba U-ru-sa-lim. Aparece en algunas inscripciones asirias bajo el nombre de Ur-sa-li-im-mu.
De acuerdo con los silabarios asirios, uru y ur significan ciudad (Hebreo ir). En varias tablillas de Tell Amarna la palabra salim se usa en el sentido de paz. Ursalim, por lo tanto, quiere decir Ciudad de Paz. El salmista, también, relaciona Salem con Sión: su tienda está en Salem, su morada en Sión [Salmo 75 (76), 3] (BJ, nueva edición Desclée  de Brouwer, Bilbao, 1984 n.d.t.). Cuando los israelitas entraron en la Tierra Prometida, Jerusalén, estaba en poder de los Jebuseos, y llevó el nombre de Jebús. Los Hebreos, sin embargo, no ignoraban su antiguo nombre; a menudo la llamaron Jerusalén (Josué 10.1; Jueces 19. 10; 2 Samuel 5.6, etc). En otros pasajes de la Biblia también se le llama Jerusalén (1 Crónicas 3.5; Jeremías 26.18; Ester 2.6. etc.).
Los Setenta escriben su nombre Ierousalem. Bajo las influencias helenizantes que invadieron Palestina, Salem se convirtió en Solyma (Antiq. Jud., I, x, 2), y Jerusalén ta Ierosolyma (La Santa Solyma) (1 Macabeos 1, 14.20; 2 Macabeos 1, 10; Bell. Jud., VI, 10; etc.). El Nuevo Testamento emplea a veces la forma de los Setenta y otras veces aquella de los Macabeos, lo que la Vulgata traduce por Jerusalén y Jerosolyma
La Versión Siríaca muestra Uris lem, una forma muy cercana a la Asiria. Cuando el Emperador Adriano reconstruyó la ciudad, en el 136 D.C., le dio el nombre de Aelia Capitolina
Desde la conquista mahometana de Palestina, en el siglo séptimo, hasta nuestros tiempos, los Árabes la llaman El Quds, La Santa la ir haq qodes, o Ciudad Santa, de II Esd., xi, 18 (Nehemías, n.d.t.) (cf. Mateo 4.5, etc.).
Entre todos los demás pueblos el nombre Jerusalén se sigue usando hasta hoy.


De los orígenes a la Conquista por David


Como hemos visto más arriba, Jerusalén es la antigua Salem, capital de Melquisedec, rey y sacerdote del Altísimo. Teniendo conocimiento de la vuelta de Abraham (entonces llamado Abram), quien había vencido a Kedorlaomer y sus aliados, Melquisedec se presentó ante el patriarca (Hebreos 7.1) en el valle de Savé, que es el valle del rey (Génesis 14.17). El valle del rey es el Valle del Cedrón, que nace al norte de la ciudad (2 Samuel 18.18; Antiq. Jud., I, 10:2. Cf. 2 Reyes 25.4; Jeremías 39.4). Como toda la tierra de Canaán, Jerusalén estuvo sometida a Caldea durante muchos siglos; después del tiempo de Abraham pasó al dominio de Egipto. Alrededor del año 1400 (ésta y las sucesivas fechas son antes de Cristo, n.d.t.) mientras Israel soñaba con la liberación del yugo egipcio, cierto pueblo Cosseano, llamado Khabiri, invadió Palestina, probablemente por instigación de los Caldeos o los Hititas, y tomó posesión de las plazas fuertes. Abd Hiba, rey de U-ru-sa-lim, viendo su ciudad amenazada, despachó seis cartas sucesivas a su señor feudal, Amenofis III, implorando ayuda. Pero fue en vano; Egipto mismo estaba en su propia crisis. Probablemente fue en este período cuando Jerusalén cayó bajo el poder de los Jebuseos, que la llamaron Jebús.
Cuando los Hebreos entraron en la Tierra Prometida, el Rey de Jebús era Adonisedec (Señor de Justicia) un nombre que, tanto en la forma como en el sentido, recuerda a Melquisedec (Rey de Justicia). Aunque Adonisedec pereció con la coalición de los cinco reyes de Canaán contra Israel (Josué 10.26; 12.10), Jerusalén mantuvo largamente su independencia gracias a su fuerte posición. En la distribución de la tierra entre los hijos de Israel, le fue asignada a los descendientes de Benjamín. La frontera entre esta tribu y la de Judá corre desde En Semés, en el camino de Jericó, hasta En Rogel, en el valle del Cedrón, entonces, siguiendo el valle del hijo de Ennom (Josué 15.7-8) o de los hijos de Ennom (Josué 18.15-16) de los Jueces, Judá y Benjamín intentaron tomar posesión de ella, pero en vano, aunque pasaron a sus habitantes por la espada e incendiaron la ciudad (Jueces 1.8); la ciudad de la que aquí se habla, como señala Josefo (Antiq. Jud., v, ii, 2) es, solamente, la ciudad baja o suburbios. Jerusalén permaneció (Jueces 19.12) independiente de Israel hasta el reinado de David. 


Desde David hasta la cautividad de Babilonia


Habiendo llegado a ser rey de las Doce Tribus de Israel, David contempló el hacer de Jerusalén el centro religioso y político del pueblo de Dios. Reunió todas las fuerzas de la nación en Hebrón, y avanzó contra Jebús. Después de largos y penosos esfuerzos, David conquistó la fortaleza de Sión y se instaló en la fortaleza y la llamó ciudad de David. Y construyó una muralla en derredor desde Mil-ló hacia el interior (2 Samuel 5.7, 9). Esto ocurrió hacia el año 1058 antes de Cristo (No obstante, la BJ sitúa la conquista sobre el año 1000, y que el reinado de David duró de 1010 al 970 antes de Cristo, n.d.t.). El rey ordenó traer del Líbano madera de cedro y obreros de Tiro, para construirse un palacio. Poco después el Arca de la Alianza fue traída solemnemente a la ciudad de David y colocada en un tabernáculo. Un día el rey vio al ángel exterminador planeando sobre el Monte Moria, dispuesto a atacar la Ciudad Santa. El Señor detuvo su brazo, y David, en acción de gracias, compró la era de la cima de la colina, propiedad de Arauná (A.V. Araunah), u Ornan, el Jebuseo, y construyó allí un altar sobre el que ofreció holocaustos (2 Samuel 24; 1 Crónicas 21). A partir de entonces el Monte Moria fue destinado a recibir el templo del Altísimo. David preparó los materiales y dejó a su hijo la ejecución del proyecto.
En el cuarto año de su reinado, Salomón comenzó la construcción del Templo bajo la dirección de artesanos enviados por Juram, Rey de Tiro. Juram también aportó madera de cedro y de ciprés; 70,000 hombres se emplearon para transportar madera desde Joppe (Jaffa) a Jerusalén y 80,000 más en sacar piedra de canteras de las cercanías y tallarla. El grandioso monumento estuvo terminado, en sus aspectos esenciales, en siete años y medio, y el Arca de la Alianza, con gran pompa, fue traída desde la Ciudad de David al nuevo santuario (2 Samuel 6). Las edificaciones se levantaron sobre una gran plataforma construida con inmensos muros de contención. Al oeste se levantó el Santo de los Santos, rodeado por una serie de cámaras en varios niveles, enfrente del cual, al este, estuvo una monumental fachada formada por dos altas torres adosadas. Enfrente de esta entrada levantaron dos grandes columnas de bronce, como obeliscos. Hacia el este estaba el gran patio de los sacerdotes, cuadrado, rodeado de porches, con el altar de los holocaustos, el mar de bronce, y otros utensilios para los sacrificios. Este patio estaba rodeado de otros que también estaban embellecidos con galerías y soberbios edificios. Salomón, después, dedicó treinta años a erigir, al sur del Templo, la casa del Bosque del Líbano, su palacio real, con el de su reina, hija del Faraón, así como los edificios destinados a su numerosa familia, a su guardia, y a sus esclavos. Entonces unió el Templo y el nuevo barrio real con la Ciudad de David con un muro envolvente, fortificó el Mil-ló (en D. V., Mello 1 Reyes 9.15), y cerró la brecha de la Ciudad de David (1 Reyes 11.27). El pueblo comenzó a protestar por los impuestos y los trabajos forzados.
Estalló la insurrección cuando el orgulloso Roboam, hijo de Salomón, comenzó su reinado (981-65). Diez tribus se le sublevaron y se unieron para formar el Reinado del Norte, o de Israel, y Jerusalén dejó de ser algo más que la capital de las tribus de Benjamín y Judá. Por invitación de Jeroboam, elegido soberano del nuevo reino en Judá (976), Sosac (Seshonq) tomó Jerusalén y saqueó los inmensos tesoros del Templo y del palacio real (1 Reyes 14, 25, 26)Asa (961-21) y Josafat (920-894) enriquecieron el Templo después de sus numerosas victorias sobre los pueblos vecinos. Bajo Joram (893-888) los Filisteos, aliados con los Árabes del Sur, a su vez, saquearon el Templo y se llevaron todos los hijos del rey excepto el más joven, Ocozías, o Joacaz, el hijo de Atalía (2 Crónicas 21, 16, 17). Al asesinato de éste, Atalía eliminó a sus nietos, y se apropió del poder. Sólo Joás, un niño de un año, fue salvado de la masacre por el Sumo Sacerdote Yehoyadá y criado en secreto en el Templo. A la edad de seis años fue proclamado rey por el pueblo, y Atalía fue apedreada hasta morir. Joás (886-41) restauró el Templo y abolió el culto de Baal; pero más tarde se pervirtió e hizo que el Profeta Zacarías, hijo de Yehoyadá su salvador, fuese muerto. Él mismo pereció a manos de sus sirvientes (2 Reyes 12; 2 Crónicas 22) (En realidad la historia sigue en el capítulo 24 del libro segundo de las Crónicas. n.d.t.). Bajo Amasías los Israelitas del Norte derrotaron a los del Sur, atacaron Jerusalén, y abrieron brecha de cuatrocientos codos en la muralla de Jerusalén desde la puerta de Efraín hasta la puerta del Ángulo. Los tesoros del Templo y del palacio real fueron llevados a Samaría (2 Reyes 14.13-14). 

Ozías, o Azarías (811-760), reparó la brecha y fortificó la muralla con sólidas torres (2 Crónicas 26.9). Su hijo Jotán (759-44), un sabio y justo rey, reforzó la ciudad construyendo la puerta superior de la casa de Yahvéh, e hizo muchas obras en los muros de Ofel.sur del barrio real (2 Crónicas 27.3; 2 Reyes 15.35). 
Mientras los Reyes de Siria e Israel marchaban contra Jerusalén, Dios envió al Profeta Isaías al Rey Ajaz (743-27), que se encontraba al final del caño de la alberca superior. Allí el Profeta le predijo el rechazo del enemigo y al mismo tiempo le anunció que el Mesías Emmanuel, nacería de una virgen (Isaías 7.3-14)Ajaz gastó los bienes del Templo en pagar tributo a Teglatfalasar, Rey de Asiria, cuya protección había buscado contra los Reyes de Israel y Siria; fue lo suficientemente impío como para sustituir el culto de Yahvéh poniendo en su lugar el culto de Baal-Moloc.
Ezequias (727-696) aceleró la abolición del culto de los ídolos. Alarmado por la caída del Reino de Israel (721), levantó un segundo muro para proteger los suburbios que habían sido construidos al norte del Monte Sión y del Templo. Hizo alianza con Egipto y con Merodac Baladán, Rey de Babilonia, y rehusó pagar tributo a Asiria. Por esto, Senaquerib, Rey de Nínive, que estaba en guerra con Egipto, invadió Palestina desde el sur, y envío a su jefe de oficiales (Copero mayor, BJ, n.d.t.) desde Lakís a Jerusalén, con un numeroso ejército, para emplazar al rey a la rendición sin condiciones. Pero, por consejo de Isaías, el rey rehusó la rendición. A fin de cortar el agua al enemigo, cegó la salida superior del Guijón y trajo el agua al oeste de la ciudad de David (2 Crónicas 32.3-4 y 30). Una tablilla Asiria (Prisma de Taylor, col. 3) informa que Senaqueríb, después de derrotar a los Egipcios en Altaka y habiendo tomado cuarenta y seis poblaciones de Judea, encerró a Ezequías en Jerusalén como un pájaro en una jaula (Inscripciones Cuneiformes de Asia Oeste, I, PI. 39). Esto coincide con la narración de la Biblia; en el momento en que Senaquerib iba a asaltar Jerusalén, fue informado que Tharaca, Rey de Etiopía, avanzaba contra él, y de seguida, dejando la Ciudad Santa, se puso en marcha para Egipto; pero su ejército fue milagrosamente destruido por la peste (2 Reyes 18.13; 19.35-37; 2 Crónicas 32.9-22; Isaías 36 y 37)

Senaquerib organizó otro ejército en Nínive y derrotó a Merodac Baladán de Babilonia, protector de Ezequias. Por consiguiente resultó que, según las inscripciones Asirias, Manasés, hijo de Ezequias, se encontró a sí mismo como tributario de Assaradon y de Asurbanipal, Reyes de Nínive (Prisma de Assaradon, obra citada, III, p. 16; G. Smith, Historia de Asurbanipal, p. 30). 
Manasés, poco después, intentó sacudirse el yugo Ninivita. El año 666 los generales de Asurbanipal vinieron a Jerusalén, encadenaron al rey y lo llevaron a Babilonia, como vasallaje a Nínive (II Par., xxxiii, 9-11) (2 Crónicas 33.9-11. n.d.t.). Sin embargo Manasés obtuvo pronto su libertad y volvió a Jerusalén, donde reparó los males que había causado. También restauró los muros de la ciudad que habían sido construidos por su padre (2 Crónicas 33.12-16).
Amón, uno de los peores reyes de Judá, fue asesinado después de dos años de reinado. Su hijo Josías (641-08), aconsejado por el Profeta Jeremías, destruyó los altares idolátricos y restauró el Templo (621). En esas circunstancias el Sumo Sacerdote Jilquías encontró en un salón del santuario una vieja copia de la Ley de Yahvéh dada por medio de Moisés (2 Reyes 22.8-14; 2 Crónicas 34.14-21). El año 608 el Faraón, Nekó II, marchó contra Asiria. Movido por un escrúpulo de conciencia, el buen rey intentó cerrar el paso al adversario de su protector, y fue muerto en la batalla de Meguiddó (2 Reyes 23.29-30). Joacaz, o Sellum, su sucesor, después de reinar tres meses, fue depuesto por Nekó, y llevado cautivo a Egipto, mientras que Elyaquim, a quien el conquistador dio el nombre de Yoyaquím (D. V. Joakim) fue puesto en su lugar (607-600). El año 601 Nabucodonosor (Nebuchadnezzar) entró en Judea para consolidar el poder de su padre. Se llevó cautivos a Babilonia cierto número de notables de Jerusalén, junto al joven Profeta Daniel. Yoyaquín se sublevó contra el yugo de Babilonia, pero su hijo Joaquín (Jehoiachin), se rindió a Nabucodonosor. La ciudad fue saqueada y 10,000 de sus habitantes, incluido el rey, fueron deportados a Babilonia (2 Reyes 24.1-16; cf. 2 Crónicas 36.1-10). El tercer hijo de Josías, sucedió a su sobrino, 
Sedecías (596-587). Impulsado por los partidarios de Egipto, él, también, se rebeló contra su protector. Nabucodonosor volvió a Siria y envió a su general, Nabuzardán, contra Jerusalén con un formidable ejército. La ciudad se rindió después de un asedio de más de dieciocho meses. El Templo, los palacios reales y otros edificios importantes fueron incendiados, y la ciudad desmantelada. Los vasos sagrados, y cualquier otra cosa de valor, fueron llevados a Babilonia; sólo el Arca de la Alianza pudo ser ocultada por los Judíos. Sedecías, quien, en el último momento, se dio a la fuga con su ejército por la puerta del sur, fue alcanzado en la llanura del Jordán, y le fueron arrancados los ojos. El sumo sacerdote, los jefes militares, y los notables del país fueron masacrados, y el resto de los habitantes transportados, con su rey ciego, a Babilonia. Solamente agricultores y pobres quedaron en el país, con un gobernador Judío llamado Godolías (Gedaliah), quien puso su residencia en Mispá (2 Reyes 24.18-20; 24 y 25; 2 Crónicas 36.11-21). 


Desde la vuelta de la Cautividad a la dominación Romana


El año 536 antes de Cristo, Ciro, Rey de Persia, autorizó a los Judíos a volver a Palestina y reconstruir el Tempo del Señor (Esdras 1.1-4). La primera expedición, con 42,000 Judíos, fue despachada bajo el liderazgo de Zorobabel, un príncipe de Judá. Se apresuraron a restaurar el altar de los holocaustos, y en el segundo año pusieron los cimientos para otro templo, el cual, sin embargo, debido a las dificultades puestas por los Samaritanos y otros pueblos vecinos, no se completó hasta el sexto año del reinado de Darío (514). Los ancianos no pudieron contener sus lágrimas al ver el carácter modesto de la nueva edificación. El año 458, bajo Artajerjes I, Esdras vino a Jerusalén con 1500 Judíos como gobernador de Judea y terminó la restauración política y religiosa de Israel. Treinta años más tarde, Nehemías, con el permiso de Artajerjes, completó definitivamente la restauración de la Ciudad Santa.
Por la victoria de Issus y la toma de Tiro, Alejandro el Grande, Rey de Macedonia, se convirtió en el dueño de Asia Occidental. El año 332 marchó contra Jerusalén, que había permanecido fiel a Darío III. El Sumo Sacerdote Jaddus, creyendo que la resistencia no serviría para nada, salió al encuentro del gran conquistador, y lo indujo a dejar a salvo a los Judíos (Antiq. Jud., XI, viii, 3-6). Después de Alejandro, Jerusalén sufrió mucho por el largo forcejeo entre los Seleúcidas de Siria y los Tolomeos de Egipto. Palestina cayó ante Nicanor Seleúcida, pero en el 305 Soter Tolomeo consiguió entrar en Jerusalén gracias a una estratagema en el día del Sábado, y se llevó un cierto número de Judíos a Egipto (Antiq. Jud., XII, i, 1). Un siglo más tarde (203) Antíoco el Grande, otra vez, arrancó la Ciudad Santa de las garras de Egipto. 

Cuando, el 199, cayó una vez más en el poder de Scopas, un general de Tolomeo Epifanes, los Judíos ayudaron a las tropas de Antíoco, que acababa de derrotar al ejército de Scopas, para sacar definitivamente la guarnición Egipcia fuera de la ciudadela de Jerusalén (Antiq. Jud., XII, iii, 3). Los Seleúcidas concibieron la infeliz idea de introducir modos y conceptos helénicos es decir, paganos- en el pueblo Judío, especialmente en los sacerdotes y la aristocracia civil. El sumo sacerdocio llegó a ser un cargo corrupto; Jasón fue suplantado por Menelao, y Menelao por Lisímaco. Estos indignos sacerdotes, al final, tomaron las armas unos contra otros, y la sangre corrió libremente en varias ocasiones por las calles de Jerusalén (2 Macabeos 4). Bajo la excusa de sofocar esta agitación, Antíoco Epifanes en el año 170 entró en la Ciudad Santa, asaltó las fortificaciones del Templo, lo despojó de sus más sagrados objetos, masacró 40,000 personas, y se llevó muchas más al cautiverio (1 Macabeos 1.17-25; 2 Macabeos 5.11-23)
Dos años después envió a su general Apolonio a suprimir por la fuerza la religión Judía y reemplazarla en Jerusalén por el paganismo Griego. La ciudad fue desmantelada, y la Akra (Ciudadela en griego, n.d.t.), la ciudadela que dominaba el Templo y servía de cuartel a los Sirios y de refugio a los Judíos renegados, fue reforzada. La estatua de Júpiter Olímpico fue erigida en el Tempo del Altísimo, mientras por todas partes se desató una cruel y sangrienta persecución contra los Judíos que seguían siendo fieles a sus tradiciones (1 Macabeos 1.30-64; 2 Macabeos 5.25, 26; 6.1-11). 
El sacerdote Matatías de Hasmón y sus cinco hijos, conocidos como los Macabeos, organizaron una resistencia heroica. Judas, que sucedió a su padre a la muerte de éste, obtuvo cuatro victorias sobre la armada Siria, ocupó Jerusalén (164), purificó el Templo, consolidó las fortificaciones, y erigió un nuevo altar para los holocaustos. También  reparó los muros de la ciudad, pero no pudo apoderarse de la ciudadela (Akra), en poder de una guarnición militar Siria. Después de varios rechazos y victorias hizo una alianza con el Imperio Romano (1 Macabeos 8)Jonatán le sucedió y mantuvo el conflicto con no menos heroísmo y éxito. Construyó un muro entre la ciudad superior y el Akra, como barrera contra los Sirios. Simón tomó el lugar de su hermano cuando Jonatán cayó a causa de una traición (142). Tres años más tarde, sacó la guarnición Siria fuera de Akra, arrasó la fortaleza, e incluso niveló la colina en la que había estado una tarea gigantesca que ocupó a toda la población durante tres años (Antiq. Jud., XVIII, vi, 6; Bell. Jud., V, iv, 1).

Demetrio II y después de él Antíoco Sidete, por fin, reconocieron la independencia del pueblo Judío. Simón, con dos de sus hijos, fue asesinado por su yerno, y su tercer hijo, Juan Hircano I (135-06), le sucedió en el trono. Antíoco Sidete, con un gran ejército, llegó a sitiar Jerusalén, pero consintió en retirarse por un rescate de 500 talentos, e Hircano cogió la suma de los tesoros del sepulcro real (Antiq. Jud., XIII, viii, 24; Bell. Jud., I, ii, 5). A Hircano I le sucedió su hijo Aristóbulo I, quien compaginó el título de pontífice con el de rey, reinando, sin embargo, sólo un año. Su hermano y sucesor Alejandro Janneo (105-78) agrandó considerablemente los límites del reino por sus muchas y brillantes victorias. Después de su muerte, Alejandra su viuda, tomó las riendas del gobierno en sus manos por nueve años, después de lo cual ella confió el sumo sacerdocio y la corona a su hijo Hircano II (69), pero su hermano Aristóbulo se levantó en armas para disputarle la posesión del trono. En virtud de la alianza con Roma que Simón había concertado, Pompeyo, el general Romano, vino desde Damasco a Jerusalén, en el año 65 antes de Cristo, para poner fin a la guerra civil. Los partidarios de Hircano abrieron las puertas de la ciudad a los Romanos, pero los de Aristóbulo se encerraron dentro de las fortificaciones del Templo, y no pudieron ser desalojados hasta después de un asedio de tres meses. Su resistencia fue vencida, por fin, en Día de Sábado; tantos como 12,000 Judíos fueron masacrados, y Aristóbulo fue llevado al exilio. Pompeyo repuso a Hircano en el sumo sacerdocio, con el título de etnarca, y declaró a Jerusalén tributaria de Roma (Antiq. Jud., XIV, iv, 1-4; Bell. Jud., I, vii, 1). 

Bajo la dominación Romana; hasta el 70 año del Señor


César permitió a Hircano reconstruir los muros demolidos por Pompeyo; pero en el año 48 antes de Cristo nombró a Antípatro, el Idumeo, gobernador de Palestina, y este último, cuatro años después, consiguió el nombramiento de su hijo mayor, Fasael, como prefecto de Jerusalén, y a su hijo menor, Herodes, como gobernador de Galilea. Cuando Antípatro murió (43), Antígono, el hijo de Aristóbulo II, se hizo con el trono, envió a Hircano II al exilio en medio de sus aliados, los Partos y encarceló a Fasael, quien, desesperado, se suicidó (Antiq. Jud., XIV, xiii, 5-10; Bell. Jud., I, xiii, 1-10). Herodes huyó a Roma, donde el Senado lo proclamó Rey de los Judíos (40). Pero esto fue tres años antes de que arrebatara Jerusalén a Antígono, y sólo después de provocar conflictos y derramamientos de sangre en la ciudad.
Antígono, el último de la dinastía de los Asmoneos, fue condenado a muerte (Antiq. Jud., XIV, xiv, 4; xvi, 1; Bell. Jud., I, xiv, 4; XVIII). 

El año 24 a.C.Herodes el Grande se construyó un espléndido castillo en el lugar de la Torre de Baris, o de Birah (Nehemías 2, 8), la llamó Antonia, en honor de Marco Antonio, y puso allí su residencia (Bell. Jud., V, v, 8; Antiq. Jud., XV, xi, 5). 
También construyó un teatro y un anfiteatro para las luchas de gladiadores.
El 19 a.C., el rey, cuyo origen así como su crueldad lo habían hecho odioso a los Judíos, creyó ganarse su voluntad reconstruyendo el Templo de Zorobabel, poco a poco, hasta que pareciera tan espléndido como el de Salomón. También agrandó el santuario extendiendo las galerías hasta la fortaleza Antonia, al norte, y uniéndolo, al sur, con el lugar del palacio de Salomón, como para erigir allí una soberbia stoa, o basílica. La inauguración del nuevo Templo tuvo lugar en el año 10 antes de Cristo (Antiq. Jud., XV, xi, 3-6) pero miles de obreros siguieron trabajando en él hasta el año del Señor 64 (Antiq. Jud., XX, ix, 7). Hizo construir un segundo castillo-fortaleza en el ángulo noroeste del Monte Sión, y lo flanqueó con tres soberbias torres -Hípico, Fasael y Mariamme. Abrió la tumba de los reyes de Judá, en busca de tesoros, después de lo cual, para aplacar la indignación popular causada por su sacrilegio, erigió un monumento de mármol blanco a la entrada de la tumba (Antiq. Jud., VII, xv, 3; XVI, vii, 1). Herodes se aproximaba al fin de su reinado de casi cuarenta y un años cuando Jesús, el Divino Salvador, nació en Belén. Unos pocos meses después de la visita de los tres Sabios de Oriente, y la masacre de los Inocentes, murió de horrible enfermedad, odiado por todo su pueblo (4 antes de Cristo) (Existe una contradicción, ya que Herodes no pudo exterminar a los Inocentes a causa del nacimiento de Cristo y morir después de ello, pero cuatro años antes del nacimiento de Cristo; esto se debe a un error de cálculo cometido al establecer el inicio de nuestro actual calendario gregoriano, del siglo XVI; en el siglo VI Dionisio el Exiguo estableció el nacimiento de Cristo en el año 753 de la fundación de Roma; n.d.t.).
Arquelao, su hijo, cogió el título de rey, pero en el curso de ese mismo año Roma lo dejó con el sólo título de Etnarca de Judea, Samaría, e Idumea. Diez años más tarde fue depuesto, y Judea quedó reducida al estatuto de provincia Romana. Coponio, Marco Ambivio, Annio Rufo, Valerio Grato (14, año del Señor) y Poncio Pilato, sucesivamente, fueron nombrados procuradores del país. Pilato dio ocasión a varias sediciones que ahogó con una extrema brutalidad. Bajo la administración de Poncio Pilato, Jesús Cristo fue arrestado y condenado a muerte. La Pasión, Resurrección y Ascensión del Divino Salvador han hecho de Jerusalén la que ya era gloriosa- la ciudad más celebrada del mundo entero. El entusiasmo con el que, después del Día de Pentecostés, millares de Judíos se declararon discípulos de Jesucristo provocó una violenta persecución de los Cristianos, en la que el diácono Esteban fue el primer mártir (Hch 6.8-15). Poncio Pilato había cogido un día los fondos del Corban para pagar la construcción de un acueducto, y se produjo un levantamiento de los Judíos. Convocado a Roma para dar cuenta de su conducta, fue desterrado por Calígula (Antiq. Jud., XVIII, iii, 2). Dos años después, el emperador hizo a Herodes Agripa I, nieto de Herodes, tetrarca de los países de más allá del Jordán; en el 41 Claudio lo nombró rey de Judea. Agripa se comprometió a construir un tercer muro, al norte de la ciudad (Antiq. Jud., XIX, vii, 2; Bell. Jud., V, iv, 2). Para agradar a los Judíos, hizo decapitar a Santiago el Mayor, e intentó lo mismo con San Pedro, pero vino un ángel y liberó de sus cadenas al Príncipe de los Apóstoles (Hch 12, 1-19). Poco después, principio del 44, el rey murió miserablemente en Cesárea (Hch 12, 23; Antiq. Jud., XIX, 8, 2).
En aquella época vino a Jerusalén Sadan, quien era llamada entre los Griegos Helena, Reina de Adiabene, un país situado en el río Adiabas, que es afluente por el este del Tigris. Convertida al Judaísmo, junto a su numerosa familia, ella reconfortó a los pobres con su munificencia durante una terrible hambruna (cf. Hch 11, 28). Ella fue la que hizo que se excavara, para ella y su familia, al norte de la ciudad, el imponente sepulcro conocido como la Tumba de los Reyes (Antiq. Jud., XX, ii, 6; iv, 3). En este tiempo murió la Bendita Virgen, y fue enterrada en Getsemaní. San Pedro volvió de Antioquia para presidir el Primer Concilio (Hch 15, 1-3) (Ver JUDAIZANTES, apartado Concilio de Jerusalén). El Rey de Judea fue sustituido por un procurador, y Agripa II, hijo del Agripa precedente, fue nombrado Príncipe de Calcis y Perea, y encargado de cuidar del Templo de Jerusalén (Antiq. Jud., XX, ix, 7). Terminó el tercer muro, comenzado por su padre y finalizó las obras del santuario el año del Señor 64. Cuspio Fado, Tiberio Alejandro, y Cumano fueron sucesivamente los procuradores desde el 44 al 52. Vinieron después Félix, Festo, y Albino, desde el 52 al 66. Con los últimos cuatro, los desórdenes y las masacres se sucedieron ininterrumpidamente. Gesio Floro (66) superó la maldad de sus predecesores, y llevó al pueblo a sublevarse contra la dominación Romana; Agripa y su partido recomendaron paciencia y apelaron a Roma contra el procurador; pero después de varios días de guerra civil, el partido insurgente triunfó sobre el pacifista, masacró la guarnición Romana e incendió los palacios. Cestio Galo, Presidente de Siria, llegó el treinta de Octubre del año 66, con la Duodécima Legión, sólo encontró rechazo, y hubo de retirarse (Antiq. Jud., XX, xxi; Bell. Jud., II, xvii, 6; xix, 1-9). Los Cristianos, recordando la profecía de Cristo (Lucas 19, 43-44) se retiraron más allá del Jordán dentro de territorio de Agripa, guiados por su obispo, San Simeón (San Epifanio, De mensuris, xiv, xv). Nerón encomendó a su general Vespasiano, suprimir la insurrección, y Vespasiano, acompañado de su hijo Tito, invadió Galilea, el año del Señor 67, con un ejército de 60,000 hombres. La mayoría de las plazas fuertes ya habían sido ocupadas, cuando la muerte del emperador hizo suspender las hostilidades. Después de los efímeros reinados de tres emperadores, en total dieciocho meses, Vespasiano fue elevado al trono en Noviembre del 69. Tito recibió de su padre el mando del ejército del Este, y al año siguiente, en el tiempo en que la Ciudad Santa estaba abarrotada con todos los que habían venido para la Fiesta de Pascua, comenzó su asedio. El décimo-cuarto día de Kanthic (Bell. Jud., V, xiii, 7), o del mes  Hebreo de Abib el día de la Pascua, correspondiente al 31 de Marzo- Tito tomó posiciones en el Monte Scopus con las Legiones, Quinta, Séptima y Décimo-quinta, a la vez que la Décima ocupaba el Monte de los Olivos. En el otro lado, Juan de Giscala mantenía en su poder el Templo, la Antonia, y la ciudad nueva de Bezetha, con 11,000 hombres, y Simón, el hijo de Giora, resistía en la parte superior e inferior de la ciudad, en la colina del sudoeste, con 10,000 hombres.
Al atacar el tercer muro, el 9 de Abril, las legiones se hicieron con esa línea de defensa después de quince días de lucha. Una vez dueño de la ciudad nueva, Tito subió su posición hacia el oeste, en el lugar conocido como el Campo de los Asirios (Bell. Jud., V, vii, 2). Siguió inmediatamente un ataque al segundo muro. Cinco días más tarde, los Romanos entraron por una brecha pero fueron repelidos y se hicieron dueño de él solamente después de cinco días de feroz e incesante lucha. Tito pudo entonces aproximarse a la Antonia, la cual era la única vía de acceso al Templo y a la ciudadela de Herodes, y protegía el primer muro al norte del Monte Sión.
Tras tres días de descanso, las plataformas de elevación y las torres móviles estuvieron listas contra la torre Hippicus y la Antonia. Pero el 17 de Mayo todos los trabajos realizados contra la Antonia fueron inutilizados y destrozados por los soldados de Juan de Giscala, y dos días después las torres móviles que amenazaban el Hippicus fueron incendiadas por los hombres de Simón, mientras una lucha heroica se mantenía en ambos lugares. El general Romano empleó entonces todo su ejército durante tres días en cercar la ciudad con un terraplén de circunvalación, diseñado para cortar toda comunicación con la ciudad, y así rendir la plaza por hambre. Esto produjo pronto unos terribles resultados (Bell. Jud., XII, v, 2).
Después de tres semanas de puesta a punto, los arietes abrieron una brecha en el muro que conectaba la Antonia con el Templo, cerca de la Piscina de Strucio, pero en vano. Dos días más tarde, el muro se desmoronó en trozos sobre una mina preparada por Juan de Giscala, y un puñado de soldados Romanos ganaron la Antonia por sorpresa, a las tres de la mañana del 20 de Junio (Bell. Jud., VI, i, 1-7). Tito finalmente demolió la fortaleza a fin de utilizar los materiales en la construcción de montículos (o trincheras, n.d.t.) contra el Templo. Tres semanas defendieron los Judíos los pórticos exteriores y luego los interiores, a los que los Romanos sólo llegaron al costo de enormes sacrificios. Por fin el 23 de Julio, un soldado Romano arrojó una antorcha encendida dentro de una de las galerías cercanas al Santo de los Santos. En medio de una espantosa matanza el fuego se extendió a los edificios vecinos, y pronto toda la plataforma fue una horrible masa de cadáveres y ruinas (Bell. Jud., VI, ii, 1-9; iii, 1, 2; iv, 1-5). Luego los Romanos prendieron fuego al palacio de la depresión de El Wad, y al Ofel; el día después echaron a los Judíos del Akra y quemaron la ciudad baja hasta la Piscina de Siloé (Bell. Jud., VI, vi, 3-4). Todavía quedaba la tercera muralla, el formidable bastión de la ciudad alta, donde los defensores del Akra, cargados de botín, habíanse unido a los hombres de Simón. Dieciocho días se dedicaron a la preparación de terraplenes al noroeste y al nordeste de la fortaleza, pero apenas los arietes abrieron brecha en los muros cuando Juan y Simón se escaparon secretamente con  sus tropas. 


El octavo día de Elul (1 de Agosto) la ciudad cayó definitivamente en poder de los Romanos, después de un asedio de 143 días. A los que le felicitaron, Tito replicó: No soy yo quien ha vencido. Dios, en Su ira contra los Judíos, ha usado mi brazo (Bell. Jud., VIII, v, 2)
Los muros del Templo y los de la ciudad fueron demolidos. Pero Tito quiso preservar la fortaleza de la ciudad alta, con las tres magníficas torres del palacio de Herodes. Además, la ciudad alta resultó necesaria como cuartel fortificado para la Décima Legión, que quedó como guarnición de Jerusalén. Durante este asedio uno de los más sangrientos que recuerde la historia- 600,000 Judíos, según Tácito (Hist., V, xiii), o, según Josefo, más de un millón, murieron por la espada, la enfermedad o el hambre. Los supervivientes murieron en las luchas de gladiadores o fueron vendidos como esclavos. 


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