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Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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miércoles, 10 de enero de 2018

Los Concilios Ecuménicos II

Imagen alegórica del primer concilio ecuménico celebrado en Nicea en el año 325. Sin embargo se muestra el texto del Símbolo Niceno-Constantinopolitano del segundo concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en el año 381 con el inicial πιστεύομεν (creemos) sustituido por πιστεύω (creo), como en la liturgia.

Primeros siete concilios ecuménicos
eventos ecuménicos de la Iglesia con el objeto de unificar el cristianismo entre 325 y 787

En la historia del cristianismo, los primeros siete concilios ecuménicos incluyen los siguientes: 

el Primer Concilio de Nicea en el año 325, el Primer Concilio de Constantinopla en el año 381, el Concilio de Éfeso en el año 431, el Concilio de Calcedonia en el año 451, el Segundo Concilio de Constantinopla en el año 553, el Tercer Concilio de Constantinopla del año 680 al 681 y, finalmente, el Segundo Concilio de Nicea en el año 787. Los siete concilios se convocaron en la actual Turquía.

Concilio de Constantinopla I
II concilio ecuménico (381)
El Primer Concilio de Constantinopla se celebró entre mayo y julio de 381, está considerado el II de los siete primeros concilios ecuménicos por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales y la Iglesia asiria del Oriente. El carácter ecuménico del concilio, en el que no participó ningún exponente de la Iglesia occidental, fue confirmado por el Concilio de Calcedonia en 451, pero solo con el papa Gregorio Magno (590-604) fue definitivamente incluido entre los concilios ecuménicos católicos (aunque solo los primeros 4 cánones).

Motivación del concilio
Tras la celebración en 325 del Concilio de Nicea en el que se condenó como herético el arrianismo, doctrina que negaba la divinidad de Jesucristo, este resurgió con fuerza en la propia Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio de Nicomedia, quien logró convencer a los sucesores del emperador Constantino para que apoyaran el arrianismo y rechazaran la línea ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a los obispos nicenos por obispos arrianos en las sedes episcopales de Oriente.

Además había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio de Constantinopla que, aunque afirmaba la divinidad de Jesucristo, se la negaba al Espíritu Santo y que es conocida como herejía macedonia o pneumatómaca.

Esta situación era la que se encontró Teodosio I cuando, en 379, subió al trono del Imperio Romano de Oriente (solo desde el 15 de mayo de 392 será emperador también del Occidente). Teodosio decidió entonces convocar el primero de los concilios que habrían de celebrarse en Constantinopla para solucionar las controversias doctrinales que amenazaban la unidad de la Iglesia.

El concilio
El concilio se inició bajo la presidencia del obispo Melecio de Antioquía y con la asistencia de 150 obispos de las diócesis orientales, ya que el concilio era sólo del Imperio de Oriente y así no se convocó a los obispos occidentales, entre ellos al papa Dámaso I. Entre sus principales participantes destacaron algunos de los llamados "Padres Capadocios": Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno. Este último fue designado por el propio concilio como obispo de Constantinopla y, tras la muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y sustitución por Nectario. La gran medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la revisión del Credo niceno, también añadiendo otros artículos. El nuevo credo pasó a denominarse Credo niceno-constantinopolitano.

Se declaró la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo: Πιστεύομεν ... εἰς τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ Κύριον καὶ Ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον, τὸ σὺν Πατρὶ καὶ Υἱῷ συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον, τὸ λαλῆσαν διὰ τῶν προφητῶν (Creemos ... en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas).

Con este añadido, se fijaba la ortodoxia de la Iglesia afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra los arrianos) como del Espíritu Santo (contra los pneumatómacos). Al final del concilio, el emperador Teodosio emitió un decreto para su imperio, declarando que las Iglesias debían restaurar a aquellos obispos que habían confesado la igualdad en la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El carácter ecuménico de este Concilio, en el que no participó ningún representante de la Iglesia occidental, fue reconocido por el Concilio de Calcedonia en 451.

Cánones
Siete cánones, cuatro de estos cánones doctrinales y tres cánones disciplinarios, se atribuyen al concilio y son aceptados tanto por la Iglesia ortodoxa como por las Iglesias ortodoxas orientales. La Iglesia católica acepta solo los primeros cuatro​ porque solo ellos aparecen en las copias más antiguas y hay evidencia de que los últimos tres fueron adiciones posteriores.​

El primer canon valida la fe de los padres de Nicea y condena a las sectas emergentes. El propósito del canon es declarar la estabilidad en la fe del Primer Concilio Ecuménico y declarar que cualquier violación de su símbolo es una doctrina herética. Es una importante condena dogmática de todos los matices heterodoxos, como el arrianismo, macedonianismo, apolinarismo, eunomianos, etc.
El segundo canon​ renovó la legislación de Nicea imponiendo a los obispos la observancia de los límites diocesanos, prohibiéndose a los titulares de cada diócesis interferir en los asuntos de otra.
El tercer canon dice: El obispo de Constantinopla, sin embargo, tendrá la prerrogativa de honor después del obispo de Roma porque Constantinopla es Nueva Roma.
El cuarto canon decretó que la consagración de Máximo como obispo de Constantinopla no era válida, declarando que [Máximo] ni era ni es un obispo, ni están los que han sido ordenados por él en ningún rango del clero.​ Este canon estaba dirigido no solo contra Máximo, sino también contra los obispos egipcios que habían conspirado para consagrarlo clandestinamente en Constantinopla, y contra cualquier eclesiástico subordinado que pudiera haber ordenado en Egipto.
El quinto canon en realidad podría haber sido aprobado al año siguiente, 382, y se refiere a un tomo de los obispos occidentales, quizás el de papa Dámaso I.
El sexto canon también podría pertenecer al año 382 y posteriormente fue aprobado en el Concilio Quinisexto como canon 95. Limita la capacidad de acusar a los obispos de haber hecho algo malo.
El séptimo canon​ se refiere a los procedimientos para recibir ciertos herejes en la Iglesia.

Consecuencias
Tras el Primer Concilio de Constantinopla, las disputas teológicas acerca de la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fueron sustituidas por las disputas cristológicas acerca de cómo se integraban en Jesucristo sus naturalezas humanas y divinas, y que darán lugar al nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo.

Concilio de Éfeso
III concilio ecuménico (431)
El Concilio de Éfeso se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431, en Éfeso, antiguo puerto griego, en la actual Turquía y es considerado el tercero de los siete primeros concilios ecuménicos.

Es considerado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana, las Iglesias ortodoxas orientales y el luteranismo como el III Concilio Ecuménico.

Motivación del concilio
Como reacción al apolinarismo (Apolinar de Laodicea 310-390) que propugnaba que el Verbo se habría encarnado tomando solo cuerpo, pero no alma humana, la Escuela de Antioquía comenzó a proponer que las naturalezas humana y divina en Cristo eran completas a tal grado que formaban dos sustancias independientes, dos personas en definitiva. Teorías de esta índole fueron propuestas por Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia que empleaban imágenes como la presencia de una persona (persona divina) en un templo (persona humana) o el vestido (persona divina) que se pone alguien (persona humana) para explicar la unión de las dos naturalezas.

Dado que la terminología no era clara y única, los ejemplos y explicaciones variaban. Por otro lado, las teorías explicadas en la escuela de Antioquía no tenían mucha difusión y pudieron pasar desapercibidas hasta que Nestorio las dio a conocer con motivo de la denominación de la Virgen como «Madre de Dios». Nestorio se había hecho monje y alcanzó gran fama en Antioquía por sus dotes de predicador. Fue elegido patriarca de Constantinopla en 428. Se le pidió intervenir en un tumulto causado por un monje que afirmaba que María no era madre de Dios. Explicó el patriarca que María era «madre» de la naturaleza humana de Cristo y que, por tanto, se le podía llamar Madre de Cristo, pero que era un error llamarla «madre de Dios».

La respuesta del patriarca causó estupor. No tardaron en salir los defensores de la maternidad divina de María. Así, por ejemplo, Eusebio de Dorilea y Proclo de Constantinopla. Nestorio acudió a las autoridades civiles para acallar a los monjes que se le oponían y escribió al papa Celestino I (429) para pedirle su opinión sobre esta doctrina que enseñaba. Le envió para ello una serie de sermones que el papa puso a consideración de Juan Casiano.

Sin embargo, Cirilo de Alejandría tomó con fuerza la lucha contra Nestorio, movido también por las rivalidades entre la escuela de Alejandría y la de Antioquía. Cirilo envió a Roma a Posidonio con escritos y argumentaciones que demostraban la heterodoxia de Nestorio. En esos días, Casiano también dio su parecer desfavorable sobre los escritos del patriarca de Constantinopla. La respuesta de Celestino (430), tras pedir nuevamente consejo en un sínodo celebrado en Roma, fue dar plenos poderes, como delegado suyo, a Cirilo y escribir a Nestorio para que se sometiera a la doctrina que Cirilo le presentaría como ortodoxa.

Ese mismo año se celebró otro sínodo, esta vez en Alejandría, que Cirilo presidió y que dio como fruto los célebres Doce anatematismos que expresaban la doctrina considerada ortodoxa. Este texto fue enviado a Nestorio para que, como había indicado la iglesia de Roma, fuera suscrita por el patriarca. Sin embargo, las expresiones empleadas por los anatematismos no eran exactas y luego fueron empleadas por los monofisitas. El mismo Nestorio se dio cuenta de la ambigüedad de los textos y respondió con sus Doce antianatematismos intentando refutar las posiciones de san Cirilo.

En este momento otros personajes intervienen tratando de aplacar los ánimos y sobre todo aclarando que las afirmaciones de Cirilo tampoco resultaban ortodoxas dado que parecían sostener una sola naturaleza en Cristo. Así se pronunciaron el patriarca de Antioquía, Juan y Teodoreto de Ciro (ambos formados también en la escuela de Antioquía).

Nestorio acudió también al emperador, Teodosio II quien, para evitar conflictos mayores, decidió convocar un concilio. Escribió al papa para comentarle su idea y este le prometió que enviaría sus legados al concilio. Hay que decir que la situación era compleja pues la posición de Nestorio había sido ya condenada por Celestino y, por tanto, el concilio –si quería evitar un cisma– debía hacer otro tanto. El emperador fijó el 431 para la celebración del concilio e indicó que se realizaría en Éfeso. Allí Celestino envió a sus legados: los obispos Arcadio y Proyecto y el presbítero Filipo. Por otra parte, el papa escribió a Cirilo para que no se condenara a Nestorio sin oírlo antes.

Al contrario de los anteriores concilios cuyas cuestiones teológicas se referían principalmente a la unicidad de Dios, el concilio de Éfeso supuso un cambio de dirección, pues se debatió sobre la naturaleza de Cristo dada la negación de los nestorianos a la unicidad de la naturaleza de Cristo y considerar que sus naturalezas, divina y humana, se encontraban separadas, prevaleciendo la naturaleza humana sobre la divina, por lo que María no debía ser considerada Madre de Dios (Theotókos), sino solo "Madre de Cristo" (Khristotokos, ya que había dado a luz a un hombre en que la divinidad había ido a habitar).

Desarrollo del concilio
En la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la ausencia de Nestorio que se negaba a comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar la doctrina nestoriana como errónea (Cánones 2 a 5), decretando que Cristo era una sola persona con sus dos naturalezas inseparables. Asimismo, decretó la maternidad divina de María. Cirilo logró además que se aprobara un decreto redactado por él que deponía y excomulgaba a Nestorio.

El 27 de junio llegó a Éfeso Juan de Antioquía, celebrando inmediatamente una asamblea paralela en la que acusa a Cirilo de herejía arriana, por lo que se procedió a su condena y deposición. El 10 de julio llegaron los legados papales (los obispos Arcadio y Proyecto y el representante personal del papa Celestino I, Felipe), que aprueban la sesión celebrada el 22 de junio y con ello la condena de Nestorio.

El texto principal de la decisión del Concilio es la siguiente:

Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen. Concilio de Efeso, Denzinger 111a

La solución no satisfizo a ninguno y ambos comenzaron a hacer presión sobre el emperador. Consta que Cirilo sobornó a autoridades imperiales. Teodosio finalmente mandó publicar las decisiones del concilio, confirmando la condena de Nestorio, enviándolo al monasterio de Eutropio y nombrando un nuevo patriarca de Constantinopla, Candidiano. Dado que Nestorio continuó publicando obras y difundiendo sus ideas fue trasladado a diversas prisiones hasta llegar a Egipto. Allí publicó todavía el Libro de Heráclides.

Cánones
Se aprobaron ocho cánones:

Los cánones 1-5 condenaron a Nestorio y Celestio (propulsor de la doctrina del pelagianismo) y sus seguidores como herejes.
El canon 6 decretó la deposición de la sede clerical o la excomunión para aquellos que no aceptaron los decretos del concilio.
El canon 7 condenó cualquier desviación del credo establecido por el Primer Concilio de Nicea (325), en particular una exposición del sacerdote Charisius.
El canon 8 condenó la interferencia del obispo de Antioquía en los asuntos de la Iglesia en Chipre y decretó en general que ningún obispo debía asumir el control de ninguna provincia que hasta el momento, desde el principio, no haya estado bajo su propia mano o la de su predecesores [...] para que los cánones de los padres no sean transgredidos.

Aunque el emperador Teodosio había sido partidario de Nestorio, decidió ratificar lo dispuesto en el concilio. El papa Celestino había muerto el 27 de julio de 431, pero su sucesor Sixto III dio la confirmación papal a las acciones del concilio.

Consecuencias
Los eventos crearon un gran cisma entre los seguidores de las diferentes versiones del concilio, que solo fue reparado por negociaciones difíciles. Las facciones que apoyaron a Juan de Antioquía aceptaron la condena de Nestorio y, después de aclaraciones adicionales, aceptaron las decisiones de Cirilo. Sin embargo, la grieta se abriría nuevamente durante los debates previos al Concilio de Calcedonia.

Persia había sido durante mucho tiempo el hogar de una comunidad cristiana que había sido perseguida por la mayoría zoroástrica, que la había acusado de inclinaciones romanas. En 424 la Iglesia persa (Iglesia del Oriente) se declaró independiente de las Iglesia romana, para evitar las acusaciones de lealtad extranjera. Siguiendo el cisma nestoriano, la Iglesia persa se alineó cada vez más con los nestorianos, una medida alentada por la clase dominante zoroástrica. La Iglesia persa se hizo cada vez más nestoriana en doctrina en las próximas décadas, lo que aumentó la división entre el cristianismo en Persia y en el Imperio romano. En 486 el metropolitano de Nisibis, Barsauma, aceptó públicamente al mentor de Nestorio, Teodoro de Mopsuestia, como una autoridad espiritual. En 489, cuando la Escuela de Edesa en Mesopotamia fue cerrada por el emperador bizantino Zenón por sus enseñanzas nestorianas, la escuela se mudó a su hogar original de Nísibis, convirtiéndose nuevamente en la Escuela de Nisibis, lo que provocó una ola de inmigración de nestorianos en Persia. El patriarca persa Mar Babai I (497-502) reiteró y amplió la estima de la Iglesia por Teodoro, consolidando la adopción del nestorianismo de su Iglesia.

Conciliación
En 1994 la Declaración Cristológica Común entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria del Oriente marcó la resolución de la disputa entre ellas que había existido desde el Concilio de Éfeso. Expresaron su comprensión común de la doctrina sobre la divinidad y la humanidad de Cristo, y reconocieron la legitimidad y la rectitud de sus respectivas descripciones de María como, en el lado asirio, la Madre de Cristo, nuestro Dios y Salvador, y, en el lado católico, como la Madre de Dios y también como la Madre de Cristo.

Concilio de Calcedonia
IV concilio ecuménico (451)
El Concilio de Calcedonia fue un concilio ecuménico que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre de 451 en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor y es considerado como uno de los siete primeros concilios ecuménicos.

Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad, y sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia católica y por la Iglesia ortodoxa. Es también reconocido por la Comunión anglicana y por el luteranismo, pero rechazado por las Iglesias ortodoxas orientales y por la Iglesia asiria del Oriente. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiquio, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.

Precedentes
En el Concilio de Éfeso (431) había sido condenada la herejía nestoriana (difisitas), que defendía que las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo eran completamente independientes entre sí, es decir, que Cristo era solo un hombre que fue poseído y habitado por Dios. En el concilio, San Cirilo de Alejandría se había distinguido rebatiendo las tesis de Nestorio.

Según sus oponentes, Cirilo, al atacar a Nestorio, había incurrido a su vez en error, llegando a negar la existencia de dos naturalezas en Cristo. Había escrito que en Cristo no hay más que una physis, la del Verbo encarnado, utilizando la fórmula «La única physis encarnada de Dios Verbo» (mia physis tou Theou logou sesarkoménee) (Epíst. 17; Epíst. 46). En 433, dos años después del concilio, la controversia entre Cirilo y sus adversarios se resolvió con un edicto de unión, en el que explícitamente se hablaba de las dos naturalezas de Cristo.

Eutiquio
En 444, dos años después de la muerte de Cirilo, un anciano archimandrita de Constantinopla, llamado Eutiquio, comenzó a predicar que la naturaleza humana de Cristo estaba absorbida por la divina, de modo que, en la unión de ambas, no había sino una naturaleza. Eutiquio se proclamaba seguidor de Cirilo de Alejandría; sus tesis tuvieron muchos seguidores, entre ellos Dióscoro, sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría. La herejía de Eutiquio se denomina monofisita, del griego monos («uno») y physis («naturaleza»)

Las ideas de Eutiquio encontraron pronto opositores convencidos: entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como una pugna entre las sedes de Alejandría y Constantinopla. En un sínodo regional celebrado en Constantinopla en 448, Eusebio de Dorilea denunció las tesis de Eutiquio. El sínodo expresó inequívocamente la ortodoxia de la doctrina de las dos naturalezas y requirió la presencia de Eutiquio. Este se negó rotundamente a aceptar la decisión del sínodo, reafirmándose en su doctrina de una sola naturaleza de Cristo, por lo que el sínodo lanzó anatema contra él y sus partidarios.

El «latrocinio de Éfeso»
Eutiquio no aceptó la autoridad del sínodo y recurrió al papa León I. Este respondió con la Epístola Dogmática, en la que reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas. Esta solución no fue aceptada por Eutiquio ni por sus partidarios; a instancias de Dióscoro, el emperador romano de Oriente, Teodosio II, monofisita, convocó un sínodo general en Éfeso en agosto del año 449. Este acontecimiento es denominado por los historiadores católicos «latrocinio de Éfeso», siguiendo una expresión del papa León I. El nuevo sínodo declaró la absolución de Eutiquio, anatematizando la doctrina de las dos naturalezas, y depuso a Flaviano, patriarca de Constantinopla, quien fue conducido al destierro y falleció a consecuencia de los malos tratos que le dispensaron sus captores.

El papa movió todos los hilos a su alcance para modificar la situación: escribió al emperador Teodosio II, a su hermana Pulqueria, partidaria del entendimiento con Roma, e intentó hacer intervenir al emperador de Occidente, Valentiniano III. Se abrió una profunda crisis entre León I y Dióscoro, patriarca de Alejandría, quien llegó a excomulgar al papa. La muerte de Teodosio II en 450 produjo un giro en la situación: fue sucedido por Pulqueria; ella, y su marido Marciano eran partidarios de las tesis de Flaviano y León, y realizaron varios gestos, como conducir a Constantinopla los restos de Flaviano para darles solemne sepultura. Finalmente, decidió convocarse el concilio, no en Italia, como pretendía el papa, sino en Calcedonia, en Asia Menor.

El Concilio
El Concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron unos 600 obispos, de los que solamente dos eran occidentales, dejando aparte los legados pontificios. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con los hunos de Atila (Batalla de los Campos Cataláunicos) y la famosa intervención, legendaria o cierta [cita requerida], evitando que el huno marchara sobre Roma, del propio papa León I. Unos años más tarde, en 455, en una situación similar, los vándalos de Genserico saquearon Roma, pero el papa consiguió que se respetara la vida de sus habitantes y que no fuera incendiada.

La presidencia del Concilio fue ocupada por el patriarca de Constantinopla, Anatolio, al lado de los representantes del papa. El emperador Marciano apoyaba decididamente la ortodoxia. En la tercera sesión, se reconoció la Epístola Dogmática del papa como documento de fe. Terminada su lectura los padres conciliares exclamaron «Pedro ha hablado por boca de León».​ Dióscoro fue condenado por unanimidad -parece ser que los obispos egipcios fueron presionados- [cita requerida], y todos sus decretos fueron declarados nulos. Los partidarios de Eutiquio debieron aceptar la Epístola del papa para continuar formando parte de la Iglesia. Trece obispos egipcios, sin embargo, rehusaron aceptarla, arguyendo que solo aceptarían «la fe tradicional».

El texto principal de las decisiones del Concilio es el siguiente:

Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres. Así, pues, después de que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás.

En su canon 28, el Concilio aprobó que la sede de Constantinopla fuera la segunda en importancia después de Roma, yendo en contra de lo estipulado en Nicea donde la segunda sede más importante era Alejandría, lo que exacerbó aún más los caldeados ánimos de la Iglesia en Egipto que vio que no solo era depuesto su patriarca, sino que además era degradada en categoría, lo que desembocaría en el año 457 en el cisma del patriarcado de Alejandría declarado por Timoteo Eluro y que da origen a la Iglesia copta. Sin embargo la decisión del canon 28 fue tomada en ausencia de los legados del papa y anulada por este.[2]​ El ya nombrado Anatolio, que presidía, escribió así al papa refiriéndose a esto: «quedando reservada a la autoridad de Vuestra Beatitud toda la validez y la aprobación de tal acto».

Se dice que en este concilio fue la primera vez que se utilizó el término griego prosopon, que quiere decir máscara, para referirse a persona, como hoy conocemos el término.

Cánones
El trabajo del concilio se completó con una serie de 30 cánones disciplinarios, cuyos epítomes antiguos son:

1. Se observarán los cánones de cada sínodo de los santos padres.
2. Quien compre o venda una ordenación, hasta un prosmonario, correrá el peligro de perder su grado. Tal será también el caso con los intermediarios, si son clérigos se les quitará su rango, si son laicos o monjes serán anatematizados.
3. Los que asumen el cuidado de las casas seculares deben ser correctos, a menos que la ley los llame a la administración de aquellos que aún no son mayores de edad, de los cuales no hay exención. A menos que su obispo les permita cuidar de huérfanos y viudas.
4. Los oratorios y monasterios domésticos no deben erigirse en contra del juicio del obispo. Cada monje debe estar sujeto a su obispo, y no debe salir de su casa, excepto por su sugerencia. Sin embargo, un esclavo no puede entrar en la vida monástica sin el consentimiento de su amo.
5. Los que van de ciudad en ciudad estarán sujetos a la ley canónica sobre el tema.
6. En los santuario en honor de mártires y monasterios, las ordenaciones están estrictamente prohibidas. Si alguien fuera ordenado allí, su ordenación no tendrá efecto.
7. Si algún clérigo o monje afecta arrogantemente a los militares o cualquier otra dignidad, que sea maldecido.
8. Cualquier clérigo en una casa de beneficencia o monasterio debe someterse a la autoridad del obispo de la ciudad. Pero el que se rebela contra esto deberá pagar la pena.
9. Los clérigos litigiosos serán castigados según el canon, si desprecian al episcopal y recurren al tribunal secular. Cuando un clérigo tiene una disputa con un obispo, déjenlo esperar hasta que el sínodo se establezca, y si un obispo tiene una disputa con su metropolitano, déjenlo llevar el caso a Constantinopla.
10. Ningún clérigo será registrado en la lista de clérigos de las iglesias de dos ciudades. Pero si desvió, que sea devuelto a su antiguo lugar. Pero si ha sido transferido, que no participe en los asuntos de su antigua iglesia.
11. Dejen que los pobres que necesitan ayuda hagan su viaje con cartas pacíficas y no encomiables: para las cartas encomiables solo deben darse a aquellos que están abiertos a sospechas.
12. Una provincia no se dividirá en dos. Quien haga esto será expulsado del episcopado. Las ciudades que estén cortadas por rescripto imperial disfrutarán solo del honor de tener un obispo establecido en ellas, pero todos los derechos pertenecientes a la verdadera metrópoli serán preservados.
13. Ningún clérigo será recibido para la comunión en otra ciudad sin una carta de recomendación.
14. Un cantor o lector ajeno a la fe sana, si después de estar casado, engendra hijos, déjenlos llevarlos a la comunión, si hubieran sido bautizados allí. Pero si aún no hubieran sido bautizados, no serán bautizados después por los herejes.
15. Ninguna persona será ordenada diaconisa excepto que tenga cuarenta años de edad. Si ella deshonra su ministerio al contraer un matrimonio, que sea anatema.
16. Los monjes o monjas no contraerán matrimonio, y si lo hacen, dejen que sean excomulgados.
17. Las parroquias de las aldeas y las zonas rurales, si han estado poseídas durante treinta años, continuarán así. Pero si dentro de ese tiempo, el asunto estará sujeto a juicio. Pero si por orden del emperador se renueva una ciudad, el orden de las parroquias eclesiásticas seguirá las formas civiles y públicas.
18. Los clérigos y monjes, si se hubieran atrevido a celebrar conventículos y conspirar contra el obispo, serán expulsados de su rango.
19. Dos veces al año, el sínodo se llevará a cabo donde el obispo de la metrópoli designe, y se determinarán todos los asuntos de interés urgente.
20. Un clérigo de una ciudad no recibirá cura en otra. Pero si ha sido expulsado de su lugar natal y va a otro, será sin culpa. Si algún obispo recibe clérigos sin su diócesis, será excomulgado, así como el clérigo que reciba.
21. Un clérigo o laico que presente cargos imprudentemente contra su obispo no será recibido.
22. Quien se apodere de los bienes de su obispo fallecido será expulsado de su rango.
23. Los clérigos o monjes que pasan mucho tiempo en Constantinopla en contra de la voluntad de su obispo, y provocan sediciones, serán expulsados de la ciudad.
24. Un monasterio erigido con el consentimiento del obispo será inamovible. Y lo que sea que le pertenezca no será enajenado. Quien se encargue de él para hacer lo contrario, no será considerado inocente.
25. Que la ordenación de los obispos sea dentro de tres meses: sin embargo, la necesidad puede prolongar el tiempo. Pero si alguien se ordena contra este decreto, estará sujeto a castigo. Los ingresos permanecerán con el œconomus.
26. El œconomus en todas las iglesias debe ser elegido del clero. Y el obispo que descuida hacer esto no está exento de culpa.
27. Si un clérigo se escapa con una mujer, que sea expulsado de la Iglesia. Si es un laico, que sea anatema. Lo mismo será la suerte de cualquiera que lo ayude.
28. Porque los Padres concedieron con razón privilegios al trono de la antigua Roma, porque era la ciudad real. Y los ciento cincuenta Obispos más religiosos, impulsados por la misma consideración, dieron iguales privilegios al santísimo trono de Nueva Roma, juzgando con justicia que la ciudad que es honrada con la soberanía y el senado y goza de los mismos privilegios que la antigua Roma imperial, debería también en asuntos eclesiásticos ser magnificada como ella y ocupar el segundo lugar.[6]​
29. Es sacrílego quien degrada a un obispo al rango de presbítero. Porque el que es culpable de crimen no es digno del sacerdocio. Pero el que fue depuesto sin causa, que sea [todavía] obispo.
30. Es costumbre de los egipcios que ninguno se suscriba sin el permiso de su arzobispo. Por lo tanto, no se les debe culpar a quienes no suscribieron la epístola del santo León hasta que se haya designado un arzobispo para ellos.

Según algunas colecciones griegas antiguas, los cánones 29 y 30 se atribuyen al concilio: el canon 29, que establece que un obispo indigno no puede ser degradado pero puede ser eliminado, es un extracto del acta de la sesión 19. El canon 30, que otorga a los egipcios tiempo para considerar su rechazo del Tomo de León, es un extracto del acta de la cuarta sesión.

Con toda probabilidad, se hizo un registro oficial de los procedimientos, ya sea durante el propio consejo o poco después. Los obispos reunidos informaron al papa que se le transmitiría una copia de todo el "Acta". En marzo de 453, el papa León le encargó a Julián de Cos, luego en Constantinopla, que hiciera una colección de todas las actas y las tradujera al latín. La mayoría de los documentos, principalmente las actas de las sesiones, fueron escritos en griego; otros, por ejemplo, las cartas imperiales, se emitieron en ambos idiomas; otros, nuevamente, por ejemplo, las letras papales, fueron escritos en latín. Finalmente, casi todos fueron traducidos a ambos idiomas.

Consecuencias
La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El patriarca de Alejandría no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. Muchos obispos repudiaron también el concilio arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las principales sedes apostólicas del Imperio romano de Oriente, se abrió un período de disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tiene su origen el cisma con las Iglesias ortodoxas orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia copta que nació de la ruptura del patriarcado de Alejandría, la Iglesia ortodoxa siríaca, que nació de la ruptura del patriarcado de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, la Iglesia ortodoxa de Malankara de la India, la Iglesia ortodoxa de Etiopía y la Iglesia ortodoxa de Eritrea.

Concilio de Constantinopla II
V concilio ecuménico (553)
El Segundo Concilio de Constantinopla se celebró en ocho sesiones entre el 5 de mayo y el 2 de junio de 553, y es considerado el V Concilio Ecuménico por las Iglesias católica, ortodoxa, y algunas iglesias protestantes como la luterana y parte de la Comunión anglicana. Es rechazado por las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia asiria del Oriente y algunas de las Iglesias protestantes.

Motivación del concilio
Aunque la celebración en 451 del Concilio de Calcedonia supuso la condena del monofisismo, esta doctrina seguía muy extendida por amplias zonas de Oriente, sobre todo en Egipto.

Para el emperador Justiniano I, el posible cisma que en el seno de la Iglesia amenazaba con provocar el monofisismo, podía desembocar en la posterior independencia política de un territorio que, como en épocas anteriores, era considerado el "granero del Imperio".

Justiniano trató por tanto atraerse a los monofisitas mediante la publicación, en 543, de un edicto conocido como "Los Tres Capítulos" por el que se condenaban los escritos de tres obispos nestorianos, Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa que habían logrado en el citado Concilio de Calcedonia la no condenación del nestorianismo.

El papa Vigilio rechazó esta condena; por lo que el emperador le reclamó para que acudiera a Constantinopla con el objeto de lograr una solución, logrando que el 11 de abril de 548 firmara el Indicatum, un manifiesto en el que aprobaba la condena recogida en "Los Tres Capítulos".

Esta aprobación papal produjo un fuerte rechazo en occidente que llevó a Vigilio a acordar con Justiniano la celebración de un concilio ecuménico, y que hasta el mismo no se tomaran medidas unilaterales.

Justiniano rompió el acuerdo mediante la publicación, en 551, del decreto Homologia tes pisteos en el que se reafirmaba en la condena de los Tres Capítulos. Vigilio manifestó su protesta retirándose a la Iglesia de Santa Eufemia, la sede donde se había celebrado el concilio de Calcedonia, y amenazando con la excomunión a quienes apoyasen la condena de los Tres Capítulos. Justiniano, comprendiendo que si mantenía su postura provocaría una ruptura en la unidad de la Iglesia, cedió convocando el concilio que habría de celebrarse en Constantinopla. La sede fijada no fue del agrado de Vigilio, ya que supondría una mayoría de asistentes de origen oriental con lo que su postura quedaría en minoría, por lo que se negó a ostentar la presidencia del mismo. Será el recién elegido patriarca de Constantinopla, Eutiquio quien presidirá el concilio, cuando fue inaugurado el 5 de mayo de 553, con la asistencia de 168 obispos de los que sólo 11 pertenecían a diócesis occidentales y con la presencia del propio emperador.

Decisiones conciliares
El decreto conciliar se articula en dos partes muy diferentes. La primera, cuyo género literario es bastante complejo, contiene la sentencia de los Tres capítulos, mezclada con una breve crónica de los hechos y una profesión de fe. La segunda ofrece catorce anatemas, donde los diez primeros son de un contenido teológico y los cuatro restantes de condena de las personas y los escritos de Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa.

El objetivo del concilio consistía en la corrección y la condena de los secuaces de Nestorio. Después ofrece una síntesis de los acuerdos con el papa Vigilio.

El concilio
El concilio procedió, como era de esperar, a la condena del nestorianismo mediante la ratificación de la condena de los tres capítulos al promulgar catorce cánones muy similares a los trece que formaban la Homologia publicada en 551 por Justiniano.

Esta condena fue refrendada por todos los obispos asistentes a pesar de que Vigilio había enviado al emperador el documento conocido como Primer Constitutum que, firmado por él mismo y dieciséis obispos, condenaba sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no condenaba las de Teodoro de Ciro y las de Ibas de Edesa.

Justiniano reaccionó ordenando el destierro del Papa si este no aceptaba íntegramente las decisiones del concilio, por lo que Vigilio tuvo que presentarse personalmente en el concilio y retractarse emitiendo la Segundo Constitutum. También se condenaron algunas de las tesis expuestas por Orígenes que, impregnadas de platonismo, se alejaban de la doctrina oficial.

Anatemas
Anatema 1. Si alguno no confiesa que la naturaleza divina o sustancia es consustancial en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese tal sea anatema.
Anatema 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.
Anatema 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne; ese tal sea anatema.
Anatema 4. Si alguno no confiesa que la carne estaba unida sustancialmente a Dios y el Verbo era animado por un alma racional e intelectual; ese tal sea anatema.
Anatema 5. Si alguien dice que hay dos sustancias o dos personas en nuestro Señor Jesucristo, y él debe amar a una, como han escrito locamente Teodoro y Nestorio; ese tal sea anatema.
Anatema 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia; ese tal sea anatema.
Anatema 7. Si alguien no quiere reconocer que las dos naturalezas se unieron en Jesucristo, sin reducción, sin confusión, pero que estas dos naturalezas se escucharon dos personas; ese tal sea anatema.
Anatema 8. Si alguno no confiesa que las dos naturalezas en Cristo se unieron en una sola persona; ese tal sea anatema.
Anatema 9. Si alguien dice que debemos adorar a Jesucristo en dos naturalezas, lo que introduciría dos cultos que uno por separado para hacer a Dios Verbo y por separado también para el hombre; y que no adora con una sola adoración el Verbo de Dios encarnado en su propia carne, como la Iglesia ha aprendido desde el principio por tradición; ese tal sea anatema.
Anatema 10. Si alguien niega que Nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es verdadero Dios, Señor de la gloria, uno de la Trinidad; ese tal sea anatema.
Anatema 11. Si alguno no anatematiza Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques, Orígenes, con todos sus escritos impíos; ese tal sea anatema.
Anatema 12. Si alguien defiende al impío Teodoro de Mopsuestia; ese tal sea anatema.
Anatema 13. Si alguien defiende los escritos del impío Teodoreto; ese tal sea anatema.
Anatema 14. Si alguien defiende la carta que se dice que ha sido escrito por Ibas a Maris; ese tal sea anatema.

Concilio de Constantinopla III
VI Concilio Ecuménico (680-681)
El Tercer Concilio de Constantinopla, celebrado del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, considerado como el Sexto Concilio Ecuménico. También recibe el nombre de Concilio Trullano en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que llevaba el nombre de trullos (cúpula). Muchos entienden por "Concilio Trullano" o "Concilio Trulano" el Concilio Quinisexto del 692, y por eso los que dan este nombre al Concilio de 680–681 aplican al de 692 la denominación "Segundo Concilio Trullano".

Fue convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. Los principales protagonistas fueron Constantino IV y el patriarca Sergio; también dos Papas: San Agatón y León II.

El motivo de convocar el concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la herejía del monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola operación o principio de operación, a saber: la divina. Es un sucedáneo del monofisismo que solo admite en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos. Es aceptado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por parte de la Comunión anglicana y algunas Iglesias protestantes.

Contexto doctrinal, político y eclesiástico
El año 553 el Segundo Concilio de Constantinopla había reinterpretado el Concilio de Calcedonia. Rebatiendo la doctrina de Cirilo de Alejandría, se acentuó la unidad de la persona divina del Hijo de Dios hecho hombre. Desde el punto de vista teológico, el partido monofisita, hacia el cual se inclinaban sobre todo los monjes, había querido condenar una vez más al nestorianismo. Temiendo que se reforzara se asieron a la doctrina de la mia physis, “una sola naturaleza”, muy difundida en Egipto. Al mismo tiempo, intentaban alcanzar la paz ideológica dentro de un Imperio cada vez más heterogéneo, en donde la lengua y la filosofía griega no habían circulado con la fluidez necesaria para comprender conceptos tan elaborados como los cristológicos.

Durante esta época, el acentuado intervencionismo de los emperadores y de su corte (incluidas las consortes) en las cuestiones dogmáticas terminaban mezclando el debate político con las cuestiones de doctrina teológica. No se puede olvidar que en un sistema teocrático como el bizantino, la unidad política depende de la unidad religiosa; y esta unidad religiosa es buscada acudiendo a una formulación dogmática de compromiso. La tendencia de los sucesores de Justiniano —tanto Zenón (474-475, 476-491) como Justino II (565-578) que condenaba los Tres Capítulos— fue, en efecto, la de buscar soluciones intermedias que, a la larga, favorecieron la vuelta a escena de los obispos, teólogos y monjes monofisitas que existían. Tales directrices llegaron poco antes de la ocupación persa, que redujo notablemente el control bizantino sobre Asia Menor, Siria y Egipto. El emperador Heraclio (610-641), al recuperar los territorios perdidos, encontró varios focos de monofisismo entre las comunidades cristianas. Allí no había llegado la reflexión cristológica, madurada y concluida en Calcedonia, ni se habían conocido las nuevas fórmulas dogmáticas. Los hechos obligaban a buscar una solución que pacificara las zonas recuperadas, favoreciendo una vuelta a la doctrina monofisita.

Para poner fin a las polémicas, Sergio (610-638), patriarca de Constantinopla, propuso una nueva doctrina, a la cual se adhirió también el emperador Heraclio. La tesis del patriarca Sergio intentaba ser una vía intermedia y según ésta en Jesús se dan, ciertamente, dos naturalezas inconfusas pero un solo tipo de operaciones (monoenergeia). Más tarde terminó atribuyendo a Jesús también una única voluntad (monotelismo), porque la voluntad humana de Jesús estaría movida por su voluntad divina de tal modo que la voluntad humana sería totalmente pasiva, sin producir un propio querer humano. Heraclio por su parte, a medida que avanzaba su campaña militar, había iniciado los trámites para alcanzar la unidad con la iglesia armena, presente en Siria y Egipto, mediante la doctrina de una nueva fórmula: el único y mismo Cristo operante “con la única energía teándrica”. Ciro, electo patriarca de Alejandría en 631, se empeñó en tal meta, a la cual también se unió desde Roma el papa Honorio.

Aunque parecía un simple acuerdo, rápidamente encontró obstáculos, tanto en los monofisitas de Siria como en los calcedonenses en Egipto. El monje Sofronio, elegido patriarca de Jerusalén en 634, atacó duramente tal solución, pues iba en detrimento de los logros doctrinales de Calcedonia. También el papa Honorio terminó apoyando esta postura. Entonces el patriarca Sergio presentó una nueva solución, por la cual, prescindiendo de la energía, afirmaba la presencia en Cristo de una sola voluntad; es decir, el monotelismo.

La nueva doctrina, sostenida en Bizancio por la Iglesia y el Estado, fue condenada por el emperador por medio del edicto Ekthesis del 638, que debería constituir la nueva carta de la unidad religiosa del Imperio. En realidad, a pesar del inicial consenso del sucesor de Sergio, del patriarca Pirro y del papa Honorio, la solución fue rechazada por todos y se dejó, como las intentos precedentes, en un mero acuerdo. No se había podido sanar la división religiosa. Mientras tanto, eliminada la fuerza que contenía a los persas, Heraclio abría una brecha para la expansión islámica, que se extendía con una fuerza incontrolable.

Por otra parte, entre política y religión, el Imperio bizantino tenía bastantes problemas para resolver y, por una tradición arraigada, el emperador continuaba prestando una particular atención a solucionar los asuntos doctrinales de la vida cristiana. A propósito del monotelismo, la disputa teológica, bastante agudizada en Constantinopla, se trasplanto a África, donde había terminado exiliado el patriarca Pirro. En la capital, en efecto, los eventos políticos posteriores a la muerte de Heraclio no maduraron bajo el signo de la paz social. Muerto el primogénito Constantino y depuesto el siguiente heredero, la situación política estaba bajo el control del senado, que quería acrecentar su propio papel dentro del Estado y de la corona. Constante Pogonato, hijo de Constantino, nuevo basileus, se encontró, además de los tradicionales enemigos, los Eslavos, que le acosaban por la espalda, con el deber de hacer frente a los árabes, ya en posesión de las provincias orientales del Imperio. Por lo demás, en aquellas regiones la división teológica fragmentaba la resistencia militar: basta pensar que en Alejandría el patriarca monofisita Benjamín se sometió espontáneamente a los Árabes, declarándose en contra de Bizancio. En este contexto adquiere relieve la figura de San Máximo el Confesor, que, siendo solo un monje, pero con gran autoridad teológica, entró en la controversia monotelita y monoenergita, antes en África y finalmente en Roma y Constantinopla.

En el año 645, en Cartago, el patriarca monotelita de Constantinopla, Pirro, exiliado, realizó un debate público con Máximo ante Gregorio, prefecto de África, muchos obispos, eclesiásticos y otras personalidades. La Disputatio cum Pirrho ofrece una idea de la complejidad del problema cristológico, pero también ilustra como para Máximo, si Jesucristo era el nuevo principio de la vida del cristiano, necesariamente Él era verdadero Dios y hombre completo. Probablemente Máximo estaba convencido de que detrás de las proposiciones controversiales renacían los problemas dramáticos de Nicea y Calcedonia: en Cristo existían dos naturalezas y por tanto eran consecuentes dos voluntades y dos modos de obrar, o energías; sin embargo, la facultad de querer pertenece a la naturaleza; el hecho de elegir y de querer es propio de la persona, por lo tanto, en Cristo, el Logos inclina las determinaciones del querer (querer gnómico) y guiaba la voluntad humana junto a la divina dejando fuera el pecado y el error.

A comienzos del 646, el suceso de la argumentación de Máximo indujo a varios obispos africanos a convocar un sínodo, condenando como herético el monotelismo sostenido por el patriarca y el gobierno bizantino. La situación se hizo más crítica cuando el prefecto Gregorio se rebeló contra el Emperador sin tomar en cuenta la amenaza árabe que se cernía sobre la costa africana desde la conquista de Alejandría en el 642. Casualmente en el 647 los árabes asaltaron el territorio de norte de África. El perfecto perdió la vida en la batalla y la estructura del imperio se debilitó más aún. Los hechos acaecidos eran una prueba de lo peligroso de las fracturas teológicas en el Imperio. Según el punto de vista desde el que se vea el problema, se podría inculpar a unos y otros de los dos partidos; aun así, si se tiene presente el valor de una cristología ortodoxa, la cual ha quedado como baluarte del sentido más genuino de la tradición salvífica, se debe decir que el partido de Máximo garantizaba mejor tales valores fundamentales cristianos: era lo mismo que paso en Nicea y Calcedonia.

El Emperador, con el Typos de 648, prohibió más discusiones sobre el problema de la energía y de la voluntad de Cristo, aboliendo el Ekthesis (exposición) y trasladando las discusiones a su punto de partida. La disputa, entonces, se complicó en Roma, a donde Máximo se trasladó con el patriarca Pirro. Es interesante subrayar su veneración por aquella sede, que él consideraba la única base y fundamento de todas la Iglesias de la tierra, a la que Jesús había concedido las llaves del poder universal sobre la ortodoxia de la fe.

Un motivo más de dificultad apareció en el 649. El papa Martín reunió en Roma un sínodo, en el cual fueron rechazados tanto el Ekthesis como el Typos y fue definida la doctrina de las dos voluntades en Cristo, excomulgándose a los patriarcas Sergio, Paolo, Porro y Ciro. El emperador reaccionó haciendo capturar al Papa y trasladándolo a Bizancio, donde fue procesado y exiliado al Quersoneso. Allí murió el 16 de septiembre de 655. La misma suerte compartió Máximo, hecho prisionero y conducido a la capital. El año de la muerte del Papa sufrió un juicio que le procuró el exilio. Procesado más adelante, por no adherirse a la voluntad imperial, luego de numerosas travesías, murió martirizado en Lazica el 13 de agosto de 662.

Si bien Máximo desapareció bajo el poder imperial, sus ideas continuaron viviendo en las disputas teológicas de los siglos sucesivos. El emperador murió asesinado, en Sicilia, en Siracusa. Durante el período de su sucesor, Constantino IV (668-685), los árabes aparecieron una vez más en Asia Menor; en el 674 atacaron Constantinopla asediándola reiteradamente sin conseguir conquistarla. La resistencia de la capital significó un cambio histórico en la lucha contra el islam, acrecentando el prestigio de Bizancio. Sin bien la capital no había caído, gran parte del territorio estaba en manos de los árabes, sobre todo aquellos que simpatizaban, primero con el monofisismo y después con el monotelismo. La Iglesia monofisita, jacobita y monotelita, bajo el dominio árabe no constituyeron más un problema para el Imperio.

Preparación, desarrollo y conclusión del concilio
El emperador Constantino IV Pogonato, ya en el año 679 había enviado una carta al papa Dono (676-678), en la cual le solicitaba que enviara a Constantinopla una delegación de obispos, pero la carta llegó cuando el Papa había muerto. Su sucesor Agatón (678-681) envió la delegación hasta el año 680, conformada por tres obispos italianos, tres apocrisiarios pontificios, un representante del arzobispo de Ravena y cuatro monjes de los conventos griegos de occidente.

El 10 de septiembre, Constantino IV ordenó al patriarca Jorge que convocará a Concilio a los obispos de su patriarcado y que enviara entre ellos a Macario I, patriarca de Antioquía, que se encontraba en Constantinopla con sus obispos. El 7 de noviembre, en la gran sala de la cúpula del palacio imperial se abrió el concilio, que en los discursos fue definido como ecuménico. Constantino IV, flanqueado por sus oficiales y senadores, asistió personalmente a las primeras once asambleas, de las cuales la última tuvo lugar el 20 de marzo de 681. El protocolo requería que todas las intervenciones fueran dirigidas al emperador o a sus representantes. Participaron en el concilio, además de la delegación papal, Macario I, que era un enardecido monotelita, los representantes delegados de los patriarcas de Jerusalén y de Alejandría y los obispos del Ilírico oriental y de todas las regiones del imperio, cuyo número varía de una sesión a otra; sin embargo, la profesión de fe final fue firmada por 161 obispos y por dos diáconos representantes de sus respectivos obispos. Largas fueron las discusiones de carácter dogmático.

Primera sesión
Durante la primera sesión los legados romanos preguntaron al Emperador por el origen de la doctrina sobre una única voluntad y actividad en Cristo. El emperador dio la palabra a. Conocían el deseo del emperador de reconciliarse con Roma. Arguyeron las actas de supuestos concilios en que se apoyaban y que estarían en consonancia con Roma.

Segunda sesión
A petición del Emperador, fueron leídas las actas de Éfeso y las de Calcedonia. La lectura fue interrumpida por la objeción de los legados pontificios a una interpretación incorrecta de un texto de Cirilo de Alejandría. El Padre de la Iglesia hablaba de dos actividades naturales, sin confusión ni división. Esta intervención abrió un diálogo entre el Emperador y Macario respecto a la referencia a dos actividades naturales y no a una. Macario se defendió argumentando que incluso el papa León no llegaba hablar de dos actividades y que la actividad a la que él se refería sería una sola operación divino-humana. Teófano, uno de los mejores teólogos del concilio, invitó a Macario y su discípulo Esteban a que descubrieran detrás de la voluntad natural la referencia a la humanidad de Cristo. Esteban replicó que tal voluntad de Cristo no sería otra que una voluntad electiva y autodeterminante como la que poseía Adán antes de la caída. Según su punto de vista, Adán, como cocreador junto a Dios, tenía una única voluntad co-sustancial a la de Dios. Se trataba de una aproximación al problema equiparando la naturaleza humana de Cristo a la situación de Adán antes de la caída, puesto tal sería la naturaleza humana que asumió el Verbo en vistas a preservarla del pecado original.

Tercera sesión
Se abrió (13 de noviembre), una vez más, leyendo las actas de un Concilio Ecuménico, en este caso, el quinto, celebrado en Constantinopla. El libellus resultó estar adulterado, al comienzo se habían incluido cuatro páginas que no correspondían a la fecha del documento. Como tal añadidura no sostenía la postura de Macario, el Emperador permitió que la contienda teológica siguiera adelante.

El 7 de diciembre se suspendieron las sesiones y no se reanudaron sino hasta el mes de febrero.

En la octava sesión (7 de marzo), el patriarca Jorge se adhirió a la doctrina de las dos voluntades. Macario, si bien desde el principio había negado tal doctrina, admitió en la novena sesión que había mutilado el texto en el que se apoyaba. Durante esa sesión fue depuesto, junto a su discípulo, el abad Esteban. Durante la decimotercera sesión, el 28 de marzo de 681, el concilio declaró que era necesario borrar de los frontispicios además de Macario y Esteban, a los patriarcas de Constantinopla Servio, Pirro, Pablo II, Pedro, el patriarca de Alejandría, Ciro, el obispo de Farán, Teodoro, y, finalmente, al papa Honorio.

Durante esta misma sesión, examinadas las cartas dogmáticas escritas por Sergio, en su tiempo patriarca de esta ciudad [Constantinopla]..., tanto a Ciro que entonces era obispo de Fasi, como a Honorio que era obispo de la antigua Roma y la carta [Scripta fraternitatis, del año 634] con la cual este último, es decir Honorio, respondió a Sergio, se les condenó como heréticas.

El emperador asistió a la decimoctava sesión, que se tuvo el 16 de septiembre, en la cual se recitó una profesión de fe en que los padres conciliares decían:

Predicamos igualmente en Él [Cristo] dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los santos Padres; y dos voluntades, no contrarias (...) sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo (...). Porque a la manera que su carne dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo, como Él mismo dice: «Porque ha bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha enviado» [Jn 6, 38], llamándola suya la voluntad de la carne, puesto que la carne fue también suya (...) Glorifiquemos también dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana (...) Porque no vamos a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas.

El concilio, al final, dirigió un homenaje al emperador y envió una carta al papa Agatón. Después que los legados del papa volvieron de Constantinopla a Roma, León II envió varias cartas proclamando la validez del concilio. Escribió al emperador la denominada Regí regum, de aproximadamente agosto de 682; y también a España, a los obispos —Cum diversa sint— y al rey Ervigio—.Cum unus exset—

En otra carta denominada Fides papae, recogida en el Liber diurnos Romanorum pontificum, se propone como declaración de fe la condena del papa Honorio que dice [Patres Concilii] auctores vero novi dogmatis Sergium, Pyrrhum... una cum Honorio, qui pravis eorum adsertionibus fomentus impendit, ...nexu perpetue anathematis devinxerunt; pero [los Padres conciliares] ataron con el lazo del anatema perpetuo a los autores de la nueva doctrina, Sergio y Pirro, ...juntamente con Honorio, que concedió su favor a las depravadas afirmaciones de ellos . Respecto al papa Honorio, León II dejó claro en su carta al emperador el motivo de la condena: no habiéndose esforzado para hacer resplandecer la fe apostólica, permitió que esta fe inmaculada fuese mancillada. En 692 se celebró el Segundo Concilio Trullano, que emitió 102 cánones disciplinares. Tuvo gran aceptación en oriente, como complemento de los dos anteriores de Constantinopla. No tuvo la misma acogida en occidente a causa del viejo canon 28 de Calcedonia, en donde se equiparaba Constantinopla a Roma en importancia política y la incipiente doctrina sobre el celibato sacerdotal.

Aportación doctrinal del concilio
El aporte fundamental del Tercer Concilio de Constantinopla fue la definición dogmática respecto a las voluntades y operaciones de Jesús. Este Concilio cierra, por así decirlo, el ciclo de los concilios cristológicos. Es, a la vez, continuación de los concilios anteriores. Esto se ve especialmente cuando aplica a las voluntades y a las operaciones de Jesús los términos

Concilio de Nicea II
VII concilio ecuménico (787)
El Segundo Concilio de Nicea se celebró del 24 de septiembre al 13 de octubre de 787 en Nicea. Fue convocado por Irene, madre del emperador Constantino VI. Los participantes más destacados de la asamblea fueron Adriano I, los legados papales: el arcipreste romano Pedro y el archimandrita del monasterio griego de san Saba y el patriarca de Constantinopla, llamado Tarasio. Es reconocido por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por algunas Iglesias anglicanas y protestantes, pero rechazado por los calvinistas.

El concilio fue convocado a raíz de la controversia iconoclasta iniciada por el emperador León III el Isáurico en el 726. Los iconoclastas negaban la legitimidad de las imágenes y su culto. La justificación teológica que el II Concilio de Nicea elaboró para la veneración de las imágenes sagradas fue la "traslatio ad prototypum", es decir, que la veneración a la imagen actúa de mera «intermediaria». Y por consiguiente, rechazar esta veneración «llevaría a negar la Encarnación del Verbo de Dios». Se habla de diversas causas en esta postura: cierto esquema todavía monofisita que no había sido totalmente vencido, la influencia musulmana y judía en el imperio de Oriente, el origen sirio del emperador León III, y el deseo de contrarrestar el poder de los monjes, defensores de la iconodulia, doctrina contraria a la iconoclasta. Además los iconoclastas usaban argumentos derivados de la prohibición que en el Antiguo Testamento vetaba la creación de imágenes (cf. Éx 20, 4; Dt 5, 8) o de la filosofía platónica ya que el uso de imágenes implica representar modelos a partir de lo que solo son sombras o reflejos.

Los cánones del concilio permiten hacer una distinción entre el culto dado a Dios (llamado de «adoración» o λατρεία) y la veneración especial tributada a las imágenes (la palabra griega "προσκύνησις", proskýni̱sis que significa "veneración"). Así se evitaban ambos extremos igualmente presentes en la cultura oriental: la adoración de la imagen como si fuera Dios mismo y por otro lado la destrucción de estas por miedo a la idolatría o por motivos de conveniencia y paz. La intervención de la emperatriz regente Irene fue continua y fuerte. Ella misma presidió los trabajos de la última sesión asegurándose así de que las conclusiones fueran en la línea favorable a las imágenes. Los decretos y cánones fueron promulgados por ella. Sin embargo, las disputas en el interior de la familia imperial a causa de este problema continuaron hasta el emperador Teófilo (842).

Una de las novedades en este Concilio es la baja asistencia de los patriarcas orientales. Sólo asistió el de Jerusalén (que llegó con retraso) y el de Constantinopla. Nicea II declaró no ecuménico el sínodo de Constantinopla del 754, por no haber sido celebrado en comunión con la iglesia de Roma. El concilio fue recibido en Occidente con algunas reservas, debido a la mala traducción latina del griego original de las actas del concilio.

Medidas
Se aprobaron también 22 medidas disciplinares las cuales se resumen en:

Canon 1: El clero debe observar los santos cánones que incluyen los apostólicos, los de los seis concilios ecuménicos previos, los de los sínodos particulares que han sido publicados en otros sínodos, y los de los Padres.
Canon 2: Los candidatos a obispos deben conocer el Salterio de memoria y deben leer con detenimiento, no de forma superficial, todas las Sagradas escrituras.
Canon 3: Condena el nombramiento de obispos, presbíteros y diáconos por los príncipes seculares.
Canon 4: Los obispos no han de pedir dinero a su clero: cualquier obispo que por avaricia priva a uno de su clérigos es él mismo depuesto.
Canon 5: Va dirigido contra los que presumen de haber obtenido preferencias eclesiásticas con dinero, y recuerda el canon apostólico número treinta y los cánones de Calcedonia contra los que compran promociones con dinero.
Canon 6: Los sínodos provinciales deben celebrarse anualmente.
Canon 7: Las reliquias han de ser colocadas en todas las iglesias: ninguna iglesia debe ser consagrada si no tiene reliquias.
Canon 8: Prescribe las precauciones que han de tomarse contra los falsos conversos del judaísmo.
Canon 9: Todos los escritos contra las imágenes venerables han de ser entregados, para ser encerrados con otros escritos heréticos.
Canon 10: Contra los clérigos que abandonan sus propias diócesis sin permiso y se convierten en capellanes privados de grandes personajes.
Canon 11: Cada iglesia y cada monasterio ha de tener su propio ecónomo.
Canon 12: Contra los obispos y abades que entregan propiedades de la iglesia a señores temporales.
Canon 13: Las residencias episcopales, monasterios y otros edificios eclesiásticos convertidos a usos profanos han de ser devueltos a su propietario legal.
Canon 14: Las personas tonsuradas no ordenadas como lectores no deben leer la Epístola o el Evangelio en el púlpito.
Canon 15: Contra la pluralidad de beneficios.
Canon 16: El clero no ha de llevar vestidos suntuosos.
Canon 17: Los monjes no han de salir de sus monasterios para construir otras casas de oración sin tener los medios para hacerlo.
Canon 18: Las mujeres no han de vivir en las casas de los obispos o en los monasterios de hombres.
Canon 19: Los superiores de Iglesias y monasterios no han de pedir dinero a los que entran en el estado clerical o monástico. Pero la dote traída por un novicio a una casa religiosa debe retenerse en dicha casa si el novicio la abandona sin ninguna falta por parte del superior.
Canon 20: Prohíbe los monasterios dobles.
Canon 21: Un monje o monja no debe abandonar un convento para irse a otro.
Canon 22: Entre los laicos, personas de distintos sexos pueden estar juntas, siempre que den gracias y se comporten con decoro. Pero entre los religiosos, los de sexos opuestos pueden comer juntos solo en presencia de varios hombres y mujeres temerosos de Dios, excepto en un viaje cuando la necesidad obliga.

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jueves, 4 de enero de 2018

La Iglesia Católica Romana I


CRUZ LATINA

La Iglesia Católica
La Iglesia católica (en latín: Ecclesia Catholica y en griego antiguo: Καθολικὴ Ἐκκλησία) es la Iglesia cristiana más numerosa. Está compuesta por veinticuatro Iglesias sui iuris: la Iglesia latina y veintitrés Iglesias orientales,​ que se encuentran en plena comunión con el papa y que en conjunto reúnen a más de 1390 millones de fieles en todo el mundo. La Iglesia católica sostiene que en ella subsiste la única Iglesia fundada por Cristo, encomendada al apóstol Pedro, a quien le confió su difusión y gobierno junto con los demás apóstoles.​ Por ello, se considera a sí misma «como un sacramento», un «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

La cabeza visible de la Iglesia católica es el papa, el obispo de Roma, considerado sucesor de Pedro. El papa actual es Francisco.​ La sede papal, conocida como la Santa Sede, ocupa un lugar preeminente entre las demás sedes episcopales y constituye el gobierno central de la Iglesia,​ por quien actúa y habla, y es reconocida a nivel internacional como una entidad soberana. A la Iglesia católica pertenecen todos los bautizados según sus ritos propios y que no hayan realizado un acto formal de apostasía. Según los datos del Anuario Pontificio de 2024 referentes al año 2022, el número de bautizados miembros de la Iglesia es de 1390 millones, alrededor del 18% de la población mundial. Se trata de una comunidad cristiana que se remonta a Jesucristo y a los doce apóstoles, por medio de una sucesión apostólica nunca interrumpida,​ también compartida con la Iglesia ortodoxa. La doctrina católica se encuentra recogida en el Catecismo de la Iglesia católica.

Con dos milenios de historia, la Iglesia católica es la institución internacional más antigua del mundo​ y ha influido en la filosofía occidental, la ciencia, el arte y la cultura. Entre sus tareas se incluyen la difusión del Evangelio y la realización de obras de misericordia corporales y espirituales en atención a los enfermos, pobres y afligidos, como parte de su doctrina social conocida como Doctrina social de la Iglesia (DSI). La Iglesia católica, de hecho, es la mayor proveedora no gubernamental de educación y servicios médicos del mundo.

Etimología
La palabra «iglesia» significa «convocación». Proviene del latín tardío ecclesĭa y este del griego ἐκκλησία, ekklēsía, que significa propiamente «asamblea» y que procede del verbo ἐκ-καλεῖν, ek-kalein, «llamar fuera».

Designa a las asambleas del pueblo, que mayoritariamente tenían un carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde el pueblo de Israel recibió la ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo. La primera comunidad cristiana, otorgándose a sí misma el nombre de "Iglesia", se consideró heredera de aquella asamblea.​ Por tanto, según la creencia católica, con dicho término se designa al pueblo convocado y reunido por Dios desde todos los confines del mundo para formar la asamblea de todos aquellos que, por la fe y el bautismo, han sido hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo. Las palabras que se emplean en inglés y en alemán para referirse a «Iglesia», Church y Kirche respectivamente, provienen del griego kyriaké, cuyo significado es «la que pertenece al Señor». El término «católico», por su parte, proviene del latín tardío catholĭcus, que a su vez procede del griego καθολικός, katholikós, que significa «universal».​ Ignacio de Antioquía brinda en su Carta a los esmirniotas, escrita hacia el año 110, el testimonio más antiguo de este adjetivo como calificativo de la Iglesia: Donde está el obispo está la comunidad, así como donde está Cristo Jesús está la Iglesia católica.
Ignacio de Antioquía, Ad Smyrn. 8, 2
Antes del fin del siglo II, el término “católico” comenzó a designar lo que se consideraba la verdadera Iglesia y su doctrina, diferenciándola de la de grupos disidentes.

En una epístola dirigida al novacianista Simpronio, Paciano de Barcelona (siglo IV) justificó la aplicación del nombre de «católicos» a sus correligionarios del pasado y del presente, y llegó a expresar: Christianus mihi nomen est, catholicus vero cognomen
Cristiano es mi nombre, e incluso católico es mi apodo
Paciano de Barcelona, Epistula 1, 4. En la misma carta, destacó la unidad de la Iglesia católica en contraste con la diversidad de grupos minoritarios de su tiempo, varios de las cuales tomaron los nombres de sus fundadores y cuyas doctrinas diferían de la línea de pensamiento eclesial (ebionitas, marcionitas, valentinianos, apolinaristas, montanistas y novacianistas).

El vocablo «catolicismo» se usa por lo general para hacer alusión a la experiencia religiosa compartida por las personas que viven en comunión con la Iglesia católica. Así, se refiere habitualmente tanto a las creencias de la Iglesia católica como a su comunidad de fieles. En los países en los que el catolicismo es mayoritario, a la Iglesia católica se la conoce normalmente como «la Iglesia», término que en otros países se aplica a otras Iglesias cristianas. Según una larga tradición, existen además distintas imágenes que se han empleado para referirse a la Iglesia católica, tales como Sacramento de Cristo, Pueblo de Dios, Cuerpo místico de Cristo, Esposa de Cristo, Jerusalén de arriba, Edificación de Dios,​ Barca de Pedro o Nave de salvación.

Características
La Iglesia católica se ve a sí misma y se proclama como la encargada por Jesucristo para ayudar a recorrer el camino espiritual hacia Dios viviendo el amor recíproco y por medio de la administración de los sacramentos, a través de los cuales Dios otorga la gracia al creyente. La Iglesia católica se concibe a sí misma como la única Iglesia fundada por Cristo, y por tanto, la única auténtica frente a las demás iglesias y denominaciones cristianas que han surgido históricamente después de ella. También, dado que considera que es una institución a la vez divina y humana​ está tanto fuera como dentro de la historia, en el Catecismo romano (publicado en 1566) se escribió que consta de dos partes: la Iglesia peregrina, militante o en tránsito (la que existe en la historia) y la Iglesia triunfante o celeste (al finalmente llegar a la visión de Dios); a lo que en ocasiones se añadió la iglesia purgante, sufriente o expectante (la de aquellos que murieron y aún no llegaron a la visión beatífica), siendo esta última parte de la Iglesia invisible pero aún no en su estado final. La Iglesia católica considera que tiene encomendada la misión de elaborar, impartir y propagar la enseñanza cristiana, así como la de cuidar de la unidad de los fieles. Debe también disponer la gracia de los sacramentos a sus fieles por medio del ministerio de sus sacerdotes. Además, la Iglesia católica se manifiesta como una estructura jerárquica y colegial, cuya cabeza es Cristo,​ que se sirve del colegio de los apóstoles, y que en la historia posterior ejerce la autoridad mediante sus sucesores: el papa y los obispos. La autoridad para enseñar el Magisterio de la Iglesia basa sus enseñanzas en la Revelación, que está expresada tanto en las Sagradas Escrituras como en la Sagrada Tradición. La Iglesia católica se considera a sí misma heredera de la tradición y la doctrina de la iglesia primitiva fundada por Jesucristo y, por lo tanto, como la única representante legítima de Cristo en la Tierra. Mediante la figura de los obispos, sucesores sin interrupción de los apóstoles, cumple con el mandato de Jesús de cuidar de su ovejas.

Atributos de la Iglesia católica
De acuerdo al Catecismo de la Iglesia católica, esta es «una, santa, católica y apostólica». Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí, ya aparecen como tales en el Símbolo niceno-constantinopolitano del año 381,​ e indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión,​ y suelen denominarse «notas de la Iglesia». Los católicos profesan su fe en los cuatro atributos (o notas) de la Iglesia recitando el Credo de los Apóstoles o el Credo Niceno-Constantinopolitano. Las notas de la Iglesia son dogma de fe, estas son según la enseñanza oficial:

Unidad: La Iglesia es una debido a su origen, Dios mismo. Dios es uno según la doctrina católica y la Iglesia es una debido a su fundador, Cristo. El apóstol San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, hace referencia a la Iglesia como cuerpo de Cristo: Las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno; por muchas que sean las partes, todas forman un solo cuerpo. En otra carta, también Pablo enseña sobre este atributo: Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu. Un solo cuerpo y un mismo espíritu, pues ustedes han sido llamados a una misma vocación y una misma esperanza. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, que actúa por todos y está en todos.
Cristo mismo enseña y ruega por esta unidad de su Iglesia: Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Santidad: la Iglesia católica, a pesar de los pecados y faltas de cada uno de sus miembros que aún peregrinan en la Tierra, es en sí misma santa pues santo es su fundador y santos son sus fines y objetivos. Asimismo, es santa mediante sus fieles, ya que ellos realizan una acción santificadora, especialmente aquellos que han alcanzado un alto grado de virtud y han sido canonizados por la misma Iglesia. La Iglesia católica contiene la plenitud de los medios de santificación y salvación. Es santa porque sus miembros están llamados a ser santos.
Catolicidad: con el significado de universal la Iglesia es católica en cuanto busca anunciar la Buena Nueva y recibir en su seno a todos los seres humanos, de todo tiempo y en todo lugar, que acepten su doctrina y reciban el bautismo; dondequiera que se encuentre uno de sus miembros, allí está presente la Iglesia católica. También es católica porque Cristo está presente en ella, lo que implica que recibe de Él la plenitud de los medios de salvación.
Apostolicidad: la Iglesia católica fue fundada por Cristo sobre el fundamento de Pedro y los demás apóstoles.​ Todo el colegio apostólico goza de autoridad y poder siempre que esté en comunión con Pedro y sus sucesores;​ Pedro y los demás apóstoles tienen en el papa y los obispos a sus sucesores, que ejercen la misma autoridad y el mismo poder que en su día ejercieron los primeros, que fueron elegidos e instituidos por Cristo.​ También es apostólica porque guarda y transmite las enseñanzas oídas a los apóstoles. Estos atributos se encuentran en todas las Iglesias particulares que engloba la Iglesia católica, que son las Iglesias particulares de la Iglesia latina (con ritos latinos) y las Iglesias católicas orientales (con ritos orientales); todas ellas tienen en común los mencionados atributos o características esenciales y la autoridad suprema del sumo pontífice como vicario de Cristo en la Tierra.

Doctrina
La doctrina fundamental para la Iglesia católica se encuentra en el credo, que recoge las fórmulas de fe elaboradas en los primeros concilios de la historia. El credo encuentra una explicación sistemática en el Catecismo de la Iglesia católica, aprobado en 1992 por Juan Pablo II y cuya versión definitiva fue promulgada en 1997. Una característica particular y genuina para distinguir a los católicos de los demás grupos cristianos es su aceptación de todos los concilios ecuménicos de la historia (desde el Concilio de Nicea I hasta el Concilio Vaticano II). La noción de Revelación es central en la doctrina católica, porque bajo tal término se incluyen dos fuentes inseparables entre sí: la Sagrada Escritura y la Tradición. Una síntesis sobre este tema se encuentra en la constitución dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II. Para los católicos el culmen de la Revelación es Jesucristo. También es notable la posición que ocupa el obispo de Roma. Este recibe el título de papa y se le considera no solo obispo de su diócesis sino jefe de la Iglesia católica entera, es decir, Pastor y Doctor de todos los cristianos debido a que es considerado el sucesor de San Pedro. Su elección ha ido variando a lo largo de la historia; desde el siglo XI es elegido por el colegio cardenalicio en el cónclave. El papa hasta el día 28 de febrero de 2013 fue Benedicto XVI, el 265.º de la historia. Anunció la renuncia al pontificado el día 11 del mismo mes.​ El 13 de marzo del 2013 fue elegido como sumo pontífice y obispo de Roma el hasta entonces arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, cardenal primado, Jorge Mario Bergoglio quien eligió el nombre de Francisco en honor a Francisco de Asís. El papa goza en la Iglesia católica de un estatus de jerarquía suprema, poseyendo el primado sobre todos los demás obispos y la plenitud de la potestad de régimen (como se denomina en la Iglesia católica al poder legislativo, ejecutivo y judicial), la cual puede ejercer de forma universal, inmediata y suprema sobre todos y cada uno de los pastores y de los fieles católicos. La autoridad del obispo de Roma, su jerarquía dentro del magisterio de la Iglesia católica ha sido expuesta en diversos momentos de la historia y de modo especial en el Concilio Vaticano I. Otras partes de la doctrina católica, sobresalientes y distintivas en relación con el resto de los cristianos, son la creencia en el Dogma de la Inmaculada Concepción, y en la Asunción de María, madre de Jesús, así como la fe en la autoridad espiritual efectiva de la Iglesia católica para perdonar pecados y remitir las penas temporales debidas por ellos, mediante el Sacramento de la Penitencia y las indulgencias. Otro dogma sobresaliente en la Iglesia católica es la creencia en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, en que mediante el cambio que es llamado transubstanciación el pan y el vino presentados en el Altar se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo. Según la doctrina católica, la Salvación del alma se obtiene por medio de la fe en Jesucristo y de las buenas obras, lo que constituye un punto diferencial clave con otros grupos cristianos como los Protestantes y Evangélicos, los cuales predican que solamente la fe en Jesucristo es necesaria para la salvación del alma, siendo las obras una consecuencia de esta.

Mandamientos de la Iglesia
Entre los preceptos de la Iglesia católica se incluye la guarda de ayuno y abstinencia en Viernes Santo, día en que se oficia la celebración de la Pasión del Señor.
Los mandamientos de la Iglesia son cinco preceptos promulgados por la autoridad eclesiástica que se refieren a la vida litúrgica de los fieles, que promueven su acercamiento a los sacramentos, y que tienen como objetivo garantizar un mínimo en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo.

Los cinco mandamientos de la Iglesia son:
Oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. Confesar los pecados mortales al menos una vez cada año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar. Comulgar al menos por Pascua de Resurrección. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades.

Sacramentos
Para la Iglesia católica, los sacramentos son signos eficaces de la gracia de Dios,​ celebrados bajo ritos visibles, que fueron instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, mediante los cuales se dispensa la vida divina a todas personas que los reciben con la disposición adecuada.

Existen siete sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, unción de enfermos, orden sacerdotal y matrimonio. Los sacramentos se corresponden a todas las etapas y momentos importantes de la vida del creyente, estableciendo un paralelismo entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual. Así, los sacramentos se pueden clasificar en tres grupos: los "sacramentos de la iniciación cristiana", los "sacramentos de curación" y los "sacramentos al servicio de la comunión y la misión de los fieles".

Sacramentos de iniciación cristiana
Bautismo: Es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo los cristianos son liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegan a ser miembros de Cristo y son incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.
Confirmación: Con el bautismo y la eucaristía, el sacramento de la confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana". La confirmación une a los bautizados más íntimamente a la Iglesia y "los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras" (LG 11; cf OCf, Praenotanda 2)
Eucaristía: Este sacramento culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor. Para la Iglesia católica la eucaristía no representa un mero símbolo sino que es Jesucristo mismo con su cuerpo, sangre, alma y divinidad allí presentes.

Sacramentos de curación
Penitencia: Mediante este sacramento los fieles obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra él y se reconcilian con la Iglesia. Recibe el nombre de sacramento de conversión, ya que realiza sacramentalmente la llamada de Cristo a la conversión, la vuelta al Padre del que el hombre se había alejado por el pecado; sacramento de la penitencia, al consagrar un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador; sacramento de la confesión, porque la manifestación de los pecados ante el sacerdote es un elemento esencial de este sacramento; sacramento del perdón porque Dios concede al penitente "el perdón y la paz"; y sacramento de reconciliación, porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia.
Unción de los enfermos: Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios" (LG 11).

Sacramentos al servicio de la comunidad
Orden sacerdotal: El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el diaconado, el presbiterado y el episcopado.​ Es el único sacramento que solo puede ser recibido por los hombres.
Matrimonio: "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can. 1055,1)

Organización
La Iglesia católica tiene miembros en la mayoría de los países de la Tierra, aunque su proporción en la población varía desde una mayoritaria en algunos a casi nula en otros. Es una organización jerárquica en la que el clero ordenado está dividido en obispos, presbíteros y diáconos. El clero está organizado de forma jerárquica, pero tiene en cuenta la comunión de los fieles. Cada miembro del clero depende de una autoridad superior, pero la autoridad superior debe ejercer su gobierno teniendo en cuenta la comunidad, a través de consultas, reuniones e intercambio de ideas. Territorialmente, la Iglesia católica se organiza en diócesis o Iglesias particulares, cada una bajo la autoridad de un obispo; algunas de estas, de mayor rango, son llamadas arquidiócesis (o archidiócesis) y están bajo la autoridad de un arzobispo. En las iglesias orientales católicas, estas circunscripciones suelen llamarse eparquías y archieparquías, respectivamente. Según datos de noviembre de 2022, hay 2895 diócesis en todo el mundo, de las cuales 643 son arquidiócesis.​ La diócesis de Roma, que incluye el territorio de la Ciudad del Vaticano, es la sede papal. Asimismo, existen 9 patriarcados (3 latinos y 6 orientales), 10 exarcados patriarcales y 5 territorios dependientes de patriarcas. Algunos territorios, sin llegar a considerarse diócesis, funcionan en la práctica como tales: son las prelaturas y abadías territoriales, regidas por un prelado o un abad, respectivamente. Actualmente, existen 40 prelaturas territoriales, casi el 80% de ellas en América Latina (sobre todo en Brasil y Perú), y 11 abadías territoriales, más de la mitad en Italia, así como 1 prelatura personal (la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei), con sede en Italia, 36 ordinariatos militares, 9 ordinariatos orientales (3 de rito armenio y 6 para fieles de ritos orientales que se encuentran en territorios sin eparca, es decir obispo, de su propio rito) y 3 ordinariatos personales para los fieles convertidos del anglicanismo (católicos de rito anglicano): Cátedra de San Pedro en los Estados Unidos y Canadá, Nuestra Señora de Walsingham en el Reino Unido y Nuestra Señora de la Cruz del Sur en Australia.

Las diócesis pueden agruparse en provincias eclesiásticas y estas, a su vez, en regiones eclesiásticas. La arquidiócesis que preside una provincia eclesiástica es llamada metropolitana. En ocasiones, la provincia eclesiástica está conformada únicamente por la arquidiócesis metropolitana. De las 643 arquidiócesis existentes, 563 son metropolitanas (de las cuales 5 son sedes de iglesias católicas orientales metropolitanas), 4 son archieparquías mayores (una de ellas posee además 5 exarcados archiepiscopales, en Ucrania) y las restantes 76 son llamadas arquidiócesis archiepiscopales. Los territorios en donde la organización de la Iglesia aún no es suficiente para erigir una diócesis (o una eparquía) son dirigidos por un vicario (o exarca) y son llamados vicariatos (o exarcados) apostólicos; actualmente existen 82 vicariatos apostólicos (sobre todo en América; pero también en África, Asia y 2 en Europa) y 14 exarcados apostólicos (en Europa y América; pero también uno en China). Si la organización es muy incipiente, se erigen prefecturas apostólicas (actualmente existen 39, casi las tres cuartas partes en China). Por razones graves, se erigen administraciones apostólicas estables (actualmente existen 8, en Europa y Asia); además, existe la Administración Apostólica Personal de San Juan María Vianney, en Brasil (diócesis de Campos), para los fieles que se adhieren al "rito romano extraordinario" o Misa tridentina. En los territorios en que la Iglesia aún no ha penetrado oficialmente, se organizan misiones independientes sui iuris (actualmente existen 8).

El gobierno de la Iglesia católica reside en los obispos considerados como colegio cuya cabeza es el obispo de Roma, el papa. La potestad de este colegio sobre la Iglesia en su totalidad se ejerce de modo solemne en el concilio ecuménico, asamblea de todos los obispos del mundo presidida por el papa, que es convocado cuando hay que tomar las decisiones más importantes, en materia de fe (dogmas), de moral o por otras razones pastorales. Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento visible de unidad en su Iglesia particular. Los obispos tienen la misión de enseñar, de santificar y de gobernar con su autoridad y potestad sagrada. Los cardenales son elegidos personalmente por el papa. Su función esencial es elegir al sucesor del papa, cuando él muere o renuncia. El papa en su actividad por la Iglesia católica universal suele hacerse ayudar por ciertos cardenales en la administración de la Santa Sede y la Curia Romana, pero no exclusivamente por cardenales. En el gobierno de sus diócesis los obispos individuales también son ayudados por presbíteros y diáconos y por otros. En cada Iglesia patriarcal católica oriental el patriarca tiene autoridad sobre todos los obispos, incluidos los metropolitas, y los otros fieles de la Iglesia por él presidida.​ Lo mismo va para el arzobispo mayor en su iglesia particular sui iuris y para el metropolita en una Iglesia sui iuris. En la Iglesia latina los poderes del obispo metropolitano en las diócesis sufragáneas son muy limitados. Los obispos de un país pueden organizarse en una conferencia episcopal (o asamblea de ordinarios, en Oriente), cuyos cargos son electivos entre los obispos de la misma nación. También existen organizaciones inter-diocesanas que involucran a más de un país. Tenemos así:

114 Conferencias episcopales. 6 Asambleas de ordinarios. 6 Sínodos patriarcales, 1 por cada Iglesia patriarcal (aquellas iglesias orientales encabezadas por un patriarca). 4 Sínodos Archiepiscopales Mayores, 1 por cada Iglesia Archiepiscopal Mayor (aquellas iglesias orientales presididas por un arzobispo mayor). 3 Concilios de Iglesias, 1 por cada Iglesia Metropolitana (aquellas iglesias orientales presididas por un arzobispo metropolitano). 13 Conferencias Internacionales diversas.

Congregaciones y órdenes
Las órdenes religiosas no forman parte en cuanto órdenes de la jerarquía de la Iglesia católica, pero dependen del papa y de los obispos de formas diversas. Ellas pueden ser de dos tipos:

°Órdenes religiosas de derecho diocesano: dependen del obispo de la diócesis en la que han sido reconocidas.
°Órdenes religiosas de derecho pontificio: dependen directamente del papa, aunque deben trabajar en comunión con los obispos de las diócesis en las que actúan.

Las congregaciones y órdenes religiosas son establecidas conforme a los tres votos básicos de pobreza, castidad y obediencia. El origen de cada una se explica, según los católicos, por una inspiración dada al fundador, que debe ser reconocida como auténtica por las autoridades jerárquicas. Tal inspiración o carisma se concreta en constituciones que valen solo si son aprobadas por las autoridades jerárquicas, y según las cuales deben vivir los miembros de cada orden o congregación. Después del renacimiento, los nuevos movimientos fundados dejan de recibir el nombre orden y se llaman congregaciones. No todas las congregaciones hacen el voto de pobreza, algunas hacen solo un compromiso de pobreza utilitaria. Dentro de la Iglesia católica se encuentran muchas órdenes religiosas monásticas de frailes y monjas, así como también congregaciones e Institutos de vida religiosa. Sus miembros suelen hacer los votos de obediencia, pobreza y castidad; de todos modos los votos a realizar quedan a disposición de la cada institución. Todos ellos dedican sus vidas enteramente a Dios. Otras prácticas religiosas incluyen el ayuno, la meditación, la oración, la penitencia y la peregrinación.

Entre los principales fundadores se encuentran los siguientes santos:

Benito de Nursia. Fundador de la orden de los benedictinos y patrón de Europa. Bernardo de Claraval, doctor de la Iglesia y maestro espiritual de la orden del Císter del siglo XII, representado en la imagen abrazando a Cristo. Francisco de Asís, fundador de la orden franciscana y maestro de la vida espiritual del siglo XIII.MDomingo de Guzmán, fundador de la orden de los Predicadores a comienzos del siglo XIII. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y uno de los grandes maestros de la vida espiritual del siglo XVI. Juan de la Cruz, cofundador con Teresa de Jesús de la Orden de Carmelitas Descalzos en el siglo XVI, doctor de la Iglesia y maestro místico de la vida espiritual. José de Calasanz, fundador en el siglo XVII de la Orden de los Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías o Escolapios). Pedro de San José de Betancur, fundador de los betlemitas en el siglo XVI.
Alfonso María de Ligorio, fundador de la congregación de los redentoristas, doctor de la Iglesia y maestro de la vida espiritual del siglo XVIII. Guillermo José Chaminade, sacerdote católico francés fundador de la Compañía de María y de la Familia Marianista. Juan Bautista de la Salle, sacerdote y pedagogo francés, fundador de la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Marcelino Champagnat, sacerdote francés, fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas en el siglo XIX. Juan Bosco, fundador de la orden salesiana y educador del siglo XIX.

Entre las principales fundadoras se cuentan las siguientes santas:

Clara de Asís, fundadora en el siglo XIII de la orden de las hermanas pobres de Santa Clara, conocidas como clarisas. Beatriz de Silva, fundadora en el siglo XV de la orden de la Inmaculada Concepción, cuyos miembros se conocen como concepcionistas. Teresa de Jesús, fundadora de la orden de Carmelitas Descalzos, doctora de la Iglesia y cumbre de la mística cristiana del siglo XVI. Ángela de Mérici, fundadora de las ursulinas en el siglo XVI. Francisca Cabrini, cofundadora del Instituto de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús en el siglo XIX. Magdalena Sofía, fundadora de la Sociedad de Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús en el siglo XIX.
María Eufrasia Pelletier, fundadora de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor en el siglo XIX. Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad en el siglo XX. Teresa de Calcuta, fundadora de las Misioneras de la Caridad en el siglo XX.

La finalidad fundamental de los miembros de las órdenes y congregaciones es salvar su propia alma y ser ejemplo salvífico para toda la sociedad con su pobreza, castidad y obediencia, vividas conforme al carisma específico de la constitución de cada orden o congregación.

Iglesias Católicas de Rito Oriental
Iglesias católicas orientales
Iglesias patriarcales
Iglesia católica armenia
Iglesia católica caldea
Iglesia católica copta
Iglesia católica maronita
Iglesia católica siria
Iglesia greco-melquita católica

Iglesias archiepiscopales mayores
Son similares a las patriarcales, pero el arzobispo mayor, después de ser elegido por el Sínodo, debe ser confirmado por el papa antes de ser entronizado.
Iglesia católica siro-malabar
Iglesia católica siro-malankar
Iglesia greco-católica rumana
Iglesia greco-católica ucraniana

Iglesias metropolitanas sui iuris
Los metropolitanos son elegidos por el papa a partir de una lista de tres candidatos enviada por el Concilio de obispos.
Iglesia católica bizantina rutena
Iglesia católica etíope
Iglesia greco-católica eslovaca
Iglesia católica eritrea
Iglesia católica bizantina húngara

Otras iglesias orientales sui iuris
Iglesias con jerarquía propia: Sin Sínodo ni Concilio de obispos ya que tienen una o dos diócesis, sus jerarquías son elegidas por el obispo de Roma.
Iglesia católica bizantina búlgara
Iglesia católica bizantina griega
Iglesia católica bizantina en Italia
Iglesia católica bizantina de Croacia y Serbia
Iglesia greco-católica macedonia

Iglesias sin jerarquía propia: Tras finalizar la era comunista no se les ha nombrado todavía un obispo propio.
Iglesia católica bizantina rusa
Iglesia greco-católica bielorrusa

La división entre las iglesias de Oriente y Occidente dio lugar a la existencia de comunidades de ritos orientales que se mantuvieron o entraron en plena comunión con la Iglesia de Roma, conservando su liturgia, pero que en algunos casos se han latinizado en algún grado. Algunas nunca han estado en cisma con la Iglesia de Roma (como la Iglesia maronita y la ítalo-albanesa) y otras han surgido de divisiones de las iglesias Ortodoxas o de las antiguas iglesias nacionales de oriente. En el pasado fueron también llamadas uniatas pero hoy el término es considerado despectivo e inexacto. Regularmente constituyen minorías en países donde su contraparte ortodoxa predomina (como en Grecia, Serbia, Bulgaria, Armenia y Rusia), otras son minorías junto con sus contrapartes ortodoxas en países donde predomina otra religión (melquitas en Siria, caldeos en Irak, malankaras en la India, etc.) y otras no tienen contraparte en cisma con Roma (maronitas e ítalo-albaneses), también debido a la migración muchos católicos orientales viven hoy en países occidentales (Australia, América del Norte, Argentina, Brasil, Colombia, Francia, etc).

Son consideradas iglesias sui iuris y están en un plano de igualdad con el rito latino, como afirmó el Concilio Vaticano II a través del documento Orientalium Ecclesiarum. Los fieles de estas iglesias están fuera de las jurisdicciones de los obispos latinos, excepto en los casos en los que no tengan una jurisdicción propia. De la misma manera los católicos latinos están fuera de las jurisdicciones de los obispos orientales, excepto en Eritrea, país donde no existe jerarquía latina, en parte de Etiopía, en las diócesis siro-malabares que están fuera del estado de Kerala en la India y en algunas parroquias de las eparquías ítalo-albanesas de Italia.

La organización eclesial de las iglesias orientales católicas está gobernada por el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, promulgado por el papa Juan Pablo II el 18 de octubre de 1990, que entró en vigor el 1 de octubre de 1991. Las Iglesias patriarcales eligen su propio patriarca a través de su Sínodo patriarcal, el cual luego de ser elegido es inmediatamente proclamado y entronizado sin intervención del papa, a quien luego le remite la comunión eclesial. En su propio territorio canónico sus obispos son elegidos por el Sínodo Patriarcal tomándolos de una lista de candidatos previamente aprobada por la Santa Sede. También los santos Sínodos pueden erigir diócesis dentro de su territorio canónico, pero no en zonas de rito latino. En el caso de la Iglesia greco-católica rusa, los dos exarcados apostólicos existentes en Rusia y China antes de las revoluciones marxistas no han sido aún reactivados por la Santa Sede, dependiendo los fieles en Rusia de los obispos latinos y ucranianos. En China la Iglesia continúa en las "catacumbas"; las pocas parroquias existentes dependen de obispos latinos. La Iglesia católica bizantina en América (aunque es parte de la Iglesia católica rutena, lo mismo que el exarcado de la República Checa y la Eparquía de Mukachevo, constituye una jurisdicción independiente, no existiendo en la práctica ningún órgano que reúna a estas jurisdicciones rutenas, como tampoco existe para las jurisdicciones que constituyen, por ejemplo, la Iglesia católica bizantina griega o la Iglesia católica ítalo-albanesa). En el caso de la Iglesia albanesa, la Santa Sede ha reactivado la administración apostólica de Albania Meridional que, a pesar de que fue catalogada como de rito oriental, tiene un obispo latino y la mayoría de sus escasos fieles son también de este rito. Por esta razón, a partir del Anuario Pontificio 2020 dejó de ser clasificada como Iglesia particular sui iuris. La iglesia bielorrusa es la más floreciente de las tres, pero debido a las diferencias con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú, la Santa Sede no le ha nombrado aún jerarquía, dependiendo sus fieles directamente de la Congregación para las Iglesias Orientales. Existió una pequeña comunidad católica bizantina georgiana, pero nunca fue erigida en iglesia ni incluida en la lista oficial de ritos orientales publicada en el Anuario Pontificio. La Santa Sede ha erigido también seis ordinariatos para los fieles de rito oriental desprovistos de un ordinario de su propio rito; estos ordinariatos se encargan de la atención espiritual de católicos orientales de ritos sin jerarquía organizada en la Argentina, Francia, Austria, Polonia, Brasil y España, dependiendo de los arzobispos latinos de Buenos Aires, París, Viena, Varsovia, Río de Janeiro y Madrid respectivamente.

Historia
Edad Antigua
En el contexto del cristianismo primitivo, después de la muerte de Esteban (primer mártir cristiano) y más aún después de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 por los romanos, comenzaron dos procesos: el de la progresiva separación del cristianismo primitivo y el judaísmo rabínico y el de la propagación del cristianismo, como puede verse en los primeros centros de la cristiandad. A los seguidores de Jesús se les dio por primera vez el nombre de «cristianos» en Antioquía,​ sitio en el que por la predicación de varios discípulos (como Pablo y Bernabé) hubo muchos nuevos adeptos. La doctrina católica afirma que Jesús fundó una comunidad cristiana jerárquicamente organizada y con autoridad, dirigida por los apóstoles (el primero de los cuales era Simón Pedro). Posteriormente (según los Hechos de los apóstoles), los apóstoles y los primeros seguidores de Jesús estructuraron una iglesia organizada. Una carta escrita poco después del año 100 por Ignacio de Antioquía a los de Esmirna (capítulo 8) es el texto más antiguo que se conserva en el cual se usa el término ἡ καθολική ἐκκλησία (la Iglesia católica o universal): "Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la Iglesia católica."
El mismo Ignacio de Antioquía testimonia la existencia de un clero en tres grados que consistía en obispos, presbíteros y diáconos. En el siglo iii, san Cipriano, obispo de Cartago, habla de una jerarquía monárquica de siete grados, en la cual la posición suprema la ocupaba el obispo. En esta jerarquía el obispo de Roma ocupaba un lugar especial, en cuanto sucesor de san Pedro. San Ireneo de Lyon dice que los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, habiendo fundado y edificado la iglesia de Roma, entregaron el oficio del episcopado a Lino.

Además, el que el obispo de Roma llegara a tener una importancia particularmente grande, se debió, según algunos, por motivos políticos: Roma fue la capital del Imperio Romano hasta que el Emperador Constantino I el Grande hizo de Constantinopla la nueva capital, el 11 de mayo de 330. Otros atribuyen esta importancia al hecho de que desde que se reconoció a un obispo por cada sede, en torno al siglo ii, se reconoció que el primer obispo de Roma había sido Pedro y que los posteriores obispos de Roma fueron sus sucesores en la mayor prominencia de autoridad dentro de la Iglesia.[83]​ A Pedro Jesús dijo, según el Evangelio de Lucas:
"pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes.". Lucas 22: 32 Más aún, hacia el año 95, Clemente de Roma (obispo de la Iglesia de Roma entre 89 y 97) escribió una carta a la comunidad cristiana de Corinto para resolver un problema interno, sugiriendo su primacía sobre las Iglesias particulares. En efecto, habían surgido levantamientos contra los presbíteros-epíscopos en Corinto y Clemente, como obispo de la Iglesia de Roma, los llamó al orden y a la obediencia a sus respectivos pastores, evocando el recuerdo de los apóstoles Pedro y Pablo.​ Esa carta es la primera obra de la literatura cristiana fuera del Nuevo Testamento de la que consta históricamente el nombre de su autor, la situación y la época en que se escribió, y cuyas palabras manifiestan una dureza propia del lenguaje de aquel que es consciente de su autoridad.​ Algunos autores han afirmado que no hay argumentos suficientes para confirmar que Pedro haya sido obispo en Roma. La tradición que afirma que Pedro fue a Roma y ahí murió martirizado se basa también en esta carta de san Clemente, que menciona su martirio (capítulo 5), en la Carta de san Ignacio de Antioquía a los Romanos ("No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo." – capítulo 4), y en la obra de ca. 175-185 Contra las herejías de Ireneo de Lyon, donde dice: Como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada» (Romanos 1: 8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, Libro III, 1.3.1

El Concilio de Nicea I en el año 325 condenó el arrianismo excluyendo de la Iglesia a los seguidores de esta opinión teológica. Otros concilios también definieron más precisamente la fe católica y declararon heréticas otras doctrinas (nestorianismo, eutiquianismo), en particular en los Concilios de Éfeso I (431) y de Calcedonia (451).​ La Iglesia oficialmente dejó de sufrir persecución en ambas partes del Imperio Romano (que ya estaba bajo la cuarta tetrarquía) a partir del 313, en el que conjuntamente el emperador Constantino y el emperador Licinio establecieron la libertad de culto a toda religión con el Edicto de Milán. El cristianismo llegó a ser religión oficial del Estado en 380, cuando Teodosio I el Grande, decretó el Edicto de Tesalónica.

Edad Media
La Iglesia católica, en el siglo V, se había extendido por casi todo el territorio del Imperio romano (desde Hispania hasta Siria, con las zonas costeras del norte de África). Posteriormente, se realizaron misiones hacia zonas del norte de Europa, que llegaron hasta Irlanda, Gran Bretaña, Germania, y posteriormente zonas de Escandinavia, Centroeuropa y las poblaciones eslavas del Este. Este largo proceso abarca de los siglos V al XI. Buena parte de estas misiones, así como el trabajo de recristianizar los territorios del antiguo Imperio romano de Occidente, fue posible gracias a los monasterios, sobre todo a los benedictinos. La expansión de poblaciones convertidas al islam llevó a un progresivo declive de las poblaciones católicas del norte de África, que llegaría a ser casi completo en el mundo moderno. Un hecho posterior significó la división entre numerosas Iglesias: el Gran Cisma entre sus porciones de Occidente y Oriente (cuya Iglesia, aún denominada como "católica ortodoxa", pasaría a ser conocida solo por esta última palabra) ocurrido en el año 1054 a causa de las rivalidades entre los patriarcados de Roma y Constantinopla y, teológicamente, alrededor de la cláusula Filioque. Durante los siglos XI y XIV se produce un gran desarrollo cultural gracias a la institución de nuevas universidades eclesiásticas, centradas sobre todo en la teología, pero también con facultades de artes, de derecho y, en algunos lugares, de medicina. En el siglo XIII fueron fundadas y empezaron a desarrollarse las órdenes mendicantes, que tuvieron un gran influjo en la vida religiosa de la sociedad. El Cisma de Occidente afectó a la Iglesia católica desde 1378 hasta 1417 y provocó fuertes tensiones y el surgimientos de ideas de tipo conciliaristas, según las cuales un concilio podría tener más autoridad que el papa en algunos puntos. El conciliarismo fue condenado en el concilio V de Letrán en 1516.

La Inquisición
El término Inquisición (latín: Inquisitio haereticae Pravitatis Sanctum Officium) hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía en el seno de la Iglesia católica. La Inquisición medieval, de la que derivan todas las demás, fue fundada en 1184 en la zona de Languedoc (en el sur de Francia) para combatir las herejías de los cátaros o albigenses y valdenses. En 1249, se implantó también en el reino de Aragón (fue la primera Inquisición estatal). En la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, fue extendida a esta con el nombre de Inquisición Española (1478-1821), bajo control directo de la monarquía hispánica, cuyo ámbito de acción se extendió después a América. También fueron importantes la Inquisición portuguesa (1536-1821) y la Inquisición romana (1542-1965), conocida también como Santo Oficio. El número de ejecutados por autoridades civiles tras ser condenados no puede determinarse con certeza, por la existencia de numerosas lagunas en la evidencia documental. Extrapolando detallados estudios,​ Pérez estima en menos de 10 000 las condenas a muerte ejecutadas en España;. En Portugal, sobre alrededor de 23 000 casos documentados, se registran 1454 condenas a muerte en la hoguera.​ Estas cifras no toman en cuenta el número de muertes causadas por la tortura o por las condiciones de encarcelamiento.

Edad Moderna
La Iglesia católica afronta profundos cambios en la Edad Moderna. Por una parte, se inicia una expansión de las misiones hacia algunas zonas de África y Asia y hacia América desde los viajes y conquistas de españoles y portugueses. Por otro lado, se viven fuertes tensiones internas y un deseo profundo de reforma. La invención de la imprenta permitió una mayor difusión de la Biblia y de sus traducciones, que empezaron a circular entre los católicos en diversos lugares. El rechazo de la autoridad papal por causas de independencia política y económica y el rechazo de Martín Lutero al hecho de que se cobrara dinero por las indulgencias, provocó el surgimiento del protestantismo en 1517. En el mismo siglo XVI, empezó a desarrollarse el calvinismo en Suiza, y luego se extendió rápidamente en otros países europeos. Un importante cisma siguió con el surgimiento de la Iglesia Anglicana (nacida del Acta de Supremacía inglesa en 1534).

Contrarreforma
La contrarreforma fue la respuesta a la reforma protestante de Martín Lutero, que había debilitado a la Iglesia católica. Denota el período de resurgimiento católico desde el pontificado del papa Pío IV en 1560 hasta el fin de la Guerra de los Treinta Años, en 1648. Sus objetivos fueron renovar la Iglesia católica y evitar el avance de las doctrinas protestantes. Entre los años 1545 y 1563 se desarrolló el Concilio de Trento, con diversas etapas. Antes y después del Concilio de Trento se fundaron diversas congregaciones religiosas que buscaron promover una profunda renovación entre los católicos. Una de esas congregaciones, que adquirió más tarde un gran desarrollo, fue la Compañía de Jesús.

Edad Contemporánea
Revolución francesa y secularización
Si bien en principio la revolución francesa no tuvo orientación hostil hacia la Iglesia, se mostró más radical sobre la cuestión sobre los bienes eclesiásticos. La Asamblea Nacional Constituyente decidió expropiar todos los bienes de la Iglesia, lo que empeoró las relaciones hasta que en 1790 fueron suprimidas todas las órdenes monásticas y gran parte de las religiosas (a excepción de las dedicadas a obras de caridad). Dos meses después se expropió y secularizó todo el patrimonio de la Iglesia, y se aprobó la Constitución civil del clero y se obligó al clero a dar juramento a ella, con la que se quería quitar la fidelidad a Roma de la Iglesia francesa. La negativa de dos tercios del clero se siguió de sanguinarias persecuciones en las que 40 000 sacerdotes fueron encarcelados, deportados o ejecutados,​ como parte de una serie de políticas para descristianizar Francia. Los asesinatos de septiembre de 1792 iniciaron el gobierno del Terror, y en 1793 se prohibió el cristianismo, estableciendo el «culto a la Razón» en su lugar mientras continuaban las persecuciones contra monárquicos y eclesiásticos.​ Este acoso finalizó tras el golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, el 9 de noviembre de 1799, en el que derrocó al gobierno del Directorio. Durante su mandato se restableció la religión católica y se reconoció mediante concordato que esta era la fe de la mayoría de los franceses.​ En 1808 Napoleón, ya emperador, ocupó Roma y los Estados pontificios; en 1809 arrestó al papa Pío VII y lo llevó a Fontainebleau, donde intentó sin éxito forzarlo a renunciar al Estado pontificio. La expansión del Imperio francés llevó también a la propagación de las ideas revolucionarias, y la secularización tuvo consecuencias en Alemania, donde la Iglesia sufrió también expropiación de sus bienes.​ Sin embargo, la pérdida de influencia y el empobrecimiento de la Iglesia propició tanto la reorganización material como una renovación interior de la vida eclesial, con una mayor unión entre obispos, sacerdotes y fieles laico. Surgió así un movimiento católico que se extendió por los demás países europeos, apoyado por el Romanticismo y su interés por el arte y la literatura medieval, que trajeron consigo una mayor estima hacia la Iglesia y conversiones al catolicismo.​ Surgieron numerosas organizaciones católicas, misiones populares, nuevas formas de piedad; las órdenes religiosas recibieron un nuevo impulso y poco a poco apareció una prensa católica.​ La industrialización fue ocasión para que la Iglesia tratara la cuestión social, hecho importante en una época en la que la legislación ignoraba muchos problemas sociales, confiados de forma general a la caridad cristiana. En este sentido, fueron relevantes las nuevas actividades caritativas y educativas de las congregaciones religiosas así como las órdenes dedicadas a la atención a los enfermos.

Concilio Vaticano I
Al definir el 8 de diciembre de 1854 como dogma la antigua doctrina de la Inmaculada Concepción, que afirmaba que María había sido concebida sin pecado original, el papa Pío IX puso fin a una controversia entre escuelas teológicas que ocupaba varios siglos. El dogma se aceptó sin problemas, pero dado que el papa actuó ex cathedra y que la decisión no había salido de un concilio, se planteó la cuestión acerca de si el papa podía por sí solo proclamar verdades infalibles de fe.

Cuando Pío IX convocó un concilio que daría comienzo a finales de 1869, la cuestión de la infabilidad estaba sobre la mesa. En la asamblea conciliar hubo ya desde el principio un bloque mayoritario a favor de la definición dogmática de la infabilidad, que introdujo la cuestión entre los asuntos a tratar. La minoría que se oponía lo hizo no tanto porque se opusiesen a la infabilidad, sino porque tal definición les parecía inoportuna en aquel momento. Finalmente, la constitución Pastor Aeternus (con la doctrina del primado del papa y su infabilidad) fue aprobada. Inmediatamente el concilio tuvo que ser interrumpido tras el estallido de la guerra franco-prusiana y la ocupación de Roma que pondría fin a los Estados pontificios. Un grupo de profesores de facultades de teología alemanas se negaron a aceptar el dogma y fueron excomulgados, separándose de la Iglesia católica y fundando la llamada Iglesia veterocatólica.​ A pesar de que el número de seguidores fue reducido, Bismarck les ofreció ayuda con el objetivo someter la Iglesia al Estado, como había logrado con la Iglesia territorial protestante.​ La lucha contra la Iglesia se denominó Kulturkampf y a pesar de los grandes daños para la Iglesia alemana, los católicos se unieron y en las elecciones de 1874 el Partido de Centro obtendría 91 escaños en el Reichstag. Tras el fracaso, la Kulturkampf sería finalmente desmantelada y el papa León XIII colaboró con Bismarck en ello.​

Fin de los Estados pontificios
En junio de 1815, tras la caída de Napoleón, la Iglesia vio restituida en el Congreso de Viena su soberanía sobre los Estados pontificios. Aun así, Italia se encontraba en pleno proceso de unificación nacional, al que los distintos papas se opusieron, y el nuevo reino fue conquistando los distintos territorios papales hasta llegar a Roma.​ Su conquista definitiva sobre la ciudad se produjo cuando las tropas francesas, que habían estado protegiéndola, tuvieron que marchar a Francia en el marco de la guerra franco-prusiana. Los Estados pontificios llegan a su fin con la toma de Roma, el 20 de septiembre de 1870.​ La consiguiente disputa entre el papa e Italia, conocida como la «cuestión romana», solo se pondría fin tras la firma de los pactos de Letrán, en 1929,​ en los que el papa renunciaba a los antiguos Estados pontificios a cambio del reconocimiento de la soberanía e independencia de la Santa Sede, creándose para tal efecto el Estado de la Ciudad del Vaticano bajo poder papal.

Hasta la actualidad
1933: encíclica condenatoria de los principios del Estado laico y la separación Iglesia-Estado establecidos en la Constitución y la Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas durante la Segunda República Española.
1937: encíclicas condenatorias del Nacional-socialismo racista y del Comunismo ateo.
1939: inicio del pontificado de Pío XII.
1948: última edición del Index librorum prohibitorum, suprimido finalmente en 1966.
1958: inicio del pontificado de Juan XXIII.
1962-1965: Concilio Vaticano II.
1963: inicio del Pontificado de Pablo VI, quien continua con el Concilio y la obra de Juan XXIII.
1978: Año de los tres Papas muere Pablo VI (6 de agosto); se inicia el pontificado de Juan Pablo I que solo dura 33 días (26 de agosto-28 de septiembre); tras su muerte se celebra un segundo cónclave, que elige el 16 de octubre a Juan Pablo II. Su pontificado se orienta especialmente a la puesta en práctica de las conclusiones del Concilio Vaticano II y a viajes por numerosos países.
1981: El 13 de mayo, el papa Juan Pablo II sufre un atentado en la Plaza de San Pedro.
1983: promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico con las actualizaciones surgidas a partir del Concilio Vaticano II.
1992: se publica el Catecismo de la Iglesia católica (su versión definitiva es de 1997).
2000: jubileo del nuevo milenio, decretado y celebrado por Juan Pablo II.
2005: inicio del pontificado de Benedicto XVI.
2013: Benedicto XVI renuncia al papado; lo sucede el papa Francisco.

Número de católicos
Situación actual
Laicos católicos en la plaza de San Pedro. Los laicos constituyen la inmensa mayoría de la Iglesia católica. En el decir de Pío XII, reiterado por Juan Pablo II: «Ellos son la Iglesia» (Christifideles laici 9).
Según los datos del Anuario Pontificio y del Anuario Estadístico de la Iglesia referentes al año 2020, habría en el mundo 1 360 millones de bautizados, el 18 % de la población mundial​. En los últimos años se produce un aumento significante del número de católicos en Asia y África, superior al crecimiento de la población.

En España, un país tradicionalmente católico, se desprende de la encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en mayo de 2010 que el número de personas que se declara católica era del 73,7 %; sin embargo, de este porcentaje el 56,8 % declara que no asiste a las celebraciones religiosas.

La Iglesia católica cuenta como católicos a todos los bautizados en la Iglesia (o admitidos a la misma si lo piden y habían sido antes bautizados en otros grupos cristianos) con sus derechos y deberes, y que no hayan hecho acto formal de defección de ella. Para la Iglesia católica quien no practica como católico sigue formando parte de ella. Pero celebrar otros sacramentos no es lo que les hace católicos, sino el bautismo. También considera católicos a los que viven de modo imperfecto, como pecadores con posibilidad de conversión: Jesús les dijo: «No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan». Lucas 5: 31-32. Es posible abandonar la Iglesia mediante «un acto formal» de defección llamado Apostasía, cumpliendo con la manifestación formal de la voluntad de realizar tal acto ante la autoridad eclesiástica competente. Aún habiendo realizado declaración de apostasía, conforme al derecho canónico, el vínculo sacramental de pertenencia a la Iglesia dado por el bautismo permanece, dado el carácter sacramental del bautismo, que para los católicos, es indeleble en el sentido de que sigue existiendo su unión con Cristo. Quienes han dejado la fe católica, pueden volver, si lo desean, a la Iglesia, y existen programas y grupos que buscan facilitar el retorno al catolicismo. La excomunión es una pena medicinal, una medida cuyo fin es la conversión, no la expulsión. Por eso solo inhabilita para tomar parte de lleno en las actividades de la comunidad, pero el excomulgado sigue siendo considerado miembro de la Iglesia católica.

La doctrina de la Iglesia católica exige de los fieles la aceptación de su magisterio, siendo herejía "la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma".] Actualmente, solo se inician acciones disciplinarias contra los teólogos católicos que defienden, con cierta influencia, ideas alternativas en esos terrenos, privándolos de la autoridad de enseñar con el título de profesores de teología católica, pero no respecto a los fieles comunes, por mucha que sea su relevancia pública, contra los cuales puede aplicar solo penas espirituales. En Alemania 1,78 millones de católicos, con una declaración hecha delante de la autoridad civil y reconocida por los obispos, han «salido de la Iglesia católica» desde 1990 para evitar el impuesto eclesiástico (que de promedio se eleva a 9 % de la renta imponible): 143 500 en 1990, 192 766 en 1992, 168 244 en 1995, 101 252 en 2004, año en el cual 141 567 protestantes hicieron el mismo paso. En otros países, mientras generalmente las personas se alejan de la Iglesia católica sin desear cortar formalmente su conexión con ella, algunas asociaciones de ateos o escépticos y algunos grupos protestantes animan a entregar declaraciones de apostasía o herejía. Solo con la carta circular del Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos del 13 de marzo de 2006 se hizo totalmente claro el procedimiento eclesiástico a seguir en estos casos.

Distribución en el mundo
Mapa que muestra el porcentaje de católicos en los diferentes países (Colores aproximados). En Europa, los bautizados como católicos son mayoritarios en la población de los siguientes países: Alemania, Andorra, Austria, Bélgica, Croacia, Eslovaquia, Eslovenia, España, Francia, Hungría, Irlanda, Italia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Mónaco, Polonia, Portugal, San Marino. En República Checa, Países Bajos y Suiza están representados por números similares a los de los protestantes. La mayor parte de la población de América Latina se considera católica en mayor o menor grado. El país con mayor cantidad de católicos en el mundo es Brasil, con 180 millones de fieles. Los países con mayor número de católicos de América Latina, de mayor a menor porcentaje, son los siguientes: Colombia, Paraguay, México, Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Puerto Rico, El Salvador, Chile, Costa Rica, Perú, Guatemala, Bolivia, Uruguay. En los países de habla inglesa y en general en l Mancomunidad Británica de Naciones (en inglés, Commonwealth of Nations) el catolicismo no ha prosperado a raíz del desencuentro histórico de Enrique VIII con la autoridad espiritual de la Santa Sede; a excepción de Irlanda del Norte, en el que los católicos han superado en número a los protestantes. En Asia, los países católicos como Filipinas (antigua colonia española) y Timor Oriental (antigua colonia portuguesa) están rodeados de países musulmanes; en otros, como Líbano, solo lo son la mitad de la población y en Palestina y Siria, hay pequeñas minorías destacables, y algo menores aún en Corea, China, India, Japón y Vietnam. En África, el número de católicos supera el 50 % de la población en los siguientes países: Angola, Burundi, Cabo Verde, Congo, Guinea Ecuatorial, Lesoto, Reunión, Santo Tomé y Príncipe y Seychelles. El número total de católicos africanos, según el Anuario Pontificio 2017, con datos referidos a 2015, sería de 222,3 millones.

Compromiso social
Historia y datos varios
Bajo el auspicio de la lglesia católica medieval, nacieron las primeras universidades actuales.
Desde los tiempos de la Iglesia naciente la comunidad cristiana ha buscado comprometerse socialmente, teniendo preferencia por los más necesitados.​ Esto fue reconocido por el Emperador Juliano el Apóstata (332-363), quien fue un fuerte opositor de la Iglesia. La Iglesia católica fue fundadora de los primeros hospitales, asilos y orfanatos en la historia de Occidente desde la temprana Edad Media.​ Las primeras escuelas europeas nacieron de la labor de las Órdenes Religiosas, siendo las universidades más célebres las fundadas por obispos o los papas. En Europa, de las 52 universidades anteriores al año 1400, varias fueron fundadas o confirmadas por los papas, entre ellas: Universidad de París (La Sorbona), Universidad de Coímbra, Universidad de Montpellier, Universidad de Oxford, Universidad de Cambridge, Universidad de Colonia, Universidad Jaguelónica, Universidad de Lovaina, Universidad de Roma "La Sapienza", Universidad de Lérida, Universidad de Orleans, Universidad de Aviñón, Universidad de Bolonia, Universidad de Pisa, Universidad de Ferrara, Universidad de Salamanca y Universidad de Valladolid.[122]​ Otras que fueron fundadas posteriormente son: Universidad de Basilea, Universidad de Upsala y Universidad de Alcalá. La Iglesia católica actualmente cuenta con misioneros religiosos y laicos de ambos sexos que realizan de forma regular obras sociales, tanto materiales como de apoyo moral y espiritual.​ En 1996, la Santa Sede dedicó unos 5,2 millones de dólares a ayuda humanitaria, sin contar con los aportes que hicieron privadamente los laicos y las Órdenes Religiosas. En casi todas las diócesis del mundo, en los países donde le es permitido, la Iglesia católica lleva a cabo algún tipo de obra social. Cuenta con numerosas fundaciones o pastorales parroquiales de ayuda tales como escuelas, dispensarios, centros de acogida para niños y ancianos, hospitales, centros de rehabilitación de toda índole, leproserías, etc. Los últimos papas han mostrado un marcado interés por los crecientes problemas sociales. Así, Juan Pablo II en una ocasión destinó 1,72 millones de dólares a poblaciones afectadas por calamidades y para proyectos de promoción cristiana; 1,3 millones a comunidades indígenas, mestizas, afroamericanas y campesinos pobres de América Latina; 1,8 millones para la lucha contra la desertificación y la carencia de agua en el Sahel. Esto entre otras ayudas menores de cientos de miles de dólares dirigidas a solucionar situaciones humanas críticas y estimular la solidaridad. La Santa Sede ha distribuido, a petición del sumo pontífice, 5 millones de dólares en el año 1997; 7 millones en 1998 y 9 millones en 1999, etc. Estas cifras han sido destinadas a ayudar a las poblaciones afectadas por catástrofes naturales o humanas.​ Y en 1999 la suma destinada por la Santa Sede a ayudas en general ascendieron a un total de 30 millones.

Organizaciones Católicas
Según datos del Anuario Pontificio dados a la luz en 2008, «las instituciones de asistencia y de beneficencia de identidad católica, en todo el mundo, son más de 114 738; de estas, 5246 son hospitales; 17 530 son dispensarios; 577 son leproserías; 15 208 son residencias de ancianos, enfermos incurables y discapacitados». La agrupación católica de mayor presencia mundial, con mayor número de obras, es Cáritas, que realiza labores humanitarias y guía proyectos humanos, con presencia en los 5 continentes. Cáritas Española, por ejemplo, invirtió en 1999 más de 19 000 millones de pesetas (114,2 millones de euros) en la lucha contra la pobreza. En 2009, y a pesar de la crisis económica que vivió el país aquel año, Cáritas Española destinó 230 millones de euros para ayudas sociales. Por deseo de Juan Pablo II, desde 1984 existe una Fundación para la ayuda del Sahel, que promueve proyectos de desarrollo en países del norte de África afectados por la desertificación. Entre los años 2001 y 2004, la Fundación había invertido más de 9 millones de euros en distintos proyectos. En Estados Unidos, la asistencia caritativa católica encuentra una organización corporativa en la Catholic Charities USA, que agrupa a más de 1700 asociaciones que trabajan en las diócesis y que apoyan a más de 9 millones de personas, según se informó en 2010. La ONG católica Manos Unidas ha invertido (entre 2007 y 2009), 2,37 millones de euros en 68 proyectos orientados al desarrollo de Haití.

Educación
Hacia finales del siglo XX, la Iglesia católica educaba en el Tercer Mundo a un millón de universitarios, 96 millones en enseñanza media y 15 millones en la enseñanza primaria.[cita requerida] La Compañía de Jesús educa en Hispanoamérica a más de un millón de niños en las Escuelas Gratuitas de Promoción Popular "Fe y Alegría". En 1985 la Iglesia contaba alrededor del mundo con 45 562 jardines de infancia, con 3 786 723 niños en ellos. De estos centros, 3835 estaban en África, 5331 en América del Norte, 5857 en Hispanoamérica, 6654 en Asia, 23 566 en Europa y 319 en Oceanía. Este mismo año dirigía 78 160 escuelas primarias y elementales con 22 390 309 alumnos; atendía 6056 hospitales, 12 578 ambulatorios, 781 leproserías, 10 467 casas para ancianos, enfermos crónicos, inválidos y minusválidos, 6351 consultorios familiares, 6583 guarderías infantiles, 7187 centros especiales de educación o reeducación social y otros 23 003 centros asistenciales. Hacia el año 2000, la Iglesia administraba 408 637 parroquias y misiones, 125 016 escuelas primarias y secundarias, 1046 universidades, 5853 hospitales, 13 933 centros de acogida para ancianos y discapacitados, 74 936 dispensarios, leproserías, enfermerías y otras instituciones. En total, la Iglesia es responsable de la educación de 55 440 887 niños y jóvenes, y dispone de 687 282 centros sociales en todo el mundo.

Sanidad
Según el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, la Iglesia católica administra y sirve el 26 % de los centros hospitalarios y de ayuda sanitaria existentes en todo el mundo.​ Cuenta con 117 000 centros de salud (hospitales, clínicas, casas de alojamiento para huérfanos), 18 000 dispensarios y 512 centros para la atención de personas con lepra. En la Santa Sede existen más de 100 organizaciones que se dedican a repartir limosnas a los pobres de todo el mundo.​ La Iglesia católica opera numerosos establecimientos de atención a las víctimas de la epidemia de sida alrededor del mundo. Se ha manifestado en el sentido de que los seropositivos al VIH merecen apoyo, comprensión y compasión. En 2010 se dio a conocer el uso de 1,2 millones de euros por parte de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (de la Santa Sede) para sostener el trabajo de 131 centros de prevención y tratamiento del sida, en 41 países.​ La iglesia reconoce que la epidemia de sida es grave, pero se muestra crítica hacia las estrategias adoptadas en varios países. Por ejemplo, rechaza el modelo "biológico-higienista" adoptado en la educación sexual y las estrategias de prevención de la infección por VIH que incluyen el uso del condón.​ Desde el punto de vista de la Iglesia católica, la promoción del condón es un engaño porque no brinda protección total y alienta el adelanto de la edad de iniciación sexual. Como estrategia para detener la epidemia la iglesia propone la promoción de un "preservativo moral", basado en la promoción de la fidelidad y la educación sexual familiar.

Financiación
En materia económica la Iglesia católica no es una entidad centralizada, sino que las distintas personalidades jurídicas canónicas (provincias eclesiásticas, conferencias episcopales, diócesis, parroquias, asociaciones de fieles, etcétera) son titulares de su patrimonio y lo gestionan de forma autónoma, obteniendo los recursos según lo establecido en el Derecho canónico y las leyes civiles.​ En general, la Iglesia católica y sus instituciones se financian por varias vías, entre las que se pueden distinguir:

Aportaciones de las instituciones propias o ligadas a la propia Iglesia católica.
Rendimientos económicos recibidos en forma de plusvalías de empresas e instituciones donde tiene capital invertido.
Aportaciones y recolectas directas o indirectas, tanto de carácter público como de carácter privado.
Financiación proveniente de las arcas públicas de muchos de los países donde tiene presencia.
Otras fuentes.
La contribución de los Estados al sostenimiento económico de la Iglesia católica es diferente en cada caso. En algunos países como España, Italia, Portugal o Hungría el Estado no financia directamente las actividades religiosas de la Iglesia, sino que los ciudadanos pueden elegir detraer un porcentaje de sus impuestos para esta causa. Un sistema similar se da en Alemania o Austria, aunque allí se impone un impuesto eclesiástico a todo aquel que se declare católico para contribuir al mantenimiento de la Iglesia.

Sin embargo en países como Argentina, Bélgica o Luxemburgo, es el Estado el que se hace cargo de los sueldos y pensiones de los titulares de oficios eclesiásticos mediante una partida de sus presupuestos. Todo lo contrario ocurre en otros países como Francia, donde no se permite subvención alguna con fondos públicos, aunque el Estado sí se hace cargo del mantenimiento de los templos que son de su propiedad (los construidos con anterioridad a 1905) y también paga a los capellanes de las fuerzas armadas, hospitales públicos y prisiones.

También puede darse que los países eximan a la Iglesia del pago de cierto tipo de impuestos o tasas, así como que otorguen subvenciones para restaurar o mantener el patrimonio artístico, para fomentar el mecenazgo, o para financiar instituciones católicas de carácter benéfico, de enseñanza o asistencial; entre otros.

Críticas
La Iglesia católica ha recibido muchas críticas a lo largo de su historia, desde dentro como desde fuera de ella. Las críticas se dividen principalmente en dos grupos: las que se refieren a aspectos doctrinales, y las que censuran el comportamiento (real o supuesto) de los católicos en su conjunto o en porcentajes de cierta relevancia (sea que vivan de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, sea que actúen en contra de las mismas).

Críticas sobre el comportamiento de miembros de la Iglesia
La Iglesia católica ha recibido críticas por la supresión violenta de otros cultos y de la herejía a lo largo de las Edades Media y Moderna, en particular por parte de la Inquisición.[146]​ También ha sido criticada por el apoyo activo que algunos miembros destacados de la jerarquía católica dieron a regímenes dictatoriales (dictaduras militares en América Latina), o la posición negacionista de ciertos clérigos y obispos. A partir sobre todo de la última década del siglo xx, han sido conocidos diversos casos de abuso sexual cometidos por miembros de la Iglesia católica que han dado lugar a condenas penales y civiles, además de condenas eclesiásticas, en varios países. El representante permanente de la Santa Sede ante la ONU, Silvano Tomasi compareció ante el Comité contra la tortura e informó durante diez años se investigaron 3420 casos de abusos a menores de edad, dando como resultado que se apartaran de su cargo a 884 sacerdotes. Durante la preparación del Jubileo del año 2000 (el 10-11-1994) el papa subrayó en una carta apostólica al episcopado, al clero y a los fieles: Así es justo que, mientras el segundo Milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. […] Es bueno que la Iglesia dé este paso con la clara conciencia de lo que ha vivido en el curso de los últimos diez siglos. No puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, en el arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy. Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente §33

Críticas en materia doctrinal
Las críticas en cuanto a la doctrina se han basado muchas veces en que la Iglesia católica expone creencias, doctrinas y conceptos que algunos piensan no están presentes en la Biblia, siendo que la Iglesia católica considera también como palabra de Dios a la que se transmite mediante la tradición apostólica.[150]​ Además, se destaca la controversia con el protestantismo en torno a algunos libros bíblicos, considerados apócrifos por los protestantes (entre ellos, el libro del Eclesiástico y Tobit) los cuales se encuentran definidos como parte del canon bíblico de la Iglesia católica conformando el grupo de libros bíblicos conocidos como deuterocanónicos.

Continua en La Iglesia Católica Romana II

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