Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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martes, 7 de febrero de 2017

La Biblia XVI: Los Evangelios I

Representación de los cuatro evangelistas con su correspondiente simbología: Mateo (hombre-ángel), Marcos (león alado),Lucas (toro alado) y Juan (águila).

Evangelio

Según la fe cristiana, el Evangelio (del latín evangelĭum, y este del griego εὐαγγέλιον [euangelion], «buena noticia», propiamente de las palabras εὐ, «bien», y -αγγέλιον, «mensaje») es la narración de la vida y palabras de Jesús, es decir la buena nueva del cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham, Isaac y Jacob de que redimiría a su descendencia del pecado1​ por medio de la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo, quien moriría en expiación por el pecado de toda la Humanidad y resucitaría al tercer día para dar arrepentimiento y perdón de los pecados a todo aquel que crea en él. David profetizó que Jesús resucitaría al tercer día sin ver corrupción; David murió y su cuerpo vio corrupción y su tumba está en el monte Sion, pero Jesús resucitó al tercer día cumpliendo la profecía de su resurrección y su tumba está vacía y es conocida como el Santo Sepulcro. Este es el evangelio que predicaban los primeros discípulos de Jesús.

En un sentido más general, el término evangelio puede referirse a los evangelios, que son escritos de los primeros cristianos que recogen las primigenias predicaciones de los discípulos de Jesús de Nazaret. Siendo el núcleo central de su mensaje la muerte y resurrección de Jesús. Son cuatro los evangelios contenidos en el Nuevo Testamento de la Biblia cristiana, llamados evangelios canónicos, reconocidos como parte de la Revelación por las diferentes confesiones cristianas. Son conocidos con el nombre de sus autores: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

La mayoría de los expertos consideran que estos cuatro evangelios fueron escritos entre los años 65 y 100 d. C., aunque otros expertos proponen fechas más tempranas.

Existen otros escritos, conocidos como evangelios apócrifos, no reconocidos como canónicos por las iglesias cristianas actuales, de manera que estos evangelios apócrifos no son aceptados como fidedignos, ni como textos inspirados por la divinidad. Pero sí fueron considerados «escritura» por algunas de las facciones en que se dividió el cristianismo durante los primeros siglos de su historia, especialmente por la corriente gnóstica, que fue la que aportó la mayor parte de estos textos, y por comunidades cristianas que conservaron una ligazón más estrecha con la tradición judía de la que surgió el cristianismo. Este último es el caso del evangelio de los hebreos y el evangelio secreto de Marcos, que diversos autores (como Morton Smith) datan como contemporáneos de los evangelios canónicos y aun como fuente de algunos de estos. Debido a este tipo de debates, hay autores que prefieren hablar de «evangelios extracanónicos», en vez de «apócrifos», para evitar un término que implica a priori la falsedad de los textos. El evangelio de Tomás es incluso datado por algunos expertos en el año 50 d. C., hipótesis que lo convertiría en el más antiguo conocido.

Origen del término
La palabra «evangelio» es empleada por primera vez en los escritos de las primeras comunidades cristianas por Pablo de Tarso, en la primera carta a los corintios,14​ redactada probablemente en el año 57: Γνωρίζω δὲ ὑμῖν, ἀδελφοί, τὸ εὐαγγέλιον ὃ εὐηγγελισάμην ὑμῖν, ὃ καὶ παρελάβετε, ἐν ᾧ καὶ ἑστήκατε, Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os anuncié, que recibisteis, y en el que habéis perseverado.

El Evangelio es el relato de vida y enseñanzas de Jesús. También habla del amor que Dios muestra a la humanidad mandando a su único Hijo Jesucristo a redimir el mundo. Es así que muere por nuestros pecados; es sepultado y al tercer día resucita de entre los muertos conforme él mismo lo había predicho. Se aparece a sus doce apóstoles (además de otras personas), durante cuarenta días. Con su muerte se restauran los lazos de amor quebrados desde la desobediencia de los primeros padres y se abren las puertas del cielo (que hasta ese momento se encontraban cerradas) en beneficio de todos aquellos que sigan su palabra, esto es "El amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo como a sí mismo".

Con el mismo "sentido" aparece la palabra en el evangelio de Mateo y en el evangelio de Marcos.  Posiblemente esta palabra sea la traducción al griego de una expresión aramea empleada en su predicación por Jesús de Nazaret, pero no existen datos concluyentes. En total, la expresión «evangelio» es usada en 76 ocasiones en el Nuevo Testamento. Es significativo que sesenta de ellas tengan lugar en las cartas de Pablo, y que no exista ninguna mención del término en el evangelio de Juan y en el Evangelio de Lucas, aunque sí aparece en los Hechos de los Apóstoles, atribuidos a Lucas. El número de menciones de cada término es el siguiente:
TérminoEvangelio de MateoEvangelio de MarcosEvangelio de LucasHechos de los ApóstolesEvangelio de Juan
Evangelio (euangélion)48020
Evangelizar (euangelízō)1010150
Se ha especulado sobre si las comunidades cristianas helenísticas adoptaron el término «evangelio» a partir del culto al emperador. Existe en Priene una inscripción, fechada en el año 9 a. C., en que aparece esta palabra con un sentido muy similar al que después le darían los cristianos. En cualquier caso, la palabra había sido frecuentemente utilizada en la literatura anterior en lengua griega, incluyendo la primera traducción de la Biblia a este idioma, conocida como Biblia de los Setenta.

Evangelios canónicos
Del elevado número de evangelios escritos en la Antigüedad, solo cuatro fueron aceptados por la Iglesia y considerados canónicos. Establecer como canónicos estos cuatro evangelios fue una preocupación central de Ireneo de Lyon, hacia el año 185. En su obra más importante, Adversus haereses, Ireneo criticó con dureza tanto a las comunidades cristianas que hacían uso de un solo evangelio, el de Mateo, como a los que aceptaban varios de los que hoy son considerados como evangelios apócrifos, como la secta gnóstica de los valentinianos. Ireneo afirmó que los cuatro evangelios por él defendidos eran los cuatro pilares de la Iglesia. «No es posible que puedan ser ni más ni menos de cuatro», declaró, presentando como lógica la analogía con los cuatro puntos cardinales, o los cuatro vientos (1.11.18). Para ilustrar su punto de vista, utilizó una imagen, tomada de Ezequiel 1, del trono de Dios flanqueado por cuatro criaturas con rostros de diferentes animales (hombre, león, toro, águila), que están en el origen de los símbolos de los cuatro evangelistas en la iconografía cristiana.

Tres de los evangelios canónicos, Marcos, Mateo y Lucas, presentan entre sí importantes similitudes. Por la semejanza que guardan entre sí se denominan sinópticos desde que, en 1776, el estudioso J. J. Griesbach los publicó por primera vez en una tabla de tres columnas, en las que podían abarcarse globalmente de una sola mirada (synopsis, «vista conjunta»), para mejor destacar sus coincidencias.

Origen de los evangelios canónicos
La historia del desarrollo de los evangelios es confusa, existiendo varias teorías acerca de su composición, como se expone a continuación. Los análisis de los estudiosos se han centrado en lo que se llama el problema sinóptico, es decir, las relaciones literarias existentes entre los tres evangelios sinópticos, Mateo, Lucas y Marcos.

La teoría que ha obtenido el mayor consenso es la «teoría de las dos fuentes».

Teoría de las dos fuentes
Las diferencias y semejanzas entre los evangelios sinópticos se han explicado de diferentes formas. Una de las teorías no comprobadas, es la llamada «teoría de las dos fuentes». Según esta teoría, Marcos sería el evangelio más antiguo de los tres, y que habría sido utilizado como fuente por Mateo y Lucas, lo que puede explicar la gran cantidad de material común a los tres sinópticos, sin embargo, dado que los evangelios fueron escritos en tiempo y lugares diferentes, no habría sustento en ello. Entre Lucas y Mateo se han observado coincidencias que no aparecen en Marcos y que se han atribuido a una hipotética fuente Q (del alemán Quelle, fuente) o protoevangelio Q, que consistiría básicamente en una serie de logia («dichos», es decir, «enseñanzas» de Jesús), sin elementos narrativos. El descubrimiento en Nag Hammadi del evangelio de Tomás, recopilación de dichos atribuidos a Jesús, contribuye a consolidar la hipótesis de la existencia de la fuente Q.

La existencia de Q fue defendida por los teólogos protestantes Weisse (Die evangelische Geschichte kritisch und philosopisch bearbeitet, 1838), y Holtzmann (Die Synoptischen Evangelien, 1863), y desarrollada posteriormente por Wernle (Die synoptische Frage, 1899), Streeter (The Four Gospels: A Study of Origins, treating of the manuscript tradition, sources, authorship, & dates, 1924), quien llegó a postular cuatro fuentes (Marcos, Q, y otras dos, que denominó M y L) y J. Schmid (Matthäus und Lukas, 1930). Aunque para Dibelius y Bornkann pudo tratarse de una tradición oral, lo más probable es que se tratase de una fuente escrita, dada la coincidencia a menudo literal entre los evangelios de Mateo y Lucas. También se ha considerado probable que el protoevangelio Q fuera redactado en arameo, y traducido posteriormente al griego.

Si bien la fuente Q es una hipótesis de los eruditos para intentar explicar el problema sinóptico, esta colección de dichos de Jesús —también conocido modernamente como Logia— era de lectura y estudio cotidiano en la iglesia primitiva y Lucas la menciona en Hechos de los Apóstoles como “Las Palabras del Señor”. De tal forma la hipótesis de Q y de Logia adquiere sustancia.

Fuente Q
La Fuente Q (también conocida como Documento Q, Evangelio Q, Evangelio de los dichos Q o simplemente Q, derivado de en alemán, Quelle, 'fuente') es una colección hipotética de dichos de Jesús, aceptada como una de las dos fuentes escritas detrás del Evangelio de Mateo y del Evangelio de Lucas. Q se define como el material «común» que puede encontrarse en Mateo y Lucas y que no puede hallarse en su otra fuente escrita, el Evangelio de Marcos. Este texto antiguo se supone basado en la tradición oral de la Iglesia primitiva y contiene las logia o «dichos» de Jesús.

Junto con la de la prioridad de Marcos, la hipótesis Q fue formulada en 1900, y es uno de los fundamentos de la escuela moderna del Evangelio. B. H. Streeter formuló la visión de Q más ampliamente aceptada: que fue un documento escrito (no una tradición oral) redactada en griego, que prácticamente todo su contenido aparece en Mateo, en Lucas o en ambos, y que Lucas preserva con mayor frecuencia el orden original del texto que Mateo. En la hipótesis de dos fuentes, tanto Mateo como Lucas habrían utilizado Marcos y Q como fuentes. Algunos estudiosos han postulado que Q es en realidad una pluralidad de fuentes, algunas escritas y otras orales. Otros han intentado determinar las fases en las que Q fue compuesto.

La existencia de Q ha sido desafiada en ocasiones. Uno de los escépticos más notables de Q es Mark Goodacre, un profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Duke.4​ La omisión de lo que debería haber sido un documento altamento preciado por los archivos primitivos de la Iglesia, así como de las menciones de los padres de la primera Iglesia, podría verse fundamental y simplemente como un gran acertijo del moderno Estudio Bíblico.5​ Sin embargo, otros académicos explican este punto señalando que copiar Q no hubiera sido necesario, al estar insertado en otros textos, principalmente dos evangelios no canónicos que lograron gran preeminencia. El consejo editorial del Proyecto Internacional Q afirma: «Durante el siglo II, cuando el proceso canonizador estaba teniendo lugar, los escribas no hicieron nuevas copias de Q, dado que el proceso canonizador conllevó la elección de lo que debía y lo que no debía ser utilizado en los servicios eclesiásticos. De ahí que prefirieran hacer copias de los Evangelios de Mateo y Lucas, donde los dichos de Jesús a partir de Q estaban reescritos para evitar malentendidos, y para encajar en su propia situación y comprensión de lo que Jesús quería decir realmente». A pesar de estos desafíos, la hipótesis de las dos fuentes mantiene un amplio apoyo.

Redacción
En el estudio de la literatura bíblica, algunos académicos creen que un redactor único redactó un proto Evangelio en griego. Podría haber estado en circulación en forma escrita hacia el momento de la composición de los Evangelios Sinópticos (esto es, entre los años 65 y 95 d. C.). El nombre Q fue acuñado por el teólogo y estudioso bíblico alemán Johannes Weiss.

Evangelios Sinópticos y la naturaleza de Q
La relación entre los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) va más allá de la mera similitud de puntos de vista. Los evangelios a menudo relatan las mismas historias, usualmente en el mismo orden, en ocasiones utilizando las mismas palabras. Los académicos han señalado que las similitudes entre Marcos, Mateo y Lucas son demasiado importantes para explicarse por mera coincidencia.

Si la teoría de las dos fuentes es correcta, entonces Q probablemente sería un documento escrito. Si Q fuera simplemente una tradición oral compartida, no podría explicar las similitudes e identidades casi palabra por palabra entre Mateo y Lucas cuando reflejan el material de Q. Similarmente, es posible deducir que Q fue escrito en griego. Si los evangelios de Mateo y Lucas hacían referencia a un documento que hubiera sido escrito en otra lengua (por ejemplo, en arameo, es altamente improbable que dos traducciones independientes hubieran contenido exactamente las mismas construcciones de palabras.

El documento Q debió haberse redactado con anterioridad a los Evangelios tanto de Mateo como de Lucas. Algunos académicos incluso sugieren que Q podría haber antecedido a Marcos. Una fecha para el documento Q final suele considerarse las décadas de los años 40 y 50 del primer siglo, y algunos incluso consideran que la capa llamada sapiencial (Q, conteniendo seis discursos de sabiduría) habría sido escrita tan pronto como los años 30. Si Q existió, se perdió. Algunos estudiosos creen que puede ser parcialmente reconstruido examinando elementos en común entre Mateo y Lucas (pero ausentes de Marcos). Este Q reconstruido es significativo en cuanto que generalmente no describe los eventos de la vida de Jesús: Q no menciona el nacimiento de Jesús, la selección de 12 discípulos, la crucifixión o la resurrección. En vez de eso, aparece como una colección de dichos y citas de Jesús.

Descubrimientos que han reforzado la hipótesis de Q
Dos descubrimientos arqueológicos se han relacionado con la hipótesis de la Fuente Q:

En la localidad egipcia de Oxirrinco, se dio inicio a una serie de excavaciones en 1896 que han sido continuadas por diferentes equipos de investigadores hasta la actualidad. Entre los papiros allí encontrados está un fragmento del evangelio de Tomás.

En el pueblo de Nag Hammadi, también en Egipto, se descubrió en 1945 una colección de textos gnósticos, entre ellos la única copia completa conocida del evangelio de Tomás, así como el evangelio de Felipe. Los evangelios de Tomás y de Felipe corroboran algo que ya se sabía por escritos de otros autores de la antigüedad: que entre las primeras comunidades de cristianos era común encontrar colecciones de los dichos del Maestro. Estos son evangelios coloquiales, que no hablan de la crucifixión ni de la resurrección, sino que buscan transmitir las enseñanzas que indicaban a sus seguidores la forma de vida que debían llevar. En el evangelio de Tomás se han identificado 37 dichos como coincidentes con Q, es decir, coincidentes con los versículos de Mateo y Lucas que no están en Marcos. Esto ha reforzado la hipótesis de Q. Los estudiosos afirmarían que Q es un evangelio coloquial del mismo tipo que Tomás y Felipe, pero anterior a todo evangelio del que se tenga noticia.

Contenido significativo de Q
Algunos de los fragmentos más relevantes del Nuevo Testamento se cree que se originan en Q:

-Las Bienaventuranzas - Amor a los enemigos - Regla de oro - La mota y la viga - La prueba de la buena persona - Parábola de los dos constructores - Parábola de la oveja perdida - Parábola de la boda
-Parábola de los talentos - Parábola de la levadura - Parábola del ciego conduciendo al ciego - La oración del Señor - Los pájaros del cielo

Otras teorías
Existen otras hipótesis que prescinden de la existencia de una fuente Q. De estas, algunas afirman la prioridad temporal de Mateo y otras consideran que Marcos fue el primer evangelio. Las más destacadas son las siguientes:

La hipótesis propuesta por Farrer postula que el evangelio de Marcos se escribió primero y fue utilizado como fuente por Mateo. Lucas, en una tercera etapa, habría utilizado ambos como fuentes.

La hipótesis de Griesbach da prioridad al evangelio de Mateo. Lucas lo habría utilizado como fuente, y, finalmente, Marcos habría hecho uso de los dos precedentes. Fue propuesta por Johann Jakob Griesbach en 1789.

La hipótesis agustiniana sostiene que Mateo fue el primer evangelio, seguido de Marcos y de Lucas, y que cada evangelista utilizó el precedente como fuente. Esta es la teoría más próxima a los planteamientos de los Padres de la Iglesia, y la más frecuente en la tradición católica.

La hipótesis de los esenios sostiene que fue este grupo quien escribió y recopiló la mayor parte de los escritos de la vida de Jesús y dio inicio al evangelio de Q.

La hipótesis de Goinheix dice que el primer evangelio que circuló fue el de Mateo en lengua aramea. Siguiendo la narrativa de este, y ayudándose con el documento que llamamos Q o Logia, Marcos y luego Lucas escriben sus respectivos evangelios. Luego, Mateo, conociendo ya estos dos evangelios, traduce el suyo al griego y toma elementos de aquellos. Finalmente es Juan quien da a conocer el evangelio que estuvo escribiendo por años en Jerusalén primero y en Éfeso finalmente.

Evangelio según Juan
Juan es sin duda el último de los evangelios canónicos, de fecha bastante más tardía que los sinópticos. En él, los milagros no son presentados como tales sino como «signos», es decir, gestos que tienen una significación más profunda: revelar la gloria de Jesús (ver Rivas, L. H., El Evangelio de Juan). La hipótesis elaborada por Rudolf Bultmann (Das Evangelium des Johannes, 1941) postula que el autor de este evangelio tuvo a su disposición una fuente, oral o escrita, sobre los «signos» de Cristo, independiente de los evangelios sinópticos, que ha sido denominada Evangelio de los Signos, cuya existencia es meramente hipotética.

Autoría de los evangelios canónicos
Tradicionalmente se atribuye la autoría de los evangelios a Mateo, apóstol de Jesús, a Marcos discípulo de Pedro, a Lucas, médico de origen sirio discípulo de Pablo de Tarso y a Juan, apóstol de Jesús. Sin embargo, hasta hoy no ha sido determinada aún la autoría real de cada evangelio.

En el seno de la Iglesia Católica, el Concilio Vaticano II en su Constitución Dei Verbum señaló que «la Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan».

Fechas de los evangelios canónicos
No hay información acerca de las fechas exactas en que fueron redactados. La mayoría de los expertos considera que los evangelios canónicos fueron redactados en la segunda mitad del siglo I d. C., alrededor de medio siglo después de la desaparición de Jesús de Nazaret, aunque muchos expertos consideran que fueron redactados antes de la destrucción del Templo de Jerusalén (p. ej. J.A.T. Robinson en su libro Redating the New Testament, J. Carrón García y J. M. García Pérez en su obra ¿Cuándo fueron escritos los evangelios?, entre otros).

También existe una minoría que propone que los evangelios fueron redactados tras la destrucción definitiva de Jerusalén durante el reinado de Adriano.

Raymond E. Brown, en su libro An Introduction to the New Testament, considera que las fechas más aceptadas son:

-Marcos: c. 68-73.
-Mateo: c. 70-100 (aunque algunos autores, que no aceptan la prioridad de Marcos, sitúan su redacción en una fecha anterior al año 70).
-Lucas: c. 80-100 (una mayoría de estudiosos lo data en torno al años 85).
-Juan: c. 90-110 (fecha propuesta por C. K. Barrett; R. E. Brown no ofrece una fecha consensuada para el evangelio de Juan).

Estas fechas están basadas en el análisis de los textos y su relación con otras fuentes.

En cuanto a la información que nos proporciona la arqueología, dejando aparte el papiro 7Q5 del que no se conoce el contexto, el manuscrito más antiguo de los evangelios canónicos es el llamado papiro P52, el cual contiene una breve sección del evangelio de Juan (Juan 18:31-33, 37-38). Según los papirólogos, y sobre la base del estilo adriánico de escritura, dataría de la primera mitad del siglo II, aunque no existe consenso total acerca de la fecha exacta. De todos modos, el lapso que separa la fecha de redacción tentativa del manuscrito original de Juan respecto de la del papiro P52, considerado la copia sobreviviente más antigua, es extraordinariamente breve, si se compara con la de otros manuscritos de la antigüedad preservados. Y esto se constata —en menor grado— en todos los evangelios cuyas copias más antiguas guardan menos de un siglo de diferencia respecto de la fecha estimada de redacción de sus originales.

María de Jesús de Ágreda (1602-1665), abadesa del convento de las Madres Concepcionistas de Ágreda, Soria, venerable de la Iglesia Católica, por revelación privada dio a conocer que Mateo el Evangelista habría escrito estando en Judea en lengua hebrea, el año cuarenta y dos del nacimiento de Jesucristo, a nueve años de su resurrección. Marcos el Evangelista lo habría hecho cuatro años más tarde, es decir, en el año cuarenta y seis, también en lengua hebrea, en Palestina. Lucas el Evangelista habría escrito en lengua griega en Acaya, Grecia; lo habría hecho dos años más tarde, es decir, a quince años de la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, y Juan el Evangelista a veinticinco años, en el año cincuenta y ocho estando en Asia Menor, Anatolia, Turquía. En cualquier caso, no se conserva ningún escrito neotestamentario redactado en arameo, sino que todos los que se conservan están en griego koiné.

Armonización y concordismo
La «armonización» fue un recurso utilizado cuando se buscaba la forma de «forzar» textos de los evangelios que parecen contradecirse o que no están totalmente de acuerdo entre sí, para que parezca que expresan lo mismo. De allí el nombre de «problema armónico», con el que se refería la dificultad para reunir los cuatro relatos evangélicos en uno solo. Uno de los ejemplos más famosos fue el «Diatéssaron», nombre griego que se podría traducir como «formado por cuatro». Se trata de una obra griega escrita entre los años 165 y 170 por el autor sirio Taciano, que consiste en un solo evangelio compuesto con elementos tomados de los cuatro evangelios canónicos, y posiblemente también de alguna fuente apócrifa. Taciano eliminó las repeticiones y armonizó los textos para ocultar las posibles discrepancias que se encuentran en los evangelios.

Esa obra tuvo mucha popularidad en la Iglesia de lengua aramea, hasta llegar a convertirse en el evangelio de las Iglesias de Siria. Efrén de Siria (306-373) escribió un comentario al Diatéssaron que se conserva en la actualidad. Pero por las armonizaciones y omisiones, la obra de Taciano no refleja fielmente el texto de los evangelios. Por otra parte, al mostrar un evangelio «único», no permite ver el mensaje propio que ofrece cada uno de los evangelistas. Por esa razón, se ordenó en el siglo V que se volvieran a leer los evangelios por separado.

El «concordismo» fue otro recurso que se utilizó cuando ciertos textos bíblicos en general, que reflejan conceptos científicos de épocas en las que las ciencias estaban mucho menos desarrolladas, son presentados de manera forzada para que expresen lo mismo que dice la ciencia en la actualidad.

Estos recursos, utilizados en otros tiempos con cierta frecuencia hasta llegar a ser populares, han sido dejados totalmente de lado en la actualidad. Los evangelios recogen las predicaciones apostólicas que se desarrollaron a partir de la persona de Jesús de Nazaret, y su finalidad se vincula al anuncio de la salvación, no a la proclamación de verdades científicas en general. Esto no impide que los evangelios puedan ser analizados además como cualquier material antiguo (crítica histórico-literaria, crítica textual, etc.), pero el objetivo de su redacción se sitúa en otro plano.

Evangelios apócrifos
Textos fragmentarios
Evangelio de los Hebreos
Evangelio griego de los egipcios
Evangelio de Marción
Evangelio secreto de Marcos
Evangelio de Judas
Evangelio de María Magdalena
Evangelio de la esposa de Jesús
Fragmentos de Oxyrhynchus

Apócrifos de la NatividadProtoevangelio de Santiago
Evangelio del Pseudo Mateo
Libro sobre la Natividad de María
Liber de infantia Salvatoris

Apócrifos de la infancia
Evangelio del Pseudo Tomás
Evangelio árabe de la infancia
Historia de José el Carpintero
Evangelio armenio de la infancia
Libro sobre la infancia del Salvador

Apócrifos de la Pasión y Resurrección
Evangelio de Pedro
Actas de Pilato
Evangelio de Bartolomé

Apócrifos gnósticos de Nag Hammadi
Evangelio de Tomás
Evangelio de Felipe
Evangelio de Nicodemo

Evangelios canónicos
Se denominan evangelios canónicos aquellos escritos neotestamentarios de carácter evangélico, redactados probablemente en el siglo I y admitidos en el canon o lista de libros aceptados por las Iglesias cristianas en general.

Los evangelios canónicos abarcan los tres evangelios sinópticos (Evangelio de Marcos, Evangelio de Mateo, Evangelio de Lucas), y el Evangelio de Juan, también conocido como el cuarto evangelio. Los evangelios canónicos se distinguen así de los evangelios apócrifos, unas 70 obras que han llegado hasta nosotros completas o fragmentadas, y cuya composición no fue considerada por las iglesias cristianas como inspirada por Dios.

Historia
No hay unanimidad acerca del momento en que estos evangelios se convirtieron en canónicos. La historia de la formación de esta «lista» se remonta aproximadamente al año 110, época de composición de un escrito judeocristiano primitivo conocido como Didaché o Doctrina de los doce apóstoles, que ya parece hacer referencia al Evangelio de Mateo. Otros testimonios, como el Fragmento Muratoriano (hacia 170) o la obra Adversus haereses de Ireneo de Lyon (hacia 185), parecen indicar que entre el 150 y 200 existía ya cierta unanimidad sobre la inclusión en el canon de los cuatro evangelios mencionados. Su confirmación definitiva como canónicos, sin embargo, con la exclusión de los manuscritos conocidos como evangelios apócrifos, no se produjo hasta finales del siglo IV. La lista oficial de libros del Nuevo Testamento no se presentó con carácter dogmático hasta el Concilio de Trento (1546).

Evangelios sinópticos
La denominación evangelios sinópticos se utiliza para hacer referencia a tres de los cuatro evangelios canónicos, en concreto los de Mateo, Marcos y Lucas, en razón de su afinidad y de sus semejanzas en cuanto al orden de la narración y al contenido.

Origen del término «sinóptico»
El término «sinóptico» proviene de las raíces griegas συν (syn, ‘junto’) y οψις (opsis, ‘ver’). La palabra «sinóptico» indica que los contenidos de estos tres evangelios pueden disponerse para ser «vistos juntos», bien en columnas verticales paralelas, bien en sentido horizontal.

En 1776, el biblista alemán Johann Jakob Griesbach (1745-1812) presentó su libro Synopsis sobre los tres evangelios mencionados, en el cual esos evangelios aparecían en un formato impreso de columnas paralelas, lo que facilitaba su mirada de conjunto o simultánea. Así se ponían de manifiesto fácilmente sus semejanzas y sus diferencias. El estudio de Griesbach ganó popularidad en el ambiente académico, lo que llevó a llamar «sinópticos» a los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas cuando se los menciona en conjunto. Por causa de su contenido, el Evangelio de Juan o cuarto evangelio canónico no permite su comparación con los tres primeros salvo en unos pocos pasajes.

Consecuencias de la «sinopsis»
Esquema que representa la formación de los evangelios sinópticos. Al final del esquema se sintetiza una de las teorías más reconocidas que buscó explicar dicha formación: la teoría de las dos fuentes. La misma supuso que los evangelios sinópticos eran el resultado de dos documentos o fuentes comunes: el Evangelio de Marcos y una colección de dichos y breves discursos de Jesús conocidos como la fuente Q.

La visualización en paralelo de los tres evangelios sinópticos permitió apreciar las grandes coincidencias que existen entre ellos. Hay textos, en ocasiones largos, que están redactados con las mismas palabras y con las palabras en el mismo orden. Pero también se pueden encontrar grandes diferencias cuando se examinan en detalle. Las convergencias entre los tres (o a veces entre dos) evangelios evidenciarían que los autores habrían utilizado una misma fuente, o se habrían copiado entre ellos. Por otra parte, las divergencias indicarían más bien que los evangelios se escribieron con cierto grado de independencia uno del otro.

Las similitudes y divergencias entre los sinópticos suscitaron el llamado problema sinóptico, es decir, la cuestión acerca de qué relación hay entre ellos. Existen varias hipótesis que intentan contestar esta pregunta. Una de ellas, la más aceptada en la actualidad, es la teoría de las dos fuentes, presentada por Christian Hermann Weisse (1801-1866) y elaborada más tarde por P. Wernle (1872-1939). La teoría sostiene que los evangelios de Mateo y de Lucas se basaron en el de Marcos y en otra fuente desconocida que Wernle designó con la letra Q, inicial de la palabra alemana Quelle que signfica «fuente». Esta fuente Q, hasta hoy desconocida, habría consistido sobre todo en una colección de dichos y breves discursos de Jesús.

Lado del evangelio
El lado del evangelio es una zona de las iglesias cristianas occidentales. En ese lugar se leían los evangelios en la liturgia. De cara al altar mayor, se encuentra en el lado izquierdo.

El lado opuesto es el lado de la epístola, donde se leían las epístolas (cartas) canónicas en la liturgia. De cara al altar mayor, el lado de la epístola se encuentra en el lado derecho.

Por extensión se denomina naves del evangelio a la que se encuentra situada en ese lado dentro del templo y de la misma manera nave de la epístola a la que se encuentra en el lado de la epístola.

En la liturgia tridentina, que se sigue usando en algunas comunidades cristianas, el lector que sostenía el misal se movía del lado de la epístola al lado del evangelio después de leer su epístola.

Catacumbas de Roma
Las catacumbas de Roma (en italiano, Catacombe di Roma) son una red de catacumbas antiguas, utilizadas como un lugar de sepultura a inicios de la Cristiandad. En total, incluye más de 60 catacumbas diferentes1​ en unos 150 a 170 kilómetros de longitud, con cerca de 750 000 tumbas, la mayoría de las cuales se encuentra bajo tierra a lo largo de la Vía Apia. Estas catacumbas consisten en un sistema de túneles subterráneos de toba que forma un laberinto. En sus paredes, se construyeron nichos rectangulares (en latín, loculos) de diferentes tamaños, para los entierros, sobre todo para un cadáver, aunque a veces podían yacer dos y rara vez una mayor cantidad.

Historia
Los primeros cristianos seguidores de Cristo que vivían en Roma en número reducido sepultaban a sus muertos según era costumbre en necrópolis al aire libre. Lo más probable es que pasado el tiempo los nuevos cristianos se asociaran siguiendo así también la costumbre pagana de formar collegia o grupos privativos.

Estructura y distribución del espacio
Por lo general el espacio consta de diversos núcleos, dispuestos en pisos, casi siempre excavados en distintas épocas. Cada piso tenía su entrada propia hasta que con el tiempo se fueron comunicando hasta quedar reunidos.

En el trazado las catacumbas se distinguen varias partes: una parte laberíntica de galerías denominada «criptas», de una altura de cerca de 2 m y anchura de 80 o 90 cm, las cuales a veces se ensanchan formando una especie de cámaras poligonales llamadas «cubículos» que son generalmente de planta cuadrada y están cubiertas con bóveda semiesférica o de arista o de cañón o plana, donde se enterraban los muertos por martirio. Es frecuente encontrar estos cubículos decorados con pintura mural al fresco. Las fosas de enterramiento excavadas en las paredes de las catacumbas podían ser de dos tipos: rectangulares, denominadas loculi, o semicirculares, llamadas arcosolio.

Al principio las paredes no tenían ningún tipo de ornamentación, sólo tomaron como práctica el fijar en los muros monedas y camafeos y de este modo señalar la fecha. Esta costumbre ha facilitado mucho el estudio y la datación a los arqueólogos. Algunas monedas llevan la efigie de Domiciano (51-96), incluso de emperadores más antiguos (como Vespasiano o Nerón). Sólo más tarde y durante los periodos de calma, se fueron llenando las paredes de pinturas.

Decoración e iconografía
La decoración se concentra en los cubículos y la técnica utilizada es la pintura al fresco, que muestra una ejecución muy rudimentaria. Su iconografía evolucionó a lo largo del tiempo. Al principio, con fuerte influencia del helenismo, eran temas del mundo animal o vegetal con significado místico: la paloma (el alma), el pavo real (la eternidad), la vid o la espiga (eucarísticos). También el pez, palabra que en griego contiene las iniciales del Salvador: ΙΧΘΥΣ ijcís (Ἰησοῦς Χριστὸς Θεοῦ Υἱὸς Σωτήρ Iesús Jristós Ceú Yos Sotér "Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador"), relacionada con el rito del bautismo. Más tarde, en el siglo III, surgen temas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Entre estos últimos se encuentra la imagen de Jesucristo o de la Virgen. Y así Jesucristo es representado como Buen Pastor (basándose en el Moscóforo griego), visible en la catacumba de San Calixto, o bien como en la catacumba de Priscila, donde aparece como Maestro al estilo de los filósofos greco-romanos (también siguiendo el evangelio de San Mateo), y donde la Virgen es representada como madre, con el Niño sentado en su regazo, como después imitará el arte bizantino con la Theotokos, modelo iconográfico este último que trascenderá al estilo románico.

Los nombres
Entre la gran cantidad de cementerios subterráneos de Roma, unos 60 son conocidos por su nombre. De entre ellos, unos toman los nombres de un santo o de varios que fueron allí sepultados; tal es caso de Santa Inés o San Pancracio. Otros cementerios conservan el nombre primitivo de las localidades donde se habían establecido, como Ad Ursum Pileatum, Ad Sextum Philippi. Otros tomaron el nombre de los propietarios del terreno debajo del cual se hicieron los enterramientos, o bien el nombre de sus fundadores o de algún personaje que lo amplió. A partir de la época de Constantino, muchos de esos cementerios fueron perdiendo poco a poco sus primitivos nombres y se convirtieron en santuarios o lugares consagrados a algún santo importante.

De esta manera, la catacumba de Domitila (que sería una propietaria) se convirtió en cementerio de los santos Nereo, Aquileo y Petronila. El de Balbina se llamó de San Marcos y el de Calixto fue San Sixto y Santa Cecilia. Siguiendo el estudio de estas denominaciones, los arqueólogos han podido averiguar las dos fechas cumbres: la de las persecuciones y la del triunfo.

Los enterramientos de las catacumbas pudieron ser excavados de manera legal porque o bien las tierras habían sido compradas o bien sus propietarios se convirtieron al cristianismo o al menos simpatizaron con los nuevos cristianos. Las matronas romanas, mujeres muy piadosas, dieron buen ejemplo de generosidad ofreciendo parte de sus tierras. Testimonio de este hecho son los numerosos nombres dados a los cementerios: Priscila, que era la madre del senador Pudens, dio lugar a la catacumba de santa Priscila, un vasto cementerio sobre la vía Salaria. Ella misma fue enterrada en este sitio. Luciana, Justa y muchas otras, cuyas propiedades están muy bien documentadas.

Usos
Enterramientos
Las catacumbas son, por encima de todo, cementerios. Las múltiples galerías o corredores que se multiplican en todas ellas no son sólo para acceder de un lugar a otro, sino que están destinados a ser ellos mismos un cementerio. Sus paredes están repletas de nichos, donde se disponen los cuerpos en horizontal por niveles. En algunas hay hasta 12 niveles y en otras tan sólo 3. Todo depende de la altura de la galería construida, además de la solidez de la roca. Los corredores son largos y estrechos, tan estrechos que malamente pueden caber dos personas que se crucen. Se cortan los unos a los otros de mil maneras y el resultado es un verdadero laberinto que puede llegar a ser peligroso si no hay un guía.

Ejercicio del culto
Las catacumbas también servían como lugar de culto en determinadas ocasiones. En algunos casos tenían luz solar que entraba por una abertura que daba al campo y que servía también para introducir los cadáveres. Pero estas aberturas no eran muy frecuentes; lo común era que la iluminación se diese por medio de las lámparas de bronce suspendidas de la bóveda por unas cadenas. Las galerías tenían asimismo su iluminación con unas lámparas de arcilla que se ponían en los entrantes de los propios nichos. Hoy, todavía, se pueden apreciar las manchas de humo.

Estos cementerios son abandonados en la época en que los lombardos conquistaron el norte y centro de Italia (años 568 y 572), y más tarde con el gobierno de los musulmanes. En estos momentos de crisis, los papas deciden sacar de allí las reliquias y las depositan en las basílicas urbanas donde pueden cuidarlas mejor. Desde ese momento hasta entrado el siglo XIII ya no se vuelve a hablar de las catacumbas; quedan completamente olvidadas. Después vuelve a renacer su memoria, pero con el cisma de Aviñón en el siglo XIV y el Renacimiento del XV y XVI, el olvido es total.

Eruditos y arqueólogos
Durante los periodos en que la hegemonía estuvo de parte de los godos, vándalos y musulmanes, hubo una total devastación en Roma. Y mucho más tarde, ya en el siglo XVIII, se impuso la traslación de reliquias desde las catacumbas a las iglesias. Por todo ello no ha sido fácil para los eruditos y arqueólogos reconocer con exactitud la Roma subterránea y sus denominaciones. Sin embargo, el entusiasmo de algunos hombres amantes de la Antigüedad, su trabajo y sus investigaciones, hicieron que en la actualidad se tenga bastante información de lo que fueron y de lo que son las catacumbas. He aquí los precursores.

El primer estudioso del tema surgió a mediados del siglo XVI. Se llamaba Panvinio. Tomó como guía para sus investigaciones el martirologio titulado Actos sinceros de los mártires. A este libro añadió la lectura de Vidas de los papas, cuyo autor decía ser Anastasio el Bibliotecario, y Mirabilia urbis Romae. Se sumergió de lleno en las aportaciones de estos textos y fue anotando concienzudamente notas importantes hasta formar un catálogo con los nombres de los papas y mártires sepultados en cada uno de los cementerios. Este trabajo fue muy importante y de mucha ayuda para los futuros investigadores.

Otro estudioso de la Antigüedad fue el dominico Alfonso Ciacconio. La casualidad vino a ayudarle. En 1578 hubo un derrumbe de terreno en la vía Salaria a consecuencia del cual salió a la luz uno de estos cementerios subterráneos, la llamada catacumba de Priscila. Acudió al lugar y bajó y visitó las partes accesibles. Su entusiasmo le llevó a hacer un examen exhaustivo del sitio y al final confeccionó un interesante álbum en el que había copiado in situ todas las pinturas encontradas y en el que había dibujado los sarcófagos y otras esculturas.

Por aquellos años apareció otro enamorado de la Antigüedad: Philips van Wingh (1560-1592), natural de Lovaina, que se puso en contacto con Ciacconio para intercambiar conocimientos. Les llegó a unir una gran amistad. Hizo la misma visita que él a la catacumba, corrigiendo errores y aumentando la información; copió las pinturas con los colores naturales y originales, organizando su trabajo con verdadera pericia. Sus escritos y sus dibujos se han perdido.

El siguiente gran personaje del estudio e investigación de las catacumbas es Antonio Bosio (de mediados del siglo XVI), natural de la isla de Malta, que fue agente de la orden de Malta en Roma donde residía, y que fue conocido como el Cristóbal Colón de las catacumbas. Fue otro entusiasta de la Antigüedad y consagró al estudio de las catacumbas 35 años de su vida, así como sumas considerables de dinero. Con la ayuda de múltiples documentos, con su sagacidad y con el acompañamiento del azar (excavación de un pozo, de una bodega, derrumbes de terreno...) pudo registrar y estudiar las catacumbas en todos los sentidos. No había obstáculos para él. Redactó la historia y la topografía de las catacumbas, dedicándose a estos temas con más intensidad que lo hecho hasta el momento y dejando un poco de lado la crítica de los monumentos desde el punto de vista artístico. Su valioso manuscrito fue impreso 30 años después de su muerte. Los estudios de Bosio dieron lugar a nuevos y fructíferos estudios. Un rico complemento fue la obra escrita en italiano, aparecida en 1720, del canónigo de Santa María en Trastevere, Observaciones sobre los cementerios de los santos mártires y de los antiguos cristianos de Roma.

A partir de ese momento y durante todo el siglo XVIII se hizo el silencio y la oscuridad. Cuando entró el siglo XIX, apareció otro erudito que se entregó, igual que sus antiguos compañeros, en cuerpo y alma al estudio de las catacumbas. Fue el padre Marchi. Tuvo la gran fortuna de descubrir el cementerio (catacumba) de santa Inés. Tuvo además la gran suerte de contar con un alumno aventajado e inteligente, Giovanni Battista de Rossi, que llegó a completar el estudio con un trabajo sistemático, llegando a la conclusión de que “cada cementerio tenía su propia existencia aparte, porque cada uno se debía a una causa determinada y partía de un centro propio”. Su mejor conquista, su mayor éxito fue el descubrimiento de la catacumba de Calixto. Escribió y diseñó la geografía y la topografía de las catacumbas y llegó incluso a hacer unos perfectos planos de nivel. Su labor fue un tesoro para los siguientes investigadores. En la actualidad, el tema de las catacumbas está bastante bien estudiado, con la ayuda de todos estos personajes y con la asistencia de todos los medios modernos puestos a disposición de los arqueólogos y demás estudiosos.

 Continua en La Biblia XVI: Los Evangelios II
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