Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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domingo, 16 de agosto de 2009

Las Herejías VIII: Sectas VII

Triunfo de Santo Tomás de Aquino sobre los Herejes (1489-1491), por Filippino Lippi

Siglo X (900-1000)

Bogomilos (siglo X)
Los bogomilos fueron una comunidad de vida rigurosamente ascética, con creencias docetistas y Gnósticas, cuyo origen se remonta al siglo X en la región de Tracia (actual Bulgaria, Rumelia y norte de Grecia), así como en Bosnia.

La palabra «bogomilo» significa ‘querido o amado de Dios’ y proviene de la combinación de dos palabras de origen eslavo: bog, que significa ‘dios’, y mil, milo, que significa ‘querido’. Algunas otras versiones de la etimología suponen que el término deriva de su principal patriarca, llamado Bogomil, aunque si bien se observa esta segunda posible etimología no contradiría a la anterior, ya que Bogomil equivale al nombre Teófilo y éste en griego significa ‘amigo de Dios’.

Origen
En el año 864, el soberano (jan) búlgaro Boris I es bautizado por los ortodoxos griegos, comenzando así la Iglesia ortodoxa su misión de conversión por todo el territorio búlgaro. Sin embargo, por aquella época ya habían penetrado diferentes credos y creencias de carácter animistas y paganas que harían difícil la evangelización ortodoxa de tales territorios. De esta forma, los paulicianos, que huían a Bulgaria tras la destrucción por parte de las tropas bizantinas de su capital Tefricia (872) en Capadocia y la erradicación del paulicianismo y del tondraquianismo en Asia Menor reforzada mediante las deportaciones que efectuó Juan I Tzimisces desde el oriente de Anatolia hacia los themas de Tracia, encuentran un caldo de cultivo ideal para la expansión de sus ideas dualistas.

Fue un sacerdote búlgaro, apodado a sí mismo Bogomilo, quien, a finales del siglo XI, aunó todas las ideas y creencias heterodoxas que se extendían por Tracia en aquel momento, dando así origen a los bogomilos y al bogomilismo.

Principios religiosos
Negaban el nacimiento divino de Cristo, la coexistencia personal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y afirmaba que Cristo no había sufrido la crucifixión, ya que su cuerpo sólo era aparente y no real (Docetismo). Sostenían la concepción dualista maniquea del origen del mundo. En realidad creían que Dios había tenido dos hijos, Satán y Miguel, el mal y el bien, respectivamente.

Negaban la validez de las ceremonias y los sacramentos cristianos. Los milagros hechos por Jesús eran interpretados en un sentido espiritual, no como hechos materiales reales. El bautismo solo se debía practicar a las personas adultas, sin agua ni aceite, sino por la autorrenuncia, las plegarias y el cantar de himnos. Habían de instruirse los unos a los otros y no tenían sacerdotes especiales. Rezaban en casa, no en edificios religiosos.

Se conocieron dos ramas principales
Una, la más puritana, recibió el nombre de «albanesa» por el hecho de que gran parte de sus integrantes se retiraba a vivir en las zonas montañosas; la rama menos estricta se ha conocido con el nombre de «garatense».

Tras ser prácticamente exterminados en Tracia —principalmente por orden de los emperadores bizantinos— muchos se refugiaron en el país actualmente conocido como Bosnia, donde llegaron a ser la mayoría de la población merced a que su territorio era un área tapón entre la zona de influjo de la Iglesia católica al oeste y la de la llamada Iglesia ortodoxa griega al este, en efecto, los bogomilos bosnios se encontraban entre los croatas católicos y los serbios ortodoxos.

Al producirse la invasión turca otomana a la península de los Balcanes en el siglo XV, gran parte de los bogomilos se aliaron con los turcos ante los cristianos. A partir de entonces, la mayoría de los bogomilos se convirtió consensuadamente al islam sunnita.

Por otra parte —siempre durante el medioevo, ya desde el siglo X— los bogomilos fomentaron en Italia la llamada «creencia patarina», mientras que en Occitania y el noreste de España influyeron para que allí se instaurara y prosperara la creencia, muy afín al bogomilismo, de los cátaros.

Como los bogomilos, los cátaros rechazaban el matrimonio y consideraban el mundo actual como un producto del mal, de modo que solían practicar el celibato o formar comunidades en las cuales el celibato era frecuente. Esto dio pábulo a la difamación según la cual los bogomilos eran homosexuales sodomitas (al punto de que, al ser ellos llamados por confusión frecuentemente «búlgaros», luego tal apodo pasó a ser la etimología de la palabra bujarrón o buharrón).

Siglo XI (1000-1100)

Albigenses o Catarismo
El catarismo es la doctrina de los cátaros (o albigenses), un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, y logró arraigar hacia el siglo XII entre los habitantes del Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón. Con influencias del maniqueísmo en sus etapas pauliciana y bogomila, el catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca. En respuesta, la Iglesia católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación violenta a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.

Etimología
El nombre «cátaro» viene probablemente del griego καθαρός (katharós): ‘puro’. Otro origen sugerido es el término latino cattus: ‘gato’, el alemán ketter asociado habitualmente por la Iglesia a "adoradores del diablo en forma de gato" o brujas y herejes. Una de las primeras referencias existentes es una cita de Eckbert von Schönau, el cual escribió acerca de los herejes de Colonia en 1181: «Hos nostra Germania cátharos appéllat». Los cátaros fueron denominados también «albigenses». Este nombre se origina a finales del siglo XII, usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181, y se refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga), pero esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Toulouse y en los distritos vecinos. Tal vez, por considerarse puros, se autodenominaban albinos, que tendría su origen en la raíz alb, que significa blanco, de la que derivan nombres como Albania. También recibieron el nombre de «poblicantes», siendo este último término una degeneración del nombre de los paulicianos, con quienes se les confundía. Además era llamada «la secta de los tejedores» por el hecho de ser los tejedores y vendedores de tejidos sus principales difusores en Europa occidental.

Orígenes
El catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas comerciales, de la mano de religiones maniqueas desalojadas por Bizancio. Estas religiones se asentaron en Occidente y se propagaron por distintos países. Por ello, los albigenses recibían también el nombre de búlgaros (Bougres) y mantenían vínculos con los bogomilos de Tracia, con cuyas creencias tenían muchos puntos en común y aún más con la de sus predecesores, los paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas. Los primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad languedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux (1028) Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana. El pueblo estaba impresionado por los Perfectos y por la predicación antisacerdotal de Pedro de Bruys y Enrique de Lausanne en Périgord.

Creencias
La creencia cátara tenía sus raíces religiosas en formas estrictas del gnosticismo y el maniqueísmo. En consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satán. Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, a semejanza de los gnósticos que hablaban del Demiurgo. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no identificaban al Demiurgo con el Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media. Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras y la Iglesia católica. Ésta, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una herramienta de corrupción. Para los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una “vestidura” de la simiente angélica. Afirmaban que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana.

No existía para el catarismo aceptación de lo dado, de la materia, considerada un sofisma tenebroso que obstaculizaba la salvación. Los cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el mundo. Aquellos que seguían estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los vínculos con el mundo material de las personas. Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y por ser una institución de Juan Bautista y no de Cristo. También se oponían radicalmente al matrimonio con fines de procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al mundo material y aprisionarla en un cuerpo.

Rechazaban comer alimentos procedentes de la generación, como los huevos, la carne y la leche (sí el pescado, ya que entonces era considerado un "fruto" espontáneo del mar). Siguiendo estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo ascetismo, estricta castidad y vegetarianismo. Interpretaban la virginidad como la abstención de todo aquello capaz de “terrenalizar” el elemento espiritual. Otra creencia cátara opuesta a la doctrina católica era su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino que fue una aparición que se manifestó para mostrar el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios bueno se hubiese encarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que Dios, tal como se lo describe en el Antiguo Testamento, era realmente el Diablo que había creado el mundo; así lo señalaban también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y sus actividades como «Dios de la Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del Antiguo Testamento. El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con excepción de una suerte de Eucaristía simbólica, el Melioramentum, sin transubstanciación (si Cristo era una entidad exclusivamente espiritual, no encarnada, el pan no podía convertirse en el cuerpo de Cristo). Los cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material.

Castigo a los cataros
En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro (de San Crisógono) a Tolosa y el Tolosado en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento. Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179), apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.

Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara
A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier. Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros, con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el papa había conferido a los legados.

Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey Pedro II de Aragón. El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho, poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.

El papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. El Papa, por su parte, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.

La Cruzada contra la Herejía
En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI de Tolosa, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en las que se obligaba a los barones occitanos a no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo. Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio III encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.

La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel, vizconde de Albí, Béziers y Carcasona, Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social entre la «compañía blanca», creada por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes, y la «compañía negra». El obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros. La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados de exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado con el rey Pedro el Católico (señor feudal de Ramón Roger Trencavel), no eliminaron a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía blanca del obispo Folquet de Tolosa). A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.

La batalla de Muret
La batalla de Béziers, en la que después de la toma de la ciudad, todos sus habitantes fueron pasados a cuchillo por las tropas de Simón de Montfort va a avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa. Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el emperador del Sacro Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón– intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El Papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de 1210) Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad, y su partida a Tierra Santa.

Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada–, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad. Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios. En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el CatólicoJaime, el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.

A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa. A pesar de todo, viendo que ése era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret. El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Béziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven –el futuro Ramón VII de Tolosa (1222-1249)–, que culmina con la muerte de Simón de Monfort durante un asedio en 1218 y con el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.

El fin de la guerra
La guerra terminó definitivamente con el tratado de París (1229), por el cual el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no se extinguió. La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la doctrina. Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona. El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros. Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.

Movimientos similares
Los Paulicianos eran una secta semejante. Habían sido deportados desde Capadocia a la región de Tracia en el sureste europeo por los emperadores bizantinos en el siglo IX, donde se unieron con –o más probablemente se transformaron en– los bogomilos. Durante la segunda mitad del siglo XII, contaron con gran fuerza e influencia en Bulgaria, Albania y Bosnia. Se dividieron en dos ramas, conocidas como los albanenses (absolutamente duales) y los garatenses (duales pero moderados). Estas comunidades heréticas llegaron a Italia durante los siglos XI XII. Los milaneses adheridos a este credo recibían el nombre de patarini (patarinos o patarines), por su procedencia de Pataria, una calle de Milán muy frecuentada por grupos de menesterosos (pataro o patarro aludía al andrajo). El movimiento de los patarines cobró cierta importancia en el siglo XI como movimiento reformista.

Siglo XII (1100-1200)

Frailes Apostólicos
Los Hermanos del Libre Espíritu o Frailes del Libre Espíritu fue una comunidad sectaria surgida en las regiones de Flandes y Renania que duró desde 1250 hasta 1525, y tiene origen en la herejía del Adamismo del siglo II d. C.. Los personajes más conocidos que formaron parte fueron:

Amaury de Bene, teólogo (1206).
Otlieb de Estrasburgo (1215).
David de Dinant (1215).


Algunos historiadores han defendido que Amaury de Bene estuvo influenciado por el pensamiento de Juan Escoto Erígena y por la Escuela Palatina, aunque llevando claramente al extremo sus opiniones. Los seguidores de ésta comunidad también fueron conocidos como amaurinos, bons enfants, pauperes Christi, picardos o mineros en algunas regiones del Mediterráneo. Incluso, como afirma Wilhelm Fraenger, el pintor El Bosco podría haber pertenecido a esta secta.

Pensamiento
Las ideas principales de Los Hermanos del Libre Espíritu fueron de carácter anti-jerárquico, defensa de ideas panteístas, además, sostenían que Dios estaba en todo y en todos a través de la presencia del Espíritu Santo, lo que ocasionó una fusión entre Dios y la criatura. Además, la creencia de que Dios estaba en todos llevó a negar la existencia del pecado y, por lo tanto, llegaron a defender que es innecesario recurrir al auxilio de los sacramentos ya que el hombre no debía someterse a las limitaciones que impone la ley moral. También desconocieron la divinidad de Jesucristo como su acción redentora hacia el pecado original de la Humanidad. Si que defendieron, en cambio, la eternidad de la creación.

Estas posturas y además el rechazo del papel y de la validez de la Iglesia, de los sacramentos y de la Sagradas Escrituras hicieron que fuesen condenados por el Papa Inocencio III (1198-1216), lo cual hizo que el teólogo Amaury de Bene se retractara. Marcados por una tendencia netamente anarquista, se opusieron a todo orden establecido, esta comunidad fue acusada de promover el libertinaje, por sus prácticas de amor libre, nudismo y otras actitudes calificadas como "desviaciones".

Persecución
Finalmente, al ser duramente reprimidos tanto por las autoridades eclesiásticas como por las seculares, los Hermanos del Libre Espíritu desaparecieron en 1411. Aunque siguió difundiéndose clandestinamente en los telares flamencos, para reencarnarse muchos años después en la secta de los "Libertinos".

Joaquinismo
Los joaquinitas o joaquinistas fueron los seguidores de las enseñanzas del Abad Joaquín de Fiore, iniciador de un movimiento heterodoxo surgido en el siglo XII, que proponía una reinterpretación de la historia y del evangelio, para seguir el llamado «Evangelio eterno». Influyeron notablemente en diversos grupos heterodoxos y heréticos, fundamentalmente en los franciscanos espirituales y en los fraticelli, que proponían una observancia más estricta de la Regla franciscana, así como en diversos grupos milenaristas a lo largo de la historia.

Pensamiento
Las obras de Joaquín de Fiore parecen dividir la historia en tres edades:

-La primera era la «edad del padre». La edad del padre era la época de la Antigua Alianza.
-La segunda fue la «edad del Hijo», y por lo tanto el mundo del cristianismo.
-La edad de la tercera y última sería la del Espíritu Santo, a partir de la Parusía.

Este será un nuevo «Evangelio eterno» que se pondrá de manifiesto con la sustitución de la Iglesia jerárquica y corrupta por la Iglesia del Espíritu, sobre la base de la igualdad y la utopía monástica. La primera y segunda edades tienen tiene cuarenta y dos generaciones. Joaquín parecía sugerir que la era cristiana terminó en 1260 con la llegada del Anticristo, por la que edad utópica está al llegar. El pensamiento de los joaquinistas «tienen su origen en la profunda convicción de poseer una llamada personal a la misión profética. Joaquín de Fiore se siente el Bautista y el Elías de los nuevos tiempos. Este profundo convencimiento se acrecienta en la meditación de la Sagrada Escritura, que interpreta llevando el método alegórico a las mayores y arbitrarias exageraciones».

Controversia
En 1215, algunas de sus ideas fueron condenados en el IV Concilio de Letrán. Por otra parte, sus admiradores llegaron a creer en el comienzo de esta nueva era se iniciará con la llegada de un virtuoso papa procedente de la orden franciscana, que podría ser Celestino V. Su renuncia y posterior muerte en las mazmorras del siguiente papa, fue considerado un signo de la venida del Anticristo. Por lo tanto, en el pensamiento joaquinista, la Iglesia Católica era la ramera de Babilonia y el papa el mismo anticristo, pensamiento que sería recuperado por Lutero en la reforma protestante, y que condujo a una ruptura con el catolicismo. Al mismo tiempo, o poco antes, se decidió que incluso los escritos de Joaquín eran el «Evangelio Eterno», o la ruta de acceso al mismo.

Influencias
El pensamiento de Joaquín de Fiore ha sido una influencia constante en algunos místicos y teólogos, siendo estudiada con profundidad. Dante lo coloca entre santo Tomás de Aquino y san Buenaventura en el canto XII del Paraíso. Algunos autores destacan la influencia del joaquinismo en Bernardino de Siena y el mismo Buenaventura, así como en los mentados «franciscanos espirituales»Gerardo de Borgo San Donnino, Juan de Parma, Salimbene de Adán, Ubertino de Casale, Hugo de Digne, Pedro Juan Olivi y otros autores, como Arnaldo de Vilanova y movimientos religiosos, como el de las beguinas, los fraticelli, los hermanos del libre espíritu, los ranters los flagelantes. durante el Renacimiento se releyeron sus escritos, influyendo en Jerónimo SavonarolaJuan Bautista Vico, Cola de Rienzo, Nicolás de Cusa, John Wickliffe, que usó en su Trialogus la obra joaquinita De Semine Scripturarum y, posteriormente, incluso en los socialistas utópicos de Henri de Saint-Simon.

Actualidad
Teorías similares son seguidas actualmente por diversos movimientos de carácter cristiano, como es el caso de los Testigos de Jehová. Actualmente existe una escisión paralela en España que analiza la posible beatificación, santificación y posterior divinización del personaje de Joaquín Prior por sus considerables aportaciones a la mejora de la sociedad y de los estudiantes (especialmente aquellos referidos a los que se encontraban realizando investigaciones en métodos de interpretar partituras con flauta dulce u otros instrumentos de viento madera). Su mayor zona de influencia se encuentra localizara en el Oeste de Castilla y León, aunque se han encontrado diferentes adhesiones al este nuevo Joaquinismo en zonas cercanas a la Comunidad Autonoma de Asturias. En tiempos más actuales el presidente de los Estados Unidos Barack Obama fue criticado por varios teólogos católicos cuando citó a Joaquín de Fiore en varias ocasiones durante su campaña presidencial. La Santa Sede reiteró que las ideas de Joaquín eran heréticas.

Continua en Las Herejías IX: Sectas VIII
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lunes, 3 de agosto de 2009

Las Herejías VII: Sectas VI

La Transfiguración, por Carl Heinrich Bloch

Siglo VI (500-600)

Agnoetismo (siglo VI)
Los agnoetas eran seguidores de una secta monofisita, surgida en el siglo VI, que debe su origen al diácono Temistio de Alejandría.

Enseñanzas de los agnoetas
Los agnoetas enseñaban que Cristo ignoraba el día y la hora del Juicio final. Su doctrina se apoyaba en textos bíblicos: En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Marcos 13:22 y Mateo 24:36.

Opinión de los santos padres
Los santos padres rechazaron el agnoetismo, declarando que el alma humana de Cristo estaba libre de ignorancia y error, condenando como herética la doctrina de los agnoetas.

Agustín de Hipona expuso: No entraba dentro de su misión de Maestro que conociéramos por mediación suya (el día del juicio). Enarr. In Ps. 36, serm. I, I.

Gregorio Magno indicó: Cristo conoció el día del juicio en su naturaleza divina por su íntima unión con el Logos, mas no tuvo este conocimiento por su naturaleza humana. Denzinger 248.

Monofisismo
El eutiquianismo o monofisismo (del griego μόνος, monos, «uno», y φύσις, physis, «naturaleza») es una doctrina teológica que sostiene que en Jesús sólo está presente la naturaleza divina, pero no la humana.

El dogma definido en Calcedonia y mantenido por la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión», según el símbolo niceno-constantinopolitano. Sin embargo, el monofisismo mantiene que en Cristo existen las dos naturalezas, «sin separación» pero «confundidas», de forma que la naturaleza humana se pierde, absorbida, en la divina.

Origen del monofisismo
El monofisismo tiene su origen en las disputas cristológicas que tuvieron lugar en Oriente durante el siglo IV, como consecuencia de la postura ortodoxa fijada en el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla en 381 y que, para condenar el arrianismo, mantenía la igualdad de esencia entre el Padre y el Hijo.

Posteriormente, Nestorio, como Patriarca de Constantinopla, y la escuela teológica de Antioquía, defienden que en Jesucristo existen dos personas, la divina y la humana, las cuales están totalmente separadas (nestorianismo). Esto sería refutado en el Concilio de Éfeso del año 431.

Frente a esta postura se alzan Cirilo de Alejandría, como Patriarca de Alejandría y la escuela filosófica de dicha sede patriarcal, los cuales afirman que Jesucristo es una persona en la cual existen dos naturalezas, la divina y la humana, las cuales no están separadas.

La disputa, que no es sólo religiosa, sino también política, al estar detrás de ella la supremacía patriarcal de Constantinopla o de Alejandría, obliga al papa Celestino I a convocar un sínodo que se celebra en Roma en 430 y que condena las tesis de Nestorio aprobando las de Cirilo, que sostiene que en Jesucristo no hay dos personas sino solo una en la que sus dos naturalezas no están separadas.

Ante la condena, Nestorio convence al emperador Teodosio II para que convoque un concilio que ponga fin a la discrepancia entre los nestorianos y los cirilistas.

Dicho concilio se celebra en Éfeso, Anatolia, en 431 y constituye el Tercer Concilio Ecuménico en cuya primera sesión, aprovechando la ausencia de Nestorio y de sus representantes, Cirilo consigue la aprobación de un decreto en el que se condenan las tesis nestorianas y consigue la excomunión del patriarca constantinopolitano.

Cuando los nestorianos llegan al concilio celebran una asamblea en la que condenan las tesis cirilistas y excomulgan a su vez a Cirilo.

Ante esta situación el emperador Teodosio II opta por encarcelar y declarar depuestos a Cirilo y Nestorio, aunque posteriormente, es persuadido por los legados papales para que aceptara las tesis de Cirilo y liberara a los dos patriarcas, volviendo Cirilo a Alejandría y retirándose Nestorio a un monasterio de Antioquía.

Con este concilio no se llegó sin embargo a una solución, ya que el problema seguiría existiendo y tendría una nueva activación cuando, tras la muerte de Cirilo, el abad alejandrino Eutiques (378–454) lleva al extremo las ideas de aquél al afirmar además que, después de la Encarnación, la humanidad de Cristo es en esencia distinta a la nuestra (Monofisismo).

Esta nueva postura obliga a la celebración, en 449, de un nuevo concilio en Éfeso presidido por Dióscoro, sucesor de Cirilo, quien, negándose a admitir a los legados del papa León I y a los teólogos antioquenos más importantes, logra que se reconozca el monofisismo como la doctrina oficial de la Iglesia.

El papa León no reconoció el resultado de dicho concilio, al que se referirá no como concilium sino como latrocinium (Latrocinio de Éfeso), y convocará con el apoyo de la emperatriz Pulqueria y su marido Marciano el Cuarto Concilio Ecuménico que celebrado en Calcedonia en 451, depondrá a Dióscoro, condenará como herética la doctrina monofisita y establecerá los cuatro adjetivos que establecen la ortodoxia tanto frente a los herejes monofisitas: inconfuse e inmutabiliter, como a los herejes nestorianos: indivise e inseparabiliter.

Iglesias monofisitas actuales
Sin embargo, la condena no fue aceptada por las congregaciones egipcias, por lo que el Patriarca de Alejandría Timoteo Eluro en el 457 rechazó el concilio y excomulgó al Papa y al resto de los Patriarcas dando origen a la Iglesia copta.

Los enviados armenios, que llegaron tarde al Concilio, tampoco aceptaron la condena surgiendo la Iglesia apostólica armenia.

Algunas comunidades en Siria también estaban contra Calcedonia, por lo que posteriormente durante la época de Justiniano estas comunidades fueron organizadas y lideradas por Jacobo Baradeo de Edesa, amigo de la emperatriz Teodora, fundando la Iglesia Jacobita (también llamada Siriaca).

La Iglesia ortodoxa malankara que forma parte de la Iglesia Jacobita, junto a la Iglesia copta etíope y la Iglesia copta eritrea que pertenecen a la Iglesia copta también siguen doctrinas monofisitas.

Siglo VII (600-700)

Monotelismo (siglo VII)
El monotelismo fue una doctrina religiosa del siglo VII que admitía en Cristo dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad. El monotelismo trataba de ser una solución de compromiso entre el cristianismo trinitario y el monofisismo.

Predicado por el patriarca Sergio de Constantinopla,
fue condenado en el tercer concilio de esa ciudad, celebrado entre los años 680 y 681, en el que se estableció la doctrina católica de las dos voluntades.

Dificultades doctrinarias
La amenaza de los persas al Imperio bizantino, a la que después se agregó la de los árabes, movió en el
siglo VII a un nuevo intento de ganar a los monofisitas mediante un edicto dogmático. La situación era realmente peligrosa. Los persas habían conquistado Capadocia y Egipto.

En estas circunstancias, el patriarca Sergio de Constantinopla intentó acudir en ayuda del emperador Heraclio, vencedor de los persas, elaborando un plan de mediación según el cual no se debía hablar precisamente de una doble naturaleza en Cristo, sino más bien de una energía y una voluntad («monon the lema», de ahí el nombre).

Este modo de expresión no era falso, si se quería decir con ello solamente que en Cristo no es posible oposición alguna entre su voluntad humana y su voluntad divina. Pero era inexacto, y un monofisismo velado, en cuanto se refería a la integridad de la naturaleza humana en Cristo, al negar, o incluso solamente oscurecer, la realidad de su voluntad humana. Justamente esto afectaba a los monofisitas, que no querían aceptar sin reservas la humanidad de Cristo, ya que la pensaban disuelta en la Divinidad.

Conferencias de Sergio con obispos monofisitas mejoraron la situación, especialmente con el obispo Ciro de Fasis de Lacia, la actual Sebastopol. En 631,
Ciro fue promovido a patriarca de Alejandría; allí consiguió reconciliar a una parte de los monofisitas. Se confesó «una energía divina y humana».

Nuevos éxitos entre los monofisitas de Armenia y hasta de Antioquía, en 633 aumentaron la confianza en que se estaba sobre el camino recto, pero un monje de Palestina, Sofronio, se apercibió del peligro que encerraba oscurecer la verdadera doctrina y rogó a Ciro, que le había informado de las conferencias y sus resultados, y después al mismo Sergio, que se apartasen del error.

Por su parte soportó en silencio la contradicción hasta que en 634, patriarca de Jerusalén, consideró su deber primeramente aclarar la cuestión en un sínodo que convocó y después enviar una carta sinodal a Sergio y a otros patriarcas y también al papa Honorio I (625-638). En esta carta se confesaba la doctrina de las dos energías y dos voluntades.

Sergio se apresuró a escribir a Honorio que Sofronio introducía una confusión con la doctrina de las dos voluntades en Cristo, y le pidió su dictamen. Pero Honorio, que no apreciaba el alcance teológico de la controversia, contestó que el excesivo celo de Sofronio era, en efecto, vituperable y que no tenía sentido hablar de dos modos de actuación en Cristo, por cuanto las dos voluntades, divina y humana, iban una en pos de otra, conforme a lo que el mismo Señor enseña cuando dice «he venido no para hacer mi voluntad, sino la de mi Padre» (Juan 6:38), o «aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Marcos 14:36).

Sofronio y Ciro tuvieron que apartarse de la cuestión.Este era el lenguaje del cura de almas, no el del teólogo. Ahora Sergio resumió su doctrina en una prudente formulación, publicada por el emperador Heraclio, en 638, en una «Ekthesis» o explicación, que aceptaron la mayor parte de los obispos de Oriente, y entre ellos los nuevos patriarcas de Constantinopla y Jerusalén (Sofronio y Sergio habían muerto en el mismo año, así como Honorio) y el patriarca de Antioquía, éste residente en Constantinopla porque su sede había sido tomada por los árabes.

Los sucesores de Honorio, Juan IV, procedente de
Dalmacia (640-642), y el griego Teodoro I (642-649), vieron más agudamente. En la misma Constantinopla tuvieron la ayuda del sabio Máximo, que, nacido de noble familia, había dejado el servicio de la corte para hacerse monje.

A la oposición de los Papas contra la «Ekthesis» hubo que agradecer que [Constante II]] (641-668), sucesor de Heraclio, la revocase aunque en forma no afortunada, imponiendo mediante su «typos» un silencio general.

Martín I (649-653), italiano de nacimiento, pero familiarizado con el ambiente de Constantinopla donde había residido como apocrisiario, se pronunció en el sínodo de Roma (649) por las «dos voluntades y dos modos de obrar naturales» en Cristo. Era el tiempo en que por causa de los árabes la Iglesia de Oriente, en su mayor parte, había salido ya fuera del círculo del poder imperial.

El rol del emperador
Tanto más susceptible estaba el emperador; vio infidelidad política en el proceder del papa, le hizo llevar en 653 a Constantinopla y retener y tratar duramente. Quería ya hacerlo ejecutar, pero se decidió por último desterrarlo a Jersón, en la Crimea.

Allí murió Martín el mismo año. También mediante un duro exilio quiso el Emperador doblegar a Máximo y a dos jóvenes monjes que le auxiliaban, ambos de nombre Anastasio. Sus padecimientos duraron cerca de diez años.

En 662 un último juicio condujo a flagelar, cortar la mano derecha y arrancar la lengua a Máximo. Así, mutilado, se le desterró a Lacium, en la Cólquida. Allí sucumbió a sus padecimientos todavía en 662. La Iglesia le venera como san Máximo el Confesor.

Bajo la presión del Emperador, los siguientes Papas Eugenio I (654-657), Vitaliano (657- 672), Adeodato II (672-676) y Dono (676- 678), todos de origen italiano, se abstuvieron de dar explicaciones sin embargo, evitaron adherirse al emperador, y la ruptura permaneció.

El peligro del Estado, finalmente, hizo desear al emperador Constantino IV (668-685) la paz con la Iglesia. El Papa Agatón (678-681), griego de Sicilia, vino a su encuentro. Un sínodo celebrado por él en Roma, que era la coronación de una serie de ellos en distintas comarcas de Occidente, dispuso una embajada a Constantinopla, que llevó consigo un escrito doctrinal del Papa sobre las dos naturalezas en Cristo. Asimismo, enviados de los patriarcas de Alejandría y Jerusalén, e incluso del patriarca de Antioquía, se encontraron en el sínodo de Constantinopla. Este fue el sexto concilio general.

El Concilio de Constantinopla III (Sexto Ecuménico)
Celebró sus sesiones desde noviembre de 680 hasta septiembre de 681 y asistieron a él aproximadamente 170 obispos. El papa Agatón presenció la terminación; murió en enero de 681. Su sucesor fue León II (682-683), nuevamente siciliano. El concilio conforme con la epístola de Agatón condenó la doctrina monotelista y declaró que en Cristo deben reconocerse dos «voluntades naturales y dos naturales modos de actuar, indivisos, incambiables, inseparables, inmezclables». El patriarca de Antioquía, que permaneció en el error, fue destituido.

El concilio anatemizó a los «causantes de la nueva herejía»Sergio, Ciro y otros, entre ellos el papa Honorio«porque se ha encontrado que en su carta a Sergio ha seguido en todo la opinión de éste y ha aprobado su impía doctrina», o según fue formulado en el canon final, «que le ha seguido en sus errores». Como en la instrucción de los legados pontificios nada se contenía sobre la condenación de Honorio, ésta no se puede sin más atribuir a Roma.

En la confirmación del acuerdo del concilio por el emperador Constantino IV y el papa León II dice la redacción imperial, en griego: «que no se ha esforzado en conservar pura esta sede con la doctrina de la tradición apostólica, sino que mediante profano abandono ha permitido que sea mancillada la fe intacta» y en la redacción latina, más brevemente: «que no ha purificado esta sede con la doctrina de a tradición apostólica sino que ha intentado socavar mediante un profano abandono la fe intacta».

Más suave, y con seguridad justamente, la participación del acuerdo del concilio por León II a los obispos españoles expresó «que no apagó desde un principio la llama de la doctrina herética, como convenía a la autoridad apostólica, sino que por negligencia la permitió aumentar». La decisión del sexto concilio general significa el fin de las diferencias cristológicas, o sea de las luchas en torno al problema de la unión de las dos naturalezas en Cristo. El error se extinguió, salvo en un pequeño resto, aislado, de cristianos de lengua siria, que se agrupaban en torno al monasterio de san Marón en el Líbano. Los maronitas se han adherido nuevamente a Roma en el siglo XII.

La responsabilidad de Honorio
La condenación de Honorio con esta claridad no se había conseguido sin el influjo de los orientales, participantes casi exclusivos en el concilio, los cuales deseaban descargar sobre el Papa romano toda la responsabilidad. Esta condenación se ha grabado profundamente en la memoria de la Iglesia, y se comprende que tuviese más tarde un importante papel en la discusión sobre la autoridad dogmática del Papa hasta el Concilio Vaticano.

Como revelan las propias declaraciones de Honorio, él entreveía la verdadera doctrina. No fue de ningún modo un hereje en el actual y riguroso sentido de la palabra, que antiguamente tenía uno más general; el juicio del concilio sobre él fue más bien demasiado enérgico que enteramente justo.

Paulicianos
Los paulicianos son una agrupación cristiana que aparece en la zona de Armenia en el siglo VII y que se desarrolla en Anatolia y los Balcanes en los siglos posteriores alcanzando gran predicamento y siendo los antecesores de los bogomilos.

Historia
El origen de los paulicianos es oscuro; se les encuentra por primera vez en la zona de Armenia alrededor del año 650. Algunas fuentes consideran como fundador a Costantino de Manamali, nacido cerca de la ciudad de Samosata (en la actual Turquía). Los primeros años de la historia de los paulicianos transcurren con un silencio en las fuentes. Se sospecha que en esa época consiguieron una audiencia considerable en la zona del alto Éufrates y la Anatolia oriental, tanta que influyeron en la política religiosa de León III. Las campañas en Siria y Armenia de su hijo Constantino V los llevó hacia los Balcanes como Stratiotas, ya sea por deportación o como tropas fieles. Durante la época Iconoclasta se les favoreció moderadamente. Restaurado el culto a los iconos (o imágenes) el favor se disipó y dada su heterodoxia cristológica empezaron a ser perseguidos, o al menos importunados.

En esa época su líder era Sergio, que llevó a cabo una importante política de proselitismo. Los emperadores de la Segunda época iconoclasta no disminuyeron la persecución hacia los paulicianos, lo que les llevó a huir hacia la Armenia oriental, controlada por el califato Abbasí y haciendo causa común con ellos. Karbeas (un antiguo funcionario, huido tras las persecuciones), sucesor de Sergio, estableció un estado pauliciano en esta zona. Es en esta época cuando el paulicianismo adquiere el tono maniqueo por el que serán conocidos; (un maniqueísmo muy atemperado, si bien parece que afirmaban que la materia era obra de Satanás, esto no les lleva a una crítica-condena del matrimonio y la procreación y posiblemente no eran tan ascetas ni rigurosos como lo eran en Bizancio).

Continua en Las Herejías VIII: Sectas VII
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