Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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lunes, 3 de agosto de 2009

Las Herejías VII: Sectas VI

La Transfiguración, por Carl Heinrich Bloch

Siglo VI (500-600)

Agnoetismo (siglo VI)
Los agnoetas eran seguidores de una secta monofisita, surgida en el siglo VI, que debe su origen al diácono Temistio de Alejandría.

Enseñanzas de los agnoetas
Los agnoetas enseñaban que Cristo ignoraba el día y la hora del Juicio final. Su doctrina se apoyaba en textos bíblicos: En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Marcos 13:22 y Mateo 24:36.

Opinión de los santos padres
Los santos padres rechazaron el agnoetismo, declarando que el alma humana de Cristo estaba libre de ignorancia y error, condenando como herética la doctrina de los agnoetas.

Agustín de Hipona expuso: No entraba dentro de su misión de Maestro que conociéramos por mediación suya (el día del juicio). Enarr. In Ps. 36, serm. I, I.

Gregorio Magno indicó: Cristo conoció el día del juicio en su naturaleza divina por su íntima unión con el Logos, mas no tuvo este conocimiento por su naturaleza humana. Denzinger 248.

Monofisismo
El eutiquianismo o monofisismo (del griego μόνος, monos, «uno», y φύσις, physis, «naturaleza») es una doctrina teológica que sostiene que en Jesús sólo está presente la naturaleza divina, pero no la humana.

El dogma definido en Calcedonia y mantenido por la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica sostiene que en Cristo existen dos naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión», según el símbolo niceno-constantinopolitano. Sin embargo, el monofisismo mantiene que en Cristo existen las dos naturalezas, «sin separación» pero «confundidas», de forma que la naturaleza humana se pierde, absorbida, en la divina.

Origen del monofisismo
El monofisismo tiene su origen en las disputas cristológicas que tuvieron lugar en Oriente durante el siglo IV, como consecuencia de la postura ortodoxa fijada en el Segundo Concilio Ecuménico, celebrado en Constantinopla en 381 y que, para condenar el arrianismo, mantenía la igualdad de esencia entre el Padre y el Hijo.

Posteriormente, Nestorio, como Patriarca de Constantinopla, y la escuela teológica de Antioquía, defienden que en Jesucristo existen dos personas, la divina y la humana, las cuales están totalmente separadas (nestorianismo). Esto sería refutado en el Concilio de Éfeso del año 431.

Frente a esta postura se alzan Cirilo de Alejandría, como Patriarca de Alejandría y la escuela filosófica de dicha sede patriarcal, los cuales afirman que Jesucristo es una persona en la cual existen dos naturalezas, la divina y la humana, las cuales no están separadas.

La disputa, que no es sólo religiosa, sino también política, al estar detrás de ella la supremacía patriarcal de Constantinopla o de Alejandría, obliga al papa Celestino I a convocar un sínodo que se celebra en Roma en 430 y que condena las tesis de Nestorio aprobando las de Cirilo, que sostiene que en Jesucristo no hay dos personas sino solo una en la que sus dos naturalezas no están separadas.

Ante la condena, Nestorio convence al emperador Teodosio II para que convoque un concilio que ponga fin a la discrepancia entre los nestorianos y los cirilistas.

Dicho concilio se celebra en Éfeso, Anatolia, en 431 y constituye el Tercer Concilio Ecuménico en cuya primera sesión, aprovechando la ausencia de Nestorio y de sus representantes, Cirilo consigue la aprobación de un decreto en el que se condenan las tesis nestorianas y consigue la excomunión del patriarca constantinopolitano.

Cuando los nestorianos llegan al concilio celebran una asamblea en la que condenan las tesis cirilistas y excomulgan a su vez a Cirilo.

Ante esta situación el emperador Teodosio II opta por encarcelar y declarar depuestos a Cirilo y Nestorio, aunque posteriormente, es persuadido por los legados papales para que aceptara las tesis de Cirilo y liberara a los dos patriarcas, volviendo Cirilo a Alejandría y retirándose Nestorio a un monasterio de Antioquía.

Con este concilio no se llegó sin embargo a una solución, ya que el problema seguiría existiendo y tendría una nueva activación cuando, tras la muerte de Cirilo, el abad alejandrino Eutiques (378–454) lleva al extremo las ideas de aquél al afirmar además que, después de la Encarnación, la humanidad de Cristo es en esencia distinta a la nuestra (Monofisismo).

Esta nueva postura obliga a la celebración, en 449, de un nuevo concilio en Éfeso presidido por Dióscoro, sucesor de Cirilo, quien, negándose a admitir a los legados del papa León I y a los teólogos antioquenos más importantes, logra que se reconozca el monofisismo como la doctrina oficial de la Iglesia.

El papa León no reconoció el resultado de dicho concilio, al que se referirá no como concilium sino como latrocinium (Latrocinio de Éfeso), y convocará con el apoyo de la emperatriz Pulqueria y su marido Marciano el Cuarto Concilio Ecuménico que celebrado en Calcedonia en 451, depondrá a Dióscoro, condenará como herética la doctrina monofisita y establecerá los cuatro adjetivos que establecen la ortodoxia tanto frente a los herejes monofisitas: inconfuse e inmutabiliter, como a los herejes nestorianos: indivise e inseparabiliter.

Iglesias monofisitas actuales
Sin embargo, la condena no fue aceptada por las congregaciones egipcias, por lo que el Patriarca de Alejandría Timoteo Eluro en el 457 rechazó el concilio y excomulgó al Papa y al resto de los Patriarcas dando origen a la Iglesia copta.

Los enviados armenios, que llegaron tarde al Concilio, tampoco aceptaron la condena surgiendo la Iglesia apostólica armenia.

Algunas comunidades en Siria también estaban contra Calcedonia, por lo que posteriormente durante la época de Justiniano estas comunidades fueron organizadas y lideradas por Jacobo Baradeo de Edesa, amigo de la emperatriz Teodora, fundando la Iglesia Jacobita (también llamada Siriaca).

La Iglesia ortodoxa malankara que forma parte de la Iglesia Jacobita, junto a la Iglesia copta etíope y la Iglesia copta eritrea que pertenecen a la Iglesia copta también siguen doctrinas monofisitas.

Siglo VII (600-700)

Monotelismo (siglo VII)
El monotelismo fue una doctrina religiosa del siglo VII que admitía en Cristo dos naturalezas, la humana y la divina, y una única voluntad. El monotelismo trataba de ser una solución de compromiso entre el cristianismo trinitario y el monofisismo.

Predicado por el patriarca Sergio de Constantinopla,
fue condenado en el tercer concilio de esa ciudad, celebrado entre los años 680 y 681, en el que se estableció la doctrina católica de las dos voluntades.

Dificultades doctrinarias
La amenaza de los persas al Imperio bizantino, a la que después se agregó la de los árabes, movió en el
siglo VII a un nuevo intento de ganar a los monofisitas mediante un edicto dogmático. La situación era realmente peligrosa. Los persas habían conquistado Capadocia y Egipto.

En estas circunstancias, el patriarca Sergio de Constantinopla intentó acudir en ayuda del emperador Heraclio, vencedor de los persas, elaborando un plan de mediación según el cual no se debía hablar precisamente de una doble naturaleza en Cristo, sino más bien de una energía y una voluntad («monon the lema», de ahí el nombre).

Este modo de expresión no era falso, si se quería decir con ello solamente que en Cristo no es posible oposición alguna entre su voluntad humana y su voluntad divina. Pero era inexacto, y un monofisismo velado, en cuanto se refería a la integridad de la naturaleza humana en Cristo, al negar, o incluso solamente oscurecer, la realidad de su voluntad humana. Justamente esto afectaba a los monofisitas, que no querían aceptar sin reservas la humanidad de Cristo, ya que la pensaban disuelta en la Divinidad.

Conferencias de Sergio con obispos monofisitas mejoraron la situación, especialmente con el obispo Ciro de Fasis de Lacia, la actual Sebastopol. En 631,
Ciro fue promovido a patriarca de Alejandría; allí consiguió reconciliar a una parte de los monofisitas. Se confesó «una energía divina y humana».

Nuevos éxitos entre los monofisitas de Armenia y hasta de Antioquía, en 633 aumentaron la confianza en que se estaba sobre el camino recto, pero un monje de Palestina, Sofronio, se apercibió del peligro que encerraba oscurecer la verdadera doctrina y rogó a Ciro, que le había informado de las conferencias y sus resultados, y después al mismo Sergio, que se apartasen del error.

Por su parte soportó en silencio la contradicción hasta que en 634, patriarca de Jerusalén, consideró su deber primeramente aclarar la cuestión en un sínodo que convocó y después enviar una carta sinodal a Sergio y a otros patriarcas y también al papa Honorio I (625-638). En esta carta se confesaba la doctrina de las dos energías y dos voluntades.

Sergio se apresuró a escribir a Honorio que Sofronio introducía una confusión con la doctrina de las dos voluntades en Cristo, y le pidió su dictamen. Pero Honorio, que no apreciaba el alcance teológico de la controversia, contestó que el excesivo celo de Sofronio era, en efecto, vituperable y que no tenía sentido hablar de dos modos de actuación en Cristo, por cuanto las dos voluntades, divina y humana, iban una en pos de otra, conforme a lo que el mismo Señor enseña cuando dice «he venido no para hacer mi voluntad, sino la de mi Padre» (Juan 6:38), o «aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Marcos 14:36).

Sofronio y Ciro tuvieron que apartarse de la cuestión.Este era el lenguaje del cura de almas, no el del teólogo. Ahora Sergio resumió su doctrina en una prudente formulación, publicada por el emperador Heraclio, en 638, en una «Ekthesis» o explicación, que aceptaron la mayor parte de los obispos de Oriente, y entre ellos los nuevos patriarcas de Constantinopla y Jerusalén (Sofronio y Sergio habían muerto en el mismo año, así como Honorio) y el patriarca de Antioquía, éste residente en Constantinopla porque su sede había sido tomada por los árabes.

Los sucesores de Honorio, Juan IV, procedente de
Dalmacia (640-642), y el griego Teodoro I (642-649), vieron más agudamente. En la misma Constantinopla tuvieron la ayuda del sabio Máximo, que, nacido de noble familia, había dejado el servicio de la corte para hacerse monje.

A la oposición de los Papas contra la «Ekthesis» hubo que agradecer que [Constante II]] (641-668), sucesor de Heraclio, la revocase aunque en forma no afortunada, imponiendo mediante su «typos» un silencio general.

Martín I (649-653), italiano de nacimiento, pero familiarizado con el ambiente de Constantinopla donde había residido como apocrisiario, se pronunció en el sínodo de Roma (649) por las «dos voluntades y dos modos de obrar naturales» en Cristo. Era el tiempo en que por causa de los árabes la Iglesia de Oriente, en su mayor parte, había salido ya fuera del círculo del poder imperial.

El rol del emperador
Tanto más susceptible estaba el emperador; vio infidelidad política en el proceder del papa, le hizo llevar en 653 a Constantinopla y retener y tratar duramente. Quería ya hacerlo ejecutar, pero se decidió por último desterrarlo a Jersón, en la Crimea.

Allí murió Martín el mismo año. También mediante un duro exilio quiso el Emperador doblegar a Máximo y a dos jóvenes monjes que le auxiliaban, ambos de nombre Anastasio. Sus padecimientos duraron cerca de diez años.

En 662 un último juicio condujo a flagelar, cortar la mano derecha y arrancar la lengua a Máximo. Así, mutilado, se le desterró a Lacium, en la Cólquida. Allí sucumbió a sus padecimientos todavía en 662. La Iglesia le venera como san Máximo el Confesor.

Bajo la presión del Emperador, los siguientes Papas Eugenio I (654-657), Vitaliano (657- 672), Adeodato II (672-676) y Dono (676- 678), todos de origen italiano, se abstuvieron de dar explicaciones sin embargo, evitaron adherirse al emperador, y la ruptura permaneció.

El peligro del Estado, finalmente, hizo desear al emperador Constantino IV (668-685) la paz con la Iglesia. El Papa Agatón (678-681), griego de Sicilia, vino a su encuentro. Un sínodo celebrado por él en Roma, que era la coronación de una serie de ellos en distintas comarcas de Occidente, dispuso una embajada a Constantinopla, que llevó consigo un escrito doctrinal del Papa sobre las dos naturalezas en Cristo. Asimismo, enviados de los patriarcas de Alejandría y Jerusalén, e incluso del patriarca de Antioquía, se encontraron en el sínodo de Constantinopla. Este fue el sexto concilio general.

El Concilio de Constantinopla III (Sexto Ecuménico)
Celebró sus sesiones desde noviembre de 680 hasta septiembre de 681 y asistieron a él aproximadamente 170 obispos. El papa Agatón presenció la terminación; murió en enero de 681. Su sucesor fue León II (682-683), nuevamente siciliano. El concilio conforme con la epístola de Agatón condenó la doctrina monotelista y declaró que en Cristo deben reconocerse dos «voluntades naturales y dos naturales modos de actuar, indivisos, incambiables, inseparables, inmezclables». El patriarca de Antioquía, que permaneció en el error, fue destituido.

El concilio anatemizó a los «causantes de la nueva herejía»Sergio, Ciro y otros, entre ellos el papa Honorio«porque se ha encontrado que en su carta a Sergio ha seguido en todo la opinión de éste y ha aprobado su impía doctrina», o según fue formulado en el canon final, «que le ha seguido en sus errores». Como en la instrucción de los legados pontificios nada se contenía sobre la condenación de Honorio, ésta no se puede sin más atribuir a Roma.

En la confirmación del acuerdo del concilio por el emperador Constantino IV y el papa León II dice la redacción imperial, en griego: «que no se ha esforzado en conservar pura esta sede con la doctrina de la tradición apostólica, sino que mediante profano abandono ha permitido que sea mancillada la fe intacta» y en la redacción latina, más brevemente: «que no ha purificado esta sede con la doctrina de a tradición apostólica sino que ha intentado socavar mediante un profano abandono la fe intacta».

Más suave, y con seguridad justamente, la participación del acuerdo del concilio por León II a los obispos españoles expresó «que no apagó desde un principio la llama de la doctrina herética, como convenía a la autoridad apostólica, sino que por negligencia la permitió aumentar». La decisión del sexto concilio general significa el fin de las diferencias cristológicas, o sea de las luchas en torno al problema de la unión de las dos naturalezas en Cristo. El error se extinguió, salvo en un pequeño resto, aislado, de cristianos de lengua siria, que se agrupaban en torno al monasterio de san Marón en el Líbano. Los maronitas se han adherido nuevamente a Roma en el siglo XII.

La responsabilidad de Honorio
La condenación de Honorio con esta claridad no se había conseguido sin el influjo de los orientales, participantes casi exclusivos en el concilio, los cuales deseaban descargar sobre el Papa romano toda la responsabilidad. Esta condenación se ha grabado profundamente en la memoria de la Iglesia, y se comprende que tuviese más tarde un importante papel en la discusión sobre la autoridad dogmática del Papa hasta el Concilio Vaticano.

Como revelan las propias declaraciones de Honorio, él entreveía la verdadera doctrina. No fue de ningún modo un hereje en el actual y riguroso sentido de la palabra, que antiguamente tenía uno más general; el juicio del concilio sobre él fue más bien demasiado enérgico que enteramente justo.

Paulicianos
Los paulicianos son una agrupación cristiana que aparece en la zona de Armenia en el siglo VII y que se desarrolla en Anatolia y los Balcanes en los siglos posteriores alcanzando gran predicamento y siendo los antecesores de los bogomilos.

Historia
El origen de los paulicianos es oscuro; se les encuentra por primera vez en la zona de Armenia alrededor del año 650. Algunas fuentes consideran como fundador a Costantino de Manamali, nacido cerca de la ciudad de Samosata (en la actual Turquía). Los primeros años de la historia de los paulicianos transcurren con un silencio en las fuentes. Se sospecha que en esa época consiguieron una audiencia considerable en la zona del alto Éufrates y la Anatolia oriental, tanta que influyeron en la política religiosa de León III. Las campañas en Siria y Armenia de su hijo Constantino V los llevó hacia los Balcanes como Stratiotas, ya sea por deportación o como tropas fieles. Durante la época Iconoclasta se les favoreció moderadamente. Restaurado el culto a los iconos (o imágenes) el favor se disipó y dada su heterodoxia cristológica empezaron a ser perseguidos, o al menos importunados.

En esa época su líder era Sergio, que llevó a cabo una importante política de proselitismo. Los emperadores de la Segunda época iconoclasta no disminuyeron la persecución hacia los paulicianos, lo que les llevó a huir hacia la Armenia oriental, controlada por el califato Abbasí y haciendo causa común con ellos. Karbeas (un antiguo funcionario, huido tras las persecuciones), sucesor de Sergio, estableció un estado pauliciano en esta zona. Es en esta época cuando el paulicianismo adquiere el tono maniqueo por el que serán conocidos; (un maniqueísmo muy atemperado, si bien parece que afirmaban que la materia era obra de Satanás, esto no les lleva a una crítica-condena del matrimonio y la procreación y posiblemente no eran tan ascetas ni rigurosos como lo eran en Bizancio).

Continua en Las Herejías VIII: Sectas VII
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