Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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jueves, 29 de noviembre de 2018

Los Padres Dogmaticos I


Fresco de la iglesia de la Theotokos Peribleptos en Ohrid, Macedonia del Norte

Doctor de la Iglesia
título honorífico de la Iglesia católica

Doctor de la Iglesia es un título otorgado por el papa o un concilio ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.

Los 8 primeros doctores de la Iglesia.

Ambrosio de Milán
Jerónimo de Estridón
Agustín de Hipona
Gregorio Magno
Atanasio de Alejandría
Juan Crisóstomo
Basilio de Cesarea
Gregorio Nacianceno

Historia
Los doctores de la Iglesia han ejercido una influencia especial sobre el desarrollo del cristianismo, sentando las bases de la doctrina sucesiva, o interpretando de forma esclarecedora y perdurable vastos campos de la Revelación. En el cristianismo primitivo, este título se adjudicó espontáneamente a ocho de los Padres de la Iglesia, cuatro de ellos de rito latino:

San Ambrosio de Milán (340-397)
San Jerónimo de Estridón (346-420), filólogo trilingüe y autor de la traducción de la Biblia al latín conocida como Vulgata.
San Agustín de Hipona (354-430), gran escritor y teólogo, autor de La ciudad de Dios, de Comentarios a las Sagradas Escrituras y de su propia biografía, intitulada Confesiones.
San Gregorio Magno (540-604), quien evangelizó a los bárbaros, especialmente en Inglaterra; reformó las costumbres y renovó el canto eclesiástico.

y cuatro de rito griego:

San Atanasio de Alejandría (296-373), quien combatió el arrianismo.
San Basilio Archimandrita (329-379), quien se distinguió por su elocuencia, por su caridad hacia los pobres y su amor al monacato.
San Gregorio Nacianceno (328-389), orador elocuentísimo, teólogo profundo y campeón de la unión de las dos iglesias.
San Juan Crisóstomo (347-407), patriarca de Constantinopla y el mayor de los oradores cristianos.
En el siglo XVI el papa Pío V definió formalmente los criterios para la declaración de tal dignidad. Un total de 37 santos antiguos y modernos han sido reconocidos como doctores de la Iglesia.

Doctores orientales
La tradición bizantina recordaba como Padres de la Iglesia, en sentido amplio, a todos los teólogos previos al siglo VI, la época de la primera estabilización de la doctrina cristiana. De entre estos, pronto se generalizó una especial veneración hacia Juan Crisóstomo, hacia Basilio Magno y hacia Gregorio Nacianceno, y ya el emperador León VI el Sabio instituyó un festival común para los tres el día 30 de enero con el nombre de festival de los tres jerarcas. Los sermones leídos tradicionalmente en el festival son obra de Cosme Vestítor, renombrado orador del siglo X, y las representaciones iconográficas de los tres jerarcas son frecuentes en la arquitectura eclesiástica bizantina.

La Menaea del 30 de enero narra la leyenda de la aparición de los tres doctores al obispo Juan Eutiques en sueños, ordenándole conmemorarlos conjuntamente para evitar rivalidades entre sus fieles y seguidores. La inclusión de Atanasio parece posterior, probablemente motivada por la analogía con los cuatro doctores occidentales y los cuatro evangelistas, y siguiendo a Ireneo de Lyon, quien había buscado mostrar en varios ámbitos la existencia de cuatro pilares de la Iglesia.

Doctores occidentales
La tradición escolástica elaboró por su parte la noción de los cuatro doctores, y esta se vio confirmada ya en 1298 por Bonifacio VIII, quien publicó una decretal que ordenaba honrarlos especialmente. El 11 de abril de 1567 el papa Pío V sumó al primer doctor moderno, Santo Tomás de Aquino, dominico como él y al año siguiente su número se incrementó al reconocer también las fiestas de los doctores griegos. En 1588 el papa franciscano Sixto V añadió al también franciscano San Buenaventura de Fidanza.

Doctrinas católica y ortodoxa
Mientras en Oriente la dignidad de doctor no ha estado asociada a ninguna definición formal, y otros teólogos además de los arriba mencionados se honran ocasionalmente con ese título —en especial San Gregorio Niseno, San León I Magno, San Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, Simeón el Nuevo Teólogo, Gregorio Palamás y Marcos de Éfeso—, la Iglesia católica vincula el título a tres condiciones: la eminens doctrina, es decir, la eminencia doctrinal en materia de teología y culto; la insignis vitae sanctitas, es decir, un elevado grado de santidad, y la Ecclesiae declaratio, es decir, una proclamación formal por parte de la Iglesia, que Benedicto XIV precisó como afirmada por el sumo pontífice o por un Concilio Ecuménico. Ningún Concilio ha ejercido esta facultad, sin embargo.

La concesión de la dignidad de doctor de la Iglesia no implica necesariamente la convalidación de la totalidad de la doctrina que el doctor ha sostenido. Aunque la Sagrada Congregación de Ritos, la encargada de la proclamación, realiza un examen de la obra del prospectivo doctor, esta no se integra necesariamente al dogma proclamado ex cathedra por la Iglesia, y aun en el caso de los doctores más reputados muchas de sus doctrinas han sido declaradas erróneas tras su muerte. Los temas sobre los que los doctores han escrito varían marcadamente; además de teólogos sistemáticos, como Santo Tomás de Aquino, San Anselmo de Canterbury o San Alberto Magno, se cuentan entre ellos epígrafos y predicadores, místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, y aun historiadores y eruditos como San Beda el Venerable, cuya Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum es una extraordinaria fuente de información sobre la Inglaterra medieval.

La tradición escolástica llama convencionalmente a ciertos teólogos y santos con epítetos que recuerdan al de doctor de la Iglesia; así, Juan Duns Scoto es conocido como doctor subtilis (el «doctor sutil») y Roger Bacon como doctor mirabilis (el «doctor en maravillas»), Pedro de Betancur como doctor humilitate (el «doctor en la humildad»), Inocencio V como «doctor famosissimus», Raimundo Lulio como «doctor illuminatus», y Francisco Suárez como «doctor eximius», aunque ninguno de ellos es formalmente doctor de la Iglesia. De hecho, la teología de Scoto ha gozado de poca popularidad fuera de su propio tiempo. Sí son, en cambio, realmente doctores el doctor seraphicus San Buenaventura, el doctor universalis San Alberto Magno, el doctor angelicus Santo Tomás de Aquino, el doctor evangelicus San Antonio de Padua, el doctor mellifluus San Bernardo de Claraval, el doctor caritatis San Francisco de Sales, el doctor mysticus San Juan de la Cruz, etc.

Liturgia
Los doctores de la Iglesia son honrados con una liturgia especial en la misa oficiada en su honor. Esto excluye del nombramiento como doctor a los mártires, puesto que el oficio de la misa se reserva tradicionalmente para honrar a los confesores. El introito de la misa se adopta del de Juan, Apóstol y Evangelista; adicionalmente, el oficio incluye la lectura del Credo, y la antífona del Magnificat reza O doctor optime ("oh, excelentísimo doctor"). Estos dos últimos son los rasgos característicos del oficio doctoral, pues en la fiesta de algunos santos —en particular Juan Damasceno, pero también Atanasio, Basilio y Cirilo de Jerusalén— se ofician misas especiales.

Incorporaciones
La lista completa de doctores se acrecentó hasta la actualidad, en la que cuenta con treinta y siete nombres:

En 1720 Clemente XI incorporó a San Anselmo de Canterbury;
en 1722 Inocencio XIII, a San Isidoro de Sevilla;
en 1729 Benedicto XIII, a San Pedro Crisólogo;
en 1754 Benedicto XIV, a San León I Magno;
en 1828 León XII, a San Pedro Damián;
en 1830 Pío VIII, a San Bernardo de Claraval;
Pío IX incluyó a San Hilario de Poitiers (1851), a San Alfonso María de Ligorio (1871), y a San Francisco de Sales (1877);
León XIII añadiría en 1882 a Cirilo de Alejandría, en 1883 a San Cirilo de Jerusalén y a San Juan Damasceno, y en 1899 a San Beda el Venerable;
Benedicto XV proclamaría a San Efrén de Siria en 1920;
Pío XI, a San Pedro Canisio (1925), a San Juan de la Cruz (1926), a San Roberto Belarmino y a San Alberto Magno (ambos en 1931);
Pío XII, a San Antonio de Padua (1946);
Juan XXIII, a San Lorenzo de Brindisi (1959);
Pablo VI sumaría, en 1970, a las primeras mujeres: Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena;
Juan Pablo II añadiría a Santa Teresa de Lisieux en 1997 durante la Jornada Mundial de las Misiones de ese mismo año.
Benedicto XVI añade, en octubre de 2012, a San Juan de Ávila, patrón del clero español, y a Santa Hildegarda de Bingen, con ocasión de la misa de apertura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Francisco incorporó a San Gregorio de Narek, el 12 de abril de 2015,[1]​ y a San Ireneo de Lyon, en enero de 2022.

Listado oficial de los 37 doctores de la Iglesia católica
En la siguiente lista aparece la totalidad de los doctores de la Iglesia católica, ordenados según la fecha de su proclamación:

NombreNacióMurióPromovido​Estado de la épocaActividad
San Agustín de Hipona
Doctor de la gracia
13 de noviembre del 35428 de agosto del 4303 de marzo de 1298Imperio romano occidentalObispo de Hipona
San Ambrosio de Milán3404 de abril del 3973 de marzo de 1298Imperio romano occidentalObispo de Milán
San Gregorio Magno, papa Gregorio I54012 de marzo del 6043 de marzo de 1298Imperio romano de orientePapa Monje de la Orden Benedictina
San Jerónimo de Estridón3434293 de marzo de 1298Imperio romano occidentalPresbítero y anacoreta
Santo Tomás de Aquino
Doctor Angélico
12257 de marzo de 127411 de abril de 1567Reino de SiciliaDominico
San Atanasio de Alejandría2982 de mayo del 3739 de julio de 1568Imperio romano de orientePatriarca de Alejandría
San Basilio el Grande3301 de enero del 3799 de julio de 1568Imperio romano de orienteObispo de Cesarea de Capadocia
San Gregorio Nacianceno
El Teólogo
32925 de enero del 3909 de julio de 1568Imperio romano de orientePatriarca de Constantinopla
San Juan Crisóstomo
Boca de oro
3474079 de julio de 1568Imperio romano de orientePatriarca de Constantinopla
San Buenaventura de Bagnoreggio
Doctor seráfico
122115 de julio de 127414 de marzo de 1588República de FlorenciaFranciscano, obispo y cardenal
San Anselmo de Canterbury
Doctor magnífico
1033 o 103421 de abril de 11098 de febrero de 1720Condado de Saboya, Aosta,Arzobispo de Canterbury Monje de la Orden Benedictina
San Isidoro de Sevilla5604 de abril del 63625 de abril de 1722Reino visigodo de ToledoArzobispo de Sevilla
San Pedro Crisólogo
Palabra de Oro
40045019 de febrero de 1729Imperio romano occidentalArzobispo de Rávena
San León Magno, papa León I40010 de noviembre del 46115 de octubre de 1754Imperio romano occidentalPapa
San Pedro Damián100721/22 de febrero del 107227 de septiembre de 1828Estados PontificiosBenedictino y cardenal
San Bernardo de Claraval
Doctor melifluo
109021 de agosto de 115320 de agosto de 1830Ducado de BorgoñaMonje benedictino del Císter
San Hilario de Poitiers
el Atanasio de Occidente
30036713 de mayo de 1851Imperio romano occidentalObispo de Poitiers
San Alfonso María de Ligorio
Doctor celosísimo
27 de septiembre de 16961 de agosto de 178723 de marzo de 1871Reino de NápolesFundador de los redentoristas y obispo
San Francisco de Sales21 de agosto de 156728 de diciembre de 162219 de julio de 1877Reino de FranciaObispo de Ginebra y fundador de la Orden de la Visitación
San Cirilo de Alejandría
Doctor de la Encarnación y de la Maternidad divina de María
37644428 de julio de 1882Imperio romano de orientePatriarca de Alejandría
San Cirilo de Jerusalén31538728 de julio de 1882Imperio romano de orientePatriarca de Jerusalén
San Juan Damasceno67574929 de agosto de 1890Imperio romano de orienteMonje de San Saba y presbítero
San Beda el Venerable
Doctor admirable
67373513 de noviembre de 1899Reino de NorthumbriaMonje de la Orden Benedictina
San Efrén de Siria3063735 de octubre de 1920Imperio romano de orienteDiácono
San Pedro Canisio1521159721 de mayo de 1925Países Bajos de los HabsburgoJesuita
San Juan de la Cruz
Doctor místico
1542159124 de agosto de 1926Corona de CastillaCarmelita descalzo
San Alberto Magno
Doctor expertoDoctor universal
1200128016 de diciembre de 1931Ducado de BavieraDominico, obispo de la diócesis de Ratisbona
San Roberto Belarmino1541162117 de septiembre de 1931República de FlorenciaJesuita, arzobispo de Capua y cardenal
San Antonio de Padua
Doctor evangélico
1195123116 de enero de 1946Reino de PortugalFranciscano
San Lorenzo de Brindisi
Doctor apostólico
1559161919 de marzo de 1959Reino de Nápoles (Dentro de la monarquía hispánica)Capuchino
Santa Teresa de Jesús
Doctora mística
1515158227 de septiembre de 1970Corona de CastillaCarmelita descalza
Santa Catalina de Siena
Doctora pontifica
134713804 de octubre de 1970República de SienaTerciaria dominica
Santa Teresa del Niño Jesús
Doctora del amor
1873189719 de octubre de 1997FranciaCarmelita descalza
San Juan de Ávila
Doctor andaluz
6 de enero de 150010 de mayo de 15697 de octubre de 2012Corona de CastillaPresbítero, predicador y escritor
Santa Hildegarda de Bingen
Doctora síbila
109817 de septiembre de 11797 de octubre de 2012Sacro Imperio Romano GermánicoMonja de la Orden Benedictina, abadesa, mística, profetisa, médica, compositora y escritora
San Gregorio de Narek
Doctor armenio
945101012 de abril de 2015ArmeniaTeólogo, Poeta, místico y escritor.
San Ireneo
Doctor de la unidad
Aprox 14020221 de enero de 2022Imperio RomanoObispo de Lyon, Teólogo y escritor.

Candidatos a doctor de la Iglesia (en estudio)
En el presente hay otros santos sujetos a estudio como candidatos a acceder al título de «Doctor de la Iglesia». En octubre del 2021 el Obispo de Roma, Francisco anunció su intención de proclamar a San Ireneo de Lyon Doctor de la Iglesia con el título de Doctor unitatis (Doctor de la Unidad). El anuncio lo ha realizado al recibir a los miembros del Grupo de trabajo mixto ortodoxo-católico «San Ireneo» en la Sala Clementina del Vaticano. Tampoco se deja de lado al obispo San Cipriano de Cartago gran defensor de la Unidad en la fe ortodoxa, y primer Padre Latino de la Iglesia​, así como tampoco a San Juan Climaco "el escolástico" para los griegos y a San Vicente de Lerins​ para los latinos.

En 2011, el vaticanista Sandro Magíster mencionó varios candidatos posibles. Los restantes propuestos por Magíster y por algunas órdenes religiosas.

Rito Griego
Atanasio de Alejandría
obispo de Alejandría, Padre y doctor de la Iglesia católica

Atanasio de Alejandría (en griego, Ἀθανάσιος Ἀλεξανδρείας [Athanásios Alexandrías]) fue obispo de Alejandría, nacido alrededor del año 296 y fallecido el 2 de mayo del año 373. Es considerado santo por la Iglesia copta, la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Iglesia luterana y la Iglesia anglicana, además de ser uno de los padres de la Iglesia y unos de los principales doctores de la Iglesia oriental. Atanasio es recordado por haber sido de los mayores defensores de la ortodoxia cristológica proclamada en el concilio de Nicea. Es considerado uno de los padres del desierto.

Vida y actividad religiosa
Nació en el ambiente cosmopolita de Alejandría, donde recibió su formación filosófica y teológica. No se sabe nada de los primeros treinta años de su vida salvo que en el año 320, con veinticuatro años, fue ordenado diácono. Este cargo le permitió acompañar a su obispo, Alejandro de Alejandría, al concilio de Nicea I en 325. Desde esa fecha se convirtió en defensor a ultranza del símbolo niceno, y enemigo acérrimo de los arrianos.

En el año 328, contando con treinta y cinco años, fue elegido obispo de Alejandría, siendo el vigésimo Patriarca de Alejandría título que precede al de papa de la Iglesia copta o Patriarca de la Iglesia ortodoxa previo al cisma del año 451 (tras el desacuerdo del Concilio de Calcedonia).

En su cargo como obispo de Alejandría, sufrió el acoso de los arrianos, cuando el emperador se dejaba influir por estos. Fue detenido y desterrado hasta cinco veces, en las siguientes fechas:

335-337, a Tréveris, bajo Constantino I;
339-345, a Roma,​ bajo Constancio II;
356-361, al desierto egipcio, bajo Constancio II;
362-363, bajo Juliano el Apóstata;
365, bajo Valente.

Entre sus prioridades destacó la evangelización del sur de Egipto, donde designó como primer obispo de Filé al antiguo inspector de tropas Macedonio, extendiendo su actividad fuera de las fronteras egipcias, hasta Etiopía, donde nombró a Frumencio, obispo de Axum.

De su etapa de destierro entre los monjes del desierto egipcio, adquirió un gran interés por el monacato, influyendo en el acceso de los monjes al sacerdocio, y convirtiéndose en biógrafo de Antonio Abad, de quien escribió la Vida de Antonio.

En su lucha contra las herejías de su tiempo usó, según diversas fuentes, métodos discutibles: El obispo Arsenio, seguidor del melecianismo, murió quemado vivo por orden suya; y fue acusado de asesinato en el concilio de Tiro en 335. Llegó a falsificar una carta de Constantino a la muerte de este, supuestamente dirigida a este mismo concilio, donde se decía que había que condenar a muerte a quien tuviera en su poder escritos de Arrio. El historiador pagano Amiano acusó a Atanasio de haberse entregado a persecuciones impropias de su carácter de sacerdote.

Obras
En literatura copta, Atanasio es el primer patriarca de Alejandría que utiliza la Copta además del griego en sus escritos.

Obras polémicas y teológicas
Atanasio no fue un teólogo especulativo. Como afirma en sus Primeras cartas a Serapión, se aferró a "la tradición, la enseñanza y la fe proclamadas por los apóstoles y custodiadas por los padres" Sostuvo que tanto el Hijo de Dios como el Espíritu Santo son consustancial con el Padre, lo que tuvo gran influencia en el desarrollo de doctrinas posteriores relativas a la Trinidad. La "Carta sobre los Decretos del Concilio de Nicea" (De Decretis) de Atanasio es un importante relato histórico y teológico de las actas de dicho concilio.

Ejemplos de escritos polémicos de Atanasio contra sus oponentes teológicos incluyen Oraciones contra los arrianos, su defensa de la divinidad del Espíritu Santo (Cartas a Serapión en los años 360, y Sobre el Espíritu Santo), contra el Macedonianismo y Sobre la Encarnación. Atanasio también fue autor de una obra en dos partes, Contra los paganos y La encarnación del Verbo de Dios. Terminada probablemente al principio de su vida, antes de la controversia arriana, constituyen la primera obra clásica de teología ortodoxa desarrollada. En la primera parte, Atanasio ataca varias prácticas y creencias paganas. La segunda parte presenta enseñanzas sobre la redención.[4]​ También en estos libros, Atanasio propuso la creencia, haciendo referencia a Juan 1:1-4, de que el Hijo de Dios, el Verbo eterno (Logos) a través del cual Dios creó el mundo, entró en ese mundo en forma humana para reconducir a los hombres a la armonía de la que antes se habían alejado.​

Otras de sus obras importantes son sus Cartas a Serapión, en las que defiende la divinidad del Espíritu Santo. En una carta a Epicteto de Corinto, Atanasio anticipa futuras controversias en su defensa de la humanidad de Cristo. En una carta dirigida al monje Draconcio, Atanasio le insta a abandonar el desierto para dedicarse a los deberes más activos de un obispo.
Atanasio también escribió varias obras de Exégesis bíblica, principalmente sobre materiales del Antiguo Testamento. La más importante de ellas es su Epístola a Marcelino (PG 27:12-45) sobre cómo incorporar la recitación de salmos a la práctica espiritual. Se conservan extractos de sus discusiones sobre el Libro del Génesis, el Cantar de Salomón y los Salmos.

Quizá su carta más notable sea su Carta Festal, escrita a su Iglesia de Alejandría cuando se encontraba en el exilio, ya que no podía estar en su presencia. Esta carta muestra claramente su postura de que aceptar a Jesús como el Divino Hijo de Dios no es opcional, sino necesario:

Sé además que no sólo esto os entristece, sino también el hecho de que mientras otros han obtenido las iglesias por la violencia, vosotros entretanto sois expulsados de vuestros lugares. Porque ellos tienen los lugares, pero vosotros la Fe Apostólica. Ellos están, es verdad, en los lugares, pero fuera de la verdadera Fe; mientras que vosotros estáis fuera de los lugares en verdad, pero la Fe, dentro de vosotros. Consideremos si es mayor, el lugar o la Fe. Claramente la verdadera Fe. ¿Quién entonces ha perdido más, o quién posee más? ¿El que posee el lugar, o el que posee la Fe?

Obras biográficas y ascéticas
Su biografía de Antonio el Grande titulada Vida de Antonio​ (Βίος καὶ Πολιτεία Πατρὸς Ἀντωνίου, Vita Antonii) se convirtió en su obra más leída. Traducida a varios idiomas, se convirtió en una especie de best seller en su época y desempeñó un papel importante en la difusión del ideal ascético en el cristianismo oriental y occidental.​ Describe a Antonio como un hombre analfabeto pero santo que realiza continuamente ejercicios espirituales en el desierto egipcio y lucha contra poderes demoníacos. Más tarde sirvió de inspiración al monástica cristiano tanto en Oriente como en Occidente. Entre las obras de Athanasius sobre ascetismo también se incluyen un Discurso sobre la virginidad, una breve obra sobre El amor y el autocontrol, y un tratado Sobre la enfermedad y la salud (del que sólo se conservan fragmentos).

Fragmentos de su obra
El Hijo no fue engendrado como se engendra un hombre de otro hombre, de forma que la existencia del padre es anterior a la del hijo. El hijo es vástago de Dios, y siendo Hijo del Dios que existe eternamente, él mismo es eterno. Es propio del hombre, a causa de la imperfección de su naturaleza, engendrar en el tiempo: pero Dios engendra eternamente, porque su naturaleza es perfecta desde siempre. Oraciones contra los arrianos, I, 14.

Dios existe desde la eternidad: y si el Padre existe desde la eternidad, también existe desde la eternidad lo que es su resplandor, es decir, su Verbo. Además, Dios, «el que es» (ὁ ὤν), tiene de sí mismo el que es su Verbo: el Verbo no es algo que antes no existía y luego vino a la existencia, ni hubo un tiempo en que el Padre estuviera sin Logos (ciencia) (ἄλογος). La audacia dirigida contra el Hijo llega a tocar con su blasfemia al mismo Padre, ya que lo concibe sin Sabiduría, sin Logos, sin Hijo... Oraciones contra los arrianos, I, 25-26).

Obras mal atribuidas
Hay varias otras obras atribuidas a él, aunque no necesariamente generalmente aceptadas como suyas. Estas incluyen el llamado Credo de Atanasio (que hoy en día se considera generalmente como de origen gallego del siglo V), y un completo Exposiciones sobre los Salmos.

Repercusión
La labor de Atanasio, tanto en el I Concilio de Nicea como en toda su lucha contra el arrianismo, fue de gran importancia, con repercusiones que incluso llegan a la actualidad. A los pocos años de fallecer Atanasio el emperador Teodosio I tomó la decisión de hacer del cristianismo niceno la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica de 380.

Respeto
En la Iglesia ortodoxa, el 18 de enero es el día conmemorativo del obispo Atanasio y el obispo Kyrillos de Alejandría. El 2 de mayo, se celebra el traslado de los restos de Atanasio.

En la Iglesia Católica, Atanasio es reverenciado como un santo (confesor) y Doctor de la Iglesia. Se le reza cuando hay problemas con dolor de muelas. El Día Conmemorativo de Atanasio es el 2 de mayo. Esta es memoria obligatoria.

Su día conmemorativo es también el 2 de mayo en la Iglesia Anglicana. En este día, también se le conmemora en la iglesia luterana.

Atanasio es también un santo en la Iglesia copta. Sus restos mortales están en la Catedral de Marcos de la Iglesia Copta en El Cairo.

Basilio el Grande
obispo y padre de la Iglesia Griega

San Basilio de Cesarea (ca. 330-1 de enero, 379), llamado Basilio el Magno o Basilio el Archimandrita (en griego: Μέγας Βασίλειος), fue obispo de Cesarea y preeminente clérigo del siglo IV. Es santo de la Iglesia ortodoxa y uno de los cuatro principales Padres de la Iglesia Griega, junto con San Atanasio, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo. Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa (hermano de Basilio) son denominados los Padres Capadocios. Es también santo y doctor de la Iglesia católica y figura en el Calendario de Santos Luterano.

San Basilio es el nombre que en la tradición griega lleva Papá Noel. Es él quien se cree que visita a los niños el primero de enero (cuando tiene Basilio su festividad). Se corresponde con san Nicolás que aparece el día de Navidad, o con los Reyes Magos, que llegan el 6 de enero.

Basilio fue un influyente teólogo que apoyó el Credo Niceno y se opuso a las herejías en la Iglesia cristiana primitiva, enfrentándose tanto al arrianismo como a los seguidores de Apolinar de Laodicea y los macedonianos. Su habilidad para equilibrar sus convicciones teológicas con sus conexiones políticas hizo de Basilio un poderoso defensor de la posición nicena.

Además de su labor como teólogo, Basilio era famoso por su atención a los pobres y menos favorecidos. Basilio estableció directrices para la vida monástica centradas en la vida comunitaria, la oración litúrgica y el trabajo manual. Junto con Pacomio, se le recuerda como el padre del monacato comunitario en el cristianismo oriental.

La Iglesia ortodoxa y las Iglesias católicas orientales le han otorgado, junto con Gregorio de Nacianzo y Juan Crisóstomo, el título de Gran Jerarca. En la Iglesia católica se le reconoce como Doctor de la Iglesia. A veces se le conoce con el epíteto Ouranophantor (en griego: Οὐρανοφάντωρ), «revelador de los misterios celestiales».

Biografía
Basilio nació alrededor del año 330 en Cesarea, Capadocia. Provenía de una familia acomodada y piadosa en la que hubo varios santos, entre ellos están su padre, también llamado Basilio, su madre Emelia, su abuela Macrina la Mayor, hermana Macrina la Joven y hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Cesarea, que llegó a ser obispo de Sebaste. Algunos historiadores de la Iglesia han sugerido que Teosebia –que también es santa para la Iglesia Ortodoxa Oriental– fue su hermana menor.

Cuando aún era un niño su familia se trasladó al Ponto, pero pronto volvieron a Capadocia, a vivir con familiares de su madre, y según parece estuvieron al cuidado de su abuela Macrina. Ávido de saber, se trasladó a Constantinopla. Vivió allí y en Atenas unos cuatro o cinco años. En este último lugar tuvo como compañero de estudios a Gregorio Nacianceno, y entabló amistad con el que llegaría a ser emperador Juliano el Apóstata. Ambos estuvieron profundamente influenciados por Orígenes. Entre ambos escribieron una Antología llamada Philokalia.

Fue en Atenas donde comenzó a pensar seriamente en la religión y se decidió a buscar a los más famosos santos eremitas de Siria y Arabia para aprender de ellos el modo de alcanzar un estado de ferviente piedad y de mantener su cuerpo sometido mediante el ascetismo, lo que solía denominar “una vida filosófica”.

Después de esto lo encontramos al frente de un convento cerca de Arnesi en el Ponto, donde su madre Emelia, ya viuda, su hermana Macrina y otras mujeres se dedican a una piadosa vida de oración y obras de caridad. Eustacio de Sebaste ya había trabajado en Ponto a favor de una vida anacoreta, y Basilio le reverenciaba por ello, a pesar de que diferían sobre algunos aspectos dogmáticos, lo que poco a poco fue distanciándoles. Tomando partido desde el principio y en el Concilio de Constantinopla con los homoousianos, Basilio coincidió especialmente con los que superaron la aversión al homoousios oponiéndose al arrianismo, y de este modo aproximándose a Atanasio de Alejandría. Al igual que Atanasio, se opuso también a la herejía macedoniana.

Asimismo se distanció de su obispo, Dionisio de Cesarea, que únicamente había suscrito la forma de acuerdo de Nicea, y con el que se reconcilió sólo cuando este estaba a punto de morir. Fue ordenado presbítero de la Iglesia de Cesarea en 365; su ordenación fue probablemente consecuencia de los ruegos de sus superiores eclesiásticos, que deseaban utilizar su talento contra los arrianos, ya que, en esa parte del país, eran numerosos y gozaban del favor del emperador arriano, Valente, que reinaba en esa época en Constantinopla.

Tuvo una moción interior, que lo dirigió enteramente a Dios, como él mismo explica: Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida.

En 370 muere Eusebio de Cesarea de Capadocia, obispo de Cesarea de Capadocia, y Basilio fue elegido para sustituirle. Fue entonces cuando se pudieron apreciar sus grandes dotes. Cesarea de Capadocia era una importante diócesis, y su obispo era, ex officio, exarca de la gran diócesis de Ponto. Apasionado y un tanto imperioso, Basilio también era generoso y accesible. Su celo por la ortodoxia no le impedía advertir las virtudes de sus adversarios; y por mor de la paz y la caridad renunciaba sin dificultad a utilizar la terminología ortodoxa cuando ello era posible sin sacrificar la verdad. Resistió con todo su poder al emperador Valente, que se esforzó en introducir el arrianismo en su diócesis, e impresionó tanto al emperador, que aunque estuvo tentado a eliminar al intratable obispo, terminó por dejarle tranquilo.

Para salvar a la Iglesia del arrianismo, Basilio inició contacto con Occidente, y mediante la ayuda de Atanasio intentó superar sus recelos hacia los homoiousianos. Las dificultades habían aumentado al plantear la cuestión de la esencia del Espíritu Santo. A pesar de que Basilio había defendido con objetividad la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, se sumaba aquellos que, fieles a la tradición oriental, no admitían el predicado homoousios al tercero; esto se le había reprochado ya en 371 por los zelotes ortodoxos, que había entre los monjes, y Atanasio lo defendió. Mantuvo su relación con Eustacio a pesar de las diferencias dogmáticas, lo que provocó ciertos recelos. Por otra parte, Basilio fue gravemente ofendido por los defensores del homousianismo, que a él le parecían estar reviviendo la herejía sabeliana.

No vivió para ver el final de las desafortunadas controversias entre facciones y el éxito absoluto de sus esfuerzos para mediar entre Roma y Oriente. Sufrió una enfermedad del hígado que le produjo una muerte prematura. Un perdurable monumento a su dedicación episcopal hacia los pobres fue el gran instituto ante las puertas de Cesarea que fue utilizado como casa para los pobres, hospital y hospicio (lo llamó «Basiliades» y se podría decir que fue el germen de los modernos hospitales para enfermos).

Escritos
Los principales escritos teológicos de Basilio son su De Spiritu Sancto, una lúcida y edificante reflexión sobre la Escritura y la tradición cristiana primitiva (para probar la divinidad del Espíritu Santo) y su Refutación de la apología del impío Eunomio, escrito en 363 o 364, tres libros contra Eunomio de Cícico, el máximo exponente del arrianismo anomeo. Los tres primeros libros de la Refutación son obra suya, los libros cuarto y quinto, que suelen también incluirse, no se deben a Basilio ni a Apolinar de Laodicea, sino quizás a Dídimo de Alejandría.

Fue célebre predicador; se han conservado muchas de sus homilías, incluida una serie de sermones cuaresmales sobre el Hexameron (los seis días de la Creación). Algunos, como el dedicado contra la usura y el referido al hambre, de 368, resultan de valor para la historia de la moral; otros muestran los honores que hay que rendir a mártires y reliquias. Sus incitaciones para que los jóvenes estudiaran literatura clásica, muestran que su propia educación tuvo una perdurable influencia sobre él, y que le enseñó a apreciar la importancia propedéutica de los clásicos.

Su inclinación hacia el ascetismo puede verse en las Moralia y Regulae, manuales de ética para utilizar en el mundo y en el claustro, respectivamente. De las reglas monásticas atribuidas a Basilio, la más breve de todas es la que más probablemente es obra suya.

Es en los manuales de ética y en los sermones morales donde se ilustran los aspectos prácticos de su teología teorética. Así, por ejemplo, es en su Sermón a los lazicanos donde encontramos que es nuestra naturaleza común la que nos obliga a tratar las necesidades de nuestros vecinos (v.gr.: hambre, sed) como si fueran nuestras, a pesar de que se trate de un individuo diferenciado. Posteriormente los teólogos explican explícitamente que esto es un ejemplo de cómo los santos se convierten en imagen de la naturaleza común de las personas de la Trinidad.

Sus trescientas cartas muestran un carácter rico y observador, que a pesar de los problemas derivados de su endeble salud y de sus vicisitudes eclesiásticas, permaneció optimista, tierno e incluso juguetón. Sus principales esfuerzos como reformador se dirigieron al mejoramiento de la liturgia y a la reforma de las órdenes monásticas orientales.

La mayor parte de las liturgias que llevan el nombre de Basilio, en la forma presente, no son obra suya; sin embargo, mantienen reminiscencias de su actividad en este campo, al establecer fórmulas para las oraciones de la liturgia y al promover el canto en la misa. Hay una liturgia que puede serle atribuida, se trata de La divina liturgia de Basilio el Grande, una liturgia que es algo más larga que la más celebrada Divina liturgia de Juan Crisóstomo; todavía es utilizada en determinadas festividades en las Iglesias Católicas Bizantinas y en la Iglesia Ortodoxa Bizantina, tales como los domingos de cuaresma.

Todas sus obras, así como unas pocas falsamente atribuidas, están disponibles en Patrologia Graeca, que incluye traducciones latinas de calidad variable. De muy pocas hay una edición crítica.

Gregorio Nacianceno
obispo y Padre de la Iglesia Griega

Gregorio Nacianceno (Nacianzo, Capadocia, Imperio romano; 329-ibíd., 25 de enero de 389), también conocido como Gregorio de Nacianzo o Gregorio el Teólogo, fue un arzobispo cristiano de Constantinopla del siglo IV. Está ampliamente considerado como el más completo estilista retórico de la patrística. Como orador y filósofo formado en la tradición clásica, introdujo elementos helenísticos en la iglesia primitiva, estableciendo el paradigma de los teólogos y eclesiásticos bizantinos.

Gregorio influyó significativamente en la forma de la teología trinitaria tanto en los padres griegos como latinos, y es recordado como el «teólogo trinitario». Gran parte de su obra teológica sigue influyendo en los tratados modernos, especialmente en relación con las tres personas de la Trinidad. Junto con Basilio el Grande y Gregorio de Nisa, es conocido como uno de los Padres Capadocios.

Gregorio es un santo tanto para la iglesia católica como para la ortodoxa. La iglesia católica lo incluye entre los Doctores de la Iglesia; entre los ortodoxos orientales y las iglesias orientales católicas es reverenciado como uno de los Tres Santos Jerarcas junto con Basilio el Grande y Juan Crisóstomo. También figura en el Calendario de Santos Luterano.

Biografía
Primeros años y educación
Gregorio nació en Arianzo, cerca de Nacianzo, en el suroeste de Capadocia.[4]​ Sus padres, Gregorio y Nonna, eran terratenientes adinerados.​ En el año 325, Gregorio se convirtió al cristianismo gracias a su esposa Nonna. El joven Gregorio y su hermano, Cesario, estudiaron primero en casa con su tío, san Anfilocio. Gregorio marchó a estudiar filosofía y retórica avanzada en Nacianzo, Cesarea Mazaca, Alejandría y Atenas. Estando en Atenas, trabó una fuerte amistad con su compañero de estudios Basilio de Cesarea y también conoció a Juliano, que posteriormente se convertiría en el emperador conocido como Juliano el Apóstata. En Atenas, Gregorio estudió con los famosos retóricos Himerio y Proaresio. ​Al acabar su educación, enseñó retórica en Atenas durante un breve período.

Sacerdocio
En el año 357 regresa a Nacianzo, bautizándose en el 360, y en 361 fue ordenado presbítero por su padre, quien quería que le ayudase en la atención de la comunidad cristiana local.​ El joven Gregorio, que había considerado la posibilidad del monacato, se resintió fuertemente por la decisión de su padre de forzarle a elegir entre el sacerdocio o abandonar la familia y llevar una existencia solitaria, lo que consideró un «acto de tiranía». Después de dejar su casa, tras unos pocos días, se encontró con su amigo Basilio en Annesoi, donde los dos vivieron como ascetas. Sin embargo, Basilio le apremió para que volviera a ayudar a su padre, lo que hizo durante el año siguiente. Al llegar a Nacianzo, Gregorio se encontró con que la comunidad cristiana local estaba dividida por diferencias teológicas y a su padre acusado de herejía por los monjes locales. Gregorio ayudó a sanar las divisiones a través de una combinación de diplomacia personal y oratoria, se ordena sacerdote y permanece durante diez años en el lugar.

Para entonces, el emperador Juliano se había declarado públicamente opuesto al cristianismo. En respuesta al rechazo del emperador a la fe cristiana, Gregorio compuso sus Invectivas contra Juliano entre 362 y 363. En ellas, desdeñando la moral y el intelecto del emperador, afirma que la cristiandad superará a los gobernantes imperfectos como Juliano a través del amor y la paciencia. Este proceso tal como está descrito por Gregorio es la manifestación pública del proceso de deificación (theosis), que lleva a una elevación espiritual y unión mística con Dios. Juliano decidió a finales de 362 perseguir vigorosamente a Gregorio y sus otros críticos cristianos; sin embargo, el emperador pereció el año siguiente durante una campaña contra los persas. Con la muerte del emperador, Gregorio y las iglesias orientales ya no estaban bajo la amenaza de persecución, pues el nuevo emperador, Joviano, era un cristiano declarado y defensor de la Iglesia.

Gregorio pasó los siguientes años combatiendo el arrianismo, que amenazaba con dividir la región de Capadocia. En el tenso ambiente que se había creado, Gregorio intercedió por su amigo Basilio ante el obispo Eusebio de Cesarea.​ Los dos amigos entraron posteriormente en un periodo de íntima cooperación fraternal al tiempo que participaban en un gran enfrentamiento retórico de la iglesia de Cesarea Marítima provocado por la llegada de consumados teólogos y retóricos arrianos.​ En los posteriores debates públicos, presididos por agentes del emperador Valente, Gregorio y Basilio salieron triunfantes. Este éxito confirmó a Gregorio y Basilio que su futuro estaba en la carrera eclesiástica. Basilio, que desde hacía tiempo había mostrado su inclinación hacia el episcopado, fue elegido obispo de la sede de Cesarea de Capadocia en 370.

Episcopado en Sasima y Nacianzo
Gregorio fue consagrado obispo de Sasima en 372 por Basilio.[20]​ Se trataba de una sede recién creada por Basilio para fortalecer su posición en su disputa con Antimo, obispo de Tiana. Gregorio más tarde se referiría a su ordenación episcopal como impuesta por un padre tenaz y Basilio. Describiendo su nuevo obispado, Gregorio se lamentó de que no era nada más que «un agujero espantoso; una mísera parada de postas de la carretera principal... sin agua, vegetación, o la compañía de caballeros... ¡esto era mi iglesia de Sasima!». Se esforzó poco en administrar su nueva diócesis, quejándose a Basilio de que en lugar de ello prefería seguir una vida contemplativa. Nunca llegó a tomar posesión de la sede, y se retiró de nuevo.

A finales de 372 Gregorio regresó a Nacianzo para ayudar a su padre moribundo con la administración de su diócesis.​ Esto crispó su relación con Basilio, quien insistía en que Gregorio volviera a su puesto en Sasima. Gregorio replicó que no tenía intención de seguir teniendo el papel de un títere para promover los intereses de Basilio. En lugar de ello, centró su atención en sus nuevos deberes como coadjutor de Nacianzo. Fue aquí donde Gregorio predicó la primera de sus grandes oraciones episcopales.

Tras la muerte de su madre y su padre en 374, Gregorio siguió administrando la diócesis de Nacianzo pero rechazó ser nombrado obispo. Donó la mayor parte de su herencia a los necesitados y vivió una existencia austera. A finales de 375 se retiró al monasterio de Santa Tecla en Seleucia, viviendo allí durante tres años. Casi al final de este periodo su amigo Basilio murió. Aunque la salud de Gregorio no le permitió acudir al funeral, escribió una sentida carta de condolencia al hermano de Basilio, Gregorio de Nisa y compuso doce poemas en memoria de su amigo fallecido.

Gregorio en Constantinopla
El emperador Valente falleció en 378. La sucesión de Teodosio I, un firme defensor de la ortodoxia nicena, era una buena noticia para aquellos que deseaban purgar Constantinopla de la dominación arriana y apolinarista.​ El partido niceno en el exilio regresó poco a poco a la ciudad. Desde su lecho de muerte, Basilio les recordó las capacidades de Gregorio y es muy probable que recomendase a su amigo como defensor de la causa trinitaria en Constantinopla.

En 379, el sínodo de Antioquía y su arzobispo, Melecio, pidieron a Gregorio que acudiera a Constantinopla para liderar la campaña teológica para ganar dicha ciudad para la ortodoxia nicena. Después de muchas dudas, Gregorio accedió. Su prima Teodosia le ofreció una villa como residencia; Gregorio inmediatamente transformó gran parte de ella en una iglesia, llamándola Anastasia, «un escenario para la resurrección de la fe». Desde esta pequeña capilla compuso cinco poderosos discursos sobre la doctrina nicena, explicando la naturaleza de la Trinidad y la unidad de Dios. Rechazando la negación eunomiana de la divinidad del Espíritu Santo, Gregorio ofreció este argumento:

Examina lo que sigue: Cristo es engendrado, él (el Espíritu) lo precede; Cristo es bautizado, él da testimonio [...] Cristo realiza prodigios, él lo acompaña; Cristo sube al cielo, él le sucede. Pues ¿qué no puede hacer el Espíritu entre las cosas grandes y las que hace Dios? ¿Qué nombre no recibe entre los que se dan a Dios fuera de los nombres de ingénito y engendrado? [...] ¡Por otra parte, yo me asusto al considerar la riqueza de los títulos y de todos los nombres ultrajados por quienes atacan al Espíritu!

Las homilías de Gregorio fueron bien recibidas y atrajeron a multitudes crecientes a Anastasia. Temiendo su popularidad, sus oponentes decidieron contraatacar. En la vigilia de Pascua de 379, una muchedumbre arriana entró en la iglesia durante los servicios religiosos, hiriendo a Gregorio y matando a otro obispo.​ Huyendo de la turba, Gregorio se encontró después traicionado por su antiguo amigo, el filósofo Máximo el Cínico. Máximo, quien estaba en alianza secreta con Pedro, obispo de Alejandría, intentó hacerse con el poder de Gregorio y hacerse consagrar obispo de Constantinopla. Horrorizado, Gregorio decidió dimitir de su puesto, pero la facción fiel a él le indujo a permanecer y expulsar a Máximo.​ Sin embargo, el episodio le dejó avergonzado y le expuso a críticas como un simplón provinciano incapaz de sobrellevar las intrigas de la ciudad imperial.

Los asuntos en Constantinopla permanecieron confusos puesto que la posición de Gregorio aún era oficiosa y los sacerdotes arrianos ocupaban muchas iglesias importantes. La llegada del emperador Teodosio en 380 decidió el asunto en favor de Gregorio. El emperador, decidido a eliminar el arrianismo, expulsó al obispo Demófilo. Gregorio fue por lo tanto entronizado como obispo de Constantinopla en la Basílica de los Apóstoles, reemplazando a Demófilo.

Segundo Concilio Ecuménico y retiro a Arianzo
Teodosio quería unificar más todo el imperio en una posición ortodoxa y decidió convocar un concilio eclesiástico que resolviera asuntos de disciplina y fe.[36]​ Gregorio pensaba de modo similar, deseando unir a la cristiandad. En la primavera de 381 convocaron el Segundo concilio ecuménico en Constantinopla, al que acudieron 150 obispos orientales. Después de la muerte del obispo presidente, Melecio de Antioquía, Gregorio fue elegido para liderar el concilio. Esperando reconciliar Occidente y Oriente, ofreció reconocer a Paulino como Patriarca de Antioquía. Los obispos egipcios y macedónicos que apoyaban la consagración de Máximo llegaron tarde al concilio. Una vez allí, rechazaron reconocer la posición de Gregorio como cabeza de la iglesia de Constantinopla, argumentando que su traslado desde la sede de Sasima era canónicamente ilegal.

Gregorio estaba exhausto físicamente y preocupado porque estaba perdiendo la confianza de los obispos y del emperador. Más que defender su causa y arriesgarse a mayores divisiones, decidió dimitir de su cargo: «¡Dejadme ser como el profeta Jonás! Fui el responsable de la tormenta, pero me sacrificaré por la salvación de la nave. Cogedme y echadme... No fui feliz cuando me ascendieron al trono, y con alegría descenderé de él». Horrorizó al concilio con su dimisión sorprendente y luego pronunció un dramático discurso ante Teodosio pidiéndole que se le liberara de sus cargos. El emperador, conmovido por sus palabras, aplaudió, alabó su trabajo y le garantizó su dimisión. El concilio le pidió que apareciera otra vez más para un ritual de despedida y oraciones festivas. Gregorio usó esta ocasión para lanzar un mensaje final (cf. Orat. 42) y luego se marchó.

Tras volver a su tierra natal de Capadocia, Gregorio asumió de nuevo su posición como obispo de Nacianzo. Pasó el año siguiente combatiendo a los apolinarios y luchando contra la enfermedad recurrente. También empezó a componer De Vita Sua, su poema autobiográfico. A finales de 383 encontró que estaba demasiado débil para seguir cumpliendo sus deberes episcopales. Gregorio instaló a Eulalio como obispo de Nacianzo y luego se retiró a la soledad de Arianzo. Después de disfrutar cinco tranquilos años en el retiro de su finca familiar, murió el 25 de enero de 389.

A lo largo de su vida, Gregorio se enfrentó a elecciones descarnadas. ¿Debía seguir estudiando retórica o filosofía? ¿Sería una vida monástica más apropiada que un ministerio público? ¿Era mejor trazar su propio camino o seguir el curso marcado para él por su padre y por Basilio? Los escritos de Gregorio iluminan los conflictos que le atormentaban y le motivaban a un tiempo. Los biógrafos sugieren que era esta dialéctica lo que lo definía, forjó su carácter e inspiró su búsqueda del sentido y la verdad.

Legado
Teología y otros trabajos
Las contribuciones teológicas más significativas de Gregorio surgen de su defensa de la doctrina nicena de la Trinidad. En sus cinco discursos teológicos, el nacianceno responde a las objeciones filosóficas, que pintaban la interpretación bíblica de los neoarrianos, una por una. Allí, detalla como los hipóstasis del Padre, Hijo y Espíritu Santo son todas eternas y participan igualmente de la misma divinidad, aunque cada cual tiene un atributo (o rol en la economía) propio. Solamente el Padre tiene el atributo de ser ingénito, el Hijo es el único engendrado y el Espíritu Santo es el único que procede. Gregorio se destaca especialmente por sus contribuciones en el campo de la pneumatología, esto es, la teología referente a la naturaleza del Espíritu Santo. A este respecto, Gregorio es el primero que usó la idea de procesión. para describir la relación entre el Espíritu y las demás personas de la Trinidad: «El Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu, viniendo en verdad del Padre pero no de la misma manera que el Hijo, pues no es por generación sino por procesión, puesto que debo acuñar una palabra en beneficio de la claridad».

Y en otros lugares; " Y éste (la Tríada) es, para nosotros, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: el primero es el que engendra y procede, pero yo afirmo que sin pasión, sin tiempo, y sin cuerpo; de los otros dos, uno es lo engendrado y el otro, lo que procede."

".. permaneciendo en nuestros límites, admitimos al ser ingénito, al engendrado y al que procede del Padre.."

"No ha habido un tiempo en que no existiese; lo mismo se puede decir del Hijo y del Espíritu Santo."

Aunque Gregorio no desarrolla plenamente el concepto, la idea de procesión permanecería en la mayor parte del pensamiento posterior sobre el Espíritu Santo.

Enfatizó que Jesús no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre, ni perdió ninguno de sus atributos divinos cuando tomó la naturaleza humana. Es más, Gregorio afirmaba que Cristo era perfectamente humano, con un alma perfectamente humana. Igualmente proclamó la eternidad del Espíritu Santo, diciendo que las acciones del Espíritu Santo estaban de alguna forma ocultas en el Antiguo Testamento, pero se hicieron más claras desde la ascensión de Jesús al Cielo y el descenso del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés.

En contraste con la creencia neo-arriana de que el Hijo es anomoios, o «distinto» del Padre, y con la afirmación semiarriana de que el Hijo es homoiousios, o «como» el Padre, Gregorio y sus compañeros capadocios sostuvieron la doctrina nicea de homoousia, o consubstancialidad del Hijo con el Padre. Los Padres capadocios afirmaron que la naturaleza de Dios es incognoscible para el hombre; "..la divinidad no puede ser comprendida por el entendimiento humano ni imaginadad tal cual es."​ y ayudaron a desarrollar el término hipóstasis, o tres personas unidas en un solo Dios; ilustró cómo Jesús es el icono, la imagen, del Padre; y explicó el concepto de theosis, la creencia de que todos los cristianos pueden asimilarse con Dios en «imitación del Hijo encarnado como el modelo divino».

Algunos de los escritos teológicos de Gregorio sugieren que, como su amigo Gregorio de Nisa, pudo haber apoyado alguna variación de la doctrina de la apocatástasis, la creencia de que Dios pondrá toda la creación en armonía en el Reino de los Cielos. Esto llevó a algunos universalistas cristianos de finales del siglo XIX, en particular J. W. Hanson y Philip Schaff, a describir la teología de Gregorio como universalista. Este punto de vista de Gregorio también lo sostienen algunos teólogos modernos, como John Sachs que dijo que Gregorio tenía «inclinaciones» hacia la apocatástasis, pero de una manera «cauta, no dogmática». Sin embargo, no queda claro ni es universalmente aceptado que Gregorio sostuviera la doctrina de la apocatástasis.

Aparte de varios discursos teológicos, Gregorio es también uno de los más importantes hombres de letras del primer cristianismo, un orador muy dotado, quizá uno de los mejores de su época, y también un poeta muy prolífico, habiendo escrito varios poemas sobre temas teológicos y morales y algunos con contenido biográfico, sobre él y sus amigos.

Influencia
Nicóbulo, sobrino-nieto de Gregorio, sirvió como su albacea literario, conservando y editando la mayor parte de sus escritos. Un primo, Eulalio, publicó varias de las más destacadas obras de Gregorio en 391.​ Para el año 400 Rufinio comenzó a traducir sus oraciones al latín. Conforme las obras de Gregorio circularon por todo el imperio influyeron en el pensamiento teológico. Sus discursos eran citados como autoridad por el Concilio de Éfeso en 431, y para el año 451 era llamado Teólogo por el Concilio de Calcedonia​ —un título que comparte con Juan el Apóstol[6]​ y Simeón el Nuevo Teólogo—. Sin embargo, Teólogo en este contexto implica un significado más cristológico que lo que hoy en día se esperaría. Es muy citado por los teólogos de la Iglesia Ortodoxa y se le tiene alta estima como defensor de la fe cristiana. Sus contribuciones a la teología trinitaria son también influyentes y a menudo es citado por las iglesias occidentales.[nota 6]​ Paul Tillich atribuye a Gregorio Nacianceno haber «creado las fórmulas definitivas para la doctrina de la Trinidad».

Obras
Debido a la tendencia de Gregorio Nacianceno a comentar aspectos de su vida personal dentro de sus obras, éstas son fácilmente fechables y muestran claramente la evolución de su pensamiento.​

Sus discursos (Orationes: en este artículo abreviado como "Orat.") fueron organizados de manera cronológica para su publicación integral por Tillemont y Maurini: abarcan la vida del Nacianceno desde 362 al 383. En total eran 44 (con uno finalmente rechazado por espurio). La edición del Migne los publicó en los volúmenes 35 y 36. La edición crítica ya con solo los 43 discursos comprobados como auténticos está publicada por Sources Chrétiennes. Se han notado retoques hechos por el autor que implican que Gregorio pensó en la publicación de estos discursos. Rufino de Aquileya fue uno de los primeros en traducir algunos de estos discursos al latín. En el primero de ellos pide disculpas por huir tras la ordenación sacerdotal. En el segundo habla del sacerdocio con un texto que claramente influyó en la obra posterior de Juan Crisóstomo, los Seis libros sobre el Sacerdocio.​ Los famosos discursos teológicos sobre la Trinidad se encuentran con los números 27-31 del Migne: el título fue sugerido por el mismo Gregorio (cf. Orat. 28, 1). Los discursos que dedicó a combatir los ataques de Juliano el apóstata fueron pronunciados hacia el año 370 (cf. Orat. 4 y 5).

Sus cartas fueron recogidas por el Migne en el volumen 37 de su Patrología griega. Aparecen 249 aunque con algunas espurias. Fechadas desde el año 359, muchas dirigidas a Basilio. Tres cartas teológicas sobre el apolinarismo han sido publicadas por Sources Chrétiennes en el vol. 208 de su colección.

Su obra poética se divide en Carmina dogmatica (38 poemas), carmina moralia (40 poemas), sobre sí mismo (99 poemas), sobre sus amigos (8 poemas), epitafios (129 poemas) y epigrammata (94 poemas). Todos en el volumen 37 del Migne. Un poema sobre la Pasión de Cristo es considerado apócrifo (cf. SC vol. 149.), pero ha dado lugar a controversias debido a que autores como Francesco Trisoglio o André Tuilier sostienen en cambio que sí es obra del Nacianceno.

Junto con Basilio hizo una recolección de textos de Orígenes llamada la Filocalia. Además del tema de la apocatástasis ya tratado anteriormente, otro punto de contacto del Nacianceno con Orígenes es su valoración positiva del uso de la cultura clásica en el cristianismo. La comparación usada por este último al mencionar que así como los judíos se llevaron los tesoros de los egipcios en su huida, así los cristianos pueden tomar de la cultura greco-latina lo necesario para la propagación del evangelio, es usada también por Gregorio Nacianceno en esta obra.

Fuga y autobiografía. Trad.: García Jalón, Santiago y Viscanti, Luigi. Editorial Ciudad Nueva (1996). ISBN 84-89651-16-7
Los cinco discursos teológicos. trad.: Díaz Sánchez-Cid, José Ramón. Editorial Ciudad Nueva (1995). ISBN 84-86987-92-X
Discursos teològics: Cartes i poemes. Trad.: Camps Gaset, Monserrat. Edicions Proa, S.A. (1990). ISBN 84-7739-114-9
La Pasión de Cristo. Trad.: Trisoglio, Francesco. Editorial Ciudad Nueva (1988). ISBN 84-85159-95-0
Homilías sobre la natividad. Trad.: Moreschini, Claudio. Editorial Ciudad Nueva (1986). ISBN 84-85159-87-X

Reliquias
Después de su muerte, Gregorio fue enterrado en Nacianzo. Sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla en el año 950, a la iglesia de los Santos Apóstoles. Los cruzados de la Cuarta Cruzada (1204) cogieron parte de las reliquias, que acabaron en Roma. Luego fueron colocadas en una capilla lateral de la Basílica de San Pedro conocida precisamente como Altar gregoriano (donde se puede ver también una imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro). El 27 de noviembre de 2004, esas reliquias, junto con las de Juan Crisóstomo, fueron devueltas a Estambul por el papa Juan Pablo II, conservando el Vaticano una pequeña porción de ambas. Las reliquias actualmente están conservadas en la Catedral Patriarcal de San Jorge en el Fanar.

Festividad
En el santoral católico la festividad de Gregorio Nacianceno se celebra el 2 de enero. Antes era el 9 de mayo, pues erróneamente se creía que era la fecha de su muerte. Se incluyó como un doble en el Calendario Tridentino, convirtiéndose en fiesta de tercera clase en 1960​ y una memoria obligatoria en 1969, todas ellas de rango equivalente.

La Iglesia ortodoxa y las Iglesias orientales católicas celebran dos fiestas en honor de Gregorio: el 25 de enero como su fiesta principal y el 30 de enero, conocida como la fiesta de los tres grandes jerarcas.


Juan Crisóstomo
patriarca de Constantinopla, padre y doctor de la Iglesia

Juan Crisóstomo (griego: Ἰωάννης ὁ Χρυσόστομος, latín: Ioannes Chrysostomus) o Juan de Antioquía (latín: Ioannes Antiochensis; Antioquía, 347-Comana Pontica, 14 de septiembre de 407) fue un clérigo cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres orientales que procede de la Escuela de Antioquía.

Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado en su sede episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su muerte.​ Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo. ​Ese término proviene del griego chrysóstomos (χρυσόστομος) [jrisóstomos], y significa ‘boca de oro’ (χρυσός: jrüsós 'oro' y στόμα: stoma 'boca') en razón de su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos.

Biografía
Primeros años y su formación
Nació en Antioquía (Siria) hacia el año 347. En aquel entonces, dicha ciudad era la segunda más importante del Imperio Romano de Oriente. El padre de Juan, Secundo, era un alto oficial del ejército romano y murió poco tiempo después del nacimiento de Juan por lo que su hermana mayor y él quedaron totalmente a cargo de Antusa, la madre cristiana de ambos.

Juan fue bautizado en 370, a la edad de 23 años, y fue ordenado lector (una de las órdenes menores de la Iglesia). Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio, que entonces era un famoso orador y el más ferviente partidario del paganismo romano.

Libanio quedó maravillado con la elocuencia de su discípulo y previó para el mismo una brillante carrera como estadista o legislador. Sin embargo, un encuentro con el obispo Melecio resultó decisivo en la vida de Juan, quien comenzó a estudiar teología con Diodoro de Tarso (uno de los líderes de la antigua escuela de Antioquía) mientras mantenía un ascetismo extremo.

Eremita y sacerdote
No obstante, las ansias de una vida más perfecta lo llevaron a convertirse en un eremita (alrededor de 375) condición en la que permaneció hasta que su quebrantada salud por excesivas vigilias y ayunos durante el invierno lo obligaron a volver a Antioquía donde retomó su actividad como lector. Crisóstomo fue siempre un admirador de un monaquismo activo y utilitario y se pronunció contra los peligros de una contemplación ociosa.

En 381 fue ordenado diácono por Meletio de Antioquía y en 386 fue ordenado sacerdote por el obispo Flaviano I de Antioquía. Al parecer fue este el momento más feliz de su vida. Su principal tarea durante doce años consistió en predicar. Adquirió gran popularidad por su elocuencia. Dignos de mencionar son los comentarios que hizo a pasajes bíblicos y la exposición de enseñanzas morales muchas de ellas recopiladas en sus Homilías.

Con el transcurso del tiempo Crisóstomo llegó a ser el sucesor de Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal. Su interpretación directa de las Escrituras (en contraste con la tendencia de Alejandría donde se recurría a una interpretación alegórica) lo condujo a seleccionar para sus charlas temas eminentemente sociales que explicaban el concepto de la vida cristiana.

A la muerte de Nectario el 27 de septiembre de 397 fue instituido de cierta forma en contra de su voluntad como metropolitano de Constantinopla (por su calidad de villa imperial, el metropolitano de Constantinopla recibió posteriormente el título de Patriarca). Para poder abandonar la ciudad de Antioquía, en donde era tan querido, una escolta militar tuvo que acompañarlo para así evitar la conmoción del pueblo. Quedó instituido como metropolitano el 26 de febrero de 398 por Teófilo, patriarca de Alejandría, quien con gran desgano llevó a cabo el pedido del emperador Arcadio.

Obispo de Constantinopla
Constantinopla, fundada por Constantino I el Grande en 330 en el lugar que ocupaba Bizancio, al convertirse en la capital del Imperio Romano de Oriente pasó a ser la principal sede episcopal del Oriente y se convirtió en el centro de la teología oficial, las intrigas palaciegas y las controversias teológicas. A Crisóstomo le desagradaban los privilegios que le habían sido conferidos por su condición de metropolitano. Durante su mandato se negó a ofrecer recepciones suntuosas y criticó el alto nivel de vida que llevaba el clero. Sus esfuerzos por reformar la Iglesia de Constantinopla chocaron con la oposición de los poderosos y del clero corrupto y tuvieron poco éxito aunque incrementaron su popularidad entre las personas comunes. Su estancia en Constantinopla resultó muy difícil.

Oposición, deposición y muerte
Teófilo, el patriarca de Alejandría, quería someter a Constantinopla a su poder y se opuso al liderazgo de Crisóstomo. Como era un fuerte oponente de las enseñanzas de Orígenes, Teófilo acusó a Crisóstomo de parcialidad ante las enseñanzas de ese maestro y sacó provecho del episodio de cuatro monjes de Egipto, los llamados cuatro hermanos largos (Dióscoro, Ammón o Ammonio, Eusebio y Eutimio, conocidos por su saber y su piedad), a quienes había condenado por su apoyo a las teorías de Orígenes. Dichos monjes huyeron de la represalia de Teófilo y fueron acogidos por Crisóstomo en Constantinopla. Además Crisóstomo se ganó a otro enemigo en la persona de la emperatriz Elia Eudoxia, esposa de Arcadio, que se vio identificada con las críticas del metropolitano contra las extravagancias en el vestir de las mujeres.

Se puede decir que Crisóstomo se caracterizó por denunciar las ofensas de las instancias superiores y su actitud condujo a que se creara una alianza en su contra entre Eudoxia, Teófilo y el clero molesto quienes convocaron un sínodo en 403 y acusaron a Crisóstomo de favorecer las enseñanzas de Orígenes. El Sínodo de la Encina (Synodus ad quercum) se pronunció por la deposición de Crisóstomo.

Sin embargo al poco tiempo fue restituido por Arcadio temeroso de la ira del pueblo y porque un incidente que ocurrió en palacio la emperatriz lo atribuyó a la ira de Dios. Sin embargo la paz fue corta. Una estatua de plata que Eudoxia se hizo erigir frente a la catedral fue denunciada por Crisóstomo y una vez más fue suspendido y enviado a una región lejana en la frontera con Armenia.

Cuando el papa Inocencio supo las circunstancias de la deposición de Crisóstomo presentó su protesta pero no fue escuchado. Crisóstomo continuó escribiendo cartas que resultaban de gran influencia dentro de Constantinopla y como su vida se prolongaba más de lo deseado por sus adversarios, se determinó desterrarlo a un extremo fronterizo cerca del Cáucaso. No obstante este nunca llegó a su nuevo destino porque murió en el viaje el 14 de septiembre de 407. Sus últimas palabras fueron: Doxa to theó pantοn héneken (Gloria a Dios por todo) [Palladius, xi. 38].

Las frecuentes deposiciones de las que fue objeto en vida demuestran la influencia del poder temporal sobre la Iglesia de Oriente en dicho período, a la par de la rivalidad entre Constantinopla y Alejandría por ser reconocidas como la sede principal del Oriente. Las hostilidades entre los patriarcas de ambas urbes fueron causa de grandes sufrimientos y rupturas dentro de la Iglesia.

Las homilías de Juan Crisóstomo sobre los judíos
Durante sus primeros dos años como presbítero en Antioquía (386-387), Juan Crisóstomo denunció a judíos y cristianos judaizantes en una serie de ocho homilías entregadas a cristianos en su congregación que participaban en festividades y celebraciones judías. Se discute si el objetivo principal era específicamente judaizantes o judíos en general. Sus homilías se expresaron de la manera convencional, utilizando la forma retórica intransigente conocida como los psogos (griego: culpa, censura).

Uno de los propósitos de estas homilías era evitar que los cristianos participaran de las costumbres judías, y así prevenir la erosión del rebaño de Crisóstomo. En sus homilías Juan criticó a los "cristianos judaizantes", que participaban en fiestas y celebraciones judías como el shabat, se sometían a la circuncisión y peregrinaban a Israel. Hubo un renacimiento de la fe y la tolerancia judía en Antioquía en el 361 d. C., por lo que los seguidores de Crisóstomo y la comunidad cristiana en general estaban en contacto con los judíos con frecuencia, y a Crisóstomo le preocupaba que esta interacción alejara a los cristianos de la fe de su identidad.

Juan afirmó que las sinagogas estaban llenas de cristianos, especialmente mujeres, en los días de shabat y otras fiestas judías, porque les encantaba la solemnidad de la liturgia judía y disfrutaban escuchando el shofar en Rosh Hashaná, y aplaudían a predicadores famosos como era la costumbre de entonces. Una teoría más reciente dice que realmente lo que trató de hacer fue persuadir a los judíos cristianos, que durante siglos habían mantenido lazos con los otros judíos y el judaísmo, a que eligieran entre el judaísmo y el cristianismo. Promovió la proselitización de los judíos, y muchos de sus sermones resaltaban su necesidad de ser "salvados" de su fe corrupta. Se refería a los judíos como extraños, enfermos, idólatras, lascivos y bestias.

Debido a su alta posición en la iglesia, tanto a nivel local como dentro de la jerarquía eclesiástica mayor, sus sermones tuvieron bastante éxito en la difusión de un sentimiento antijudío. Esto provocó la introducción de legislaciones antijudías y regulaciones sociales, aumentando la separación entre las dos comunidades. A pesar de estar en un mundo diversificado, Crisóstomo y muchos otros cristianos de la época tenían el objetivo de establecer una comunidad que fuera distinta a todas las demás, y que limitara la presencia de los no cristianos. Como solo había otras dos personas ordenadas en Antioquía legalmente reconocidas como autorizadas a predicar el cristianismo, Crisóstomo pudo llegar a la mayoría de la población local, especialmente con sus habilidades en el arte de la oratoria. Como tenía un gran poder social y político en Antioquía, determinó dónde se podía ir y a dónde no ir físicamente. Con frecuencia mencionaba actos de violencia ocurridos en lugares frecuentados por judíos a fin de disuadir a los cristianos de que fueran a esos lugares.

En griego sus homilías se titulan Kata Ioudaiōn (Κατὰ Ἰουδαίων), traducidas al latín como Adversus Judaeos, y Contra los Judíos, en castellano. El primer editor benedictino de las homilías, Bernard de Montfaucon, incluyó la siguiente nota al título Adversus Judaeos: «Un discurso contra los judíos, pero pronunciado contra aquellos que fueron judaizantes y hacían ayunos con ellos [los judíos en Yom Kipur]». Como tal, se afirmó que el título original tergiversa el contenido de los discursos, los cuales muestran que los objetivos primarios de Juan Crisóstomo eran aquellos miembros de su propia congregación que continuaban observando las fiestas y ayunos judíos. Sir Henry Savile, en su edición de 1612 de las Homilías 27, Volumen 6, daba también el título: Discurso de Crisóstomo contra aquellos que eran judaizantes y observaban sus ayunos.

Según algunos estudiosos de la Patrística, la oposición a cualquier punto de vista particular a finales del siglo IV se expresó convencionalmente a través de la utilización de la forma retórica conocida como psogos, cuyas convenciones literarias consistían en vilipendiar a los opositores de manera inflexible, por lo que calificar a Juan Crisóstomo como un «antisemita» es anacrónico, e incongruente con el contexto y registro histórico. Avery Dulles retomó la argumentación de Wilken que señalaba que sería mejor llamar a esas predicaciones Homilías contra los judaizantes, ya que los principales adversarios eran los cristianos que observaban aspectos de la ley judía y celebraban las fiestas con los judíos.

Pero según otros estudiosos, la teología de Crisóstomo era claramente antijudía. El clérigo anglicano James Parkes llamó a los escritos de Crisóstomo sobre los judíos "las denuncias más horribles y violentas del judaísmo que se encuentran en los escritos de un teólogo cristiano". Según el historiador americano William I. Brustein, sus sermones contra los judíos impulsaron la idea de que los judíos son colectivamente responsables de la muerte de Jesús. Para el filósofo americano Steven Katz, las homilías de Crisóstomo son "el giro decisivo en la historia del antijudaísmo cristiano, un giro cuya última consecuencia fue promulgada en el antisemitismo político de Adolf Hitler" .

Rehabilitación, conmemoraciones y títulos
En el proceso de paulatina rehabilitación de Juan Crisóstomo cabe señalar, ya en el año 428, la institución por parte de la corte imperial de una festividad el 26 de septiembre en su honor. Posteriormente se celebró el solemne traslado y deposición de sus restos mortales en la iglesia de los Santos Apóstoles (donde yacía Eudoxia desde el año 404), el 27 de enero de 438.

Varios monasterios del monte Athos llevan su nombre. El Martirologio Romano y los sinaxarios orientales fijan la festividad de Juan Crisóstomo el 27 de enero, aniversario del retorno de sus restos mortales a Constantinopla. Se lo festeja el 30 de enero con Basilio Magno y Gregorio Nacianceno quienes, al igual que él, habían sido oradores de gran fama. En la reciente edición del calendario romano, la festividad de Juan Crisóstomo se trasladó al 13 de septiembre.

En 1568, Pío V lo declaró doctor de la Iglesia. Es uno de los cuatro doctores orientales. Por su parte, Pío X lo declaró patrono de los predicadores.

También figura en el Calendario de Santos Luterano.

Traducciones
Hay una edición de sus Obras vertidas en versión bilingüe en tres volúmenes en la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) por el helenista español Daniel Ruiz Bueno (1905-1997).

Obras
Crisóstomo, Juan (1997). Zamora, María José, ed. Sobre la vanagloria, la educación de los hijos y el matrimonio. Ciudad Nueva. ISBN 9788489651319.
Crisóstomo, Juan (1996). Zincone, Sergio, ed. Comentario a la Carta a los Gálatas. Ciudad Nueva. ISBN 9788489651142.
Crisóstomo, Juan (1997). Toribio Cuadrado, José Fernando, ed. La verdadera conversión. Ciudad Nueva. ISBN 9788489651364.


martes, 13 de noviembre de 2018

Los Padres Apologistas I

San Justino, apologeta del siglo II

Los Padres Apologistas
Como Padres apologistas se les conoce a aquellos Padres de la Iglesia que surgieron a partir de finales del siglo II d. C., cuando con la muerte de los discípulos de los apóstoles se extinguían las referencias más directas a la vida de Jesús y de los orígenes de la época apostólica. En esta etapa, los cristianos solo tenían como referencia las Escrituras y la Tradición Apostólica, y por ello lucharon para hacer frente a los peligros que amenazaban la existencia misma de la Iglesia naciente. Los Padres Apologistas se encargaron de defender el cristianismo en un momento en que, además de las persecuciones de las autoridades civiles, surgieron nuevos planteamientos teológicos por parte de gentiles y miembros de la propia Iglesia.

Los escritores sagrados, desde la muerte de esta generación, solo tuvieron el testimonio de las Sagradas Escrituras, de la Liturgia y de la Tradición mantenida en cada una de las Iglesias particulares.

Estas primeras generaciones de escritores cristianos aún vivieron en la persecución y se les conoce como Apologistas por la defensa que hacían del cristianismo frente a los paganos o gentiles y otras doctrinas de la época. Entre ellos destacan Justino Mártir, Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma, Novaciano, Tertuliano; formando la Escuela de Alejandría, Orígenes —el padre de la Teología—, Panteno, Cipriano de Cartago y Clemente de Alejandría; y, de la Escuela de Antioquía, Luciano de Antioquía.

La inclusión de unos autores, bien como apologistas, bien como padres de la Iglesia, depende más bien de criterios de estudio, que por razones generacionales

Apologetas griegos
persona que usa de la ciencia y la filosofía para respaldar el cristianismo en los siglos II y III

Los apologetas griegos son escritores del cristianismo primitivo que desde mediados del siglo ii buscaban defender la fe cristiana de las acusaciones realizadas contra ella por parte de paganos. Se trata de una reacción ante las críticas, burlas y desprecio a los cristianos por parte de autores romanos quienes catalogaban de secta al incipiente cristianismo. Por tanto, se trata de escritos dirigidos a los no cristianos con el fin de darles a conocer la fe y las costumbres de esta religión.

El tono de estos escritos es muy variado, desde el respeto y la altura intelectual de Justino hasta la abierta hostilidad o derrisión de los escritos paganos o de su filosofía, como en el caso de Hermias. En todos los casos los argumentos parten de las mismas bases jurídicas o filosóficas de la cultura romana para. Los géneros usados van desde el tratado hasta el diálogo.

También se consideran apologías de este período los escritos destinados a rechazar las críticas de los judíos.

Características
Los autores cristianos del siglo I, llamados «Padres Apostólicos» escribieron textos íntimos, dirigidos a los demás cristianos, haciendo énfasis en Dios como Padre y Creador. Pero a partir del año 130 los apologistas griegos tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las doctrinas de la filosofía para difundir el mensaje cristiano en los medios de mayor cultura y poder.

En Palabras de Quasten: La finalidad que perseguían con sus obras los Padres Apostólicos y los primeros escritores cristianos era guiar y edificar a los fieles. En cambio, con los apologistas griegos la literatura de la Iglesia se dirige por vez primera al mundo exterior y entra en el dominio de la cultura y de la ciencia. Frente a la actitud agresiva del paganismo, la palabra misionera, que era apologética sólo en ocasiones, es sustituida por la exposición predominantemente apologética, que es lo que da a los escritos del siglo ii su sello característico. En el populacho circulaban rumores soeces contra el cristianismo. El Estado consideraba la adhesión al cristianismo como un crimen gravísimo contra el culto oficial y contra la majestad del emperador. El juicio ilustrado de los sabios y el peso de la opinión de las clases más cultas de la sociedad condenaban la nueva religión por considerarla como una amenaza siempre creciente contra el imperio universal de Roma.

Los apologetas griegos se interesaban en provocar una buena acogida por parte de los intelectuales paganos al cristianismo y defender su religión de los ataques que se venían produciendo en el imperio. No se trata de escritos catequéticos sino de defensa, y por tanto, el contenido doctrinal es más bien pobre. También se descubre en ellos el interés por la conversión de sus interlocutores. Hay en estas obras información útil sobre la vida de los cristianos del tiempo.

Sin embargo, las actitudes ante la filosofía y la cultura paganas varían entre los apologetas: algunos la asumen y la valoran (Arístides, Melitón de Sardes, Justino, Atenágoras y Minucio Félix), otros la denuestan con acritud (Taciano, Hermias, Tertuliano y Arnobio) Otros se mantienen en una crítica más serena (Lactancio y Eusebio de Cesarea). Las apologías de los que defendían parte de la cultura pagana son escritos de justificación que pretenden mostrar la verdad de las ideas, vida y explicaciones cristianas frente a algunos aspectos de la filosofía helenística. En ellas se recurre a afirmaciones filosóficas provenientes del pensamiento griego aunque se les intenta dar otro sentido.

Aparecen en las apologías los temas centrales del pensamiento cristiano: la idea de Dios, la idea de creación, la concepción del hombre, el lugar del hombre en el mundo, el lugar que deben ocupar los cristianos en el Imperio. En algunas de estas apologías aparece, además, una valoración positiva del pensamiento griego, sobre todo del platónico, como antecedente o preparación para el pensamiento cristiano. Un gran acento se ponía en demostrar que los cristianos no podían ser considerados como enemigos públicos o políticos porque eran buenos ciudadanos. También criticaban con fuerza la idolatría. Su argumentación giraba en torno a demostrar tanto la veracidad de la religión cristiana como también su antigüedad (a modo de motivo de credibilidad). Para ello usaban los instrumentos propios de la retórica griega y hasta los diálogos al estilo platónico. La terminología teológica que introducen es también más griega que judaica.

Adversarios
Las apologías escritas para rechazar las críticas de los judíos, toman temas como la Antigua Alianza llevada a su cumplimiento con el cristianismo, la identificación de Jesús de Nazaret con el Mesías esperado por ellos y temas ligados a la liturgia. Esto se hacía usando el Antiguo Testamento y mostrando la interpretación propia cristiana de pasajes e historias. Los escritos realizados por intelectuales paganos así como las persecuciones desatadas por los emperadores romanos fueron otra fuente de escritos apologéticos. A raíz de la conversión de Constantino y de la asunción del cristianismo como religión de Estado en Roma, esos escritos fueron destruidos y en la mayoría de los casos lo que se ha salvado es aquello que es citado por los mismos apologetas.

Las primeras persecuciones estatales se dieron a partir del siglo I de forma esporádica y geográficamente limitada. Como no se conocían crímenes que pudieran dar lugar a condenas (circulaban acusaciones de antropofagia y de incesto debido a la naturaleza extraña de las reuniones que tenían los cristianos para celebrar la fracción del pan), se creía que el mismo nombre de «cristiano» fuera suficiente para desencadenar el castigo. Por ello, los cristianos pensaban que dirigiéndose a los emperadores podrían obtener justicia y protección. De ahí que muchos textos apologéticos estén redactados pensando en el emperador como interlocutor literario. Drobner afirma: Si el ser cristiano es motivo de condena, entonces todos los cristianos deberían ser sometidos siempre a persecución por parte del Estado y no sólo tras la presentación de una denuncia, como había sugerido Trajano en sus cartas con Plinio el Joven en el año 112. Además se debería enunciar qué clase de crimen es ser cristiano. pág. 125

Las acusaciones eran de todo tipo: impiedad, ateísmo, canibalismo e incluso infanticidio. Tácito, al tratar sobre el incendio de Roma en sus Annales y referir las acusaciones que se vertieron sobre los cristianos, habla de estos como de personas que desprecian el género humano.​ Hay también constancia de un discurso de Marco Cornelio Frontón que habría escrito contra los cristianos. Luciano de Samosata hacia el año 170 en su De morte peregrini ridiculizaba las creencias cristianas en el más allá y la caridad fraterna. Celso con su Discurso verdadero fue el más incisivo en sus críticas al cristianismo al que calificaba como un conjunto de supersticiones y fanáticos. Estas críticas y burlas continuaron con autores y personajes posteriores como Porfirio o Juliano.

Autores y obras
Dado que la mayor parte de los escritos de los apologetas eran dirigidos a los emperadores del tiempo, una forma de clasificación de los textos es seguir los períodos de los emperadores.

El primer texto apologético con el que se cuenta es el llamado Fragmento de Cuadrato, casi todo él perdido. Se trataba de un texto dedicado al emperador Adriano. El discurso A Diogneto puede ser datado en las mismas fechas. Otra apología dedicada a Adriano es la de Arístides de Atenas. Entre las que se escribieron en tiempos de Antonino Pío se cuentan la de Aristón de Pella y las dos de Justino que pide una justificación a las condenas contra los cristianos.

Taciano el Sirio escribe durante el período de Marco Aurelio haciendo una crítica a la filosofía y hasta la cultura griega. Otro apologeta del que, sin embargo, no se conservan sus escritos fue Milcíades. Atenágoras de Atenas escribe la Súplica en favor de los cristianos. Teófilo de Antioquía escribe a “Autólico” sobre la moral cristiana y refutando una a una las críticas que se daban a los cristianos. De Melitón de Sardes sólo se conserva un fragmento de su apología. Finalmente Hermias escribió un diálogo satírico sobre las contradicciones de la filosofía pagana.

Textos
Casi todos los textos mencionados pueden encontrarse en el Códice de Areta en la Biblioteca Nacional de París (llamado Codex Parisinus 451. Se trataba de un corpus apologetarum que el obispo Aretas de Cesarea mandó reunir hacia el año 914. Existe también una edición crítica con comentarios en latín realizada por Johann Karl Theodor von Otto entre 1847 y 1881, la Corpus Apologetarum Christianorum saeculi secundi. Añade las obras de atribución dudosa y las espurias.

Justino Mártir
apologista, santo y mártir de la Iglesia Católica

Justino Mártir (en latín: Iustinus Martyr; en griego: Ἰουστῖνος ὁ Μάρτυρ, Ioustinos ho martyr; Flavia Neapolis, Siria, ca. 100/114 - Roma, 162/168), también conocido como Justino el Filósofo, fue uno de los primeros apologistas griegos que escribieron en defensa del cristianismo. Inicialmente filósofo pagano, tras su conversión abrió escuela en Roma y tendió puentes con el judaísmo y el paganismo, con el objetivo de propagar la idea de que el Cristo fuera la encarnación del Logos. Su actividad en defensa del cristianismo llamó la atención del prefecto Quinto Junio Rústico, quien lo condenó a muerte junto a otros compañeros por negarse a hacer sacrificios a los dioses romanos.

Si bien la mayoría de sus obras se han perdido, los ejemplares existentes testimonian el desarrollo de la praxis y doctrina cristianas durante el siglo ii. Su Apología, dirigida a los césares, y su Diálogo con el rabino Trifón discuten la legalidad y racionalidad del cristianismo, la interpretación del Antiguo Testamento, la naturaleza de Dios a la luz de la fe y de la filosofía, el sacrificio de animales como ofrenda a Dios y otros temas. La figura de Justino combina una sincera búsqueda de la verdad,​ la audacia de dirigirse al Emperador,​ la apertura razonable a sus contrincantes, un tono de escritura vigoroso y atractivo aunque improvisado, y el testimonio final del martirio,​ todo lo cual lo convierte en el más importante apologeta cristiano del siglo II.

Biografía
Nació hacia el año 100 en la ciudad de Flavia Neapolis (actual Nablus, en Cisjordania),​ una ciudad fundada por los romanos 50 km al norte de Jerusalén para acrecentar su dominio en la zona. Aunque nacido en plena región de Samaria, provincia de Judaea, su familia era pagana y fue educado en un contexto cultural helenístico sin influencia del judaísmo. De joven, según su propio testimonio, el ansia por adquirir ciencia y conocimiento lo introdujo en el estudio de la filosofía. Se inició en la escuela estoica, pero su maestro no supo dar explicaciones sobre la esencia de Dios. Luego incursionó en la escuela peripatética, pero el maestro estaba más interesado en los pagos anticipados que en la enseñanza de la Filosofía. Los pitagóricos lo rechazaron porque antes de iniciar a alguien en su Escuela exigían el aprendizaje previo de música, astronomía y geometría. Finalmente Justino se inclinó hacia el platonismo, una escuela que lo impresionó con su teoría de las ideas y en la que profundizó sus estudios, concentrado en la metafísica y la búsqueda del Dios de la filosofía:

La consideración de lo incorpóreo me exaltaba sobremanera; la contemplación de las ideas daba alas a mi inteligencia; me imaginaba haberme hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía esperar que de un momento a otro iba yo a contemplar al mismo Dios. Porque tal es el blanco de la filosofía de Platón … Lo que siempre se ha del mismo modo e invariablemente, y es causa del Ser de todo lo demás, eso es propiamente Dios. Justino Mártir

Cierto día, entre los años 132 y 135, mientras caminaba por las playas de Éfeso, un anciano le llamó la atención hacia Cristo y los escritos de los profetas, como maestros antiguos portadores de un mensaje profundo. La tranquilidad de los creyentes ante el martirio lo convenció de que no eran, como se decía, una secta de personas entregadas al canibalismo y al placer.​ La doctrina le resultó convincente y resolvió convertirse al cristianismo, en Éfeso en tiempos de Adriano, y dedicó el resto de su vida a difundir lo que él consideraba la «verdadera filosofía». Viajó por el mundo vistiendo el pallium de los filósofos como predicador ambulante, y hacia el año 150 se instaló en Roma, donde fundó el Didascáleo romano, una escuela de pensamiento cristiano a la que asistieron Taciano e Ireneo de Lyon. Experiencia típica de una época de eclecticismo filosófico, a semejanza de otros maestros abrió su escuela sin grandes recursos, alquilando el piso superior de unos baños, donde recibía a cualquier persona ansiosa de escuchar su enseñanza de filosofía y cristianismo.​ Cabe suponer que su escuela haya sido una empresa personal, sin dependencia oficial con la jerarquía de la Iglesia, ya que no existen testimonios de que Justino haya tenido algún rol formal en la comunidad cristiana.

Autor prolífico y defensor de su fe cristiana, fue más filósofo que teólogo. De hecho, no hacía una distinción exacta entre ambas disciplinas, pues para él había una única Sabiduría revelada plenamente en el Logos, Jesucristo. Justino consideraba que el cristianismo no era una negación de la filosofía griega, sino una superación: en tanto que los filósofos habían descubierto verdades, lo habían hecho, según Justino, con el poder del Logos. En efecto, en sus escritos son muy fuertes las influencias del Platonismo Medio. Sobreviven sus obras de apologética: el Diálogo con Trifón que discute las diferencias y semejanzas con el judaísmo, y las Apologías que contestan las objeciones del paganismo. Las numerosas digresiones y repeticiones sugieren que se dejaba llevar por la inspiración del momento antes que por un plan de escritura; aun así, se caracteriza por la rectitud y sinceridad, tratando de convencer racionalmente a su adversario.​ En la vejez se coronó como mártir en la capital del Imperio junto a otros seis compañeros, al parecer debido a sus disputas con el cínico Crescencio, durante el reinado de Marco Aurelio, siendo Junio Rústico prefecto de la ciudad entre 162 y 168.

Obra
En la generación de autores cristianos anterior a Justino, los llamados «Padres Apostólicos» escribieron textos íntimos, dirigidos a los demás cristianos, haciendo énfasis en Dios como Padre y Creador. Pero a partir del año 130 los apologistas griegos como Justino tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las ideas filosóficas del movimiento de los seres para difundir la visión de un Dios que es al mismo tiempo Creador y Demiurgo.​

Actualmente se conservan tres obras auténticas de Justino: la Primera Apología, dirigida a las autoridades romanas, una Segunda Apología, que es la parte conclusiva de la Primera, y el Diálogo con Trifón. Llegan hasta el presente de forma casi completa gracias a una única copia medieval, de mediocre calidad, datada de 1364; también se conservan fragmentos antiguos de papiro romano con unas pocas líneas de sus obras, como testimonio arqueológico confirmatorio. De las demás obras del autor sólo permanecen fragmentos del texto Sobre la Resurrección, y otros fragmentos de dudosa autenticidad.

Apologías
Las Apologías de Justino, dirigidas a las autoridades, buscan explicar su visión acerca de qué es el cristianismo y por qué puede ser injusto perseguirlo. Justino exhorta al Emperador a desarrollar un juicio independiente acerca del cristianismo y abandonar la persecución, bajo el argumento de que no se los persigue por algún crimen concreto, sino tan solo por llevar el nombre de cristianos. El tono es principalmente legalista, con la intención de convencer a personas versadas en filosofía. En las frecuentes digresiones Justino trata una multitud de temas con miras a justificar el cristianismo y responder ante calumnias y acusaciones, por este motivo incluye una exposición pormenorizada de las creencias, los ritos y las costumbres de su comunidad.

Diálogo con Trifón
El Diálogo es la primera apología del cristianismo ante el judaísmo que se conserva casi en su totalidad. Es un texto extenso, de 142 capítulos, donde pone en discusión las distintas interpretaciones de la Biblia. En la introducción Justino se presenta como filósofo y como cristiano, luego la obra se desarrolla en tres partes: primero explica la interpretación que hacen los cristianos del Antiguo Testamento, luego discute la adoración del Cristo como Dios, y por último expone la idea de que los seguidores del Cristo representan al nuevo Pueblo Elegido. Difiere de las Apologías en su forma, de diálogo, y en el contenido, centrado en las interpretaciones diversas de varios pasajes bíblicos.

Influencia
La primera mención de Justino se encuentra en la Oratio ad Graecos de su discípulo Taciano, donde lo nombra como «el muy admirable Justino». Ireneo, que también oyó sus disertaciones en Roma, describe su martirio y demuestra su influjo en varios pasajes, citándole directamente en dos ocasiones.​ Tertuliano, en su Adversus Valentinianos, lo llama «filósofo y mártir», y «el primer antagonista de los herejes». Otros autores de los siglos iii a v como Orígenes y Teodoreto se inspiraron en sus ideas,​ y de hecho Eusebio de Cesarea lo trata con cierta extensión en su Historia eclesiástica (iv. 18).​

Doctrina
Dios en Justino
La principal actividad apologética de Justino fue defender la noción cristiana de Dios: buscó justificar al Dios cristiano, único y omnipotente, frente a las creencias de los paganos. Explicar el concepto de Dios era indispensable para luego avanzar con otros misterios de la fe cristiana como la encarnación.

El doble rol de Justino como cristiano y como filósofo genera dos concepciones de Dios análogas y complementarias.​ Como cristiano Justino explica un Dios que es Padre, sumo Bien, Vida, origen de las virtudes, Creador, omnisciente y omnipotente, amante del Mundo y de los hombres, y revelado por Cristo. En cambio, con lenguaje de los filósofos, Justino describe un Dios incognoscible, trascendente, inmutable, eterno, incorruptible y primer motor inmóvil: el empeño del autor está en conciliar estas dos visiones.]

Ante la idea panteísta de los estoicos, de un dios inmanente e interno al universo, el autor contrapone un Dios trascendente, o sea, que no forma parte del universo ni de la materia —sujeta al cambio y movimiento constante—, sino que es eterno e inmutable. Sin embargo, en los tres escritos que se conservan de Justino, no se encuentra un tratamiento detallado del tema de la Creación, contrapuesta a la visión platónica de la eternidad de la materia.

El Logos y los seres espirituales
El concepto del Logos, como fuerza racional vigente en el universo, era familiar para los hombres cultos del paganismo; y la utilización de esa palabra tampoco era nueva en la teología cristiana. La creatividad de Justino radica en la manera de identificar al Cristo con el Logos, como la chispa divina que aviva el intelecto en cada hombre. Esto conduce a Justino a proponer que toda verdad y virtud tengan origen en el Cristo, aun cuando la persona que actúe virtuosamente no sea cristiana.​ Por este motivo cree que la veneración del Logos sea la única actitud razonable. Es precisamente para justificar la veneración de Cristo que Justino emplea la idea del Logos,​ que es, en esencia, una unidad con el Dios Padre, aunque distinto en personalidad.​ Si el Padre es inefable y trascendente, externo al universo, el Logos encarnado sortea el abismo entre Dios y los hombres, como mediador.

A diferencia del Dios Padre no engendrado, Justino entiende al Logos como engendrado: La Palabra … por ser ella ese mismo Dios engendrado del Padre del universo.

Diálogo con Trifón LXI
Con respecto al culto de los ángeles, Justino trae uno de los primeros testimonios: considera que los seres espirituales tienen cierta relación con la materia y que pueden influir en el mundo, particularmente los demonios incitando a los hombres al mal.​ Algunos pasajes son motivo de controversia por su interpretación,​ para dilucidar en qué sentido Justino considera a los ángeles semejantes a Cristo y dignos de ser también homenajeados: [Nos llaman] ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto del Dios verdaderísimo … A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y al Espíritu Profético, les damos culto y adoramos, honrándolos con razón y verdad

Primera Apología VI
Los autores modernos sugieren no interpretar más allá de lo que el texto dice literalmente, ya que su concepción acerca de los ángeles y los demonios es análoga a la de los evangelios sinópticos.

El Espíritu Santo y la Trinidad
Justino hace muy pocas menciones del Espíritu Santo en comparación con el Logos y Dios Padre. Sus referencias pasajeras, ajenas a cualquier profundización teológica, no especifican los pormenores de la doctrina trinitaria. El Espíritu Santo en Justino se asocia principalmente a la inspiración profética.​ En un pasaje acerca de la persona que va a ser bautizada, Justino comenta: «se arrepiente de sus pecados en nombre de Dios, Padre y Soberano del universo (…) y también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de ante mano todo lo referente a Jesús.»

En cuanto a la relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, Justino manifiesta un cierto subordinacionismo. A propósito de un pasaje de la escritura en que Dios se comunica con Abraham bajo forma de tres ángeles, Justino pregunta a los judíos si conocían ese pasaje: Contestáronme ellos que lo conocían, pero que nada tenían que ver las palabras citadas con la demostración de que hay otro Dios o Señor, o de que de Él hable el Espíritu Santo (…) Voy a intentar persuadiros que, efectivamente, es aquí llamado Dios y Señor otro que está bajo el Hacedor del Universo.

Diálogo con Trifón LVI
No hay un desarrollo filosófico sobre las personas de la Trinidad, ni precisión terminológica. Su lenguaje es el de la experiencia cristiana, el de la vida de adoración, más que el de la teología. Los pocos párrafos que dedica al tema reflejan la praxis y la expresión poética, reverenciando al Padre, al Hijo y al Espíritu sin desplegar una doctrina.

Dios y el hombre
La antropología del autor muestra influjos significativos de su formación platónica. Considera que el hombre cuenta con un cuerpo material, con un alma que es la fuente de su personalidad, y con un elemento divino: un fragmento del Logos que le permite razonar y conocer la Verdad. Esto lo asemeja al pensamiento tradicional cristiano que separa al hombre en cuerpo, alma y espíritu.​ Justino postula un alma a la vez creada e inmortal, en contraposición con la teoría platónica de la existencia del alma desde la eternidad antes de nacer y la teoría aristotélica de su destrucción al momento de la muerte.​ Además Justino pregona el libre albedrío como fuente necesaria de la moralidad.

Sus conceptos antropológicos se vierten en la manera de describir la encarnación de Cristo: le describe como un verdadero ser humano además de ser realmente el Logos; sin embargo, su desarrollo no es profundo ni sistemático, y en comparación con teólogos de épocas posteriores su tratamiento del tema puede parecer algo superficial.​ Con respecto a la redención, Justino lo trata como un tema de fe más que de filosofía. Si bien adhiere a la doctrina religiosa del pecado de Adán y de que todo hombre sea capaz de deificación,​ sus conceptos filosóficos se centran en Cristo como Maestro y fuente de conocimiento. Por eso sus premisas filosóficas no pueden desarrollar profundamente una teoría de la redención. Sin embargo, afirma en repetidas ocasiones que Cristo salva al género humano por su muerte en la Cruz y su resurrección: esta afirmación sólo puede haberla recibido desde la Fe de la Iglesia primitiva, más que de la filosofía. Acerca del fin de los tiempos, Justino presenta la idea de una Segunda Venida de Cristo. No hace predicciones puntuales de cuándo va a suceder, ni se muestra ansioso. Afirma además las creencias cristianas de la resurrección de los muertos y el juicio final;​ aunque da referencias contradictorias sobre el milenarismo: si bien profesa la creencia mayoritaria de un reino de mil años de Cristo con los santos sobre la Tierra, reconoce que algunos cristianos piadosos no comparten esa idea.

La praxis cristiana
Los escritos de Justino aportan testimonios muy valiosos para comprender distintos aspectos prácticos de la comunidad cristiana en el II siglo. Concibe a la Iglesia como una sociedad sobrenatural fundada por los apóstoles en nombre de Cristo.​ Él no se percibe fundador o innovador de doctrina, sino que participa de la vida cristiana de su siglo como evolución natural de la actividad de los apóstoles del siglo I.​ Al contrario, considera que los pensamientos novedosos son de hecho herejías no heredadas de una era anterior. Señala en particular que los grupos heterodoxos llevan el nombre de su fundador (Valentinianos, Basilideanos, Marcionistas), mientras que el resto de la Iglesia no lleva el nombre de ningún fundador humano.

Se destaca su testimonio acerca de la liturgia primitiva y sus exposiciones acerca de la oración, el bautismo y la eucaristía.​ Estos ritos aparecen como una superación de los ritos paganos y como ápice de la vida cristiana.​ Acerca del bautismo, Justino resalta su relación con la remisión de los pecados. Acerca de la eucaristía, en los capítulos 65 a 67 de su Apología Justino explica los detalles del rito, en particular, afirma la unión del Logos con los elementos del pan y el vino tal que se transformen en la carne y la sangre del Logos encarnado.

En lo que respecta al canon de la Biblia, Justino hace citas del antiguo testamento en la versión griega llamada Septuaginta.​ y relata la vida de Cristo en concordancia con los Evangelios sinópticos. Muestra haber leído el Evangelio de Juan, aunque no lo cita textualmente, y tiene en gran estima las profecías del Apocalipsis. También se hace eco de las Epístolas del Nuevo Testamento. La sobriedad de sus descripciones contrasta fuertemente con los evangelios apócrifos que desarrollan toda clase de detalles novedosos o extravagantes y comienzan a ser escritos en esta época.

Martirio y veneración
En la Segunda parte de la Apología, Justino explica con sus propias palabras el poder persuasivo del testimonio del martirio: Yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las calumnias que corrían contra los cristianos; pero al ver su impavidez ante la muerte y ante todo lo que comúnmente se tiene por espantoso, me di cuenta ser imposible que fueran hombres malvados y entregados al placer. Porque ¿qué amador del placer, qué intemperante, quién que tenga por cosa buena devorar carnes humanas pudiera recibir alegremente la muerte Apología II,12.

Se conserva una narración, basada en las actas del juicio, que describe el interrogatorio por parte del prefecto Quinto Junio Rústico y la negativa de los cristianos a sacrificar en honor de los dioses.[93]​ Ante la amenaza de la pena capital, Justino le responde: «Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador». Rústico, pues los envía al suplicio y luego a la decapitación. El supremo testimonio se narra de forma muy escueta: «Los santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado, y, cortándoles allí las cabezas, consumaron su martirio en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén». Martyrium Sancti Iustini et Sociorum

Justino es venerado como santo en distintas denominaciones cristianas, incluyendo la Iglesia Católica,​ la Iglesia Ortodoxa​ y la Comunión Anglicana.​ En el rito romano de la Iglesia católica su festividad tiene lugar el 1 de junio. Antes de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II se celebraba el 14 de abril.

Arístides de Atenas
Arístides el Ateniense (también San Arístides o Marciano Arístides; griego: Ἀριστείδης Μαρκιανός) fue un autor griego cristiano del siglo II conocido principalmente como el autor de la Apología de Arístides. Su fiesta es el 31 de agosto en el catolicismo romano y el 13 de septiembre en la ortodoxia oriental.

Biografía
Se sabe muy poco sobre Arístides, excepto por la información introductoria dada por Eusebio de Cesarea y San Jerónimo. Según su relato, Arístides practicó la filosofía en Atenas, donde vivió, antes y después de su conversión al cristianismo. Eusebio escribe en su Historia Eclesiástica: «Arístides también, un fiel discípulo de nuestra religión, ha dejado una Apología de la fe dedicada a Adriano». Eusebio y Jerónimo afirman que la Apología fue entregada a Adriano al mismo tiempo que Quadratus pronunció su propia disculpa. Esto sugiere que Arístides dio su disculpa durante el reinado de Adriano (r. 117-138) como emperador de Roma, lo que apoya la teoría de que Arístides murió entre los años 133 y 134 d. C. También está respaldada por el lenguaje expreso de la Apología en la versión armenia. La única contradicción con la segunda inscripción de la versión siríaca es que dice que la Apología fue entregada al emperador Antonino Pío en el año 140. Si se entiende que fue entregada en persona por Arístides, se descartaría la fecha de la muerte de Arístides en 133-134 d. C. Se ha sugerido que Eusebio estaba confundido por el hecho de que Antonino Pío había adoptado el nombre de "Adriano" (César Tito Elio Hadrianus Antoninus Augustus Pío) y creía que era Adriano a quien se le había entregado la Apología , y además que Jerónimo nunca había leído la Apología y copió el error de Eusebio accidentalmente. Pero Jerónimo nos dice que la Apología existía en su época, y da cuenta de su contenido. El testimonio de Eusebio y Jerónimo y el texto de la versión armenia están todos a favor de que fue entregada a Adriano, probablemente alrededor de 124-125 d. C.

Su Apología es la obra apologética cristiana más antigua conservada hasta la Era Contemporánea. Otros apologistas del siglo II fueron los siguientes: San Justino Mártir, Cuadrado, Aristóteles de Pella, Taciano el Sirio, Milcíades, Apolinar de Hierápolis, Atenágoras de Atenas, Hermias, Teófilo de Antioquía y Melitón de Sardes.

Escritos
La apología de Arístides
En 1878, los mequitaristas de San Lázaro en Venecia publicaron un fragmento armenio de una apología titulada Al emperador Adriano César del filósofo ateniense Arístides a partir de un manuscrito del siglo X. La traducción armenia fue aceptada por la mayoría de los eruditos como la Apología de Arístides, perdida hace mucho tiempo; sin embargo, algunos cuestionaron su autenticidad, sobre todo Ernest Renan. En 1889, la autenticidad del fragmento se confirmó con el descubrimiento de una traducción siríaca completa de la Apología por el erudito británico Rendel Harris en el Monasterio de Santa Catalina en el Monte Sinaí. Con este nuevo descubrimiento, JA Robinson pudo demostrar que la obra de Arístides había existido de hecho y había sido editada en el libro religioso La vida de Barlaam y Josafat desde el siglo VII. Otro fragmento de la Apología que contiene dos porciones del texto original en griego fue publicado en 1922 por el Museo Británico en papiros. La Apología de Arístides es la apología cristiana más antigua que se conserva, ya que sólo existe un fragmento de la antigua apología de Cuadrato.

En la traducción siríaca de 1889, Arístides comienza su apología indicando su nombre, de dónde es y que se la está entregando a Antonino Pío. En el primer capítulo, proclama que Dios existe porque el mundo existe y que Dios es "eterno, impasible y perfecto". En el segundo capítulo, escribe que hay cuatro razas en el mundo: (1) bárbaros, (2) griegos (incluye egipcios y caldeos), (3) judíos y (4) cristianos. Luego dedica los capítulos 3 al 16 a describir los diferentes grupos de personas y cómo practican la religión. Los bárbaros (capítulos 3 al 7) adoran a los guerreros muertos y a los elementos de la Tierra, que según él son obras de Dios, por lo tanto, no saben quién es el verdadero Dios. Los griegos (capítulos 8 al 13) son los siguientes porque: "...son más sabios que los bárbaros, pero se han equivocado aún más que los bárbaros, pues han introducido muchos dioses inventados; y a algunos de ellos los han representado como varones y a otros como mujeres; y de tal manera que algunos de sus dioses resultaron ser adúlteros y asesinos, celosos y envidiosos, iracundos y pasionales, asesinos de padres, ladrones y saqueadores."

En otras palabras, Arístides llama a los dioses griegos corruptos, inmorales y culpables de ser humanos. Concluye sus capítulos sobre los griegos comentando las creencias religiosas de los egipcios, a quienes considera el pueblo más ignorante de la Tierra, ya que no aceptaban las creencias de los griegos ni de los caldeos y, en cambio, adoraban a dioses modelados a imagen de plantas y animales. Los judíos (capítulo 14) sólo son comentados de manera concisa. Arístides los elogia por su adoración a Dios como el Creador y todopoderoso, pero afirma que se han "extraviado" porque "su servicio es para los ángeles y no para Dios, en el sentido de que observan los sábados y las lunas nuevas y la Pascua y el gran ayuno, y el ayuno, y la circuncisión, y la limpieza de las carnes: cosas que ni siquiera así han observado perfectamente". En los capítulos 15 y 16, Arístides describe los mandamientos de Dios y afirma que los cristianos "andan con toda humildad y bondad, y no se encuentra falsedad entre ellos, y se aman unos a otros". Explica que "ellos le piden peticiones que son apropiadas para que Él las dé y para que ellos las reciban: y así cumplen el curso de sus vidas". Concluye la Apología en el capítulo 17 pidiendo al emperador que deje de perseguir a los cristianos y se convierta a su fe; donde termina con una hermosa descripción de la vida cristiana.

Otras obras
Se ha sugerido que Arístides es el autor de la Epístola a Diogneto. Esta teoría está respaldada por estilos de escritura similares, descripciones de cristianos, el tratamiento de los judíos, así como otras similitudes. Abbé H. Doulcet fue principalmente la voz líder de esta teoría a fines del siglo XIX. La Epístola a Diogneto se le atribuye a Justino Mártir , pero sin ninguna evidencia suficiente. A Arístides también se le atribuye un sermón sobre Lucas 23:43.

Contribución a otros autores
Relación con los contemporáneos
Arístides es el segundo apologista cristiano griego del siglo II. Su estilo de escritura y tesis son muy similares a los de Cuadrado, Aristóteles de Pella, Justino Mártir y el autor de la Epístola a Diogneto. Jerónimo sugiere que la apología de Arístides era la combinación de opiniones de filósofos de la época e imitada por Justino Mártir después. Negativamente, Celso utilizó la Apología para sus argumentos contra los judíos y "también ciertos rasgos que utilizó para burlarse de la Providencia". Sin embargo, Orígenes lo contrarrestó fácilmente.

Influencia en escritos posteriores
La Apología de Arístides fue posteriormente adaptada en la obra La vida de Barlaam y Josafat durante el siglo VII. En el libro, la Apología es contada por un filósofo pagano llamado Nachor, un personaje de la leyenda de Barlaam y Josafat. El uso desconocido de la Apología en el libro, permitió que el texto permaneciera existente todo el tiempo e influyera en la percepción cristiana del budismo. Solo con el redescubrimiento de la Apología en 1878 y 1889, reapareció en los libros de historia. Rendel Harris, JA Robinson y algunos eruditos europeos proporcionaron algunos comentarios y estudios del texto a fines del siglo XIX y principios del XX. En los últimos tiempos, ha habido poca historia revisionista sobre la Apología, a excepción de un artículo de GC O'Ceallaigh en 1958. Él sugirió que la Apología era una obra judía del siglo II y que luego fue editada por un escritor cristiano en el siglo IV para ser una apología cristiana. W. Fairweather, DW Palmer y Massey Hamilton Shepherd Jr. han utilizado la Apología de Arístides y las obras de otros apologistas para apoyar sus teorías sobre el pensamiento cristiano primitivo y los apologistas griegos del siglo II.

Melitón de Sardes
Melitón de Sardes (muerto cerca del año 180) fue un obispo, venerado como santo tanto ortodoxo como católico, es uno de los Padres de la Iglesia del siglo II que ejerció el episcopado de la ciudad de Sardes,​ cerca de Esmirna en Asia Menor. San Jerónimo, hablando del canon del Antiguo Testamento establecido por Melitón, cita a Tertuliano sobre el hecho de que fue un profeta muy estimado por los fieles. Su fiesta se celebra el 1 de abril. Aunque solo sobreviven fragmentos de sus trabajos, San Melitón fue un prolífico escritor del cristianismo primitivo. A juzgar por las listas de sus trabajos preservadas por Eusebio y san Jerónimo. Escribió una célebre apología del cristianismo que envió a Marco Aurelio.​

San Melitón listó el primer canon cristiano del Antiguo Testamento, conteniendo casi exclusivamente los libros protocanónicos a excepción del Libro de Ester. De esta forma, representaba casi el mismo canon usado por los Judíos y la mayoría de los Protestantes. Melitón no incluía los otros libros deuterocanónicos usados por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Iglesia Copta y otras iglesias cristianas.

Su obra Peri Pascha ("Homilía de Pascua")​ es un texto que fue reconstruido de fragmentos en la década de 1930. El orden en que los fragmentos fueron ensamblados es una posible reconstrucción. Queda claro según Eusebio que San Melitón celebraba la Pascua el día catorce de Nisán, en lugar de al domingo siguiente (Eusebio, Historia Ecclesiastica 5.24), por lo que se le consideraba cuartodecimano (que celebraba la Pascua el 14 de Nisán en lugar de al domingo siguiente). Esta homilía, si no se contextualiza, puede parecer antisemita y ha sido objeto de mucha controversia.

Parece ser que San Melitón creía en el reino milenario de Cristo en la Tierra. Escribió contra la idolatría apoyándose en las enseñanzas de los Padres para condenarla (cf. Apología a Marco Aurelio Antonio de San Melitón). Presentó paralelos elaborados entre el Antiguo Testamento (como el molde) y el Nuevo Testamento (como la verdad que rompe el molde) en una serie de Eklogai, seis libros de extractos de la Ley y los Profetas presagiando a Cristo y el cristianismo; un pasaje citado por Eusebio contiene el famoso canon del Antiguo Testamento de Melitón.

Orígenes, en una nota breve, relata que San Melitón se adscribía corporalmente a Dios, y creía que la semejanza de Dios se preservaba en el cuerpo humano. La nota es muy breve como para saber exactamente a qué podría haberse referido San Melitón.

En una carta de Polícrates de Éfeso al Papa Víctor I cerca del año 194, mencionada por Eusebio de Cesarea (Historia Ecclesiae libro V, 24) dice: «Melitón el eunuco fue enterrado en Sardes.»

La reputación de San Melitón como escritor permaneció durante la Edad Media: muchas obras fueron adscritas pseudoepigráficamente a él.

Atenágoras de Atenas
Atenágoras (s. II) fue un filósofo cristiano de Atenas, según se lee en el título de su Apología.

Vida
Apologista cristiano de la segunda mitad del siglo II, de quien sólo se sabe que fue un filósofo ateniense y un converso al cristianismo. De sus escritos sólo se han conservado dos piezas genuinas: su “Apología” o “Embajada por los Cristianos” y un “Tratado sobre la Resurrección”. Las únicas alusiones a él en la literatura cristiana primitiva son las citas acreditadas de su “Apología” en un fragmento de San Metodio de Olimpo (m. 312) y los detalles biográficos poco confiables en los fragmentos de la “Historia Cristiana” de Felipe de Side (c. 425). Puede ser que sus tratados, circulando anónimamente, fueron en un tiempo considerados como la obra de otro apologista. Sus escritos atestiguan su erudición y su cultura, su poder como filósofo y retórico, su fina apreciación del temperamento intelectual de su época, y su tacto y delicadeza al tratar con los poderosos oponentes de su religión.

Escritos
Hacia 177-178 compuso Atenágoras una Súplica en favor de los cristianos, escrito que envió a los emperadores Marco Aurelio Antonino y su vástago Lucio Aurelio Cómodo, «arménicos, sarméticos y, lo que es máximo título, filósofos». En dicha Súplica defiende a los cristianos de las tres principales acusaciones que contra ellos se lanzaban desde la parte pagana: ateísmo, antropofagia e incesto. Desde las primeras frases, la Apología se hace notar por la moderación y por la cortesía de sus expresiones. Es una pieza maestra por su alto vuelo literario, por la lealtad de su argumentación y por la vasta erudición que en ella revela el autor. Su composición es clara y metódica, la fraseología redonda y rica en ideas, el razonamiento firme y vigoroso, el estilo sobrio, hasta rozar a veces la sequedad, pero siempre preciso. El conjunto de todo este escrito revela al verdadero filósofo y al maestro que discute según las reglas. En ella, a una habilidad dialéctica, mayor que la demostrada por San Justino en sus escritos, se añade una actitud más benévola y comprensiva, con respecto a la filosofía, que la demostrada por Taciano, contemporáneo suyo.

Escrita en vísperas de las matanzas de Lyon, la Apología contiene párrafos verdaderamente conmovedores como éste: ¿Tal vez aquellos que toman como máxima de su vida el comamos y bebamos, que mañana moriremos,... deberán ser considerados como personas pías? ¿y a nosotros se nos mirará como gentes impías, nosotros que estamos convencidos de que la vida presente dura poco y tiene poco valor, nosotros que estamos animados por el solo deseo de conocer al Dios verdadero y a su Verbo, de saber cuál es la unión del Hijo con el Padre; qué es el Espíritu; cuál es la unión y la distinción de estos tres términos unidos entre sí: el Espíritu, el Hijo, el Padre; nosotros, que sabemos que la vida que esperamos será la más grande de cuantas puedan pensarse, con tal de que dejemos el mundo limpios de toda culpa y amemos a los hombres hasta tal punto de no amar solamente a los amigos? Todavía una vez más, nosotros que somos tales y que llevamos una vida digna para evitar el juicio ¿tendremos que pasar por ser tenidos como impíos? XII

Lógica, aunque siempre respetuosa, es la conclusión: "Todo el Imperio goza de una paz profunda; solamente los cristianos son perseguidos, ¿por qué? Si se nos puede convencer de crimen, aceptamos el castigo; pero si somos perseguidos sólo por el hecho de llevar un nombre, entonces apelamos a vuestra justicia".

Otra obra que poseemos de Atenágoras es el tratado Sobre la resurrección de los muertos, ya anunciada al final de su Apología (cap. 36 y 37). En un estudio reciente R. M. Grant ha intentado probar que no es obra de Atenágoras, sino un escrito poco anterior al año 310, que pertenecería a la literatura origenista. El códice de Aeta, del año 914, sin embargo, dice expresamente que es obra de Atenágoras y la pone inmediatamente después de la Apología. El dogma en ella defendido es uno de los que los paganos admitían con mayor dificultad, como ya aparece en el discurso de San Pablo en Atenas (Act 17, 16-34), mientras para los cristianos, atribulados por el dolor y la persecución, resultaba uno de los más caros: la resurrección de los muertos. Es una discusión clara y fácil, dirigida a los filósofos, que se mantiene siempre en el terreno de la pura dialéctica.

Doctrina
Monoteísmo de Atenágoras
Pretende, ante todo, demostrar la unicidad de Dios, frente al pluralismo politeísta de los paganos. Con este fin se empeña en demostrar, por vía especulativa, la unidad de Dios, atestiguada por los profetas. Sus argumentos tal vez no alcancen la precisión de una filosofía técnica, pero indudablemente ofrecen una sólida base de reflexión. En Atenágoras aparecen ya algo desarrolladas las primeras pruebas racionales de la existencia de Dios. La prueba favorita para él la constituye el orden del mundo. En el cap. 16 de su Súplica expone sus puntos de vista sobre el orden cósmico, atribuyendo la hermosura del mundo al Creador al considerar la naturaleza corruptible de lo creado; argumento reforzado en el cap. 22 al rechazar las mitologías paganas y por la comparación que establece entre el mundo y un navío, que, por muy perfecto que sea, necesita de un piloto que lo conduzca. A partir de Atenágoras esta prueba de la existencia de Dios por la vía del orden y del fin, aparece reproducida en todos los apologistas cristianos, aunque con diversos matices.

Sobre la Trinidad
Atenágoras es un excelente expositor de la fe en la Trinidad Santa. En él encontramos también los primeros intentos de explicación científica de la Trinidad. Algunos han pretendido acusarle de subordinacionismo, pero no creemos que haya fundamento serio para tal aserto. Con mayor nitidez que los demás apologistas del s. II, afirma la unidad y la igualdad de las tres divinas Personas. Parece temerario tildar de subordinacionista a un autor que, en pleno s. II, esto es, mucho antes del concilio de Nicea, escribe en su Apología: «Así. pues, suficientemente queda demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios... ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre ya un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el poder?» (Súplica, X). En su obra Súplica a favor de los cristianos, Atenágora predica que Dios Padre es el único Dios, perfecto e increado, y que su Verbo no se creó de la nada ni nació como un el hijo de una criatura, sino que procede de Dios, y es eterno con Él.

1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz (cf. 1 Tm 6,16; 1 Jn 1,7), de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede.

2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo (cf. Jn 1,1-3; 10,30. 38; 17,21-23), en una unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y Verbo del Padre.

3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir "hijo de Dios", lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr 8,22; Col 1,15; Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas la materia era informe, como una tierra inerte y estaban mezcladas los elementos más gruesos con las más ligeros, para ser sobre ellas idea y operación.

4. Concuerda con nuestra doctrina el Espíritu profético: "El Señor, dice, me estableció principio de sus caminos para sus obras" (Pr 8,22). Y a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que hablan proféticamente, decimos que es una emanación de Dios (cf. Sb 7,5; Si 43,4), emanando y volviendo a Él, como los rayos del sol.

5. ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? Y no se para aquí nuestra doctrina teológica, sino que decimos existir una muchedumbre de ángeles y ministros, a quienes Dios, Creador y Artífice del mundo, por medio del Verbo que de él viene, distribuyó las funciones, confiándoles el cuidado de los elementos, de los cielos, del mundo y lo que en él hay, y de su buen orden.

Sobre el matrimonio
Interesante es también la doctrina de Atenágoras sobre el matrimonio y sus fines. Para él la procreación es el primero y el último fin del matrimonio. «Al modo que el labrador echada la semilla en la tierra, espera a la siega y no sigue sembrando, así, para nosotros, la medida del deseo es la procreación de los hijos» (Súplica, XXXIII). En otros textos Atenágoras muestra la lucha que el cristianismo primitivo hubo de sostener para defender el derecho a la vida de las criaturas antes de nacer. Contra los paganos, que acusaban a los cristianos de cometer crímenes en sus funciones de culto, escribe: «Nosotros afirmamos que los que intentan el aborto cometen homicidio y tendrán que dar cuenta de él a Dios; entonces, ¿por qué razón habríamos de matar a nadie?... No, nosotros somos en todo y siempre iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos» (Súplica, XXXV). Acérrimo defensor de la indisolubilidad del matrimonio, lleva su doctrina hasta el extremo de creer que ni siquiera la muerte puede disolver el vínculo matrimonial. En consecuencia, para él las segundas nupcias son «un adulterio decente».

Juicio crítico
Tal vez menos original que San Justino y Taciano, conviene hacer resaltar que él señala indudablemente un momento importante en la historia de las relaciones entre el cristianismo y la filosofía. Platónico de mentalidad, hace resaltar las concordancias que existen entre razón y fe. En sus discursos toma de la filosofía su método y sus formas, pero como buen filósofo cristiano procura mantener un sano equilibrio entre razón y fe. A pesar de su liberalismo filosófico y a pesar de la tentativa de una demostración racional de la fe, Atenágoras atribuye exclusivamente a la Revelación el conocimiento sólido y completo de la verdad: para llegar a Dios hay que «aprender de Dios a conocer a Dios» (Súplica, VII). Su teología resulta más clara y más lógica que la de otros apologistas de su época. No cabe duda de que con Atenágoras se da un paso importante hacia la ciencia teológica, hacia las relaciones serenas y fecundas entre el mundo de la fe y el de la razón. No sabemos hasta qué punto merece crédito la noticia de Felipe de Side, que hace de Atenágoras el jefe de la escuela teológica de Alejandría, pero, en cierto modo, este ateniense recuerda el pensamiento cristiano alejandrino. 

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