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Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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martes, 28 de enero de 2020

La Sacramentología I: La Cena del Señor II

Gérard de Lairesse - La institución de la Eucaristía

Eucaristía
celebración cristiana
La eucaristía (del griego εὐχαριστία, eucharistía, acción de gracias), llamada también santo sacrificio,​ cena del Señor,​ fracción del pan, comunión, santísimo sacramento, santos misterios o santa cena, según la tradición de las iglesias católica, ortodoxa, copta, anglicana, metodista, presbiteriana, adventista y algunas denominaciones luteranas, considerado como un sacramento, es el cuerpo y la sangre de Jesucristo bajo las especies de pan y vino.

Los elementos de la eucaristía son el pan sacramental y el vino sacramental que se consagran en un altar y se consumen a partir de entonces. Los comulgantes, aquellos que consumen los elementos, pueden hablar de "recibir la eucaristía", así como de "celebrar la eucaristía". Los católicos creen que por la consagración las sustancias del pan y el vino en realidad se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo (transubstanciación) mientras las apariencias (o "especies") del pan y el vino permanecen inalteradas. Los luteranos creen que el cuerpo y la sangre de Cristo están realmente presentes "en, con y bajo" las formas del pan y el vino (consubstanciación). Los cristianos reformados creen en una presencia espiritual real de Cristo en la eucaristía. La teología eucarística anglicana afirma universalmente la presencia real de Cristo en la eucaristía.

En la Iglesia católica, en las Iglesias ortodoxas, copta y en la Iglesia anglicana, la eucaristía se considera la fuente y culmen de la vida de todo cristiano. De acuerdo al catecismo de la Iglesia católica la eucaristía representa un signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la vida eterna.

Terminología
El Nuevo Testamento fue originalmente escrito en idioma griego y el sustantivo griego εὐχαριστία (eucharistia), que significa "acción de gracias", es mencionado algunas veces en este, mientras que el verbo griego relacionado εὐχαριστήσας se encuentra varias veces en los relatos del Nuevo Testamento de la Última Cena,​ incluyendo el primer relato más antiguo:

Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias (εὐχαριστήσας), lo partió diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.»

El término εὐχαριστία (eucharistia) aparece como rito en la Didaché (documento de finales del siglo I o principios del II), y por Ignacio de Antioquía (que murió entre 98 y 117) y por Justino Mártir (Primera Apología escrita entre 155 y 157).​ Hoy en día, "la Eucaristía" es el nombre todavía usado por los ortodoxos orientales, católicos, anglicanos, presbiterianos y luteranos. Otras denominaciones protestantes rara vez usan este término, prefiriendo "Comunión", "La Cena del Señor" o "Partición del Pan".

Teología de la eucaristía
Se pueden considerar cinco cosas principales que han sido objeto de la reflexión teológica acerca de la eucaristía: la institución del sacramento, la eucaristía como sacrificio incruento, la eucaristía como presencia real de Cristo, la eucaristía como comunión y la eucaristía como prenda de la gloria futura.

Institución del sacramento
La teología católica considera a la eucaristía como un sacramento instituido por Jesucristo durante la Última Cena.

La Iglesia católica afirma que la institución de la eucaristía por Jesucristo, tal como lo relatan los evangelios sinópticos, se realizó cuando tomando en sus manos el pan, lo partió y se los dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Del mismo modo, tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía. Cfr. Mateo 26:26-29; Marcos 14:22-25; Lucas 22:19-20; 1 Cor 11:23-26

Ahora bien, esto se dio, según los relatos evangélicos en un contexto amplio:
  • Cena Pascual: según los evangelios sinópticos la institución se da en el transcurso de la cena pascual (Mateo 26:17-25; Marcos 14:12-21; Lucas 22:7-18).
  • La Iglesia católica entiende que la eucaristía fue prefigurada ya en el Antiguo Testamento, especialmente en la cena pascual, celebrada por los judíos, donde consumían pan sin levadura, carne de cordero asada al fuego y hierbas amargas.
  • Los elementos principales de la celebración de la Pascua judía se encuentran en los siguientes textos bíblicos: Ex 12:1-8; Dt 16; Lv 23:5-8; Nm 28:16-25.
  • San Pablo considera la muerte de Jesús en cruz en clave pascual: «Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado» (1Cor 5:7). Lo mismo hace San Juan Evangelista al aplicar a Cristo la frase referida al Cordero Pascual: «no se le quebrará hueso alguno» (Éxodo 12:46) en Juan 19:36.
  • La Pasión. En el relato de la institución de la eucaristía, Jesús anuncia su propia muerte violenta: habla de «mi cuerpo, que será entregado», «el cáliz de mi sangre, que será derramada».
  • Servicialidad mutua. De acuerdo con el relato del evangelista Juan, antes de la cena Jesús lavó los pies a sus discípulos y mandó a todos ellos que siguieran ese ejemplo de servicialidad (Juan 13:1-20), amándose como él los amó (Juan 15:12).
Eucaristía como sacrificio
La Iglesia católica cree que en la eucaristía se hace presente («se re-presenta») el mismo y único sacrificio que Cristo hizo en la cruz de una vez para siempre, se perpetúa su recuerdo a través de los siglos y se aplica su fruto.

La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo... El memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado... estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos [...] para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

El sacrificio de la cruz y el sacrificio de la eucaristía son un único sacrificio, ya que tanto en uno como en otro, Cristo es el sacerdote que ofrece el sacrificio y la víctima que es ofrecida. Se diferencian solo en la forma en que se ofrece el sacrificio. En la cruz Cristo lo ofreció en forma cruenta, y por sí mismo, y en la Misa en forma incruenta y por ministerio de los sacerdotes.​ "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio."

Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.[24]​ En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales. El sacrificio de la misa, no añade nada al sacrificio de la cruz sino que hace presente sacramentalmente en nuestros altares el mismo y único sacrificio del Calvario.​ Por tanto en el sacrificio de la misa se hace presente («se re-presenta») el mismo y único sacrificio de la cruz.

En los Padres de la Iglesia
La Didaché, el escrito más importante de los Padres apostólicos, hace la siguiente advertencia: «Reuníos el día del Señor y romped el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio (thusía) sea puro».

San Ignacio de Antioquía (f. hacia 107) indica el carácter sacrificial de la eucaristía tratando, en un mismo texto, de la eucaristía y el altar; y el altar como sitio donde se ofrece el sacrificio (thusiastérion): «Tened, pues, buen cuidado de no celebrar más que una sola eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz para la reunión de su sangre, y uno solo el altar, y de la misma manera hay un solo obispo con los presbíteros y diáconos».

San Justino Mártir (f. hacia 165) considera como figura de la eucaristía aquel sacrificio de flor de harina que tenían que ofrecer los que sanaban de la lepra. El sacrificio puro profetizado por Malaquías, que es ofrecido en todo lugar, no es otro —según el santo— que «el pan y el cáliz de la eucaristía».

San Ireneo de Lyon (f. hacia el 202) enseña que la carne y la sangre de Cristo son «el nuevo sacrificio de la Nueva Alianza», «que la Iglesia recibió de los apóstoles y que ofrece a Dios en todo el mundo». Lo considera como el cumplimiento de la profecía de Malaquías.

Tertuliano (f. después de 220) designa la participación en la solemnidad eucarística como «estar junto al altar de Dios», y la comunión como «participar en el sacrificio».

San Cipriano (f. 258) enseña que Cristo, como sacerdote según el orden de Melquisedec, «ofreció a Dios Padre un sacrificio, y por cierto el mismo que había ofrecido Melquisedec, esto es, consistente en pan y vino, es decir, que ofreció su cuerpo y su sangre». «El sacerdote, que imita lo que Cristo realizó, hace verdaderamente las veces de Cristo, y entonces ofrece en la iglesia a Dios un verdadero y perfecto sacrificio si empieza a ofrecer de la misma manera que vio que Cristo lo había ofrecido».

San Ambrosio (f. 397) enseña que en el sacrificio de la misa Cristo es al mismo tiempo ofrenda y sacerdote: «Aunque ahora no se ve a Cristo sacrificarse, sin embargo, Él se sacrifica en la tierra siempre que se ofrenda el cuerpo de Cristo; más aún, es manifiesto que Él ofrece incluso un sacrificio en nosotros, pues su palabra es la que santifica el sacrificio que es ofrecido».

En la Edad Media
Pedro Lombardo afirma en el libro de Sentencias: «lo que es ofrecido y consagrado por el sacerdote se llama sacrificio y oblación porque es memoria y representación del verdadero sacrificio y de la santa inmolación hecha en el altar de la cruz. Una sola vez murió Cristo y en ella se inmoló a sí mismo; pero es inmolado cada día en el sacramento, porque en el sacramento se cumple la memoria de cuanto ha sido realizado una sola vez».

Santo Tomás de Aquino resuelve distintas objeciones al carácter sacrificial de la Eucaristía, continuando la doctrina de los Padres y afirmando la identidad del sacrificio eucarístico con el realizado por Cristo en la cruz.

En la Reforma Protestante
Hasta la Reforma Protestante, en dieciséis siglos de cristianismo, nunca se había dado un ataque directo a la doctrina del sacrificio eucarístico.

Martín Lutero afirma que, dado que el hombre solo es justificado por Dios a través de la fe y no de las obras, la misa es una obra humana más sin mayor eficacia que el de aumentar la fe. El sacrificio de Cristo es uno solo y la misa es un don recibido, no una ofrenda sacrificial que podamos dar a Dios. Por ello, abolió el canon romano y las misas privadas, dejando solo el recuerdo de la Cena.

Ulrico Zwinglio, partiendo también del hecho de que el sacrificio de Cristo es único, afirma que la misa es solo un recuerdo del sacrificio, una garantía de la redención que nos obtuvo el Señor.

Juan Calvino afirma no solo la unicidad del sacrificio, sino también del sacerdote que excluye cualquier sucesor o vicario. Las últimas ediciones de su libro Institución de la religión cristiana admiten que la misa sea sacrificio pero de alabanza y acción de gracias, nunca de propiciación

Recientemente algunos reformadores han vuelto a considerar la teología del sacrificio eucarístico y en los documentos teológicos elaborados entre católicos y luteranos o anglicanos hay diversas posiciones más o menos cercanas, aunque todavía no comunes.

En la Contrarreforma
La Iglesia católica, abordó, en el Concilio de Trento, la controversia con los protestantes sobre el carácter sacrificial de la Misa. Sus definiciones fueron aprobadas en la sesión XXII (17 de septiembre de 1562). El Concilio menciona que las mismas se basan en «esta antigua fe, fundada en el sacrosanto Evangelio, en las tradiciones de los Apóstoles y en la doctrina de los Santos Padres».

Concilio de Trento.
Algunas de sus definiciones fueron:
  • la Misa es un verdadero y propio sacrificio que se ofrece a Dios;
  • dicho sacrificio es representación y memorial del sacrificio hecho en la cruz por Cristo, por el que su eficacia saludable se aplica para la remisión de los pecados;
  • el oferente y el ofrecido tanto en la misa como en la cruz es el mismo Jesucristo. La diferencia está dada porque en la cruz el ofrecimiento fue cruento y en la misa incruento y porque en la cruz Cristo hizo el ofrecimiento por sí mismo, y en la misa, por ministerio de los sacerdotes;
  • se trata de un sacrificio visible, como según el Concilio exige la naturaleza humana;
  • su institución fue realizada por Cristo mismo, cuando dijo: «haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19; 1 Cor 11,24).
En el magisterio reciente
Pío XII en la encíclica Mediator Dei, retoma la doctrina tridentina del sacrificio eucarístico:
  • su institución
  • su carácter de verdadera renovación del sacrificio de la cruz.​ A este respecto recordará:
-la identidad del sacerdote y la víctima (Jesucristo)
-la diferencia en el modo de su ofrecimiento (cruento e incruento). Sobre este punto menciona: la divina sabiduría ha hallado un modo admirable para hacer manifiesto el sacrificio de nuestro Redentor con señales exteriores, que son símbolos de muerte, ya que, gracias a la transustanciación del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo, así como está realmente presente su cuerpo, también lo está su sangre; y de esa manera las especies eucarísticas, bajo las cuales se halla presente, simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre. De este modo, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que, por medio de señales diversas, se significa y se muestra Jesucristo en estado de víctima.
Mediator Dei, n. 89
  • la identidad de fines del sacrificio de la cruz y del eucarístico: la glorificación de Dios, la acción de gracias,​ la propiciación por nuestros pecados y los de todo el género humano, vivos y difuntos y la impetración de la gracia y bendición de Dios.
  • el valor infinito del sacrificio divino.
la necesidad de la colaboración de los fieles en el sacrificio eucarístico. Sin embargo, sobre este punto remarcó la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y el sacerdocio ministerial, conferido por el sacramento del Orden Sagrado.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, puntualizó: Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera. Sacrosanctum concilium, n. 47

San Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei subraya la ofrenda de la Iglesia como parte del sacrificio: la Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él. [...] Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz. Pues cada misa que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino también por la salvación de todo el mundo. Mysterium fidei, n. 4

El mismo Papa, en el Credo del Pueblo de Dios, expresó: Nosotros creemos que la misa que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Credo del Pueblo de Dios, n. 24

San Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, mencionó que en la eucaristía: está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. Ecclesia de Eucharistia, n. 11

El Catecismo de la Iglesia Católica​ ha rescatado todos los elementos que se han ido recorriendo, exponiéndolos de esta manera: La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción litúrgica. Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.​ Solo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor. En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales. Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.

Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis​ se ha expresado así: Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo, como se lee en la primera Carta de San Pedro (cf. 1,18-20). Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la humanidad.
Sacramentum caritatis n. 10

Eucaristía como presencia real
La Iglesia católica cree que "Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo verdadero, real y sustancial: con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino. Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente."

Además afirma "que por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación." Esta conversión se opera en la plegaria eucarística con la consagración, mediante la eficacia de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. Sin embargo, permanecen inalteradas las características sensibles del pan y del vino, esto es las «especies eucarísticas». Doctrina que emerge de los evangelios sinópticos, Jesús al decir "Este es mi cuerpo", afirma que el pan es su cuerpo y no una representación de su cuerpo.

Y señala que "la presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas" y que "Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo" ​

Por ello, al creer que la Eucaristía es el cuerpo y la sangre de Cristo, se le debe rendir el culto de latría, es decir la adoración reservada a Dios, tanto durante la celebración eucarística, como fuera de ella. La Iglesia, en efecto, conserva con la máxima diligencia las Hostias consagradas, las lleva a los enfermos y a otras personas imposibilitadas de participar en la Santa Misa, las presenta a la solemne adoración de los fieles, las lleva en procesión e invita a la frecuente visita y adoración del Santísimo Sacramento, reservado en el Sagrario.​ En virtud de esto, entiende que la eucaristía se destaca del resto de los sacramentos ya que mientras ellos tienen la misión de santificar, en la eucaristía se halla el autor mismo de la santidad.

Las Iglesias de Comunión Anglicana, sostienen que el pan y el vino una vez consagrados, son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sin analizar qué pasa con las substancias primarias, simplemente en las palabras del Señor Jesús: «Este pan es mi Cuerpo», «este vino es mi sangre», por eso se le considera, Jesucristo Sacramentado, Presencia Real del Señor Jesús en el Sacramento del Altar.

Las iglesias metodistas, siguiendo a la tradición anglicana de la cual proceden, sostienen una presencia real de Cristo en la Eucaristía, pero dejan los detalles al misterio. La iglesia luterana, por su parte, confiesa que en el sacramento el cuerpo y sangre de Cristo subsiste junto con los elementos de pan y vino, denominándose esta teoría «consustanciación». La mayoría de iglesias reformadas (bautistas, algunos pentecostales, etc.), creen que el pan y el vino no cambian y solo utilizan la eucaristía como una rememoración de la Última Cena.

En los Padres de la Iglesia
Según el Catecismo de la Iglesia católica, los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar la conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo. A continuación algunos ejemplos:

San Ignacio de Antioquía (f. entre 98 y 117) expresa su fe en distintas cartas escritas a las comunidades cristianas rumbo a su martirio: «Se abstienen (los docetas) de la Eucaristía y de la oración , porque no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, que sufrió por nuestros pecados y que el Padre, por su bondad, resucitó.».[82]​ «Procurad serviros provechosamente de la única Eucaristía: una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para la unidad de su sangre».

Justino Mártir (f. entre 162 y 168) en su Apología Primera escribe: «Y este alimento se llama entre nosotros Εὐχαριστία [Eucaristía], del cual nadie puede participar sino el que cree que las cosas que enseñamos son verdaderas , y que ha sido lavado con el bautismo para remisión de los pecados. y para la regeneración, y que vive de la manera en que Cristo lo ha ordenado. Porque no los recibimos como pan común y bebida común; pero de la misma manera que Jesucristo nuestro Salvador, habiendo sido hecho carne por la Palabra de Dios , tuvo carne y sangre para nuestra salvación , así también se nos ha enseñado que la comida que es bendecida por la oración de su palabra, y de la que se nutre nuestra sangre y carne por transmutación, es la carne y la sangre de ese Jesús que se hizo carne. Porque los apóstoles , en las memorias escritas por ellos, que se llaman Evangelios , así nos han entregado lo que les fue encomendado; que Jesús tomó pan, y habiendo dado gracias, dijo: Haced esto en memoria de mí, esto es mi cuerpo; y que, de la misma manera, tomando la copa y habiendo dado gracias, dijo: Esto es mi sangre; y se lo dio a ellos solos. (Lucas 22:19)»

San Ireneo de Lyon (f. hacia 200): «Así como el pan terreno recibiendo la invocación de Dios no es ya el acostumbrado pan, sino la Eucaristía, compuesta de dos elementos, terreno y celeste, así también nuestros cuerpos recibiendo la Eucaristía no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección».

San Ambrosio (f. 397): «Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela».

San Juan Crisóstomo (f. 407): «Cuánta gente dice hoy: ‘Querría ver a Cristo en persona, su cara, sus vestidos, sus zapatos’. ¡Pues bien, en la eucaristía es a él al que ves, al que tocas, al que recibes! Deseabas ver sus vestidos; y es él mismo el que se te da no sólo para verle, sino para tocarlo, comerlo, acogerlo en tu corazón».

En la Edad Media
En el Medioevo la reflexión fue más rica en matices debido al influjo de la escolástica. Hubo tendencias de realismo exagerado de tipo físico: la carne de Cristo en la eucaristía sería absolutamente la misma que tuvo tras su encarnación y la Misa sería un caso de antropofagia querida por Dios. A los seguidores de esta línea se les llamó «cafarnaitas».​

Pascasio Radberto (785-865) fue un teólogo carolingio y abad de Corbie, cuya obra más conocida e influyente fue De Corpore et Sanguine Domini (escrita entre 831 y 833), la cual es una exposición sobre la naturaleza de la Eucaristía. En esta, Pascasio está de acuerdo con Ambrosio al afirmar que la Eucaristía contiene el verdadero cuerpo histórico de Jesucristo. Según Pascasio, Dios es la verdad misma y, por lo tanto, sus palabras y acciones deben ser verdaderas. La proclamación de Cristo en la Última Cena de que el pan y el vino eran su cuerpo y la sangre debe tomarse literalmente, ya que Dios es la verdad. Por tanto, el cree que realmente se produce la transubstanciación del pan y del vino ofrecidos en la Eucaristía. Sólo si la Eucaristía es el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo, el cristiano puede saber que es salvífica. También se abrió paso la teología del símbolo sacramental que distinguía entre la presencia del cuerpo y de la sangre del Señor tras su encarnación y el modo de su presencia sacramental. Berengario de Tours fue todavía más allá subrayando de manera extrema el simbolismo. La Iglesia católica en diversos sínodos condenó la posición de Berengario y se le obligó a suscribir profesiones de fe algunas de las cuales se iban al otro extremo.​

Hay que esperar al siglo XIII para una reflexión teológica más equilibrada. De manos principalmente de santo Tomás de Aquino se abre paso la afirmación de la presencia real y sacramental. Con la ayuda de la filosofía aristotélica –en especial la distinción entre sustancia y accidentes– se elabora la teología de la «transubstanciación». Tomás de Aquino trata teológicamente del tema en la tercera parte de la Summa Theologiae, cuestiones 75 a 77;​ y de manera espiritual y con lirismo en los himnos que es bastante probable que haya compuesto para la misa de Corpus Christi, solemnidad instituida por el papa Urbano IV tras el milagro de Bolsena. ​En el IV Concilio de Letrán se consagra la terminología escolástica: « Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contiene verdaderamente en el sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, después de transustanciados, por virtud divina, el pan en el cuerpo y el vino en la sangre…».[93]​ También en el II Concilio de Lyon: « El sacramento de la Eucaristía lo consagra de pan ázimo la misma Iglesia Romana, manteniendo y enseñando que en dicho sacramento el pan se transustancia verdaderamente en el cuerpo y el vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo».

John Wyclif rechaza la teoría de santo Tomás de Aquino de la transubstanciación. Él no acepta la desaparición de la sustancia del pan y del vino ni tampoco la permanencia de los accidentes sin sujeto de inhesión. Para él la presencia de Cristo en la Eucaristía es sacramental o en signo, de manera virtual. Estas proposiciones fueron condenadas por los Concilios locales de Oxford, Canterbury y Londres de 1382. Estas condenas fueron ratificadas en el Concilio ecuménico de Constanza.

En la Reforma
Todos los reformadores coincidieron en que Cristo no permanece en el pan y vino consagrados terminada la Misa, que no debe ser adorado en los mismos, y que por lo tanto no deben ser guardados. Sin embargo, ellos mantuvieron significativas diferencias entre sí:
Lutero siempre afirmó la presencia real de Cristo, aunque desechó por completo el dogma de la transustanciación, por considerarlo una «sofisticada especulación» En su postura, el pan y el vino no dejan de ser tales, sino que el Cuerpo y Sangre de Cristo están juntamente con ellos. Se ha llamado a esta teoría «consustanciación» o «impanación» aunque él nunca la ha llamado por estos nombres.

Zuinglio, Karlstadt y Ecolampadio afirmaban una presencia meramente simbólica.​ Calvino admite una cierta presencia («virtus spiritualis») durante la celebración de la cena pero relacionada con la fe. Los anabautistas consideraron que la realidad del cuerpo y la sangre de Cristo en la celebración de la Cena no está determinada por una transubstanciación, sino porque la comunidad cristiana es el cuerpo de Cristo. que efectivamente comparte un mismo alimento; y es su sangre porque cada integrante de la comunidad cristiana también ama como Cristo amó, hasta entregar la vida por los demás.​ Así el vino y el pan que se parte en la Cena, son unión comunitaria con la sangre de Cristo y participación de su cuerpo, de manera que los que comparten el mismo alimento son un solo cuerpo I Cor 10:16-17, del cual Cristo es cabeza Ef 1:22-23 Col 1:18.

En la Contrarreforma
El tema se abordó en la sesión XIII del Concilio de Trento en el año 1551, donde se aprobó el Decreto sobre la Santísima Eucaristía.

El propósito del Concilio fue presentar la doctrina católica, rebatiendo las proposiciones de los reformadores. Según sus definiciones, la presencia de Cristo en el sacramento no es en signo o figura (Zuinglio, Ecolampadio), ni virtual (Calvino),[105]​ sino que queda fijada de esta forma: «en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero».

Distinguió entre presencia «natural» y «sacramental», según el Concilio tan real como la primera: «Porque no son cosas que repugnen entre sí que el mismo Salvador nuestro esté siempre sentado a la diestra de Dios Padre, según su modo natural de existir, y que en muchos otros lugares esté para nosotros sacramentalmente presente en su sustancia, por aquel modo de existencia, que si bien apenas podemos expresarla con palabras, por el pensamiento, ilustrado por la fe, podemos alcanzar ser posible a Dios y debemos constantísimamente creerlo. En efecto, así todos nuestros antepasados, cuantos fueron en la verdadera Iglesia de Cristo que disertaron acerca de este santísimo sacramento, muy abiertamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este tan admirable sacramento en la última Cena, cuando, después de la bendición del pan y del vino, con expresas y claras palabras atestiguó que daba a sus Apóstoles su propio cuerpo y su propia sangre». Con esto evitó el super-realismo (cafarnaitas) y el simbolismo espiritualista (Berengario, Zuinglio, Ecolampadio).

Además definió la presencia en cada una de las dos especies, contra todos los reformadores, que defendían la comunión bajo las dos especies. Y el carácter permanente de esta presencia, contra los que la negaban fuera de la comunión. Afirmó la validez del término «transustanciación», contra todos los reformadores, que negaban la validez del término y su significado. Finalmente, extrae las consecuencias prácticas de lo anterior: culto de adoración eucarístico, distribución de la eucaristía a los enfermos fuera de la misa, reserva de la eucaristía terminada la celebración.

En el magisterio reciente
El Papa Pío XII en la encíclica Mediator Dei reafirmó la presencia real y el culto eucarístico​ y en la encíclica Humani Generis condenó las posturas teológicas que hablaban de presencia simbólica.

El Concilio Vaticano II, según comenta José Aldazábal, no le dedicó ningún documento, solo un capítulo de la Constitución Sacrosanctum Concilium, mientras el Concilio de Trento dedicó nada menos que tres sesiones para tratar el tema de la Eucaristía. Sin embargo, según puntualiza este autor, lo interesante de este Concilio es que todo él está lleno de alusiones a la Eucaristía como centro del misterio eclesial.​ Asimismo, continúa, como fruto de las enseñanzas del Concilio, se ha recuperado una visión conjunta de todos los aspectos del sacramento. Por ejemplo, la presencia real y el culto, acentuados como punto central, habían hecho pasar a un segundo plano la celebración y la comunión de los fieles. Asimismo, una idea de sacrificio desligada de la categoría de memorial, había acentuado la separación entre las dos dimensiones de «sacrificio» y «sacramento».​

Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei re-propuso las líneas principales de la teología tridentina y afirmó los diversos modos de presencia de Cristo en su Iglesia, privilegiando el eucarístico. Asimismo, en el Credo del Pueblo de Dios manifestó: «Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que, el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros bajo las especies sacramentales del pan y del vino, como el mismo Señor quiso, para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su Cuerpo místico».

San Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia, subrayó que «la Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única. Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza».

Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis comenzó la misma expresando: «Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor "más grande", aquel que impulsa a "dar la vida por los propios amigos" (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús "los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos « hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!».

Eucaristía como comunión
Del latín communĭo, el término comunión hace referencia a participar en lo común.​

Según comenta Joan M. Canals, «la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II ha restaurado la participación activa de los fieles en la celebración», «la oración ante la presencia santa es plegaria de comunión con Cristo y con los hermanos expresada en solidaridad y caridad». El Catecismo de la Iglesia Católica expresa que «La Iglesia es "comunión de los santos": esta expresión designa primeramente las "cosas santas" ["sancta"], y ante todo la Eucaristía, "que significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo" (LG 3)»​

En los Hechos de los Apóstoles, se relata la experiencia de la primera comunidad cristiana, que une la celebración de la fracción del pan a sus compromisos de comunión hasta la condivisión de los bienes: «Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (…) Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.»

En la época patrística también encontramos muestras de la relación entre Eucaristía y la unión de la comunidad cristiana. Recordemos esta cita de san Ignacio de Antioquía: «Procurad serviros con fruto de la única Eucaristía; una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz por la unidad de su sangre, uno el altar como uno el obispo con los presbíteros y diáconos, mis cofrades, a fin de que todo lo que hagáis lo hagáis según Dios».​

Santo Tomás de Aquino subraya que la gracia de la Eucaristía es la «unidad del Cuerpo Místico», la comunión con Cristo y entre nosotros, la unidad del pueblo cristiano. A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica afirma los siguientes frutos o efectos de la comunión:
  • La comunión acrecienta la propia unión con Cristo.
  • La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante", conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
  • La comunión separa del pecado.
  • Fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales.
  • Preserva de futuros pecados mortales.
  • La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.
  • La comunión entraña un compromiso en favor de los pobres.
Eucaristía como prenda de la gloria futura
Según el evangelio de San Juan, Cristo ha prometido la vida eterna a los que lo reciben en este sacramento:

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Juan 6:54-56.

En una antigua oración se dice: ¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura! Del Oficio de Corpus Christi. En la oración citada se menciona un orden de tiempo, tres perspectivas: presente («el alma se llena de gracia»), pasado («memorial de su pasión») y futuro («prenda de la gloria futura»), que es el objeto de esta sección.

Según comenta Josep M. Rovira Belloso, «la fuerza de la Eucaristía consiste en anticipar la presencia de Cristo, término final de toda historia humana. Más aún, nos impele hacia aquel final que solamente llegará con la colaboración de la libertad responsable de los seres humanos. Para poder ser anticipación, el sacramento está arraigado en Cristo: desde este futuro absoluto, que se encuentra "en la derecha del Padre", Cristo es Señor del tiempo. La Eucaristía es, por tanto, anticipación de la plenitud divina, que nos ha prometido y que esperamos con fe. Es el advenimiento incoado de esa plenitud. El Señor ha querido anticipar entre sus amigos su presencia y su gracia».​

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía (...)mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo». «De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2)».​

Elementos de la Eucaristía
Pueden mencionarse la materia utilizada, la forma en que se realiza la misma, el ministro que la lleva a cabo y los participantes de la misma.

Materia
Se debe usar pan de trigo y vino de vid.

En la Instrucción general del Misal Romano se confirma para el rito latino el uso del pan ácimo (sin fermentar), el cual debe ser de confección reciente.​ Los orientales han usado y usan pan fermentado, lo cual es aceptado como válido por la Sede Romana.​ Para los fieles que padecen la enfermedad celíaca, la Iglesia ha normado la elaboración de hostias «con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan».​ Asimismo se ha dispuesto que «el fiel celíaco que no pueda recibir la comunión bajo la especie del Pan, incluido el pan con una mínima cantidad de gluten, puede comulgar bajo la sola especie del Vino». El sacerdote que padece esta enfermedad, y no puede tolerar ni una mínima cantidad de gluten no puede celebrar individualmente, pero sí, con permiso del Obispo, concelebrar con otros sacerdotes y comulgar él solamente bajo la especie del vino, aunque no puede presidir la concelebración.

El vino para la celebración eucarística debe ser «del producto de la vid» (cfr. Lc 22, 18), natural y puro, es decir, no mezclado con sustancias extrañas. Se mezcla con un poco de agua, de acuerdo a una costumbre antiquísima que según algunos documentos se remonta al mismo Jesucristo. El agua alude al agua y la sangre que salieron del costado de Cristo tras la lanzada (cf. Jn 19 34) y a la unión del pueblo cristiano con Cristo. Para los sacerdotes que por motivos de salud, no pueden tomar vino ni aun en mínimas cantidades, está previsto, con permiso del Obispo, usar mosto, es decir «el zumo de uva fresco o conservado, cuya fermentación haya sido suspendida por medio de procedimientos que no alteren su naturaleza (por ejemplo el congelamiento)».

Forma
La Iglesia Católica cree que el pan se convierte en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor en el momento más solemne de la misa llamado consagración. En él, el sacerdote relata la escena de la institución del sacramento y repite las palabras usadas por Jesús, «esto es mi cuerpo», «esta es mi sangre», «haced esto en conmemoración mía», mencionadas anteriormente. La Iglesia enseña que «la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre».

En oriente se presta más atención a la epíclesis como mecanismo de consagración. Sin embargo, en las primeras anáforas, especialmente en Egipto, podría haber habido más una comprensión del proceso que un enfoque en un momento específico de consagración.

Ministro
Solo el presbítero y el obispo válidamente odenado pueden celebrar válidamente la Eucaristía. Según la Instrucción general del Misal Romano,​ varios ministros pueden celebrar conjuntamente la Eucaristía. A este acto se le llama concelebración, y según este documento, en ella «se manifiesta provechosamente la unidad del sacerdocio y del sacrificio, como también de todo el pueblo de Dios».

La misma está mandada:
  • en la ordenación del obispo y de los presbíteros
  • en la bendición de un abad
  • en la misa crismal (Misa en que el Obispo bendice los óleos el Jueves Santo)
También –siempre según el mismo documento- es recomendada para:
  • la misa del Jueves Santo
  • la misa que se celebra en los concilios, en las reuniones de obispos y en los sínodos
  • la misa conventual
  • la misa principal que se celebra en las iglesias y en los oratorios.
  • las misas que se celebran en cualquier tipo de reuniones de sacerdotes, tanto seculares como religiosos
  • en la ordenación del Diácono
Participantes
Si bien solo el sacerdote válidamente ordenado puede realizar la consagración, la Iglesia enseña que la Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana», «compendio y suma de nuestra fe», el canon 230 del derecho canónico en su párrafo tercero ha establecido que donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden los laicos suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión según la prescripción del derecho.

De acuerdo con la doctrina de la Iglesia católica recibir la Eucaristía en estado de pecado mortal es un sacrilegio y solo aquellos que se encuentren en estado de gracia, es decir, sin pecado mortal alguno, pueden recibirla. Basándose en 1 Cor 11:27-29 afirma lo siguiente: "Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave (pecado mortal) que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental".

La Iglesia insta a sus fieles de participar de la misma todos los domingos y fiestas de precepto, y de recibir al menos una vez al año la comunión sacramental y recomienda vivamente a los feligreses recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días, pero siempre en estado de gracia.

La celebración eucarística se da en el contexto de una reunión. La Iglesia cree que a la cabeza de la misma está Cristo mismo, que es el actor principal. Como representante suyo, el obispo o presbítero preside la asamblea «in persona Christi capitis» («en la persona de Cristo Cabeza»). Todos los fieles tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo «Amén» manifiesta su participación. También recordaremos nuevamente aquí que «la Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él»; «Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia».

Desarrollo del rito
En la Primera Apología de Justino Mártir (cc.LXV-LXVII) se describe la celebración eucarística con las siguientes partes: liturgia de la palabra, homilía, oración de los fieles, abrazo de la paz, presentación de los dones y plegaria eucarística, comunión eucarística, comunión de bienes.

«65. Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo y pronuncia una larga oración de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen... Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman "ministros" o "diáconos" dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre el que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes. 66. Y este alimento se llama entre nosotros "Eucaristía", de la que nadie es lícito participar, sino el que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que cristo nos enseñó... cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: "Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo". E igualmente tomando el cáliz y dando gracias, dijo: "Esta es mi sangre", y que sólo a ellos les dio parte. 67. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acción de gracias y todo el pueblo exclama diciendo "amén". Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes».

A partir del siglo III los testimonios acerca de la celebración de la Eucaristía son cada vez más claros, sea en relación con el esquema celebrativo que permanece sustancialmente el propuesto por Justino, sea por los numerosos textos de plegarias eucarísticas para la celebración. Tales textos contienen una verdadera catequesis teológica y de fe sobre la Eucaristía. En el libro de las Constituciones apostólicas se indica el orden de la celebración: liturgia de la palabra, oración de los catecúmenos y abrazo de la paz (los catecúmenos se retiran), presentación de los dones, anáfora o plegaria eucarística, comunión, oración después de la comunión, oración de bendición y despedida.

La plegaria eucarística consta de los siguientes elementos:
  1. Acción de gracias que se expresa en el prefacio.
  2. Aclamación de alabanza del pueblo con el sanctus.
  3. La epíclesis para pedir la intervención del Espíritu Santo que transformará el pan en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor.
  4. La narración de la institución con las palabras consacratorias.
  5. El memorial o anámnesis del misterio pascual de Cristo.
  6. La ofrenda de la Iglesia a través y junto con la víctima sagrada.
  7. Las peticiones e intercesiones por los vivos y muertos.
  8. La doxología final que glorifica a Dios.
En algunas iglesias protestantes o evangélicas se bendicen los alimentos, se toman los elementos de la mano de ancianos o diáconos, se leen los pasajes donde es instituida, se participa y termina con oraciones de adoración y acción de gracias.


domingo, 26 de enero de 2020

La Sacramentología I: La Cena del Señor I

Un fresco del siglo III en las Catacumbas de San Calixto, interpretado por el arqueólogo Joseph Wilpert, que muestra a la izquierda a Jesús multiplicando los panes y los peces, símbolo de la consagración eucarística, y a la derecha una representación del difunto, que a través de la participación en la Eucaristía ha obtenido la felicidad eterna

Sacramento
ritual sagrado reconocido como de particular importancia en el cristianismo
En el cristianismo, un sacramento es un signo eficaz de la gracia divina, instituido por Cristo y confiado a la Iglesia, por los cuales se realiza un acto ritual mediante el cual el creyente manifiesta su relación con Dios y es dispensada la vida divina. Las diversas corrientes cristianas discrepan sobre los actos que deben considerarse sacramentos, así como sobre las formalidades de los mismos.

Etimología
El vocablo sacramento proviene del latín sacramentum, con el cual en las traducciones más tempranas del griego al latín se buscó traducir el griego mystērion (μυστήριον).

Morfológicamente, sacramentum es una derivación del verbo sacrare ('hacer santo') mediante el sufijo denominalizador -mentum (instrumental, "medio para"), esto es, sacramentum equivale gramaticalmente a 'instrumento para hacer santo'. Este vocablo se usaba a la llegada del cristianismo a Roma para designar un juramento de los soldados romanos de servicio incondicional al ejército imperial. En cuanto a mystērion, refiere a lo que hoy en día llamamos con la palabra 'misterio' o con 'místico'. El griego bíblico, hace referencia a "lo que, estando fuera de la comprensión natural, puede ser conocido solo por revelación divina".

Iglesias Católica, Ortodoxa y Copta
Los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica, ortodoxa y copta— son signos sensibles y eficaces de la gracia invisible de Dios a través de los cuales se otorga la vida divina, es decir, ofrecen al creyente el ser hijos de Dios. Según el catolicismo, la ortodoxia y el coptismo fueron instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia.

En total las Iglesias católica, ortodoxa y copta, reconocen siete sacramentos, en orden:
  • Sacramentos de iniciación cristiana
  1. Bautismo: con él se perdona el pecado original. Es un sacramento indeleble, posee carácter sacramental, con lo cual no puede ser reiterado.
  2. Eucaristía: También llamada comunión, en ella, tras la consagración del pan y el vino, se toma el cuerpo y la sangre de Cristo. Normalmente se comulga bajo la Hostia consagrada, aunque en ocasiones especiales se puede comulgar bajo las dos especies. La comunión puede ser administrada por obispos, presbíteros, y diáconos.
  3. Confirmación: En ella se recibe al Espíritu Santo y el confirmando reafirma su Fe en Dios y se compromete a llevar una vida como cristiano. Ha de ser impartida por un obispo y en caso de necesidad, este nombra a un sacerdote de forma excepcional. Es un sacramento indeleble, posee carácter sacramental, con lo cual no puede ser reiterado.
  • Sacramentos de curación
  1. Reconciliación o Penitencia: Consiste en el arrepentimiento verdadero de los pecados, presentados a Dios, el cual, perdona por intercesión del sacerdote u obispo. En casos extremos se puede recibir la absolución colectiva, siempre y cuando si se supera esta situación, se acuda a un presbítero u obispo para recibir el sacramento de la reconciliación de forma individual.
  2. Unción de enfermos: Se administra a toda aquella persona con problemas de salud o en peligro de muerte. Consiste en la unción con el santo crisma sobre la frente y manos, de forma que se le concede una gracia especial eficaz para fortalecerlo y reconfortarlo en su enfermedad, y prepararlo para el encuentro con Dios.
  • Sacramentos de servicio
  1. Orden Sacerdotal: En él, ciertos varones se consagran a Dios y hacen votos de pobreza, obediencia y castidad. Es un sacramento indeleble, posee carácter sacramental, con lo cual no puede ser reiterado.
  2. Matrimonio. Unión indisoluble de varón y mujer.
Los sacramentos se administran en distintos momentos de la vida del católico, No son un símbolo, sino, por el contrario, son un Signo Visible de la presencia de Dios y abarcan por entero, desde el bautismo (que se suele administrar a los niños) hasta la unción de los enfermos (que antes del Concilio Vaticano II se aplicaba solo a los que estuvieran en peligro de muerte). Mientras la totalidad de los sacramentos pueden ser administrados por el obispo, solo cinco de los siete sacramentos pueden ser administrados por un presbítero. Los diáconos por su parte solo pueden administrar el bautismo y el matrimonio. El bautismo, en ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier laico, o incluso no católico, que tenga la intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, según la opinión de la mayoría de los teólogos de rito latino en el sacramento del matrimonio los ministros son los mismos contrayentes, sin embargo prácticamente la totalidad de los teólogos de rito oriental y una importante minoría de los de rito latino rechaza esta tesis.

En el caso de la Ortodoxia (Iglesia ortodoxa) y del Coptismo (Iglesia Copta) bautismo, confirmación y eucaristía (en ese orden) se administran a los niños durante el primer año de vida. Los niños siguen recibiendo la eucaristía sin condición previa hasta que tiene uso de razón, desde este momento deben confesarse antes de acceder a la Eucaristía. El Matrimonio es administrado por el sacerdote. Al contrario de la Iglesia Católica por lo regular a los diáconos no se les permite administrar sacramentos en estas iglesias.

Iglesias protestantes
Iglesia Anglicana
La Iglesia Anglicana solo acepta los dos sacramentos que según dicha iglesia están claramente presentes en los evangelios, el bautismo y la eucaristía. Sobre otros sacramentos existen debates y diversas posturas teológicas, y reciben el nombre de "sacramentos menores". Respecto a esto es menester saber que la Iglesia Anglicana está dividida en tres partes: «Iglesia alta» o «Anglocatólica» surgida del Movimiento de Oxford a principios del siglo XIX sector que acepta y practica los siete sacramentos o actos de fe que nos relacionan con el Dios de la creación, la «Iglesia baja» o sector que por mantener posturas calvinistas rechaza que estos actos de fe, definidos por la Iglesia con sustentación bíblica, se llamen sacramentos, y la Iglesia liberal que considera que todos los sacramentos son puramente simbólicos. Por eso, no para toda la Iglesia Anglicana solo existen dos sacramentos, para muchos anglicanos en el mundo, los sacramentos son siete.

Luteranos
El luteranismo considera a los sacramentos como base esencial de la religión. En las Confesiones de Augsburgo de 1530, primera exposición oficial de sus principios, dice que los sacramentos son «ritos basados en un mandamiento o precepto de Dios y a los que se ha añadido la promesa de gracia». Apoyado en ese principio las Confesiones de Augsburgo y su Apología, establecen que "los verdaderos sacramentos" son tres:
  1. Bautismo
  2. Eucaristía
  3. Confesión y Absolución
Iglesias Presbiterianas
Los sacramentos reconocidos por las Iglesias Presbiterianas son solo dos:
  1. Bautismo
  2. La santa cena
El bautismo
La Iglesia Presbiteriana considera el bautismo como el acto por medio del cual los creyentes testifican su fe por medio de una profesión pública. Según esta iglesia, con el bautismo los creyentes no solo son admitidos en la Iglesia Visible y dentro de la Familia de Dios, sino que a través de dicho acto reciben la señal y el sello del Pacto de Gracia y de este modo, expresan que han experimentado en su encuentro personal con Cristo, el lavamiento o regeneración que opera el Espíritu Santo en el interior de sus vidas. El elemento externo que se usa para este acto es el agua común y la forma y práctica para administrarlo, tanto a los niños como a los adultos, es por aspersión o efusión. Se administra en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La Santa Cena
Para la Iglesia presbiteriana es el sacramento, que expresa la redención de Jesucristo y uno de los medios de gracia para la nutrición espiritual y testimonio de los creyentes acerca de su unión con Cristo, como el nuevo Pueblo de Dios; unión sellada con el Nuevo Pacto, a través de su sangre.

Según la Iglesia presbiteriana, este sacramento fue instituido directamente por Jesucristo la noche en que fue entregado a sus enemigos. Se utilizan dos elementos, el pan y el vino. Siendo el pan, pan común, a criterio de cada iglesia. Aunque algunas iglesias prefieren usar pan u obleas sin levadura, quedando en libertad para hacerlo. En cuanto al vino, usan preferentemente jugo auténtico de uva; pudiendo usar también vino de consagrar.

Iglesias evangélicas
En las iglesias del cristianismo evangélico, adhiriéndose a la doctrina de la Iglesia de creyentes, hay dos ordenanzas que son el bautismo del creyente (por inmersión en agua) y la comunión.​ Algunas denominaciones bautistas y pentecostales también practican el lavatorio de los pies como una tercera ordenanza.

Iglesia Adventista
La Iglesia Adventista del Séptimo Día reconoce dos ritos, que no considera sacramentos:
  • El bautismo
  • La Cena del Señor.
El bautismo
Los Adventistas del Séptimo Día practican el bautismo de los creyentes por inmersión completa, en forma similar a los Bautistas. Argumentan que el bautismo requiere consentimiento por entendimiento, y responsabilidad moral. De manera que los bebés solamente son dedicados al Señor, que en realidad es un símbolo de la gratitud a Dios por el bebé, por parte de los padres, la comunidad e Iglesia, y de su compromiso de criar al niño en el amor de Jesús. Los Adventistas del Séptimo Día creen que el bautismo es un nuevo nacimiento hablando espiritualmente, testifican su muerte al pecado y de su intención de caminar en una vida nueva. El bautismo es símbolo de la unión con Cristo, del perdón de los pecados, y de la recepción del Espíritu Santo y es contingente sobre una afirmación de fe en Jesús y un arrepentimiento de pecados evidente, es una declaración pública del compromiso de la vida del individuo y su entrega a Jesús; por lo tanto comienza una nueva vida en el Señor.

Cena del Señor
Los Adventístas del Séptimo Día practican la Cena del Señor (conocida en otras denominaciones como eucaristía), la cual es un servicio abierto, basado en el informe de San Juan capítulo 13. El servicio incluye una ceremonia de lavamiento de los pies y la participación de la Cena del Señor que consiste de panes sin levadura y jugo de uva no fermentado.

Otras confesiones
Sociedad Religiosa de los Amigos (Cuáqueros)
La Sociedad Religiosa de los Amigos (Cuáqueros) no reconocen ningún sacramento, de acuerdo al principio que la inspira de comunicación directa de cada creyente con Dios.

Testigos de Jehová
Los testigos de Jehová reconocen un solo sacramento, el bautismo. Sin embargo, ellos no utilizan la expresión sacramento para referirse al bautismo, ni lo consideran un rito.

Solo pueden bautizarse aquellos que tienen capacidad de elegir y comprender qué simboliza el bautismo. Por tanto, no bautizan a los recién nacidos. Hay una serie de pasos previos antes del bautismo:
  1. Conocimiento: se debe adquirir un conocimiento de las enseñanzas fundamentales de la Biblia. (Juan 17:3)
  2. Obediencia: evidencia de obedecer los principios de la Biblia.
  3. Arrepentimiento: sentir pesar por haber violado los principios bíblicos. Implica un cambio de actitud hacia cierta acción o conducta pasada.
  4. Conversión: El arrepentimiento lleva a volverse a Dios. Esto se hace público mediante obras propias del arrepentimiento. (Hechos 26:20)
  5. Dedicación y Bautismo: Dedicación significa apartar algo para un propósito sagrado. El voto de dedicación se expresa en oración privada a Dios. Es la promesa solemne a Jehová Dios de dedicar la propia vida a cumplir su voluntad; servir a Dios ocupará siempre el primer lugar. Cuando la persona se bautiza, da prueba pública de su dedicación a Jehová Dios. El bautismo es un símbolo que indica que la persona que se somete a la inmersión en agua se ha dedicado incondicionalmente a Jehová Dios mediante Jesucristo. (Compárese con Mateo 16:24.) Al ser sumergido y luego levantado del agua, el que se bautiza muere figurativamente respecto al derrotero que hasta entonces ha seguido en la vida y es levantado a un nuevo modo de vivir, para hacer sin reservas la voluntad de Dios. (Compárese con Romanos 6:4-6.)
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
El único sacramento reconocido por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es:

La Santa Cena: para los Santos de los Últimos Días, la Santa Cena es el Sacramento y la ordenanza de tomar el pan y el agua en memoria del sacrificio expiatorio de Cristo. El pan partido representa su cuerpo quebrantado; el agua representa la sangre que derramó Jesucristo al expiar nuestros pecados.

Sacramentos de la Iglesia católica
rituales que los católicos ven como signos efectivos de la obra de Dios: bautismo, crismación o confirmación, eucaristía, reconciliación, orden sagrado, matrimonio y unción de los enfermos

En la teología católica, los sacramentos de la Iglesia son siete signos sensibles y eficaces de la gracia divina, los cuales habrían sido instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia católica para otorgar mediante ellos la vida divina a los fieles, obra interior y espiritual de Dios en las almas.

Los siete sacramentos corresponden a momentos importantes de la vida cristiana y simbólicamente la abarcan por entero, distinguiéndose en sacramentos de iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía), sacramentos de curación (penitencia y unción de enfermos) y sacramentos de servicio a la comunidad (matrimonio y orden). ​Estos sacramentos son reconocidos también por la Iglesia ortodoxa y la Iglesia copta. La mayoría, solo pueden ser administrados por un sacerdote. El bautismo, en ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier seglar, o incluso no cristiano, que tenga la intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, en el sacramento del matrimonio los ministros son los mismos contrayentes y se compone de dos personas.

«Sacramento» en el Nuevo Testamento
El primer término teológico que los Padres usaron para designar en general los ritos cristianos fue el de mysterion. El término latino sacramentum es una traducción de aquel (según consta también en la Vulgata, que casi invariablemente traduce la palabra griega por sacramentum).

Al parecer, la expresión viene del ambiente judío y no del griego (donde indicaba tanto la divinidad como sus «secretos»)​ y se relaciona con deliberación, consejo, designio hacia la salvación o el juicio final. En el Evangelio se usa en Mc 4, 11 y sus textos paralelos: «los misterios del Reino de Dios», es decir, la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven: esta salvación es ofrecida por Cristo por medio de su sacrificio en la cruz.

En las cartas de san Pablo el término mysterion aparece unas 21 veces. Indicaría el plan salvífico secreto de Dios que se ha realizado definitivamente en Cristo, dando lugar al período considerado como final de la historia (ya que no se espera una nueva revelación o alianza) y que consiste en la recapitulación (ανακεφαλαιωσις[nota 2]​) de todas las cosas en Cristo. Así, incluye a Cristo, pero también cuánto realizó por salvar a los hombres y por ende su cuerpo místico que es la Iglesia. Con base en esto, la Iglesia católica reinterpreta estos pasajes bíblicos como que, en la medida en que los gentiles participan de esta salvación y de la Iglesia, aceleran la plenitud final de la salvación. Además, se interpreta que el "mysterion" o sacramento son los signos y prodigios que realizan la voluntad divina de que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia, actualizando el signo y prodigio fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte y Resurrección.

Sacramento en la patrología
Patrología griega
En los siglos I y II
En los escritores de los siglos I y II la palabra μυστεριον (mysterion) se reservará a «hecho de salvación». Para san Ignacio de Antioquía, mysterion son los hechos salvíficos de la vida de Cristo. San Justino aplica mysterion, además, a las figuras y profecías del Antiguo Testamento (y compara los ritos cristianos con los mysteria de las religiones mistéricas). San Ireneo de Lyon no usa la palabra para evitar confusiones con el gnosticismo.

En el siglo III (Padres alejandrinos)
Se llama mysterion a la relación oculta entre imagen y arquetipo que es revelada al iniciado por medio de una enseñanza (mystagogia). Así, se aplicó a los ritos cristianos y a los hechos salvíficos siempre teniendo presente el designio de Dios por la salvación de los hombres y las figuras que la liturgia ofrece para significarlos. Clemente de Alejandría usa mysterion para indicar los ritos de culto, sean estos paganos o cristianos. Orígenes usa el término con un sentido platónico, es decir, como símbolo o tipo de la historia de la salvación en cuanto Cristo está presente en toda ella. A Orígenes se debe una definición de signo que será utilizada en teología sacramental por san Agustín: «signo es una realidad sensible que enlaza con una realidad invisible».

En el siglo IV y V
Debido a la decadencia del paganismo, el término mysterion se fue popularizando, pues ya no cabía la posibilidad de confusión con los cultos gnósticos. San Atanasio da al término el sentido de un designio salvífico que se realizó en el pasado y se celebra en la liturgia. Tanto Basilio el Grande como Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno subrayan la intervención divina en el mundo, que es también una elevación de la realidad mundana. Así, el mysterion del designio de salvación se distribuye en los tres hechos principales de esa elevación: la Encarnación, Pentecostés y la Eucaristía. Juan Crisóstomo usa con frecuencia la palabra «mysterion» para referirse a los ritos cristianos. Cirilo de Jerusalén lo identifica con el acto de salvación realizado por Dios por medio de Cristo que se celebra en la liturgia. Por ello, sus catequesis mystagógicas son una introducción del fiel a la vivencia de los principales ritos: el Bautismo, la Unción y la Eucaristía.

Con Pseudo Dionisio Areopagita, tal identificación de mysteria con los ritos propios de la Iglesia se vuelve sistemática. En primer lugar, define mysterion como las acciones rituales que por medio de la invocación de la Iglesia al Espíritu Santo, la gracia salvadora de Dios, actúan sobre las personas o cosas. Luego distingue tres aspectos de mysteria:
  1. Las consagraciones (Bautismo, Comunión y Unción).
  2. Los consagrantes: obispo, sacerdote y diácono.
  3. Los consagrados: inferiores, purificados, terapeutas o monjes.
Patrología latina
En el siglo III
En el norte de África se popularizó la traducción «sacramentum» para la palabra mysterion, aunque también se usó la voz latinizada «mysterium». Tertuliano, partiendo de la noción jurídica que la expresión «sacramentum» tenía en la cultura romana (un juramento de fidelidad con carácter religioso), lo aplicó al Bautismo, pues, según su criterio, en el Bautismo se realiza un pacto entre Dios y el bautizado. Pero también aunó la noción griega de mysterion, aplicándola a los demás ritos cristianos. Cipriano de Cartago asumió estos sentidos, dándoles un alcance eclesial al introducir la relación del bautizado con el obispo .

En los siglos IV-V
En este período, la expresión «sacramentum» era empleada con el mismo sentido de mysterion relacionado con los actos de culto de la Iglesia. Ambrosio de Milán amplió el alcance de la expresión con reflexiones que encontraron poco eco en sus contemporáneos: entendía sacramentum como los hechos de la historia de la salvación y encuentro con Jesucristo.

Agustín de Hipona utiliza el término sacramentum para significar los ritos tanto del pueblo elegido como de la Iglesia. También lo usa para indicar las figuras o signos del Cristo en el Antiguo Testamento y finalmente para aludir al «depósito de la fe». También emplea la palabra mysterium para significaría la respuesta a las autoridades y las fuerzas armadas y de las autoridades del ejército en lo escondido, lo oculto de acuerdo con el sentido griego antiguo. Sin embargo, desarrollará una amplia teología del signo de algo sagrado aunque con gran influencia de su filosofía platónica: su reflexión se empleará luego en la teología sacramental. Reconoce que tales signos sagrados han de tener un elemento material y una palabra que los completa y que permite la aplicación de la idea de memorial del culto hebreo. Así, luego ofrece una definición en su carta a Januario (carta 55) donde relaciona el sacramento con una conmemoración.

Quien se hace garante de la eficacia de tales sacramentos, según Agustín, es Cristo mismo a través de los ministros del culto.

La disputa de Agustín con los donatistas le ofrecerá la oportunidad de establecer una nueva distinción por la que se separa la validez de un sacramento de su eficacia (el bautismo de los donatistas sería válido pero no daría la gracia de la fe). En teología, luego se llamará «signum» (signo) al elemento externo válido y «res» a la gracia concomitante. Los autores posteriores (León I el Magno, Gregorio Magno) trataron mysterium y sacramentum como sinónimos, dándoles el alcance general que tenían en la teología griega.

Sacramento en la escolástica
Durante la primera Edad Media y tras las invasiones germánicas, la filosofía neoplatónica que servía de base a la reflexión de los Padres fue perdiendo influencia. La noción de mysterion se empezó a aplicar solamente para la verdad revelada que exige un asentimiento de fe. El término sacramento quedó para indicar un signo concreto por el que Dios actúa. En la medida en que la noción de signo perdió consistencia ontológica para trasladarse al nivel de pura referencia, se produjeron problemas para la correcta comprensión del dogma acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Así, se hizo necesaria una reflexión más profunda acerca de la noción de sacramento que permitiera establecer adecuadamente su virtualidad. Debemos a Berengario de Tours una definición que tuvo mucho éxito posterior: «Forma visible de una gracia invisible», donde forma indica solo la referencia pero no la presencia real.

Hugo de San Víctor es el primero en escribir un tratado sobre los sacramentos: De sacramentis christianae fidei. Y ofrece su propia definición tomando en cuenta todavía toda la historia de la salvación pero reduciendo el ámbito: «Sacramentum est corporale vel materiale elementum foris sensibiliter propositum, ex similitudine representans et ex institutione significans, et ex sanctificatione continens aliquam et invisibilem et spiritualem gratiam». «El sacramento es el elemento corporal y material propuesto sensiblemente, que representa por la semejanza, que significa por la institución, y que contiene por la santificación la gracia invisible y espiritual». De sacramentis..., I 9 2

Pero aplica esta noción de sacramento no solo a los sacramentos actuales de la Iglesia católica sino también a los que ella llama «sacramentales».

Al tiempo que los sacramentos van tomando forma como ritos, se inicia la reflexión —de la mano de la influencia progresiva de la filosofía aristotélica— acerca de lo esencial de la ceremonia o aquello que no puede faltar para que el sacramento sea válido. La noción de causa y la distinción de materia y forma enriquecieron de manera notable la reflexión sobre los sacramentos. A través de la noción de causa, Pedro Lombardo reintrodujo la eficacia del sacramento, que será «causa de la gracia de la que es imagen». Así se pudo fijar el número de siete (aunque algunos dicen que más bien se debió a una elección de conveniencia). Hugo de San Caro introdujo la distinción materia y forma en el sacramento a partir de la definición de Agustín de Hipona.

Tomás de Aquino trató extensamente de los sacramentos en su obra. Asume la reflexión anterior sobre el sacramento como medicina del pecado, pero la enriquece con el sentido de acto de culto (también presente en los autores anteriores) y en la tercera parte de la Summa Theologica, en el tratado que les dedica, los propone como comunicación y aplicación de la salvación de Cristo para santificación de los hombres. Así, toma los elementos de la reflexión anterior y los enriquece con la filosofía aristotélica. Una definición que ofrece para incluir todos esos aspectos es la siguiente: «Sacramentum proprie dicitur quod ordinatur ad significandam nostram sanctificationem. In qua tria possunt considerari, videlicet ipsa causa sanctificationis nostrae, quae est passio Christi; et forma nostrae sanctificationis, quae consistit in gratia et virtutibus; et ultimus finis nostrae sanctificationis, qui est vita aeterna. Et haec omnia per sacramenta significantur. Unde sacramentum est et signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et demonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, idest praenuntiativum, futurae gloriae».
«El sacramento propiamente hablando se ordena a significar nuestra santificación, en la que pueden ser considerados tres aspectos: la causa de nuestra santificación, que es la pasión de Cristo; la forma de nuestra santificación, que consiste en la gracia y las virtudes; y el fin último de nuestra santificación, que es la vida eterna. Pues bien, todas estas cosas están significadas en los sacramentos. Por tanto, el sacramento es signo conmemorativo del pasado, o sea, de la pasión de Cristo; es signo manifestativo del efecto producido en nosotros por la pasión de Cristo, que es la gracia; y es signo profético, o sea, preanunciativo de la gloria futura». III q60 a3c

Así lo propone, sí como signo pero también causa y, por tanto, recupera su eficacia sobrenatural. Y coloca la causa eficiente a tres niveles: la de Dios que causa la gracia, la de la humanidad de Cristo que obtuvo la salvación y la del ministro por el sacramento mismo.

En cuanto a la aplicación de la distinción materia y forma, subraya el mayor valor de la forma (palabras) y considera «materia» no los elementos sino las acciones.
Para Tomás de Aquino, la eficacia del sacramento depende en buena medida de la fe, aunque en menor grado en aquellos sacramentos que ofrecen una disposición de la persona que lo recibe para los actos de culto. Tal disposición es lo que Tomás llama «carácter sacramental». En cuanto al número de sacramentos, ofrece el de siete partiendo de una reflexión antropológica relacionada con las circunstancias del hombre: nacimiento, crecimiento, nutrición, enfermedad, vigor primero, propagación, gobierno. Esta consideración con algunas variantes ha sido adoptada por el Catecismo de la Iglesia católica.

En el Segundo Concilio de Lyon se leyó una profesión de fe que afirma «septem ecclesiastica sacramenta». El período posterior es el de las disputas entre las escuelas franciscana y dominica acerca del problema de la causalidad del sacramento.

El Concilio de Trento y la época postridentina
El tema central de la controversia con los protestantes era el de la justificación. Por eso, allí se dirigió el pensamiento de los participantes en el Concilio de Trento, aunque no tenían la intención de elaborar tratados sistemáticos sobre los problemas debatidos.

La Reforma
En general la teología de la Reforma niega la eficacia del sacramento en relación con la gracia, pues lo considera solo una acción humana que no puede hacer que de ella dependa la acción divina, esto basado en la lectura literal de la Biblia la cual no presenta signo alguno de existencia de dichos sacramentos conferidos de esa manera específica. Lutero afirma que los sacramentos son medios para aumentar la fe, aquella fe que nos hace creer en quien nos ha obtenido la salvación. El signo, cualquiera que sea, es incapaz de sustituir la fe del cristiano y, en última instancia, resulta ineficaz en sí mismo. Esta noción de sacramento le permitió reducir su número a dos, llamados ordenanzas por los evangélicos: Bautismo y Comunión o Santa Cena. Juan Calvino, que tiene como base su teoría sobre la predestinación y la pasividad del acto de fe, da a los sacramentos el valor de testimonio externo o prueba de la acción divina en el alma.

Ordenanzas
Protestantes y Evangélicos ven las ordenanzas como representaciones simbólicas del mensaje del evangelio que Cristo vivió, murió, fue resucitado de entre los muertos, ascendió al cielo, y volverá algún día. En lugar de requisitos para la salvación, ordenanzas son ayudas visuales para entender mejor y apreciar lo que Jesucristo hizo por nosotros en su obra redentora. Las ordenanzas están determinados por tres factores: fueron instituidos por Cristo, se les enseñó a los apóstoles, y fueron practicadas por la iglesia primitiva. Puesto que el bautismo y la comunión son los únicos ritos que califican bajo estos tres factores, no puede haber sino solo dos ordenanzas, ninguno de los cuales son requisitos para la salvación.

El Concilio de Trento
El concilio de Trento dedicó su sesión séptima a tratar el tema de los sacramentos. Aunque no ofreció una definición formal de sacramento, fijó la ya tradicional expresión de Berengario de Tours: «forma visible de la gracia invisible», usando además la categoría del símbolo que contiene y confiere la gracia que significa. Además se estableció el número de siete sacramentos. También, y a pesar de las disputas entre los teólogos y obispos, se aceptó la afirmación por la cual los sacramentos habrían sido instituidos por Jesucristo (aunque las escuelas presentes definían de diversos modos la noción de «institución»). Ahora bien, el común origen y la imposibilidad de modificar su sustancia no implica -siempre según los padres conciliares- que todos los sacramentos sean iguales en dignidad. En contra de la teología de la Reforma, el Concilio afirmó la eficacia de los sacramentos siempre que el receptor no ponga obstáculos a la gracia. Ahora bien, para evitar conflictos con los ortodoxos, se usó la expresión «contienen la gracia» y no «causan la gracia» y la contienen «ex opere operato», según expresión que indica su eficacia sobrenatural propia. Sin embargo, se condicionó tal eficacia a que el ministro quiera hacer con ellos lo que hace la Iglesia y realice lo esencial a cada sacramento. Además se indicó que tres eran los sacramentos que conferían «carácter» (y que, por tanto, podían ser recibidos una sola vez): el Bautismo, la Confirmación y el Orden.

La Contrarreforma
Los principales temas afrontados por los teólogos de la Contrarreforma son: la definición de sacramento, el modo de causalidad de la gracia en ellos y la naturaleza de la gracia sacramental (en relación con la gracia santificante). El Catecismo de Pío V ofreció una definición que incluía los diversos elementos de Trento:
Rem sensibus subiectam, quae ex Dei institutionis, sanctitatis et iustitiae tum significandae tum efficiandae
Una materia sujeta a los sentidos, que ha de ser a la vez significada y efectuada por la institución, la santidad y la justicia de Dios. Segunda parte, 11

y el papa Alejandro VII aclaró que cuando el Concilio decía que el ministro debía tener intención de hacer lo que hace la Iglesia, tal intención es no solo externa (realizar con detalle el rito prescrito) sino también interna (querer hacer con ello lo que la Iglesia afirma que se realiza).

La Ilustración
El auge del racionalismo supuso un quiebro en la teología de los reformadores que fueron arrinconando el simbolismo. La reacción de los católicos fue más bien hacia subrayar lo razonable del acto de fe pero también, en algunos casos, el de una exigencia tal de idoneidad que la práctica sacramental se redujo considerablemente.

Sacramento en la teología católica contemporánea
El Concilio Vaticano II
La reflexión del Concilio Vaticano II se vería influenciada por el movimiento litúrgico y el movimiento patrístico. Gracias a esas tendencias teológicas, se recuperó la noción de mysterion que se aplicó a la Iglesia y que tuvo parte importante en las discusiones conciliares. Otro desarrollo teológico contemporáneo que aportó luz sobre la noción de sacramento fue la teología de la historia. Al subrayar el aspecto histórico esencial del cristianismo, los sacramentos son vistos como «actos de salvación», equiparables a los hechos que el Antiguo Testamento narra de la vida del pueblo de Israel. En este sentido, el teólogo Jean Daniélou retoma -a partir de la mistagogia de la patrología griega- la idea del lugar de los sacramentos en orden a la restauración final de todas las cosas en Cristo (escatología): memoriales de la Pascua de Cristo.

Los padres conciliares tomaron y asumieron estas reflexiones teológicas en la Constitución Sacrosanctum Concilium y en la Constitución dogmática Lumen Gentium. Además, se perfeccionó la doctrina de Trento en relación con la fe: Los sacramentos «fidem non solum supponunt, sed verbis et rebus alunt, roborant, exprimunt; quare fidei sacramenta dicuntur» (SC 59).

Tres tendencias de reflexión ha seguido la teología posconciliar:
  • Profundiza en el modo en que cada sacramento es un encuentro con Cristo.
  • Recoge la centralidad de la Eucaristía sacando las conclusiones pertinentes.
  • Relación de los sacramentos con la sacramentalidad de la Iglesia.
En el Catecismo de la Iglesia católica
Como se mencionó antes, este texto adoptó la explicación antropológica en relación con el número de los sacramentos. Ahora bien, en lo que concierne a la explicación, asume y completa la teología del Concilio Vaticano II.

De los números 1113 al 1130 trata de la relación entre el Misterio Pascual y los sacramentos. De los números 1135 al 1186 los encuadra en la liturgia de la Iglesia. Finalmente dedica la sección segunda de la segunda parte a los siete sacramentos. En el número 1084, tras recordar que los sacramentos fueron fundados por Cristo, ofrece una definición: «Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones) accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo». O también en el número 1131: «Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas».

Teología católica: los siete sacramentos
La Iglesia católica celebra siete sacramentos, que son: Bautismo, Eucaristía , Confirmación (o Crisma), Reconciliación (o Penitencia), Unción de los enfermos, Orden y Matrimonio. Según su doctrina, "todos los sacramentos están ordenados para la Eucaristía «como para su fin» (S. Tomás de Aquino)". En la Eucaristía se renueva el misterio pascual de Cristo, actualizando y renovando así la salvación de la humanidad. El sacramento católico es un acto ritual destinado a los fieles, para que ellos reciban la gracia de Dios, y destinado también a conferir sacralidad a ciertos momentos y situaciones de la vida cristiana. Fueron instituidos por Jesucristo como "señales sensibles y eficaces de la gracia [...] mediante los cuales nos es concedida la vida divina" o la salvación​ y fueron confiados a la Iglesia. A través de estas señales o gestos divinos, "Cristo actúa y comunica la gracia, independientemente de la santidad personal del ministro", aunque "los frutos de los sacramentos dependan también de las disposiciones de quien los recibe".

Al celebrarlos, la Iglesia católica, mediante las palabras y elementos rituales, alimenta, expresa y fortifica su fe y la fe de cada uno de sus fieles. Estas señales de gracia constituyen una parte integrante e inalienable de la vida cristiana de cada fiel. Los sacramentos son necesarios para la salvación de los creyentes porque confieren la gracia de Dios, "el perdón de los pecados, la adopción de hijos de Dios, la conformación a Cristo Señor y la pertenencia a la Iglesia".

El Espíritu Santo prepara para la recepción de los sacramentos por medio de la Palabra de Dios y de la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Entonces, los sacramentos fortalecen y expresan la fe. El fruto de la vida sacramental es al mismo tiempo personal y eclesial. Por un lado, este fruto es para cada creyente una vida para Dios en Jesús; por otro, es para la Iglesia su continuo crecimiento en la caridad y en su misión de testificar.

Los sacramentos son entonces gestos de Dios en la vida de cada creyente, expresándose simbólica y espiritualmente; por consiguiente, son considerados:
  • Señales sagradas, porque expresan una realidad sagrada, espiritual;
  • Señales eficaces, porque, además de simbolizar un cierto efecto, en realidad lo producen;
  • Señales de la gracia, porque transmiten dones diversos de la gracia divina;
  • Señales de fe, no solamente porque suponen la fe en quien los recibe, sino también porque nutren, robustecen y expresan su fe;
Los siete sacramentos
Los siete sacramentos marcan las distintas etapas importantes de la vida cristiana de los creyentes, que se dividen en tres categorías:
  • Sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Sientan las bases de la vida cristiana, pues «los fieles renacidos en el Bautismo, se fortalecen con la Confirmación y son alimentados en la Eucaristía».
  • Sacramentos de curación: Penitencia y Unción de enfermos.
  • Sacramentos al servicio de la comunión y la misión: Matrimonio y Orden.
Estos sacramentos también se pueden agrupar en solo dos categorías:
  • Que imprimen carácter sacramental, es decir que dejan una marca indeleble en quien los recibe, y por lo tanto solo puede ser administrado una vez a cada creyente: el Bautismo, la Confirmación y el Orden.
  • Aquellos que se pueden administrar reiteradamente.
Bautismo
El bautismo es entendido como el sacramento que abre las puertas de la vida cristiana al bautizado, incorporándolo a la comunidad católica, al gran Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia en sí. Este rito de la iniciación cristiana es hecho normalmente con agua en el bautismo, con la inmersión, efusión o aspersión. Utilizando otras palabras del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, «el rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar el agua sobre su cabeza, mientras se invoca el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El bautismo significa sumergir «en la muerte de Cristo y resucitado con Él como nueva criatura».

El bautismo perdona el pecado original y todos los pecados personales y el castigo debido al pecado. Posibilita a los bautizados la participación en la vida trinitaria de Dios mediante la gracia santificante y la incorporación en Cristo y en la Iglesia. Confiere también las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Una vez bautizado, el cristiano es siempre un hijo de Dios y un miembro inalienable de la Iglesia, y también pertenece para siempre a Cristo.​ Además el bautizado comparte con Él la misión de ser Profeta (predicar la palabra de Dios, especialmente a los hijos o a quienes no conozcan a Jesús), Sacerdote (ofrecer sacrificios a Dios dentro de nuestra vida diaria, dejando de hacer actividades que nos gusten mucho o bien realizando aquellas que no son de nuestro agrado, siempre ofreciéndolas por alguna intención personal, recordando que todo es para mayor gloria de Dios) y la de ser Rey (preocuparse, al igual que Jesús, por aquellos más necesitados y olvidados: pobres, enfermos, encarcelados) ocupándonos en hacer oración por ellos si es que no podemos ayudarlos físicamente.

Aunque el bautismo es esencial para la salvación, los catecúmenos, «todos los que mueren a causa de la fe (Bautismo de sangre), [...] todos los que bajo el impulso de la gracia, sin conocer a Cristo y la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir con su voluntad (Bautismo de deseo)», consiguen obtener la salvación sin ser bautizados, porque, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia católica, «Cristo murió por la salvación de todos.» Los niños que mueren sin bautizar, la Iglesia en su «liturgia confiar en ellos para la misericordia de Dios», que es ilimitada e infinita.

Edad
En la Iglesia católica, el bautismo se da tanto a niños como a adultos convertidos que no han sido antes bautizados válidamente (el bautismo, en la mayor parte de las Iglesias cristianas, es considerado válido por la Iglesia católica porque se considera que el efecto proviene directamente de Dios, independientemente de la fe personal, aunque no de la intención, del sacerdote).

Pero la Iglesia católica insiste en el bautismo a los niños porque «habiendo nacido con el pecado original, necesitan ser liberados del poder del maligno y ser trasferidos al reino de la libertad de los hijos de Dios».​ Por esta razón, la Iglesia recomienda a los fieles hacer todo lo posible para evitar que una persona no bautizada venga a morir en su presencia sin la gracia del bautismo. Así, aunque el sacramento deba ser administrado por un sacerdote, delante de un enfermo no bautizado cualquier persona puede y debe bautizarlo, diciendo: «Te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» mientras que, con el pulgar de la mano derecha, dibuja una cruz en la frente, la boca y el pecho del enfermo.

El hecho de que el bautismo sea generalmente administrado a los niños recién nacidos, que, por eso, no entrando en la vida cristiana por su propia voluntad, explica qué requieren estas personas para recibir otro sacramento, la Confirmación, cuando llegan a una edad en la que tienen discernimiento e intelecto suficiente para profesar conscientemente la fe y decidiendo si debe o no permanecer en la Iglesia católica. Si es así, entonces estará en este caso, confirmando la decisión que sus padres o tutores hicieron en su nombre en el día de su bautismo. Sin embargo, como este sacramento imprime carácter, quien recibió el bautismo, independiente de que lo confirme o no a través del sacramento del Crisma o Confirmación, estará bautizado para siempre.

Símbolos del bautismo
En la Iglesia católica, el sacramento del bautismo tiene varios símbolos, pero hay cuatro principales, que son ellos: el agua, el aceite, la túnica blanca y la vela. Cada uno representa un misterio en la vida de los bautizados. Además de estos símbolos (que son los principales), el rito romano también establece la sal, pero este símbolo es utilizado solo de acuerdo con las orientaciones pastorales de las Iglesias particulares.

Veamos los significados de los símbolos:

- Agua: Representa el pasaje de la vida "pagana" a una "nueva vida". Ella tiene el factor de purificación, lavándonos del pecado original.
- Aceite: Representa la fortaleza del Espíritu Santo. Antiguamente, los luchadores usaban el aceite antes de las luchas para dejar sus músculos rígidos y así poder vencer. En la nueva vida adquirida por el bautismo él tiene la misma función, revestir al bautizado para las luchas cotidianas contra las amenazas del maligno.
- Túnica blanca: Representa la nueva vida adquirida por el bautismo. Cuando tomamos baño vestimos una ropa limpia, en el bautismo no sería diferente. Somos lavados en el agua y vestidos de una nueva vida.
- Vela: Tiene dos significados: el Espíritu Santo y el don de la fe. Por el bautismo somos revestidos de muchas gracias y la principal es el Espíritu Santo, pues seremos unidos a Dios como hijos para ser santificados y esta santificación es realizada a través del Espíritu Santo. La fe es un don fundamental para nuestra vida, es a través de la que reconocemos Dios y por ella recibimos su gracia.

Crisma o Confirmación
Se denomina confirmación del Bautismo o Crisma cuando el bautizado reafirma su fe en Cristo, siendo ungido durante la ceremonia, recibiendo los siete dones del Espíritu Santo. La unción es hecha por el Obispo o padre autorizado, con aceite bendecido el Jueves Santo. Es un sacramento considerado entre los sacramentos de iniciación cristiana por el que las personas bautizadas se integran de forma plena como miembros de la comunidad. A los bautizados, el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. Simplemente, la ceremonia es la renovación de las "promesas bautismales", preguntas por el obispo que preside, en general, hace en voz alta y responde de la misma manera en la Confirmación de la comunidad.

Como el bautismo, la confirmación también imprime carácter, pudiéndose administrar solamente una sola vez a cada persona. Debido a que es un acto de afirmación de los compromisos, la persona puede jamás recibir el crisma o, yendo a participar de la ceremonia, dejar de confirmar estos compromisos.

De todos modos, el que no fue confirmado o que rehusó renovar los compromisos del bautismo, puede hacerlo en cualquier momento. El crisma es, por lo tanto, un sacramento dependiente, complementario al bautismo, ya que no tiene importancia dada a los que no han sido bautizados.

Eucaristía
La eucaristía es la celebración del sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo, en la que se conmemora su pasión, muerte y resurrección.​ Es el sacramento culminante de la fe católica, en el que se considera que los fieles reciben el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo bajo las especies eucarísticas: el pan y el vino. En el sacramento de la Eucaristía, la hostia consagrada (el pan) es distribuida a los fieles, que la colocan en la boca e ingieren lenta y respetuosamente.

Para recibir la hostia o comulgar, el fiel debe estar en “estado de gracia”, o sea, debe haber antes confesado sus pecados y recibido el perdón divino en el sacramento de la Confesión o Penitencia (se puede comulgar si los pecados no son pecados de gravedad o mortales). Normalmente, la consagración ocurre durante la celebración de la Misa, rito también llamado de Santo Sacrificio. El sacrificio es precisamente el acto de la consagración. Consiste en la recreación, durante la misa, de un momento de la Última Cena de los apóstoles con Cristo, cuando Él sirvió pan y vino a los apóstoles, diciéndoles que aquello era su cuerpo y su sangre.

La Iglesia católica sostiene que, cuando el sacerdote pronuncia las palabras rituales «Esto es mi cuerpo» en relación con el pan y «Esto es mi sangre» en relación con el vino, sucede un fenómeno llamado transubstanciación, o sea, la substancia material que constituye el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y la que constituye el vino se convierte en Su sangre. En la Biblia, las palabras del Señor Jesucristo son de forma figurativa, como la mayoría al hacer una comparación o parábola para una mejor inteligibilidad, que no es este el caso ya que hablaba exclusivamente a sus discípulos y enfatizó en las palabras «esto es mi cuerpo...» y «esta es mi sangre...».

El pan transubstanciado es distribuido a los fieles que, a los que ingieren la Hostia están ingiriendo el cuerpo de Cristo. La Eucaristía es considerada el sacramento de la acción de gracias, en la acepción de la palabra original griega εὐχαριστία (transc. "eukharistia").

Confesión, Reconciliación o Penitencia
Es la confesión de los pecados a un sacerdote, que aplica la penitencia para, una vez cumplida, propiciar la reconciliación con Cristo. En otras palabras, es el sacramento que da al cristiano católico la oportunidad de reconocer sus faltas, arrepentirse y proponerse no pecar más, para así ser perdonado por Dios. El reconocimiento de las faltas consiste en su confesión a un sacerdote, que las escucha en nombre de Dios y concede a aquel fiel el perdón y la paz por el ministerio de la Iglesia. Del punto de vista formal, el confesante se arrodilla ante un sacerdote, el confesor, y a él le declara que pecó, que desea confesar lo que hizo y pedir a Dios que perdone sus pecados. Después de oírlo, cabe al sacerdote ofrecer sus palabras de consejo, de censura, de orientación y conforta al penitente, recomendando la penitencia a ser cumplida.

El confesado debe rezar la oración denominada Acto de arrepentimiento, después el que el sacerdote pronuncia las palabras de perdón y bendice al penitentes, que se retira para cumplir la penitencia que se le prescribió. La Iglesia católica considera el sacramento de la penitencia un acto purificador, que debe ser practicado antes de la Eucaristía, para que esta sea recibida con el alma limpia por el perdón de los pecados. Pero, se entiende también que ese efecto purificador es saludar, siendo benéfico para el espíritu cada vez que es practicado.

Uno de los más rígidos deberes impuestos al sacerdote por la Iglesia es el secreto de confesión. El sacerdote está rigurosamente y totalmente prohibido de revelar lo que oye de los fieles en el confesionario. El incumplimiento de ese deber es considerado uno de los mayores y más graves pecados que un sacerdote puede cometer y lo sujeta a penalidades severísimas impuestas por la Iglesia. Véanse Jn 20,23; St 5,15.

Unción de los enfermos
La unción de los enfermos es el sacramento por el cual el sacerdote reza y unge a los enfermos para estimularles la cura mediante la fe, escucha los lamentos de ellos y les promueve el perdón de Dios. Este sacramento puede ser dado a cualquier persona que se encuentre en estado de enfermedad, y no solamente a personas que están en estado de fallecer en cualquier momento. Véase St 5, 14-15.

Orden Sagrado
El sacramento de la orden concede la autoridad para ejercer funciones y ministerios eclesiásticos que se refieren al culto de Dios y a la salvación de las almas. Está dividido en tres grados:

El Episcopado
Confiere la plenitud de la orden y torna el candidato legítimo sucesor de los apóstoles y le son confiados los oficios de enseñar, santificar y regir.
El Presbiterado
Configura el candidato al Cristo sacerdote y buen pastor. Es capaz de actuar en nombre de Cristo cabeza y administrar el culto divino.
El Diaconado
Confiere al candidato la orden para el servicio en la Iglesia, a través del culto divino, de la predicación, de la orientación y sobre todo, de la caridad.

Matrimonio
Es el sacramento que establece y santifica la unión entre un hombre y una mujer, y funda una nueva familia cristiana. Matrimonio es el casamiento entre hombre y mujer, celebrado en la Iglesia y santificado en la indisolubilidad y en la fidelidad. Un rasgo distintivo del sacramento del matrimonio es que no es oficiado por el sacerdote, sino por la propia pareja que, realizando el sacramento delante de la Iglesia, piden y reciben del sacerdote la bendición para la nueva familia que está naciendo.

Las Iglesias ortodoxas también celebran estos siete sacramentos. Para las iglesias reformadas, como se ha mencionado antes, dichos símbolos manifiestan la gracia, pero no la confieren.

La última cena
La última cena es la comida final que, en los relatos evangélicos, Jesús compartió con sus apóstoles en Jerusalén antes de su crucifixión.[3]​La última cena es conmemorada por los cristianos, especialmente el Jueves Santo. La última cena provee de base bíblica a la eucaristía, también conocida como «sagrada comunión» o la «cena del Señor». La Primera carta de Pablo a los corintios menciona la última cena. Los cuatro evangelios canónicos afirman que tuvo lugar en la semana de la Pascua, días después de la entrada triunfal en Jerusalén y poco antes de que Jesús fuese crucificado esa misma semana.​ Durante la comida, Jesús predijo que iba a ser traicionado por uno de los apóstoles presentes y que, antes de la mañana siguiente, Pedro iba a negar tres veces haberle conocido.

Los tres evangelios sinópticos y la Primera carta de Pablo a los corintios incluyen la narración de la institución de la eucaristía, en la cual Jesús tomó pan, lo partió y lo dio a los otros diciendo que era su «cuerpo» (los apóstoles no son mencionados explícitamente en la carta). El Evangelio de Juan no narra este hecho, pero cuenta que Jesús lavó los pies de los apóstoles (Juan 13:1-15) promulgando un mandamiento nuevo: «amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 13:33-35). Juan también relata un discurso de despedida, en el que llama a los apóstoles "amigos y no siervos", a medida que los prepara para su partida (Juan 14-17).​

Algunos académicos han considerado que la última cena es la fuente de las primeras tradiciones eucarísticas cristianas. Otros han visto el relato de la última cena como algo derivado de la práctica eucarística del siglo I.

Terminología
El término "última cena" no aparece en el Nuevo Testamento, pero tradicionalmente muchos cristianos lo usan para referirse a ese suceso.​ Muchos protestantes usan el término «cena del Señor», argumentando que la palabra «última» sugiere que esta fue una de varias cenas y no la cena. El término «cena del Señor» hace referencia tanto al acontecimiento bíblico como al acto de la «sagrada comunión» y la celebración eucarística (de "acción de gracias") dentro de su liturgia. Los protestantes evangélicos también usan el término "última cena", pero la mayoría no usan el término «eucaristía» ni el de «sagrada comunión». La Iglesia ortodoxa usa el término «cena mística» para referirse tanto al suceso bíblico como al acto de celebración eucarística dentro de la liturgia.

Textos bíblicos
Según san Mateo (26; 17-35) Según san Marcos (14; 12-31) Según san Lucas (22; 7-13) Según san Juan (13; 1-32)

Base bíblica
La última cena que Jesús compartió con sus apóstoles es descrita en los cuatro evangelios canónicos (Mateo 26:17–30, Marcos 14:12–26, Lucas 22:7–39 y Juan 13:1–17:26) dentro de la semana de la Pascua. La última cena probablemente fue un recuento de cuanto ocurrió en la última comida de Jesús entre la comunidad cristiana primitiva, y se convirtió en un ritual que relataba esa comida.

La Primera carta de Pablo a los corintios (1 Corintios 11:23–26), que probablemente fue escrita antes de los evangelios, incluye una referencia a la última cena pero enfatiza la base teológica en lugar de dar una descripción detallada del acto o su trasfondo.

La narración general que se comparte en todos los relatos de los evangelios canónicos es que después de la entrada triunfal en Jerusalén y los encuentros con varias personas y los ancianos judíos, Jesús y sus discípulos comparten una comida. Después de la comida, Jesús es traicionado, arrestado, juzgado y luego crucificado. Son momentos clave en la cena la preparación de los discípulos para la partida de Jesús, las predicciones sobre la traición inminente a Jesús y la predicción de las cercanas negaciones de Jesús por parte del apóstol Pedro.

En Mateo 26:24–25, Marcos 14:18–21, Lucas 22:21–23 y Juan 13:21–30, durante la comida, Jesús predijo que uno de los apóstoles presentes lo traicionaría.

Los relatos de los tres evangelios sinópticos describen la última cena como una cena de Pascua. La institución de la eucaristía está registrada en los tres evangelios sinópticos y en la Primera epístola de Pablo a los corintios. Hay registro de la celebración de la eucaristía por parte de la comunidad cristiana primitiva en Jerusalén. Las palabras de Jesús en la institución de la eucaristía difieren ligeramente en cada relato. Además, Lucas 22:19b–20 es un texto en disputa que no aparece en algunos de los primeros manuscritos de Lucas. Algunos académicos, por lo tanto, creen que es una interpolación, mientras que otros han argumentado que es original.

En Mateo 26:33–35, Marcos 14:29–31, Lucas 22:33–34 y Juan 13:36–8, Jesús predice que Pedro negará conocerlo, afirmando que Pedro lo repudiará tres veces antes de que cante el gallo a la mañana siguiente. Los tres evangelios sinópticos mencionan que después del arresto de Jesús, Pedro negó conocerlo tres veces, pero después de la tercera negación, oyó el canto del gallo y recordó la predicción cuando Jesús se volvió para mirarlo. Pedro entonces se puso a llorar amargamente. 

En Juan 13 se incluye el relato del lavado de los pies de los Apóstoles por Jesús antes de la comida. En el Evangelio de Juan, tras la partida de Judas de la última cena, Jesús dice a los otros apóstoles que estará con ellos por poco tiempo. Luego les da un mandamiento nuevo, diciendo en Juan 13:34–35: "Un mandamiento nuevo os doy: amaos los unos a los otros como yo os he amado, así debéis amaros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros". Dos declaraciones similares también aparecen más adelante en Juan 15:12: "Mi mandamiento es este: Amaos los unos a los otros como yo os he amado", y en Juan 15:17: "Este es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros".

En el Evangelio de Juan, Jesús da un extenso sermón a sus discípulos (Juan 14–16) que se asemeja a los discursos de despedida llamados testamentos, en los que un padre o líder religioso, a menudo en el lecho de muerte, deja instrucciones para sus hijos o seguidores. Este sermón se conoce como el discurso de despedida de Jesús e, históricamente, ha sido considerado una fuente de doctrina cristiana, particularmente sobre el tema de la cristología. Juan 17:1-26 ha sido llamado también la "oración de despedida" o la "oración del sumo sacerdote", dado que es una intercesión por la Iglesia venidera.] La oración comienza con la petición de Jesús de su glorificación por el Padre, dada la culminación de su obra, y continúa con una intercesión por el éxito de las obras de sus discípulos y de la comunidad de sus seguidores.

En el libro del Génesis se produce una escena en la cual Abrán es bendecido por un rey-sacerdote llamado Melquisedec que le ofrece pan y vino, los mismos productos ofrecidos por Jesús en la última cena. La Carta de Pablo a los hebreos dice que Jesús es el sumo sacerdote nombrado directamente por Dios, al igual que Melquisedec (Hebreos 5:6-10 y 6:20). Jesús era de la tribu de Judá, a diferencia de los sacerdotes israelitas, que provenían de la tribu de Leví.

Fecha
Los historiadores estiman que la fecha de la crucifixión tuvo lugar entre el 30 y el 36 d. C..​ Isaac Newton y Colin Humphreys descartaron los años 31, 32, 35 y 36 por motivos astronómicos, dejando el 7 de abril del 30 d. C. y el 3 de abril del 33 d. C. como posibles fechas de la crucifixión. La tradición de la Iglesia del Jueves Santo asume que la última cena se llevó a cabo la noche anterior al día de la crucifixión (aunque, estrictamente hablando, en ningún evangelio se dice inequívocamente que esta comida tuviera lugar la noche anterior a la muerte de Jesús). Los tres evangelios sinópticos hablan de que la última cena fue una cena de Pascua, mientras que el de Juan dice que fue antes de la Pascua (Juan 13:1 y 18:28).

Históricamente, ha habido varios intentos de reconciliar los relatos de los tres evangelios sinópticos con el de Juan, alguno de los cuales son indicados en la Enciclopedia Católica por Francis Mershman en 1912.

Desde 1953 Annie Jaubert, basándose en el Libro de los Jubileos, argumentó que había dos fechas de fiesta de Pascua: mientras que el calendario lunar judío oficial tenía la Pascua comenzando un viernes por la noche en el año en que Jesús murió, también se usó un calendario solar, por ejemplo por la comunidad esenia en Qumran, que siempre tenía la fiesta de la Pascua comenzando un martes por la noche. Según Jaubert, Jesús habría celebrado la cena de Pascua el martes, y las autoridades judías tres días después, el viernes. Jaubert añade que en la Didascalia de los Apóstoles, un texto del siglo III, se establece el martes como el día de la última cena de Jesús. Posteriormente, habría tenido lugar el proceso a Jesús, que habría durado hasta que fue crucificado el viernes.​

Para Juan, la cena de Pascua era aquel año el viernes por la noche. Esto significa que Jesús habría muerto a la par que se sacrificaban en el templo los corderos pascuales que iban a consumirse en la cena.​ La cena de Pascua cayó el viernes por la noche el 7 de abril del 30 y el 3 de abril del 33.​ En una homilía de 2007 Benedicto XVI consideró "probable" que Jesús tomase la Pascua basándose en el calendario de Qumran.​ Posteriormente, en su libro «Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección», de 2011, consideró la más precisa de las soluciones ideadas hasta entonces la propuesta de John P. Meier, basada en el Evangelio de Juan.​

Lugar
En el Nuevo Testamento se habla de una mujer llamada María, madre de Juan, de sobrenombre Marcos, que puso su hogar a disposición de los cristianos (Hechos 12:12). Según dice Jerónimo de Estridón, las mujeres judías podían servir con sus bienes y ocuparse del alimento de los rabinos judíos. Se ha especulado con que la última cena fuese en casa de esta mujer, y que esta fuese la madre del entonces joven Marcos evangelista.

Según la tradición cristiana, la última cena tuvo lugar en el Cenáculo, una estancia situada en el Monte Sión de Jerusalén. Según Cirilo de Jerusalén (siglo IV) en este sitio tuvo también lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles en Pentecostés.

Teología
Tomás de Aquino veía Dios Padre, a Jesús y al Espíritu Santo como profesores y maestros que proveían de lecciones, a veces con el ejemplo. Para Tomás de Aquino, la última cena y la cruz forman la cumbre de la enseñanza de que el reino fluye de la gracia intrínseca, más que del poder externo. Para Tomás de Aquino, en la última cena, Cristo enseñó con el ejemplo, mostrando el valor de la humildad (como se refleja en la narración del lavado de pies de Juan) y el sacrificio personal, en lugar de exhibir poderes externos y milagrosos. Tomás de Aquino afirmó eso basándose en Juan 15:15 (en el discurso de despedida) en el cual Jesús dice: "Ya no os llamaré siervos [...] os he llamado amigos". Aquellos que son seguidores de Jesús y participan en el sacramento de la eucaristía pasan a ser sus amigos, como los reunidos en la mesa de la última cena. Para Tomás de Aquino, en la última cena Jesús hizo la promesa de estar presente en el sacramento de la eucaristía, y estar con aquellos que toman parte en ella, al igual que estuvo con sus discípulos en la última cena.

Los judíos tomaban en la cena de Pascua un cordero y pan sin levadura. Jesús es llamado por Juan el Bautista "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29) y es llamado por el evangelista Juan "cordero" en el libro del apocalipsis 28 veces. El libro de los Hechos de los Apóstoles aplica a Jesús la frase de Isaías "como cordero llevado al matadero" (Isaías 53:7 y Hechos 8:32 y siguientes). En la última cena Jesús dice que el pan que comparte con sus discípulos es su carne y el vino su sangre. Según Scott Hahn "la presencia de un joven cordero sin defecto durante la última cena es, en cierto sentido, irrelevante. Ahí estaba el cordero de Dios, por lo que la obligación pascual quedaba cumplida de modo más perfecto y apropiado".

En la pascua judía se toman cuatro copas de vino. La tercera copa se toma al final de la comida y la cuarta después de cantar los salmos. Según Scott Hahn, Jesús instituyó la eucaristía con la tercera copa. Luego cantaron los salmos preceptivos y fueron al huerto de los olivos, donde Jesús oró tres veces pidiendo a Dios que le apartara de "este cáliz". La siguiente vez que Jesús bebe vino es cuando, en la cruz, le dan a beber vino agrio (o vinagre) con una esponja puesta en un hisopo, que es la misma planta prescrita para rociar la sangre del cordero pascual (Éxodo 12:22). Aquí, Scott Hahn ha considerado que Jesús toma la cuarta copa.

Juan Calvino creía solo en dos sacramentos, el Bautismo y la "Cena del Señor" (es decir, la Eucaristía). Por lo tanto, su análisis de los relatos evangélicos de la última cena fue una parte importante de toda su teología. Calvino relacionó los relatos de los evangelios sinópticos de la última cena con el discurso del pan de vida en Juan 6:35, donde se dice: "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre".

Calvino también creía que los actos de Jesús en la última cena debían seguirse como ejemplo, afirmando que así como Jesús dio gracias al Padre antes de partir el pan (1 Corintios 11:24) aquellos que van a la "Mesa del Señor" para recibir el sacramento de la Eucaristía deben dar gracias por el "amor ilimitado de Dios" y celebrar el sacramento con alegría y acción de gracias.​

Historicidad
Según John P. Meier y E. P. Sanders, el hecho de que Jesús tuviera una última cena con sus discípulos está casi fuera de toda duda entre los eruditos, y pertenece al marco de la narración de la vida de Jesús. Howard Marshall afirma que debe abandonarse cualquier duda sobre la historicidad de la Última Cena.

Algunos estudiosos del Seminario de Jesús consideran que la última cena no deriva de la última cena de Jesús con los discípulos, sino más bien de la tradición gentil de las cenas conmemorativas por los muertos. En su opinión, la última cena es una tradición asociada principalmente con las iglesias gentiles que Pablo estableció, más que con las congregaciones judías anteriores. Estas opiniones se hacen eco de las del teólogo protestante del siglo XX Rudolf Bultmann, que también creía que la Eucaristía se originó en el cristianismo gentil. Por otra parte, un número creciente de estudiosos ha reafirmado la historicidad de la institución de la Eucaristía, reinterpretándola desde un punto de vista escatológico judío: según el teólogo luterano Joachim Jeremias, por ejemplo, la última cena debe verse como el clímax de una serie de comidas mesiánicas celebradas por Jesús en anticipación de un nuevo Éxodo. En obras más recientes de biblistas católicos como John P. Meier y Brant Pitre, y del erudito anglicano N.T. Wright, se recogen puntos de vista similares.

Celebraciones religiosas
Muchas denominaciones cristianas clasifican como un sacramento el consagrar el pan y el vino y participar en su distribución entre los fieles. Este rito, conocido como eucaristía se realiza de forma semanal, mensual o anual, dependiendo del tipo de credo. Algunas iglesias protestantes (aunque no todas) prefieren llamarlo ordenanza, y lo ven no como un canal específico de gracia divina sino como una expresión de fe y de obediencia a Cristo.

Iglesia católica
Para la Iglesia católica, en la última cena Jesús instituyó dos de los siete sacramentos: la eucaristía y el orden sacerdotal.​ Para Juan Pablo II los apóstoles fueron entonces nombrados sacerdotes del Nuevo Testamento. Los católicos celebran la última cena el Jueves Santo. En la misa de este día, el sacerdote lava los pies a doce fieles. El Catecismo de la Iglesia católica dice, respecto a la eucaristía: La eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana". "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua"

El obispo católico Manuel González García describe así la relación entre la última cena, la cruz y la misa:​ El sacrificio de la última cena, el de la cruz y el de la misa no son tres sacrificios, sino uno solo, o tres oblaciones reales de una sola inmolación: la cena es la oblación real de Cristo que se ha de inmolar; la Cruz es la oblación real de Cristo inmolándose; la misa es la oblación real de Cristo inmolado.

Testigos de Jehová
Los Testigos de Jehová celebran el aniversario de “la cena del Señor” o la “última cena” exclusivamente el día que corresponda al 14 de Nisán en el calendario judío, fecha en que lo hizo Jesús luego de celebrar la pascua judía. Esta reunión es conocida como Conmemoración de la muerte de Cristo.

A diferencia de otros grupos religiosos, los Testigos de Jehová no realizan actividades ni procesiones durante varios días de la semana y simplemente se recuerda la muerte de Jesús.​ Para los miembros de esta organización religiosa, esta es la reunión más importante del año. Durante la ocasión, se presenta un discurso tras lo cual se comienza la "celebración" al pasar entren los presentes los emblemas, pan ácimo (sin levadura) y vino tinto natural o sin aditivos. Usualmente, quienes son considerados como parte de "los ungidos" (o elegidos para ir al cielo) son los únicos que participan de comer del pan y beber del vino. El resto de los presentes, llamados las «otras ovejas» (con esperanza de vivir en la tierra), solo son observadores.

Iconografía
El tema ha sido tratado en todo tipo de soportes por el arte cristiano. La obra más difundida es el mural de Leonardo da Vinci (refectorio de Santa Maria delle Grazie, Milán, (1494-1497). Se encuentra en la pared sobre la que se pintó originalmente. Leonardo escogió representar el momento posterior al anuncio de Cristo de que uno de los presentes lo traicionará, cuando todos se preguntan «¿Soy yo, Señor?». Separándose de la iconografía de otras obras renacentistas, no representa a Judas delante de la mesa, sino incluido entre los demás apóstoles; y en lugar de representar a Jesucristo integrado en el grupo, con Juan en su regazo, Leonardo opta por aislar su figura en el centro y agrupar a los apóstoles de tres en tres, caracterizando a cada uno de ellos a través de su actitud y movimiento. En una posible referencia a El Banquete de Platón (y, en su época, a De Amore, del neoplatónico Marsilio Ficino), estructuró a los apóstoles en cuatro tríadas, de las cuales las dos del extremo luminoso (a la derecha) corresponden a tríadas platónicas, significando la primera que el Amor es el Deseo de la Belleza, que se perfecciona en Dios.

Cenacolo, en plural cenacoli (en italiano "cenáculo" —el lugar de Jerusalén donde se celebró la última cena—), es el término utilizado en Italia para designar determinados espacios arquitectónicos, donde se representa ese tema pictórico, muy habitualmente refectorios (comedores) de conventos. La coincidencia entre el uso de la estancia y la decoración que se pinta en sus muros ya es en sí misma una ambigüedad "entre lo vivo y lo pintado", que se acentúa cuando los artistas eligen dar importancia a la representación de los muebles y elementos arquitectónicos del cenáculo de Jerusalén, de inevitable proyección hacia los muebles y, sobre todo, los elementos arquitectónicos de la estancia real que alberga la pintura, lo que estimula la técnica del trampantojo.

Entre los cenacoli florentinos, tras los más tempranos, de fra Angelico y Andrea Del Castagno, donde ya es visible la utilización de las leyes de perspectiva en la mesa y los planos de las paredes, hay al menos tres cenacoli donde Ghirlandaio experimenta con el ilusionismo arquitectónico, mientras que el más conocido es el de Da Vinci, que cierra el Quattrocento: Cenacolo di Santo Spirito, Andrea Orcagna, ca. 1360.
Y con las de otras representaciones de la última cena o del lavatorio (escena evangélica previa, que también transcurre en el cenáculo) en otros periodos de la historia del arte, que comienzan en el arte paleocristiano y con mobiliario "a la romana" (el triclinio), para pasar al mobiliario medieval y moderno (la mesa de tablero rectangular en torno a la que los apóstoles se sientan en bancos o sillas —véase también historia del mueble—). La posición de Cristo pasa de ser un extremo a ser el centro. Igualmente se fueron fijando el resto de las convenciones iconográficas, especialmente la identificación de un apóstol imberbe, inclinado sobre Cristo (Juan, el discípulo amado), mientras que otro se suele separar del grupo (Judas, en algunos casos junto a un perro que roe un hueso —símbolo de su posesión por Satán—).