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domingo, 14 de enero de 2018

Concilios I: Ecuménicos II

Imagen alegórica del primer concilio ecuménico celebrado en Nicea en el año 325. Sin embargo se muestra el texto del Símbolo Niceno-Constantinopolitano del segundo concilio ecuménico celebrado en Constantinopla en el año 381 con el inicial πιστεύομεν (creemos) sustituido por πιστεύω (creo), como en la liturgia.

Concilios griegos
Nicea I
Del 20 de mayo al 25 de julio de 325, convocado por el emperador romano Constantino I, que estuvo presente, y presidido por el Obispo Osio de Córdoba, que actuó en representación del Papa. Formuló la primera parte del Símbolo de fe conocido como el Credo Niceno, definiendo la divinidad del Hijo de Dios, y se fijaron las fechas para celebrar la Pascua.

El concilio de Nicea I (o Primer concilio de Nicea) fue un sínodo de obispos cristianos que tuvo lugar entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325 en la ciudad de Nicea de Bitinia en el Imperio romano. Esta ciudad hoy es llamada en turco İznik y forma parte de la provincia de Bursa en Turquía. 

Fue convocado por el emperador romano Constantino I, o más bien fue convocado por el obispo Osio de Córdoba y luego apoyado por Constantino. Es considerado el primer concilio ecuménico. Se supone que fue presidido por el obispo Osio de Córdoba, de quien se cree que era uno de los legados del papa. Sus principales logros fueron el arreglo de la cuestión cristológica de la naturaleza del Hijo de Dios y su relación con Dios Padre, la construcción de la primera parte del Símbolo niceno (primera doctrina cristiana uniforme), el establecimiento del cumplimiento uniforme de la fecha de la Pascua, y la promulgación del primer derecho canónico.

Convocatoria
El emperador Constantino I había dado muestras de sus simpatías por el cristianismo mediante el Edicto de Milán de 313, por el cual -junto a Licinio- reconoció a los cristianos la libertad para reunirse y practicar su culto sin miedo a sufrir persecuciones. Años después se enfrentó a Licinio, que dominaba la parte oriental del Imperio romano, y lo derrotó en 323. Constantino era consciente de las numerosas divisiones que existían en el seno del cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de un sínodo dirigido por Osio de Córdoba en ese mismo año, decidió convocar un concilio ecuménico de obispos en la ciudad de Nicea, donde se encontraba el palacio imperial de verano. El propósito de este concilio era establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia cristiana.

Uno de los propósitos del concilio fue resolver los desacuerdos surgidos dentro de la Iglesia de Alejandría sobre la naturaleza del Hijo en su relación con el Padre: en particular, si el Hijo había sido "engendrado" por el Padre desde su propio ser, y por lo tanto no tenía principio, o bien creado de la nada, y por lo tanto tenía un principio. Alejandro de Alejandría y su discípulo y sucesor Atanasio de Alejandría tomaron la primera posición, mientras que el popular presbítero Arrio, de quien procede el término arrianismo, tomó la segunda. En aquellos momentos esa era la cuestión principal que dividía a los cristianos. Alejandro y Atanasio defendían que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era verdadero Dios y verdadero hombre; en cambio, Arrio y el obispo Eusebio de Nicomedia afirmaban que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era Dios mismo.

Asistentes
Este fue el primer concilio general de la historia de la Iglesia si no se tiene en cuenta como concilio el llamado concilio de Jerusalén del siglo I, que había reunido a Pablo de Tarso y sus colaboradores más allegados con los apóstoles de Jerusalén encabezados por Pedro y Santiago el Justo.

Constantino invitó a unos 1800 obispos cuyas sedes estaban dentro del Imperio romano (cerca de 1000 en el Oriente y 800 en la parte occidental del Imperio), pero solo un pequeño y desconocido número de ellos asistió. Tres obispos que estuvieron en el concilio dejaron estimaciones distintas: Eusebio de Cesarea contó más de 250, Atanasio de Alejandría contó 318 y Eustacio de Antioquía los estimó en cerca de 270. Posteriormente, Sócrates de Constantinopla registró más de 300, y Evagrio de Antioquía, Hilario de Poitiers, Jerónimo, Dionisio el Exiguo, y Rufino de Aquilea registraron 318. Este número es preservado en las liturgias de las Iglesias ortodoxas y de la Iglesia ortodoxa copta.

La mayoría de los obispos eran orientales, si bien participaron también dos representantes del papa Silvestre I. También estuvo presente Arrio y algunos pocos defensores de sus posiciones teológicas. La posición contraria a Arrio fue defendida, entre otros, por Alejandro de Alejandría y su joven colaborador, Atanasio de Alejandría.

Para llegar a Nicea -y retornar luego a su sede- se dio a cada obispo libre y gratuita circulación y alojamiento. Cada uno recibió permiso de concurrir con 2 sacerdotes y 3 diáconos.

Los obispos orientales formaban la gran mayoría. Entre ellos estaban: Macario I de Jerusalén. Muchos de los padres congregados - por ejemplo, Pafnucio de Tebaida, Potamon de Heraclea, Pablo de Neocaesarea, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Cesarea, Aristakes de Armenia, Leoncio de Cesarea, Jacobo de Nísibe, Hipacio de Gangra, Protogenes de Sárdica, Melicio de Sebastopolis, Aquilo de Larisa y Espiridón de Tremitunte. Desde fuera del Imperio romano asistieron: Juan de Persia e India, el obispo godo Teófilo y Stratophilus de Pitsunda de Georgia.

Desde la parte occidental del Imperio romano asistieron al menos 5: Marcos de Calabria, Caecilianus de Cartago, Osio de Córdoba, Nicasio de Dijón y Domnus de Estridón.

Entre los partidarios iniciales de Arrio estaban: Segundg de Ptolemais, Theong de Marmarica, Zphyrio, Dathes, Eusebio de Nicomedia, Paulino de Tiro, Actio de Lydda, Menophanto de Éfeso y Theognis de Nicea.

Resoluciones
A pesar de su simpatía por Arrio, Eusebio de Cesarea se adhirió a las decisiones del concilio, aceptando todo el credo. El número inicial de obispos que apoyaban a Arrio era pequeño. Después de un mes de discusión, el 19 de junio, solamente quedaban dos: Theonas de Marmárica en Libia y Segundo de Ptolemais. Maris de Calcedonia, que inicialmente apoyó el arrianismo, aceptó el credo completo. Del mismo modo que Eusebio de Nicomedia, Theognis de Niza también estuvo de acuerdo, excepto por ciertas afirmaciones. El concilio se pronunció entonces contra los arrianos por abrumadora mayoría, pues solo Theonas y Segundo rechazaron firmar el símbolo niceno y fueron -junto con Arrio- desterrados a Iliria y excomulgados.

Otro resultado del concilio fue un acuerdo sobre cuándo celebrar la Pascua, la fiesta más importante del calendario eclesiástico, decretada en una epístola a la Iglesia de Alejandría en la que se afirma simplemente: También os enviamos las buenas nuevas del arreglo concerniente a la santa Pascua, es decir, que en respuesta a vuestras oraciones esta pregunta también ha sido resuelta. Todos los hermanos del Oriente que han seguido hasta ahora la práctica judía observarán desde ahora la costumbre de los romanos y de vosotros mismos y de todos los que desde la antigüedad hemos celebrado la Pascua con vosotros.

La supresión del cisma meleciano fue otra cuestión importante que se presentó ante el concilio de Nicea. Se resolvió que Melecio de Licópolis permaneciera en su propia ciudad de Licópolis en Egipto, pero sin ejercer la autoridad o el poder para ordenar nuevo clero. Se le prohibió entrar en los alrededores de la ciudad o entrar en otra diócesis con el propósito de ordenar. Melecio conservó su título episcopal, pero los eclesiásticos ordenados por él debían recibir nuevamente la imposición de manos, ya que sus ordenaciones fueron consideradas como inválidas. Los melecianos se unieron a los arrianos y causaron más disensiones hasta que se extinguieron a mediados del siglo V. Entre otras decisiones, se procedió a organizar la Iglesia en patriarcados y diócesis, otorgándose el mismo rango a las sedes patriarcales de Roma, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, cuyos titulares recibieron el nombre de arzobispos.

Cánones
El concilio promulgó veinte nuevas leyes de la Iglesia, llamadas "cánones" (aunque el número exacto está sujeto a debate), es decir, reglas de disciplina inmutables: 
Canon 1: Sobre la admisión, apoyo o la expulsión de clérigos castrados por elección o por violencia (prohibición de la autocastración).
Canon 2: Reglas que deben observarse para la ordenación de catecúmenos conversos evitando la prisa excesiva, y la deposición de los culpables de una falta grave.
Canon 3: Prohibición a todos los miembros del clero de morar con cualquier mujer, excepto una madre, hermana o tía.
Canon 4: Respecto de las elecciones episcopales la ordenación de un obispo debe realizarse por todos los obispos de la provincia, pero en caso de urgencia por al menos tres obispos. La confirmación debe ser por el obispo metropolitano.
Canon 5: Respecto a la excomunión.
Canon 6: Prevalecimiento de las antiguas costumbres de la jurisdicción del obispo de Alejandría en Egipto, Libia y Pentápolis, lo mismo que las del obispo de Roma, el de Antioquía y los de las demás provincias. No se deben nombrar obispos sin el consentimiento del metropolitano.
Canon 7: Confirmación del derecho de los obispos de Jerusalén a disfrutar de ciertos honores, reconociéndole el segundo lugar en su provincia después del de Cesarea.
Canon 8: Respecto a la readmisión de novacianos.
Canon 9: Quienquiera que sea ordenado sin examen, será depuesto si se descubre después que había sido culpable.
Canon 10: Los lapsis que han sido ordenados a sabiendas o subrepticiamente deben ser excluidos tan pronto como se conozca su irregularidad.
Canon 11: Penitencia a imponer a los apóstatas de la persecución de Licinio.
Canon 12: Penitencia que se impondrá a aquellos que apoyaron a Licinio en su guerra contra los cristianos.
Canon 13: Indulgencia a conceder a las personas excomulgadas en peligro de muerte.
Canon 14: Penitencia a los catecúmenos que apostataron bajo persecución.
Canon 15: Los obispos, sacerdotes y diáconos no deben pasar de una Iglesia a otra y deben ser devueltos si lo intentan.
Canon 16: A todos los clérigos se les prohíbe salir de su iglesia. Prohibición formal para los obispos de ordenar para su diócesis a un clérigo perteneciente a otra diócesis.
Canon 17: A los clérigos se les prohíbe prestar a interés.
Canon 18: Recuerda a los diáconos su posición subordinada con respecto a los sacerdotes. No administrarán la Eucaristía a presbíteros, ni la tocarán delante de ellos, ni se sentarán entre los presbíteros.
Canon 19: Los paulianistas (partidarios de Pablo de Samósata) deben ser rebautizados y las diaconisas contadas entre los laicos.
Canon 20: Los domingos y en Pentecostés todos deben orar de pie y no arrodillados.

El papel de Constantino en el concilio
Constantino I, aunque simpatizaba con los cristianos, según la tradición no recibió el bautismo hasta que se halló en su lecho de muerte. Sin embargo, aparentemente ya se había convertido al cristianismo tras su victoria militar sobre Majencio en 312, ya que había invocado al Dios de los cristianos antes de la batalla. Por ello interpretó su victoria como indicio de la superioridad del Dios cristiano, aunque se guardó de compartir esta interpretación con sus tropas.

La visión que presenta Eusebio de Cesarea en su obra Vida de Constantino: el emperador participando e influyendo activamente en el desarrollo del concilio. Sin embargo, el autor J. M. Sansterre, en su obra Eusebio de Cesarea y el nacimiento de la teoría cesaropapista, ha rebatido esta posición, señalando que la actuación de Constantino fue respetuosa de los temas que eran de estricta competencia de los padres conciliares. Esto se ve reforzado por los artículos de la Enciclopedia Católica, que sostiene que Constantino I nunca pudo influir sobre los temas teologales, ya que su formación a este respecto era prácticamente nula. Por el contrario, sostiene la misma fuente, Constantino I se encargó de dar el marco físico y político al concilio, con el fin de evitar que los disensos dogmáticos (herejías) pudiesen desembocar de hecho en una fractura política del Imperio.

El emperador declaró que todo el que se negara a endosar el credo sería exiliado. Ordenó además que las obras de Arrio fueran confiscadas y quemadas, mientras que sus partidarios fueron considerados como "enemigos del cristianismo". Sin embargo, la controversia continuó en varias partes del imperio.

Consecuencias
Después de Nicea los debates sobre la controversia cristológica siguieron por décadas y el propio Constantino I y sus sucesores fueron alternando su apoyo entre los arrianos y los partidarios de las resoluciones de Nicea. Finalmente, el emperador Teodosio estableció el credo del concilio de Nicea como la norma para su dominio y convocó el Concilio de Constantinopla en 381 para aclarar la fórmula. Aquel concilio acordó colocar al Espíritu Santo en el mismo nivel de Dios y de Cristo y empezó a perfilarse la doctrina trinitaria.

Los únicos libros declarados heréticos por este concilio fueron los escritos doctrinales arrianos, cuyos ejemplares fueron quemados tras el concilio. El emperador decretó pena capital para quien conservara dichos libros, pero no existe constancia de que se produjeran gran cantidad de muertes por ello. El propio Constantino suavizó sus órdenes solo tres meses después del concilio y acabó incluso simpatizando con los arrianos y atacando a los obispos nicenos. El propio autor, Arrio, fue excomulgado por la Iglesia y exiliado por el emperador, pero no ejecutado, y años más tarde sería readmitido y exiliado, y readmitido según las presiones que recibía el emperador, aunque la Iglesia mantuvo siempre su excomunión.

I Nicea 325 d. C.
Este concilio se celebró en el año 325 d. C. en la ciudad de Nicea (en turco: İznik), ciudad de Asia Menor, en el territorio de la actual Turquía, y de la que recibe el nombre por el que es conocido, Concilio de Nicea I. 

El Concilio
Fue convocado por el emperador romano Constantino I el Grande, por consejo del obispo Osio de Córdoba frente a la herejía del presbitero Arrio, que negaba la verdadera divinidad de Jesucristo, el Concilio de Nicea fijó la ortodoxia cristiana al definir que el Hijo es “consustancial” con el Padre (“homoousios”). Por lo tanto Jesucristo ya era considerado divino desde el siglo I, el asunto de este Concilio, no es que se le de el titulo de divinidad a Jesucristo sino de que manera lo era, si era Dios junto con el Padre o No. Una palabra no bíblica, “consustancial”, es introducida en el Credo para defender, con términos nuevos, la peculiaridad de la fe cristiana, profesada desde los orígenes:

Jesucristo es el Hijo encarnado, de la misma sustancia que el Padre, unido esencialmente al Padre.
No es una criatura, ni una especie de ser intermedio entre Dios y los seres creados, sino “Dios de Dios y Luz de Luz”. Sólo si Jesucristo es verdadero Dios, nosotros estamos salvados.

El Problema Doctrinal
En aquellos momentos, la cuestión principal que dividía a los cristianos era la denominada: controversia arriana, es decir, el debate sobre la naturaleza divina de Jesús.

Un sector de los cristianos, liderado por Alejandro Obispo de Alejandria y su discípulo y sucesor Atanasio, defendía que Jesús tenía una doble naturaleza, humana y divina, y que por tanto Cristo era verdadero dios y verdadero hombre; en cambio, otro sector liderado por el presbítero Arrio y por el obispo Eusebio de Nicomedia, afirmaba que Cristo había sido la primera creación de Dios antes del inicio de los tiempos, pero que, habiendo sido creado, no era dios mismo.

Aunque todos los obispos cristianos del Imperio fueron formalmente convocados a reunirse en Nicea, en realidad asistieron alrededor de 300 (según Atanasio), o quizá un número ligeramente inferior.
La mayoría de los obispos eran orientales, si bien participaron también dos representantes del papa Silvestre I.

El concilio fue presidido por Osio de Córdoba. También estuvo presente Arrio y algunos pocos defensores de sus posiciones teológicas. La posición contraria a Arrio fue defendida, entre otros, por Alejandro de Alejandría y su joven colaborador, Atanasio.

La confesión de fe no se cambia en absoluto, sino que se explicita para hacer frente a explicaciones teóricas equivocadas que, con el pretexto de asimilar el cristianismo a la cultura helenística, terminaban por traicionar la herencia apostólica.

El Papel Real del Emperador
El Concilio de Nicea tiene lugar en un momento particularmente significativo, por cuanto estaba cuajando la instauración de un sistema de Iglesia imperial. Un teólogo notable como Eusebio de Cesarea se sentía fascinado por la idea de la convergencia, en los planes de Dios, entre el Cristianismo y el Imperio. La Providencia había guiado los destinos de la historia para hacer coincidir la aparición del Mesías con la paz imperial; la monarquía celeste con la monarquía romana.

El emperador Constantino personificaba, a los ojos de Eusebio, esa feliz coincidencia. Su papel no era meramente político, sino también religioso. Hará falta esperar el genio de San Agustín para que se plantee la adecuada distancia entre la Ciudad terrena y la Ciudad de Dios.

En la “Vita Constantini”Eusebio de Cesarea exagera el papel desempeñado por el Emperador en los concilios y, en concreto, en el Concilio de Nicea. Al emperador le atribuye la tarea de abrir los debates, reconciliar a los adversarios, convencer a unos y doblegar a otros, instando a todos a la concordia. Constantino, según la imagen que de él nos da Eusebio, parece imponerse, incluso en cuestiones doctrinales, sobre los obispos reunidos en el Concilio.

¿Es real esta visión? ¿Puede sostenerse, con argumentos, la idea de que Constantino manipuló el Concilio de Nicea, imponiendo a todos los Obispos la doctrina del “homoousios” con la finalidad de garantizar la unidad religiosa del Imperio?

La realidad se distancia de esta imagen trazada por Eusebio. Es verdad que el Emperador defendió la relación entre la Iglesia y el Imperio; entre el bien del Estado y el bien de la Iglesia, pero su participación en el Concilio de Nicea, aunque destacada, fue mucho menos importante de lo que Eusebio de Cesarea nos quiere hacer creer.

El investigador J. M. Sansterre, en su obra: “Eusebio de Cesarea y el nacimiento de la teoría cesaropapista”, examinó críticamente catorce textos que proceden del emperador, datados entre 325 y 335. Del análisis de esta documentación extrajo importantes conclusiones, decisivas para desmontar históricamente la construcción de Eusebio.

Constantino convocó el Concilio de Nicea con la finalidad de fomentar la unidad y eliminar la herejía. Se sintió obligado a velar por las resoluciones dogmáticas y disciplinares, pero jamás aspiró a suplantar a los Obispos. La intervención imperial la entendía como meramente subsidiaria, puesto que la norma última en cuestiones doctrinales había de ser, como de hecho fue, las tradiciones y los cánones eclesiales y la asistencia del Espíritu Santo a los Obispos. Únicamente si los Obispos no conseguían hacer cumplir las decisiones conciliares, el Emperador estaba dispuesto a intervenir para aplicarlas; jamás para imponerlas él mismo.

Constantino no reclama para sí una supremacía sobre el concilio en cuestiones de fe; prerrogativa que, junto a otras, sí está dispuesto a reconocerle Eusebio, quien convierte al emperador en algo más que un guardián de la Iglesia, viendo en él la cúspide religiosa suprema del mundo visible.

El análisis de los documentos imperiales de 325 a 335 prueba, por tanto, de modo concluyente que el emperador no influyó en el Credo de Nicea. Pero, además, idéntica conclusión se deduce del estudio de la cristología de Constantino, que se deja entrever en alguna de sus cartas. El emperador carecía de la preparación teológica necesaria para dominar los problemas que se abordaron en Nicea. Su cristología es decidamente pre-nicena, como muy bien ha explicado Alois Grillmeier en su importante estudio “Cristo en la tradición cristiana”.

Más allá de visiones precipitadas, bien sean polémicas o apologéticas, el estudio serio de las fuentes se presenta, también en este caso, como el único recurso para reconstruir, de modo fiable, el pasado.

Constantinopla I
Entre mayo y julio de 381, convocado por el emperador romano Teodosio I y presidido sucesivamente por el Patriarca de Alejandría Timoteo, el Patriarca de Antioquía Melecio, el Patriarca de Constantinopla Gregorio Nacianceno, y su sucesor el Patriarca de Constantinopla Nectario. El papa Dámaso I no mandó representación.

Formuló la segunda parte del Símbolo de Fe, conocido como el Credo Niceno Constantinopolitano, definiendo la divinidad del Espíritu Santo. Se condenó a los seguidores de Macedonio I de Constantinopla, por negar la divinidad del Espíritu Santo (Macedonianismo).

El Primer Concilio de Constantinopla se celebró entre mayo y julio de 381, está considerado el II concilio ecuménico por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia asiria del Oriente, la Comunión anglicana y el Luteranismo. El carácter ecuménico del concilio, en el que no participó ningún exponente de la Iglesia occidental, fue confirmado por el Concilio de Calcedonia en 451, pero solo con el papa Gregorio Magno (590-604) fue definitivamente incluido entre los concilios ecuménicos católicos (aunque solo los primeros 4 cánones).

Motivación del concilioTras la celebración en 325 del Concilio de Nicea en el que se condenó como herético el arrianismo, doctrina que negaba la divinidad de Jesucristo, este resurgió con fuerza en la propia Constantinopla gracias al apoyo de su obispo, Eusebio de Nicomedia, quien logró convencer a los sucesores del emperador Constantino para que apoyaran el arrianismo y rechazaran la línea ortodoxa aprobada en Nicea y sustituyeran a los obispos nicenos por obispos arrianos en las sedes episcopales de Oriente.

Además había surgido una nueva doctrina defendida por Macedonio de Constantinopla que, aunque afirmaba la divinidad de Jesucristo, se la negaba al Espíritu Santo y que es conocida como herejía macedonia o pneumatómaca.

Esta situación era la que se encontró Teodosio I cuando, en 379, subió al trono del Imperio Romano de Oriente (solo desde el 15 de mayo de 392 será emperador también del Occidente). Teodosio decidió entonces convocar el primero de los concilios que habrían de celebrarse en Constantinopla para solucionar las controversias doctrinales que amenazaban la unidad de la Iglesia.

El concilio
El concilio se inició bajo la presidencia del obispo Melecio de Antioquía y con la asistencia de 150 obispos de las diócesis orientales, ya que el concilio era sólo del Imperio de Oriente y así no se convocó a los obispos occidentales, entre ellos al papa Dámaso I. Entre sus principales participantes destacaron algunos de los llamados "Padres Capadocios": Gregorio Niseno y Gregorio Nacianceno. Este último fue designado por el propio concilio como obispo de Constantinopla y, tras la muerte de Melecio, pasó a presidir el mismo hasta su dimisión y sustitución por Nectario.

La gran medida adoptada por el Primer Concilio de Constantinopla fue la revisión del Credo niceno, también añadiendo otros artículos. El nuevo credo pasó a denominarse Credo niceno-constantinopolitano.

Se declaró la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo: Πιστεύομεν ... εἰς τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον, τὸ Κύριον καὶ Ζωοποιόν, τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς ἐκπορευόμενον, τὸ σὺν Πατρὶ καὶ Υἱῷ συμπροσκυνούμενον καὶ συνδοξαζόμενον, τὸ λαλῆσαν διὰ τῶν προφητῶν (Creemos ... en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre; que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas).

Con este añadido, se fijaba la ortodoxia de la Iglesia afirmando la divinidad tanto del Hijo (contra los arrianos) como del Espíritu Santo (contra los pneumatómacos).

Al final del concilio, el emperador Teodosio emitió un decreto para su imperio, declarando que las Iglesias debían restaurar a aquellos obispos que habían confesado la igualdad en la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El carácter ecuménico de este Concilio, en el que no participó ningún representante de la Iglesia occidental, fue reconocido por el Concilio de Calcedonia en 451.

CánonesSiete cánones, cuatro de estos cánones doctrinales y tres cánones disciplinarios, se atribuyen al concilio y son aceptados tanto por la Iglesia ortodoxa como por las Iglesias ortodoxas orientales. La Iglesia católica acepta solo los primeros cuatro1​ porque solo ellos aparecen en las copias más antiguas y hay evidencia de que los últimos tres fueron adiciones posteriores.
El primer canon valida la fe de los padres de Nicea y condena a las sectas emergentes. El propósito del canon es declarar la estabilidad en la fe del Primer Concilio Ecuménico y declarar que cualquier violación de su símbolo es una doctrina herética. Es una importante condena dogmática de todos los matices heterodoxos, como el arrianismo, macedonianismo, apolinarismo, eunomianos, etc.
El segundo canon renovó la legislación de Nicea imponiendo a los obispos la observancia de los límites diocesanos, prohibiéndose a los titulares de cada diócesis interferir en los asuntos de otra.
El tercer canon dice: El obispo de Constantinopla, sin embargo, tendrá la prerrogativa de honor después del obispo de Roma porque Constantinopla es Nueva Roma.
El cuarto canon decretó que la consagración de Máximo como obispo de Constantinopla no era válida, declarando que [Máximo] ni era ni es un obispo, ni están los que han sido ordenados por él en ningún rango del clero. Este canon estaba dirigido no solo contra Máximo, sino también contra los obispos egipcios que habían conspirado para consagrarlo clandestinamente en Constantinopla, y contra cualquier eclesiástico subordinado que pudiera haber ordenado en Egipto.
El quinto canon en realidad podría haber sido aprobado al año siguiente, 382, y se refiere a un tomo de los obispos occidentales, quizás el de papa Dámaso I.
El sexto canon también podría pertenecer al año 382 y posteriormente fue aprobado en el Concilio Quinisexto como canon 95. Limita la capacidad de acusar a los obispos de haber hecho algo malo.
El séptimo canon se refiere a los procedimientos para recibir ciertos herejes en la Iglesia.

Consecuencias
Tras el Primer Concilio de Constantinopla, las disputas teológicas acerca de la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fueron sustituidas por las disputas cristológicas acerca de cómo se integraban en Jesucristo sus naturalezas humanas y divinas, y que darán lugar al nestorianismo, el monofisismo y el monotelismo.

Concilio de Éfeso
Del 22 de junio al 17 de julio de 431, convocado por el emperador romano de oriente Teodosio II, y presidido por el Patriarca de Alejandría Cirilo, el concilio denunció las enseñanzas de Nestorio (nestorianismo, también conocido como difisismo) como erróneas, decretándose que Jesús era una persona y no dos personas distintas. El Papa mandó como legados a los obispos Felipe, Arcadio y Proyecto. Proclamó a Jesucristo como la Palabra de Dios Encarnada y a María como la Madre de Dios. Se condenó al obispo de Constantinopla Nestorio, y se renovó la condena de Pelagio y sus seguidores. Este concilio y posteriores no son reconocidos por la Iglesia Católica Apostólica Asiria del Oriente.

El Concilio de Éfeso se celebró entre el 22 de junio y el 16 de julio del año 431, en Éfeso, antiguo puerto griego, en la actual Turquía. Es considerado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana, las Iglesias ortodoxas orientales y el luteranismo como el III Concilio Ecuménico.

Motivación del concilio
Como reacción al apolinarismo (Apolinar de Laodicea 310-390) que propugnaba que el Verbo se habría encarnado tomando solo cuerpo pero no alma humana, la Escuela de Antioquía comenzó a proponer que las naturalezas humana y divina en Cristo eran completas a tal grado que formaban dos sustancias independientes, dos personas en definitiva. Teorías de esta índole fueron propuestas por Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia que empleaban imágenes como la presencia de una persona (persona divina) en un templo (persona humana) o el vestido (persona divina) que se pone alguien (persona humana) para explicar la unión de las dos naturalezas.

Dado que la terminología no era clara y única, los ejemplos y explicaciones variaban. Por otro lado, las teorías explicadas en la escuela de Antioquía no tenían mucha difusión y pudieron pasar desapercibidas hasta que Nestorio las dio a conocer con motivo de la denominación de la Virgen como «Madre de Dios». Nestorio se había hecho monje y alcanzó gran fama en Antioquía por sus dotes de predicador. Fue elegido patriarca de Constantinopla en 428. Se le pidió intervenir en un tumulto causado por un monje que afirmaba que María no era madre de Dios. Explicó el patriarca que María era «madre» de la naturaleza humana de Cristo y que, por tanto, se le podía llamar Madre de Cristo, pero que era un error llamarla «madre de Dios».

La respuesta del patriarca causó estupor. No tardaron en salir los defensores de la maternidad divina de María. Así, por ejemplo, Eusebio de Dorilea y Proclo de Constantinopla. Nestorio acudió a las autoridades civiles para acallar a los monjes que se le oponían y escribió al papa Celestino I (429) para pedirle su opinión sobre esta doctrina que enseñaba. Le envió para ello una serie de sermones que el papa puso a consideración de Juan Casiano.

Sin embargo, Cirilo de Alejandría tomó con fuerza la lucha contra Nestorio, movido también por las rivalidades entre la escuela de Alejandría y la de Antioquía. Cirilo envió a Roma a Posidonio con escritos y argumentaciones que demostraban la heterodoxia de Nestorio. En esos días, Casiano también dio su parecer desfavorable sobre los escritos del patriarca de Constantinopla. La respuesta de Celestino (430), tras pedir nuevamente consejo en un sínodo celebrado en Roma, fue dar plenos poderes, como delegado suyo, a Cirilo y escribir a Nestorio para que se sometiera a la doctrina que Cirilo le presentaría como ortodoxa.

Ese mismo año se celebró otro sínodo, esta vez en Alejandría, que Cirilo presidió y que dio como fruto los célebres Doce anatematismos que expresaban la doctrina considerada ortodoxa. Este texto fue enviado a Nestorio para que, como había indicado la iglesia de Roma, fuera suscrita por el patriarca. Sin embargo, las expresiones empleadas por los anatematismos no eran exactas y luego fueron empleadas por los monofisitas. El mismo Nestorio se dio cuenta de la ambigüedad de los textos y respondió con sus Doce antianatematismos intentando refutar las posiciones de san Cirilo.

En este momento otros personajes intervienen tratando de aplacar los ánimos y sobre todo aclarando que las afirmaciones de Cirilo tampoco resultaban ortodoxas dado que parecían sostener una sola naturaleza en Cristo. Así se pronunciaron el patriarca de Antioquía, Juan y Teodoreto de Ciro (ambos formados también en la escuela de Antioquía).

Nestorio acudió también al emperador, Teodosio II quien, para evitar conflictos mayores, decidió convocar un concilio. Escribió al papa para comentarle su idea y éste le prometió que enviaría sus legados al concilio. Hay que decir que la situación era compleja pues la posición de Nestorio había sido ya condenada por Celestino y, por tanto, el concilio –si quería evitar un cisma– debía hacer otro tanto. El emperador fijó el 431 para la celebración del concilio e indicó que se realizaría en Éfeso. Allí Celestino envió a sus legados: los obispos Arcadio y Proyecto y el presbítero Filipo. Por otra parte, el papa escribió a Cirilo para que no se condenara a Nestorio sin oírlo antes.

Al contrario de los anteriores concilios cuyas cuestiones teológicas se referían principalmente a la unicidad de Dios, el concilio de Éfeso supuso un cambio de dirección, pues se debatió sobre la naturaleza de Cristo dada la negación de los nestorianos a la unicidad de la naturaleza de Cristo y considerar que sus naturalezas, divina y humana, se encontraban separadas, prevaleciendo la naturaleza humana sobre la divina, por lo que María no debía ser considerada Madre de Dios (Theotókos), sino solo "Madre de Cristo" (Khristotokos, ya que había dado a luz a un hombre en que la divinidad había ido a habitar).

Desarrollo del concilio
En la primera sesión del concilio, celebrada el 22 de junio, y aprovechando la ausencia de Nestorio que se negaba a comparecer hasta que no llegara a Éfeso su amigo el patriarca Juan de Antioquía, se procedió a condenar la doctrina nestoriana como errónea (Cánones 2 a 5), decretando que Cristo era una sola persona con sus dos naturalezas inseparables. Asimismo, decretó la maternidad divina de María. Cirilo logró además que se aprobara un decreto redactado por él que deponía y excomulgaba a Nestorio.

El 27 de junio llegó a Éfeso Juan de Antioquía, celebrando inmediatamente una asamblea paralela en la que acusa a Cirilo de herejía arriana, por lo que se procedió a su condena y deposición.

El 10 de julio llegaron los legados papales (los obispos Arcadio y Proyecto y el representante personal del papa Celestino I, Felipe), que aprueban la sesión celebrada el 22 de junio y con ello la condena de Nestorio.

El texto principal de la decisión del Concilio es la siguiente:
Pues, no decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen. Concilio de Efeso, Denzinger 111a

La solución no satisfizo a ninguno y ambos comenzaron a hacer presión sobre el emperador. Consta que Cirilo sobornó a autoridades imperiales. Teodosio finalmente mandó publicar las decisiones del concilio, confirmando la condena de Nestorio, enviándolo al monasterio de Eutropio y nombrando un nuevo patriarca de Constantinopla, Candidiano. Dado que Nestorio continuó publicando obras y difundiendo sus ideas fue trasladado a diversas prisiones hasta llegar a Egipto. Allí publicó todavía el Libro de Heráclides.

Cánones
Se aprobaron ocho cánones:
Los cánones 1-5 condenaron a Nestorio y Celestio (propulsor de la doctrina del pelagianismo) y sus seguidores como herejes.
El canon 6 decretó la deposición de la sede clerical o la excomunión para aquellos que no aceptaron los decretos del concilio.
El canon 7 condenó cualquier desviación del credo establecido por el Primer Concilio de Nicea (325), en particular una exposición del sacerdote Charisius.
El canon 8 condenó la interferencia del obispo de Antioquía en los asuntos de la Iglesia en Chipre y decretó en general que ningún obispo debía asumir el control de ninguna provincia que hasta el momento, desde el principio, no haya estado bajo su propia mano o la de su predecesores [...] para que los cánones de los padres no sean transgredidos.

Aunque el emperador Teodosio había sido partidario de Nestorio, decidió ratificar lo dispuesto en el concilio. El papa Celestino había muerto el 27 de julio de 431, pero su sucesor Sixto III dio la confirmación papal a las acciones del concilio.

Consecuencias
Los eventos crearon un gran cisma entre los seguidores de las diferentes versiones del concilio, que solo fue reparado por negociaciones difíciles. Las facciones que apoyaron a Juan de Antioquía aceptaron la condena de Nestorio y, después de aclaraciones adicionales, aceptaron las decisiones de Cirilo. Sin embargo, la grieta se abriría nuevamente durante los debates previos al Concilio de Calcedonia.

Persia había sido durante mucho tiempo el hogar de una comunidad cristiana que había sido perseguida por la mayoría zoroástrica, que la había acusado de inclinaciones romanas. En 424 la Iglesia persa (Iglesia del Oriente) se declaró independiente de las iglesias bizantinas y todas las demás, para evitar las acusaciones de lealtad extranjera. Siguiendo el cisma nestoriano, la Iglesia persa se alineó cada vez más con los nestorianos, una medida alentada por la clase dominante zoroástrica. La Iglesia persa se hizo cada vez más nestoriana en doctrina en las próximas décadas, lo que aumentó la división entre el cristianismo en Persia y en el Imperio romano. En 486 el metropolitano de Nisibis, Barsauma, aceptó públicamente al mentor de Nestorio, Teodoro de Mopsuestia, como una autoridad espiritual. En 489, cuando la Escuela de Edesa en Mesopotamia fue cerrada por el emperador bizantino Zenón por sus enseñanzas nestorianas, la escuela se mudó a su hogar original de Nísibis, convirtiéndose nuevamente en la Escuela de Nisibis, lo que provocó una ola de inmigración de nestorianos en Persia. El patriarca persa Mar Babai I (497–502) reiteró y amplió la estima de la Iglesia por Teodoro, consolidando la adopción del nestorianismo de su Iglesia

Conciliación
En 1994 la Declaración Cristológica Común entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria del Oriente marcó la resolución de la disputa entre ellas que había existido desde el Concilio de Éfeso. Expresaron su comprensión común de la doctrina sobre la divinidad y la humanidad de Cristo, y reconocieron la legitimidad y la rectitud de sus respectivas descripciones de María como, en el lado asirio, la Madre de Cristo, nuestro Dios y Salvador, y, en el lado católico, como la Madre de Dios y también como la Madre de Cristo.

El Concilio de Calcedonia
Del 8 de octubre al 1 de noviembre de 451, convocado por el emperador romano de oriente Marciano, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Anatolio. El Papa mandó como su representante personal al obispo Pascanio. Proclamó a Jesucristo como totalmente divino y totalmente humano, dos naturalezas en una persona.

Rechazó la doctrina contraria (monofisismo), originándose la escisión de las Iglesias que la aceptan: las Iglesias ortodoxas orientales, como la Iglesia Copta, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Jacobita y la Iglesia Ortodoxa Malankara, de la India.

El Concilio de Calcedonia fue un concilio ecuménico que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre del año 451 en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor.

Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad, y sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia católica y por la Iglesia ortodoxa. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiquio, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.

Precedentes
En el Concilio de Éfeso (431) había sido condenada la herejía nestoriana (difisitas), que defendía que las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo eran completamente independientes entre sí, es decir, que Cristo era a la vez Dios y hombre, pero formando un compuesto de dos personas distintas. En el concilio, San Cirilo de Alejandría se había distinguido rebatiendo las tesis de Nestorio.

Según sus oponentes, Cirilo, al atacar a Nestorio, había incurrido a su vez en error, llegando a negar la existencia de dos naturalezas en Cristo. Había escrito que en Cristo no hay más que una physis, la del Verbo encarnado, utilizando la fórmula «La única physis encarnada de Dios Verbo» (mia physis tou Theou logou sesarkoménee) (Epíst. 17; Epíst. 46). En 433, dos años después del concilio, la controversia entre Cirilo y sus adversarios se resolvió con un edicto de unión, en el que explícitamente se hablaba de las dos naturalezas de Cristo.

Eutiquio
En 444, dos años después de la muerte de Cirilo, un anciano archimandrita de Constantinopla, llamado Eutiquio, comenzó a predicar que la naturaleza humana de Cristo estaba como absorbida por la divina, de modo que, en la unión de ambas, no había sino una naturaleza. Eutiquio se proclamaba seguidor de Cirilo de Alejandría; sus tesis tuvieron muchos seguidores, entre ellos Dióscoro, sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría. La herejía de Eutiquio se denomina monofisita, del griego monos («uno») y physis («naturaleza»)

Las ideas de Eutiquio encontraron pronto opositores convencidos: entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como una pugna entre las sedes de Alejandría y Constantinopla.

En un sínodo regional celebrado en Constantinopla en 448, Eusebio de Dorilea denunció las tesis de Eutiquio. El sínodo expresó inequívocamente la ortodoxia de la doctrina de las dos naturalezas y requirió la presencia de Eutiquio. Éste se negó rotundamente a aceptar la decisión del sínodo, reafirmándose en su doctrina de una sola naturaleza de Cristo, por lo que el sínodo lanzó anatema contra él y sus partidarios.

El «latrocinio de Éfeso»
Eutiquio no aceptó la autoridad del sínodo y recurrió al Papa León I. Éste respondió con la Epístola Dogmática, en la que reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas. Esta solución no fue aceptada por Eutiquio ni por sus partidarios; a instancias de Dióscoro, el emperador romano de Oriente, Teodosio II, monofisita, convocó un sínodo general en Éfeso en agosto del año 449. Este acontecimiento es denominado por los historiadores católicos «latrocinio de Éfeso», siguiendo una expresión del Papa León I. El nuevo sínodo declaró la absolución de Eutiquio, anatematizando la doctrina de las dos naturalezas, y depuso a Flaviano, patriarca de Constantinopla, quien fue conducido al destierro y falleció a consecuencia de los malos tratos que le dispensaron sus captores.

El Papa movió todos los hilos a su alcance para modificar la situación: escribió al emperador Teodosio II, a su hermana Pulqueria, partidaria del entendimiento con Roma, e intentó hacer intervenir al emperador de Occidente, Valentiniano III. Se abrió una profunda crisis entre León I y Dióscoro, patriarca de Alejandría, quien llegó a excomulgar al Papa.

La muerte de Teodosio II en 450 produjo un giro en la situación: fue sucedido por Pulqueria; ella, y su marido Marciano eran partidarios de las tesis de Flaviano y León, y realizaron varios gestos, como conducir a Constantinopla los restos de Flaviano para darles solemne sepultura. Finalmente, decidió convocarse el concilio, no en Italia, como pretendía el Papa, sino en Calcedonia, en Asia Menor.

El Concilio
El concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron unos 600 obispos, de los que solamente dos eran occidentales, dejando aparte los legados pontificios. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con los hunos de Atila (Batalla de los Campos Cataláunicos) y la famosa intervención, legendaria o cierta, evitando que el huno marchara sobre Roma, del propio papa León I, quien no impediría la destrucción y saqueo de Roma por los vándalos de Genserico tres años más tarde.

La presidencia del Concilio fue ocupada por el patriarca de Constantinopla, Anatolio, al lado de los representantes del Papa. El emperador Marciano apoyaba decididamente la ortodoxia. En la tercera sesión, se reconoció la Epístola Dogmática del Papa como documento de fe. Terminada su lectura los padres conciliares exclamaron «Pedro ha hablado por boca de León». Dióscoro fue condenado por unanimidad -parece ser que los obispos egipcios fueron presionados  y todos sus decretos fueron declarados nulos.

Los partidarios de Eutiquio debieron aceptar la Epístola del Papa para continuar formando parte de la Iglesia. Trece obispos egipcios, sin embargo, rehusaron aceptarla, arguyendo que sólo aceptarían «la fe tradicional».

El texto principal de las decisiones del Concilio es el siguiente: Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebreos 4:15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres. Así, pues, después de que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás.

En su canon 28, el Concilio aprobó también la práctica equiparación de las sedes de Roma y Constantinopla. Esta decisión fue tomada en ausencia de los legados del papa y anulada por éste. El ya nombrado Anatolio, que presidía, escribió así al papa refiriéndose a esto: «quedando reservada a la autoridad de Vuestra Beatitud toda la validez y la aprobación de tal acto»

Se dice que en este concilio fue la primera vez que se utilizó el término griego prosopon, que quiere decir máscara, para referirse a persona, como hoy conocemos el término.

Cánones
El trabajo del concilio se completó con una serie de 30 cánones disciplinarios, cuyos epítomes antiguos son:
1 Se observarán los cánones de cada sínodo de los santos padres.
2 Quien compre o venda una ordenación, hasta un prosmonario, correrá el peligro de perder su grado. Tal será también el caso con los intermediarios, si son clérigos se les quitará su rango, si son laicos o monjes serán anatematizados.
3 Los que asumen el cuidado de las casas seculares deben ser correctos, a menos que la ley los llame a la administración de aquellos que aún no son mayores de edad, de los cuales no hay exención. A menos que su obispo les permita cuidar de huérfanos y viudas.
4 Los oratorios y monasterios domésticos no deben erigirse en contra del juicio del obispo. Cada monje debe estar sujeto a su obispo, y no debe salir de su casa, excepto por su sugerencia. Sin embargo, un esclavo no puede entrar en la vida monástica sin el consentimiento de su amo.
5 Los que van de ciudad en ciudad estarán sujetos a la ley canónica sobre el tema.
6 En los santuario en honor de mártires y monasterios, las ordenaciones están estrictamente prohibidas. Si alguien fuera ordenado allí, su ordenación no tendrá efecto.
7 Si algún clérigo o monje afecta arrogantemente a los militares o cualquier otra dignidad, que sea maldecido.
8 Cualquier clérigo en una casa de beneficencia o monasterio debe someterse a la autoridad del obispo de la ciudad. Pero el que se rebela contra esto deberá pagar la pena.
9 Los clérigos litigiosos serán castigados según el canon, si desprecian al episcopal y recurren al tribunal secular. Cuando un clérigo tiene una disputa con un obispo, déjenlo esperar hasta que el sínodo se establezca, y si un obispo tiene una disputa con su metropolitano, déjenlo llevar el caso a Constantinopla.
10 Ningún clérigo será registrado en la lista de clérigos de las iglesias de dos ciudades. Pero si desvió, que sea devuelto a su antiguo lugar. Pero si ha sido transferido, que no participe en los asuntos de su antigua iglesia.
11 Dejen que los pobres que necesitan ayuda hagan su viaje con cartas pacíficas y no encomiables: para las cartas encomiables solo deben darse a aquellos que están abiertos a sospechas.
12 Una provincia no se dividirá en dos. Quien haga esto será expulsado del episcopado. Las ciudades que estén cortadas por rescripto imperial disfrutarán solo del honor de tener un obispo establecido en ellas, pero todos los derechos pertenecientes a la verdadera metrópoli serán preservados.
13 Ningún clérigo será recibido para la comunión en otra ciudad sin una carta de recomendación.
14 Un cantor o lector ajeno a la fe sana, si después de estar casado, engendra hijos, déjenlos llevarlos a la comunión, si hubieran sido bautizados allí. Pero si aún no hubieran sido bautizados, no serán bautizados después por los herejes.
15 Ninguna persona será ordenada diaconisa excepto que tenga cuarenta años de edad. Si ella deshonra su ministerio al contraer un matrimonio, que sea anatema.
16 Los monjes o monjas no contraerán matrimonio, y si lo hacen, dejen que sean excomulgados.
17 Las parroquias de las aldeas y las zonas rurales, si han estado poseídas durante treinta años, continuarán así. Pero si dentro de ese tiempo, el asunto estará sujeto a juicio. Pero si por orden del emperador se renueva una ciudad, el orden de las parroquias eclesiásticas seguirá las formas civiles y públicas.
18 Los clérigos y monjes, si se hubieran atrevido a celebrar conventículos y conspirar contra el obispo, serán expulsados ​​de su rango.
19 Dos veces al año, el sínodo se llevará a cabo donde el obispo de la metrópoli designe, y se determinarán todos los asuntos de interés urgente.
20 Un clérigo de una ciudad no recibirá cura en otra. Pero si ha sido expulsado de su lugar natal y va a otro, será sin culpa. Si algún obispo recibe clérigos sin su diócesis, será excomulgado, así como el clérigo que reciba.
21 Un clérigo o laico que presente cargos imprudentemente contra su obispo no será recibido.
22 Quien se apodere de los bienes de su obispo fallecido será expulsado de su rango.
23 Los clérigos o monjes que pasan mucho tiempo en Constantinopla en contra de la voluntad de su obispo, y provocan sediciones, serán expulsados ​​de la ciudad.
24 Un monasterio erigido con el consentimiento del obispo será inamovible. Y lo que sea que le pertenezca no será enajenado. Quien se encargue de él para hacer lo contrario, no será considerado inocente.
25 Que la ordenación de los obispos sea dentro de tres meses: sin embargo, la necesidad puede prolongar el tiempo. Pero si alguien se ordena contra este decreto, estará sujeto a castigo. Los ingresos permanecerán con el œconomus.
26 El œconomus en todas las iglesias debe ser elegido del clero. Y el obispo que descuida hacer esto no está exento de culpa.
27 Si un clérigo se escapa con una mujer, que sea expulsado de la Iglesia. Si es un laico, que sea anatema. Lo mismo será la suerte de cualquiera que lo ayude.
28 El obispo de Nueva Roma (Constantinopla) gozará de los mismos privilegios que el obispo de la Antigua Roma, a causa de la caída del Imperio. Por esta razón, los [metropolitanos] de Ponto, de Asia y de Tracia, así como los obispos de países bárbaros serán ordenados por el obispo de Constantinopla.
29 Es sacrílego quien degrada a un obispo al rango de presbítero. Porque el que es culpable de crimen no es digno del sacerdocio. Pero el que fue depuesto sin causa, que sea [todavía] obispo.
30  Es costumbre de los egipcios que ninguno se suscriba sin el permiso de su arzobispo. Por lo tanto, no se les debe culpar a quienes no suscribieron la epístola del santo León hasta que se haya designado un arzobispo para ellos.

Según algunas colecciones griegas antiguas, los cánones 29 y 30 se atribuyen al concilio: el canon 29, que establece que un obispo indigno no puede ser degradado pero puede ser eliminado, es un extracto del acta de la sesión 19. El canon 30, que otorga a los egipcios tiempo para considerar su rechazo del Tomo de León, es un extracto del acta de la cuarta sesión. Con toda probabilidad, se hizo un registro oficial de los procedimientos, ya sea durante el propio consejo o poco después. Los obispos reunidos informaron al papa que se le transmitiría una copia de todo el "Acta". En marzo de 453, el papa León le encargó a Julián de Cos, luego en Constantinopla, que hiciera una colección de todas las actas y las tradujera al latín. La mayoría de los documentos, principalmente las actas de las sesiones, fueron escritos en griego; otros, por ejemplo, las cartas imperiales, se emitieron en ambos idiomas; otros, nuevamente, por ejemplo, las letras papales, fueron escritos en latín. Finalmente, casi todos fueron traducidos a ambos idiomas.

Consecuencias
La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El Patriarca de Alejandría no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. Muchos obispos repudiaron también el concilio arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las principales sedes apostólicas del Imperio romano de Oriente, se abrió un período de disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tiene su origen el cisma con las Iglesias ortodoxas orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia copta que nació de la ruptura con el Patriarcado de Alejandría, la Iglesia ortodoxa siríaca, que nació de la ruptura con el Patriarcado de Antioquía, la Iglesia apostólica armenia, la Iglesia ortodoxa malankara de la India, y la Iglesia ortodoxa etíope.

Constantinopla II
Del 5 de mayo al 2 de junio de 553, convocado por el emperador romano de oriente Justiniano I, y presidido por el Patriarca de Constantinopla Eutiquio. Acudió en persona el papa Vigilio. Confirmó las doctrinas de la Santa Trinidad y la persona de Jesucristo. Se condenaron los errores de Orígenes y varios escritos de Teodoreto; del obispo de Mopsuestia Teodoro, y del obispo de Edesa Ibas.

El Segundo Concilio de Constantinopla se celebró en ocho sesiones entre el 5 de mayo y el 2 de junio de 553, y está considerado el V Concilio Ecuménico por las Iglesias católica y ortodoxa y por parte de la Comunión anglicana. Es rechazado por las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia asiria del Oriente y la mayoría de las Iglesias protestantes.

Motivación del concilioAunque la celebración en 451 del Concilio de Calcedonia supuso la condena del monofisismo, esta doctrina seguía muy extendida por amplias zonas de Oriente, sobre todo en Egipto.Para el emperador Justiniano I, el posible cisma que en el seno de la Iglesia amenazaba con provocar el monofisismo, podía desembocar en la posterior independencia política de un territorio que, como en épocas anteriores, era considerado el "granero del Imperio".
Justiniano trató por tanto atraerse a los monofisitas mediante la publicación, en 543, de un edicto conocido como "Los Tres Capítulos" por el que se condenaban los escritos de tres obispos nestorianos, Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa que habían logrado en el citado Concilio de Calcedonia la no condenación del nestorianismo.
El papa Vigilio rechazó esta condena; por lo que el emperador le reclamó para que acudiera a Constantinopla con el objeto de lograr una solución, logrando que el 11 de abril de 548 firmara el Indicatum, un manifiesto en el que aprobaba la condena recogida en "Los Tres Capítulos".

Esta aprobación papal produjo un fuerte rechazo en occidente que llevó a Vigilio a acordar con Justiniano la celebración de un concilio ecuménico, y que hasta el mismo no se tomaran medidas unilaterales.

Justiniano rompió el acuerdo mediante la publicación, en 551, del decreto Homologia tes pisteos en el que se reafirmaba en la condena de los Tres Capítulos. Vigilio manifestó su protesta retirándose a la Iglesia de Santa Eufemia, la sede donde se había celebrado el concilio de Calcedonia, y amenazando con la excomunión a quienes apoyasen la condena de los Tres Capítulos.

Justiniano, comprendiendo que si mantenía su postura provocaría una ruptura en la unidad de la Iglesia, cedió convocando el concilio que habría de celebrarse en Constantinopla. La sede fijada no fue del agrado de Vigilio, ya que supondría una mayoría de asistentes de origen oriental con lo que su postura quedaría en minoría, por lo que se negó a ostentar la presidencia del mismo.

Será el recién elegido patriarca de Constantinopla, Eutiquio quien presidirá el concilio, cuando fue inaugurado el 5 de mayo de 553, con la asistencia de 168 obispos de los que sólo 11 pertenecían a diócesis occidentales y con la presencia del propio emperador.

Decisiones conciliares
El decreto conciliar se articula en dos partes muy diferentes. La primera, cuyo género literario es bastante complejo, contiene la sentencia de los Tres capítulos, mezclada con una breve crónica de los hechos y una profesión de fe. La segunda ofrece catorce anatemas, donde los diez primeros son de un contenido teológico y los cuatro restantes de condena de las personas y los escritos de Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto de Ciro e Ibas de Edesa.

El objetivo del concilio consistía en la corrección y la condena de los secuaces de Nestorio. Después ofrece una síntesis de los acuerdos con el papa Vigilio.

El concilio
El concilio procedió, como era de esperar, a la condena del nestorianismo mediante la ratificación de la condena de los tres capítulos al promulgar catorce cánones muy similares a los trece que formaban la Homologia publicada en 551 por Justiniano.

Esta condena fue refrendada por todos los obispos asistentes a pesar de que Vigilio había enviado al emperador el documento conocido como Primer Constitutum que, firmado por él mismo y dieciséis obispos, condenaba sesenta proposiciones de Teodoro de Mopsuesta, pero donde no condenaba las de Teodoro de Ciro y las de Ibas de Edesa.

Justiniano reaccionó ordenando el destierro del Papa si este no aceptaba íntegramente las decisiones del concilio, por lo que Vigilio tuvo que presentarse personalmente en el concilio y retractarse emitiendo la Segundo Constitutum.

También se condenaron algunas de las tesis expuestas por Orígenes que, impregnadas de platonismo, se alejaban de la doctrina oficial.

AnatemasAnatema 1. Si alguno no confiesa que la naturaleza divina o sustancia y es consustancial en tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo; ese tal sea anatema.
Anatema 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.
Anatema 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne; ese tal sea anatema.
Anatema 4. Si alguno no confiesa que la carne estaba unida sustancialmente a Dios y el Verbo era animado por un alma racional e intelectual; ese tal sea anatema.
Anatema 5. Si alguien dice que hay dos sustancias o dos personas en nuestro Señor Jesucristo, y él debe amar a una, como han escrito locamente Teodoro y Nestorio; ese tal sea anatema.
Anatema 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia; ese tal sea anatema.
Anatema 7. Si alguien no quiere reconocer que las dos naturalezas se unieron en Jesucristo, sin reducción, sin confusión, pero que estas dos naturalezas se escucharon dos personas; ese tal sea anatema.
Anatema 8. Si alguno no confiesa que las dos naturalezas en Cristo se unieron en una sola persona; ese tal sea anatema.
Anatema 9. Si alguien dice que debemos adorar a Jesucristo en dos naturalezas, lo que introduciría dos cultos que uno por separado para hacer a Dios Verbo y por separado también para el hombre; y que no adora con una sola adoración el Verbo de Dios encarnado en su propia carne, como la Iglesia ha aprendido desde el principio por tradición; ese tal sea anatema.
Anatema 10. Si alguien niega que Nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es verdadero Dios, Señor de la gloria, uno de la Trinidad; ese tal sea anatema.
Anatema 11. Si alguno no anatematiza Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques, Orígenes, con todos sus escritos impíos; ese tal sea anatema.
Anatema 12. Si alguien defiende al impío Teodoro de Mopsuestia; ese tal sea anatema.
Anatema 13. Si alguien defiende los escritos del impío Teodoreto; ese tal sea anatema.
Anatema 14. Si alguien defiende la carta que se dice que ha sido escrito por Ibas a Maris; ese tal sea anatema.

Constantinopla III
Del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, convocado por el Emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. También se conoce como Concilio Trullano. Definió dos voluntades en Cristo: divina y humana, como dos principios operativos. Se condenó el Monotelismo.

El Tercer Concilio de Constantinopla, celebrado del 7 de noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681, también recibe el nombre de Concilio Trullano en alusión a la sala del palacio imperial donde se realizó, que llevaba el nombre de trullos (cúpula). Muchos entienden por "Concilio Trullano" o "Concilio Trulano" el Concilio Quinisexto del 692,1​2​3​4​5​6​ y por eso los que dan este nombre al Concilio de 680–681 aplican al de 692 la denominación "Segundo Concilio Trullano".

Fue convocado por el emperador romano de oriente Constantino IV, y presidido por él en persona. Los principales protagonistas fueron Constantino IV y el patriarca Sergio; también dos Papas: San Agatón y León II.

El motivo de convocar el concilio, desde el punto de vista doctrinal, fue el problema de la herejía del monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad y una sola operación o principio de operación, a saber: la divina. Es un sucedáneo del monofisismo que sólo admite en el hombre-Dios una sola naturaleza: el Logos. Es aceptado por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por parte de la Comunión anglicana y algunas Iglesias protestantes.
Contexto doctrinal, político y eclesiástico
El año 553 el Segundo Concilio de Constantinopla había reinterpretado el Concilio de Calcedonia. Rebatiendo la doctrina de Cirilo de Alejandría, se acentuó la unidad de la persona divina del Hijo de Dios hecho hombre. Desde el punto de vista teológico, el partido monofisita, hacia el cual se inclinaban sobre todo los monjes, había querido condenar una vez más al nestorianismo. Temiendo que se reforzara se asieron a la doctrina de la mia physis, “una sola naturaleza”, muy difundida en Egipto. Al mismo tiempo, intentaban alcanzar la paz ideológica dentro de un Imperio cada vez más heterogéneo, en donde la lengua y la filosofía griega no habían circulado con la fluidez necesaria para comprender conceptos tan elaborados como los cristológicos.

Durante esta época, el acentuado intervencionismo de los emperadores y de su corte (incluidas las consortes) en las cuestiones dogmáticas terminaban mezclando el debate político con las cuestiones de doctrina teológica. No se puede olvidar que en un sistema teocrático como el bizantino, la unidad política depende de la unidad religiosa; y esta unidad religiosa es buscada acudiendo a una formulación dogmática de compromiso. La tendencia de los sucesores de Justiniano —tanto Zenón (474-475, 476-491) como Justino II (565-578) que condenaba los Tres Capítulos— fue, en efecto, la de buscar soluciones intermedias que, a la larga, favorecieron la vuelta a escena de los obispos, teólogos y monjes monofisitas que existían. Tales directrices llegaron poco antes de la ocupación persa, que redujo notablemente el control bizantino sobre Asia Menor, Siria y Egipto. El emperador Heraclio (610-641), al recuperar los territorios perdidos, encontró varios focos de monofisismo entre las comunidades cristianas. Allí no había llegado la reflexión cristológica, madurada y concluida en Calcedonia, ni se habían conocido las nuevas fórmulas dogmáticas. Los hechos obligaban a buscar una solución que pacificara las zonas recuperadas, favoreciendo una vuelta a la doctrina monofisita.

Para poner fin a las polémicas, Sergio (610-638), patriarca de Constantinopla, propuso una nueva doctrina, a la cual se adhirió también el emperador Heraclio. La tesis del patriarca Sergio intentaba ser una vía intermedia y según ésta en Jesús se dan, ciertamente, dos naturalezas inconfusas pero un solo tipo de operaciones (monoenergeia). Más tarde terminó atribuyendo a Jesús también una única voluntad (monotelismo), porque la voluntad humana de Jesús estaría movida por su voluntad divina de tal modo que la voluntad humana sería totalmente pasiva, sin producir un propio querer humano. Heraclio por su parte, a medida que avanzaba su campaña militar, había iniciado los trámites para alcanzar la unidad con la iglesia armena, presente en Siria y Egipto, mediante la doctrina de una nueva fórmula: el único y mismo Cristo operante “con la única energía teándrica”. Ciro, electo patriarca de Alejandría en 631, se empeñó en tal meta, a la cual también se unió desde Roma el papa Honorio.

Aunque parecía un simple acuerdo, rápidamente encontró obstáculos, tanto en los monofisitas de Siria como en los calcedonenses en Egipto. El monje Sofronio, elegido patriarca de Jerusalén en 634, atacó duramente tal solución, pues iba en detrimento de los logros doctrinales de Calcedonia. También el papa Honorio terminó apoyando esta postura. Entonces el patriarca Sergio presentó una nueva solución, por la cual, prescindiendo de la energía, afirmaba la presencia en Cristo de una sola voluntad; es decir, el monotelismo.

La nueva doctrina, sostenida en Bizancio por la Iglesia y el Estado, fue condenada por el emperador por medio del edicto Ekthesis del 638, que debería constituir la nueva carta de la unidad religiosa del Imperio. En realidad, a pesar del inicial consenso del sucesor de Sergio, del patriarca Pirro y del papa Honorio, la solución fue rechazada por todos y se dejó, como las intentos precedentes, en un mero acuerdo. No se había podido sanar la división religiosa. Mientras tanto, eliminada la fuerza que contenía a los persas, Heraclio abría una brecha para la expansión islámica, que se extendía con una fuerza incontrolable.

Por otra parte, entre política y religión, el Imperio bizantino tenía bastantes problemas para resolver y, por una tradición arraigada, el emperador continuaba prestando una particular atención a solucionar los asuntos doctrinales de la vida cristiana. A propósito del monotelismo, la disputa teológica, bastante agudizada en Constantinopla, se trasplanto a África, donde había terminado exiliado el patriarca Pirro. En la capital, en efecto, los eventos políticos posteriores a la muerte de Heraclio no maduraron bajo el signo de la paz social. Muerto el primogénito Constantino y depuesto el siguiente heredero, la situación política estaba bajo el control del senado, que quería acrecentar su propio papel dentro del Estado y de la corona. Constante Pogonato, hijo de Constantino, nuevo basileus, se encontró, además de los tradicionales enemigos, los Eslavos, que le acosaban por la espalda, con el deber de hacer frente a los árabes, ya en posesión de las provincias orientales del Imperio. Por lo demás, en aquellas regiones la división teológica fragmentaba la resistencia militar: basta pensar que en Alejandría el patriarca monofisita Benjamín se sometió espontáneamente a los Árabes, declarándose en contra de Bizancio.

En este contexto adquiere relieve la figura de San Máximo el Confesor, que, siendo sólo un monje, pero con gran autoridad teológica, entró en la controversia monotelita y monoenergita, antes en África y finalmente en Roma y Constantinopla.

En el año 645, en Cartago, el patriarca monotelita de Constantinopla, Pirro, exiliado, realizó un debate público con Máximo ante Gregorio, prefecto de África, muchos obispos, eclesiásticos y otras personalidades. La Disputatio cum Pirrho ofrece una idea de la complejidad del problema cristológico, pero también ilustra como para Máximo, si Jesucristo era el nuevo principio de la vida del cristiano, necesariamente Él era verdadero Dios y hombre completo. Probablemente Máximo estaba convencido de que detrás de las proposiciones controversiales renacían los problemas dramáticos de Nicea y Calcedonia: en Cristo existían dos naturalezas y por tanto eran consecuentes dos voluntades y dos modos de obrar, o energías; sin embargo, la facultad de querer pertenece a la naturaleza; el hecho de elegir y de querer es propio de la persona, por lo tanto, en Cristo, el Logos inclina las determinaciones del querer (querer gnómico) y guiaba la voluntad humana junto a la divina dejando fuera el pecado y el error.

A comienzos del 646, el suceso de la argumentación de Máximo indujo a varios obispos africanos a convocar un sínodo, condenando como herético el monotelismo sostenido por el patriarca y el gobierno bizantino. La situación se hizo más crítica cuando el prefecto Gregorio se reveló contra el Emperador sin tomar en cuenta la amenaza árabe que se cernía sobre la costa africana desde la conquista de Alejandría en el 642. Casualmente en el 647 los árabes asaltaron el territorio de norte de África. El perfecto perdió la vida en la batalla y la estructura del imperio se debilitó más aún. Los hechos acaecidos eran una prueba de lo peligroso de las fracturas teológicas en el Imperio. Según el punto de vista desde el que se vea el problema, se podría inculpar a unos y otros de los dos partidos; aun así, si se tiene presente el valor de una cristología ortodoxa, la cual ha quedado como baluarte del sentido más genuino de la tradición salvífica, se debe decir que el partido de Máximo garantizaba mejor tales valores fundamentales cristianos: era lo mismo que paso en Nicea y Calcedonia.

El Emperador, con el Typos de 648, prohibió más discusiones sobre el problema de la energía y de la voluntad de Cristo, aboliendo el Ekthesis (exposición) y trasladando las discusiones a su punto de partida. La disputa, entonces, se complicó en Roma, a donde Máximo se trasladó con el patriarca Pirro. Es interesante subrayar su veneración por aquella sede, que él consideraba la única base y fundamento de todas la Iglesias de la tierra, a la que Jesús había concedido las llaves del poder universal sobre la ortodoxia de la fe.

Un motivo más de dificultad apareció en el 649. El papa Martín reunió en Roma un sínodo, en el cual fueron rechazados tanto el Ekthesis como el Typos y fue definida la doctrina de las dos voluntades en Cristo, excomulgándose a los patriarcas Sergio, Paolo, Porro y Ciro. El emperador reaccionó haciendo capturar al Papa y trasladándolo a Bizancio, donde fue procesado y exiliado al Quersoneso. Allí murió el 16 de septiembre de 655. La misma suerte compartió Máximo, hecho prisionero y conducido a la capital. El año de la muerte del Papa sufrió un juicio que le procuró el exilio. Procesado más adelante, por no adherirse a la voluntad imperial, luego de numerosas travesías, murió martirizado en Lazica el 13 de agosto de 662.

Si bien Máximo desapareció bajo el poder imperial, sus ideas continuaron viviendo en las disputas teológicas de los siglos sucesivos. El emperador murió asesinado, en Sicilia, en Siracusa. Durante el período de su sucesor, Constantino IV (668-685), los árabes aparecieron una vez más en Asia Menor; en el 674 atacaron Constantinopla asediándola reiteradamente sin conseguir conquistarla. La resistencia de la capital significó un cambio histórico en la lucha contra el islam, acrecentando el prestigio de Bizancio. Sin bien la capital no había caído, gran parte del territorio estaba en manos de los árabes, sobre todo aquellos que simpatizaban, primero con el monofisismo y después con el monotelismo. La Iglesia monofisita, jacobita y monotelita, bajo el dominio árabe no constituyeron más un problema para el Imperio.
Preparación, desarrollo y conclusión del concilio[editar código · editar]

El emperador Constantino IV Pogonato, ya en el año 679 había enviado una carta al papa Dono (676-678), en la cual le solicitaba que enviara a Constantinopla una delegación de obispos, pero la carta llegó cuando el Papa había muerto. Su sucesor Agatón (678-681) envió la delegación hasta el año 680, conformada por tres obispos italianos, tres apocrisiarios pontificios, un representante del arzobispo de Ravena y cuatro monjes de los conventos griegos de occidente.

El 10 de septiembre, Constantino IV ordenó al patriarca Jorge que convocará a Concilio a los obispos de su patriarcado y que enviara entre ellos a Macario I, patriarca de Antioquía, que se encontraba en Constantinopla con sus obispos. El 7 de noviembre, en la gran sala de la cúpula del palacio imperial se abrió el concilio, que en los discursos fue definido como ecuménico. Constantino IV, flanqueado por sus oficiales y senadores, asistió personalmente a las primeras once asambleas, de las cuales la última tuvo lugar el 20 de marzo de 681. El protocolo requería que todas las intervenciones fueran dirigidas al emperador o a sus representantes. Participaron en el concilio, además de la delegación papal, Macario I, que era un enardecido monotelita, los representantes delegados de los patriarcas de Jerusalén y de Alejandría y los obispos del Ilírico oriental y de todas las regiones del imperio, cuyo número varía de una sesión a otra; sin embargo, la profesión de fe final fue firmada por 161 obispos y por dos diáconos representantes de sus respectivos obispos. Largas fueron las discusiones de carácter dogmático.

Primera sesión
Durante la primera sesión los legados romanos preguntaron al Emperador por el origen de la doctrina sobre una única voluntad y actividad en Cristo. El emperador dio la palabra a. Conocían el deseo del emperador de reconciliarse con Roma. Arguyeron las actas de supuestos concilios en que se apoyaban y que estarían en consonancia con Roma.

Segunda sesiónA petición del Emperador, fueron leídas las actas de Éfeso y las de Calcedonia. La lectura fue interrumpida por la objeción de los legados pontificios a una interpretación incorrecta de un texto de Cirilo de Alejandría. El Padre de la Iglesia hablaba de dos actividades naturales, sin confusión ni división. Esta intervención abrió un diálogo entre el Emperador y Macario respecto a la referencia a dos actividades naturales y no a una. Macario se defendió argumentando que incluso el papa León no llegaba hablar de dos actividades y que la actividad a la que él se refería sería una sola operación divino-humana. Teófano, uno de los mejores teólogos del concilio, invitó a Macario y su discípulo Esteban a que descubrieran detrás de la voluntad natural la referencia a la humanidad de Cristo. Esteban replicó que tal voluntad de Cristo no sería otra que una voluntad electiva y autodeterminante como la que poseía Adán antes de la caída. Según su punto de vista, Adán, como co-creador junto a Dios, tenía una única voluntad co-sustancial a la de Dios. Se trataba de una aproximación al problema equiparando la naturaleza humana de Cristo a la situación de Adán antes de la caída, puesto tal sería la naturaleza humana que asumió el Verbo en vistas a preservarla del pecado original.

Tercera sesiónSe abrió (13 de noviembre), una vez más, leyendo las actas de un Concilio Ecuménico, en este caso, el quinto, celebrado en Constantinopla. El libellus resultó estar adulterado, al comienzo se habían incluido cuatro páginas que no correspondían a la fecha del documento. Como tal añadidura no sostenía la postura de Macario, el Emperador permitió que la contienda teológica siguiera adelante.

El 7 de diciembre se suspendieron las sesiones y no se reanudaron sino hasta el mes de febrero.

En la octava sesión (7 de marzo), el patriarca Jorge se adhirió a la doctrina de las dos voluntades. Macario, si bien desde el principio había negado tal doctrina, admitió en la novena sesión que había mutilado el texto en el que se apoyaba. Durante esa sesión fue depuesto, junto a su discípulo, el abad Esteban. Durante la décimo tercera sesión, el 28 de marzo de 681, el concilio declaró que era necesario borrar de los frontispicios además de Macario y Esteban, a los patriarcas de Constantinopla Servio, Pirro, Pablo II, Pedro, el patriarca de Alejandría, Ciro, el obispo de Farán, Teodoro, y, finalmente, al papa Honorio.

Durante esta misma sesión, examinadas las cartas dogmáticas escritas por Sergio, en su tiempo patriarca de esta ciudad [Constantinopla]..., tanto a Ciro que entonces era obispo de Fasi, como a Honorio que era obispo de la antigua Roma y la carta [Scripta fraternitatis, del año 634] con la cual este último, es decir Honorio, respondió a Sergio, se les condenó como heréticas.

El emperador asistió a la décimo octava sesión, que se tuvo el 16 de septiembre, en la cual se recitó una profesión de fe en que los padres conciliares decían:
Predicamos igualmente en Él [Cristo] dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los santos Padres; y dos voluntades, no contrarias (...) sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto, menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo (...). Porque a la manera que su carne dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo, como Él mismo dice: «Porque ha bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me ha enviado» [Jn 6, 38], llamándola suya la voluntad de la carne, puesto que la carne fue también suya (...) Glorifiquemos también dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana (...) Porque no vamos a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas. El concilio, al final, dirigió un homenaje al emperador y envió una carta al papa Agatón. Después que los legados del papa volvieron de Constantinopla a Roma, León II envió varias cartas proclamando la validez del concilio. Escribió al emperador la denominada Regí regum, de aproximadamente agosto de 682; y también a España, a los obispos —Cum diversa sint— y al rey Ervigio—.Cum unus exset—

En otra carta denominada Fides papae, recogida en el Liber diurnos Romanorum pontificum, se propone como declaración de fe la condena del papa Honorio que dice [Patres Concilii] auctores vero novi dogmatis Sergium, Pyrrhum... una cum Honorio, qui pravis eorum adsertionibus fomentus impendit, ...nexu perpetue anathematis devinxerunt; pero [los Padres conciliares] ataron con el lazo del anatema perpetuo a los autores de la nueva doctrina, Sergio y Pirro, ...juntamente con Honorio, que concedió su favor a las depravadas afirmaciones de ellos . Respecto al papa Honorio, León II dejó claro en su carta al emperador el motivo de la condena: no habiéndose esforzado para hacer resplandecer la fe apostólica, permitió que esta fe inmaculada fuese mancillada.

En 692 se celebró el Segundo Concilio Trullano, que emitió 102 cánones disciplinares. Tuvo gran aceptación en oriente, como complemento de los dos anteriores de Constantinopla. No tuvo la misma acogida en occidente a causa del viejo canon 28 de Calcedonia, en donde se equiparaba Constantinopla a Roma en importancia política y la incipiente doctrina sobre el celibato sacerdotal.
Aportación doctrinal del concilioEl aporte fundamental del Tercer Concilio de Constantinopla fue la definición dogmática respecto a las voluntades y operaciones de Jesús. Este Concilio cierra, por así decirlo, el ciclo de los concilios cristológicos. Es, a la vez, continuación de los concilios anteriores. Esto se ve especialmente cuando aplica a las voluntades y a las operaciones de Jesús los términos que el Concilio de Calcedonia había aplicado a las dos naturalezas; es una consecuencia necesaria, ya que voluntad y operaciones son propias de las dos naturalezas. De hecho, una naturaleza humana sin una efectiva voluntad humana sería una naturaleza profundamente mermada; Cristo no sería entonces perfecto hombre.

Por otra parte, resume la doctrina sobre Cristo tal como la entendieron los Padres de la Iglesia desde los primeros tiempos. San Atanasio, comentando Mt 26, 39, dice: Jesús manifiesta allí dos voluntades, la voluntad humana que es aquella de la carne y la voluntad divina que es de Dios; la voluntad humana pide, por la debilidad de la carne, el alejamiento del sufrimiento; sin embargo la voluntad divina está dispuesta.

Por otra parte, San Juan Damasceno dice: Existe en Nuestro Señor Jesucristo, según la diversidad de naturalezas, dos voluntades, no contrarias. Ni la voluntad natural, ni la natural facultad de querer, ni las cosas que están naturalmente sujetas, ni el ejercicio natural de la misma voluntad, son contrarias a la voluntad divina. La voluntad divina creó todas la cosas naturales. Solamente lo que es contrario a la naturaleza lo es también a la voluntad divina, como el pecado, que Jesucristo no tomó. Mas porque una es la persona de Jesucristo y uno el mismo Jesucristo, uno es también el que quiere por medio de cada una de las dos naturalezas.

Concilio de Nicea II
Del 24 de septiembre al 23 de octubre de 787, convocado por Irene, regente del emperador romano de oriente, Constantino VI, y presidido por el Patriarca de Constantinopla, Tarasio. Fue ratificado por el papa Adriano I. Afirmó el uso de iconos como genuina expresión de la fe cristiana, regulándose la veneración de las imágenes sagradas.

El Segundo Concilio de Nicea se celebró del 24 de septiembre al 13 de octubre de 787 en Nicea. Fue convocado por Irene, madre del emperador Constantino VI. Los participantes más destacados de la asamblea fueron Adriano I, los legados papales: el arcipreste romano Pedro y el archimandrita del monasterio griego de san Saba y el patriarca de Constantinopla Tarasio. Es reconocido por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa y por algunas Iglesias anglicanas y protestantes, pero rechazado por los calvinistas.

El concilio fue convocado a raíz de la controversia iconoclasta iniciada por el emperador León III el Isáurico en el 726. Los iconoclastas negaban la legitimidad de las imágenes y su culto. Se habla de diversas causas en esta postura: cierto esquema todavía monofisita que no había sido totalmente vencido, la influencia musulmana y judía en el imperio de Oriente, el origen sirio del emperador León III, y el deseo de contrarrestar el poder de los monjes, defensores de la iconodulia, doctrina contraria a la iconoclasta. Además los iconoclastas usaban argumentos derivados de la prohibición que en el Antiguo Testamento vetaba la creación de imágenes (cf. Éx 20, 4; Dt 5, 8) o de la filosofía platónica ya que el uso de imágenes implica representar modelos a partir de lo que solo son sombras o reflejos.

Los cánones del concilio permiten hacer una distinción entre el culto dado a Dios (llamado de «adoración» o λατρεία) y la veneración especial tributada a las imágenes (la palabra griega "προσκύνησις", proskýni̱sis que significa "veneración"). Así se evitaban ambos extremos igualmente presentes en la cultura oriental: la adoración de la imagen como si fuera Dios mismo y por otro lado la destrucción de estas por miedo a la idolatría o por motivos de conveniencia y paz.

La intervención de la emperatriz regente Irene fue continua y fuerte. Ella misma presidió los trabajos de la última sesión asegurándose así de que las conclusiones fueran en la línea favorable a las imágenes. Los decretos y cánones fueron promulgados por ella. Sin embargo, las disputas en el interior de la familia imperial a causa de este problema continuaron hasta el emperador Teófilo (842).

Una de las novedades en este Concilio es la baja asistencia de los patriarcas orientales. Sólo asistió el de Jerusalén (que llegó con retraso) y el de Constantinopla. Nicea II declaró no ecuménico el sínodo de Constantinopla del 754, por no haber sido celebrado en comunión con la iglesia de Roma. El concilio fue recibido en Occidente con algunas reservas, debido a la mala traducción latina del griego original de las actas del concilio.

Se aprobaron también 22 medidas disciplinares las cuales se resumen en:

Canon 1: El clero debe observar los santos cánones que incluyen los apostólicos, los de los seis concilios ecuménicos previos, los de los sínodos particulares que han sido publicados en otros sínodos, y los de los Padres.
Canon 2: Los candidatos a obispos deben conocer el Salterio de memoria y deben leer con detenimiento, no de forma superficial, todas las Sagradas escrituras.
Canon 3: Condena el nombramiento de obispos, presbíteros y diáconos por los príncipes seculares.
Canon 4: Los obispos no han de pedir dinero a su clero: cualquier obispo que por avaricia priva a uno de su clérigos es él mismo depuesto.
Canon 5: Va dirigido contra los que presumen de haber obtenido preferencias eclesiásticas con dinero, y recuerda el canon apostólico número treinta y los cánones de Calcedonia contra los que compran promociones con dinero.
Canon 6: Los sínodos provinciales deben celebrarse anualmente.
Canon 7: Las reliquias han de ser colocadas en todas las iglesias: ninguna iglesia debe ser consagrada si no tiene reliquias.
Canon 8: Prescribe las precauciones que han de tomarse contra los falsos conversos del judaísmo.
Canon 9: Todos los escritos contra las imágenes venerables han de ser entregados, para ser encerrados con otros escritos heréticos.
Canon 10: Contra los clérigos que abandonan sus propias diócesis sin permiso y se convierten en capellanes privados de grandes personajes.
Canon 11: Cada iglesia y cada monasterio ha de tener su propio ecónomo.
Canon 12: Contra los obispos y abades que entregan propiedades de la iglesia a señores temporales.
Canon 13: Las residencias episcopales, monasterios y otros edificios eclesiásticos convertidos a usos profanos han de ser devueltos a su propietario legal.
Canon 14: Las personas tonsuradas no ordenadas como lectores no deben leer la Epístola o el Evangelio en el púlpito.
Canon 15: Contra la pluralidad de beneficios.
Canon 16: El clero no ha de llevar vestidos suntuosos.
Canon 17: Los monjes no han de salir de sus monasterios para construir otras casas de oración sin tener los medios para hacerlo.
Canon 18: Las mujeres no han de vivir en las casas de los obispos o en los monasterios de hombres.
Canon 19: Los superiores de Iglesias y monasterios no han de pedir dinero a los que entran en el estado clerical o monástico. Pero la dote traída por un novicio a una casa religiosa debe retenerse en dicha casa si el novicio la abandona sin ninguna falta por parte del superior.
Canon 20: Prohíbe los monasterios dobles.
Canon 21: Un monje o monja no debe abandonar un convento para irse a otro.
Canon 22: Entre los laicos, personas de distintos sexos pueden estar juntas, siempre que den gracias y se comporten con decoro. Pero entre los religiosos, los de sexos opuestos pueden comer juntos solo en presencia de varios hombres y mujeres temerosos de Dios, excepto en un viaje cuando la necesidad obliga.

Constantinopla IV
Para la Iglesia católica, el octavo concilio ecuménico, Constantinopla IV, es aquel que, convocado por el emperador bizantino Basilio I, depuso y excomulgó a Focio y rehabilitó a Ignacio de Constantinopla.

El Concilio de Constantinopla de 879–880, convocado por el mismo emperador bizantino Basilio I, es llamado Cuarto concilio de Constantinopla por algunos teólogos de la Iglesia Ortodoxa. Rehabilitó a Focio, y condenó la adición al Credo Niceno de frases cuales la Cláusula Filioque.

El Concilio de Constantinopla de 869–870 —cuarto (ecuménico) de Constaninopla para la Iglesia Romana que lo considera el octavo concilio ecuménico– fue convocado por el emperador bizantino Basilio I el Macedonio en 869, y finaliza en 870, estando en Roma de papa Adriano II. El tema principal fue condenar y deponer al Patriarca de Constantinopla Focio. Diez años después, Focio convocó un concilio revocando lo adoptado en éste: el Concilio de Constantinopla de 879–880.

Contexto histórico
En Oriente había dos candidatos para ser patriarcas de Constantinopla: uno era Ignacio, que al final es elegido, y otro Focio. El emperador Miguel III lo depone pues, según él, era una elección irregular por estar presente sólo la emperatriz y, mediante otra elección, entra en su lugar Focio, amigo de Miguel, académico. El Papa era Nicolás I, y favorecía a Ignacio. En este contexto llega la carta encíclica de Focio (864), comentando que los misioneros han degradado algunas tradiciones. En la carta, Focio denunciaba a los misioneros occidentales en Bulgaria y criticaba las prácticas litúrgicas occidentales. De forma más señalada, el patriarca Focio consideró una blasfemia la añadidura de la cláusula Filioque en el Credo niceno. El patriarca de Constantinopla Focio, en 867 dirigió una encíclica en términos muy enfáticos a los otros patriarcas orientales, comentándoles la crisis política y eclesiástica en Bulgaria así como las tensiones entre Constantinopla y Roma.

Convocatoria del concilioAnte esta situación, se llama a concilio para condenar y derrocar a Focio, con la guía del Papa Adriano II. Después, Juan VIII lo restauró de nuevo en el cargo y, nuevamente, fue derrocado.
Temas tratados.

En la primera sesión se leyó y aprobó la regla de fe de Hormisdas. Cánones contra Focio:
Can. Queriendo caminar sin tropiezo por el recto y real camino de la justicia divina, debemos mantener, como lámparas siempre lucientes y que iluminan nuestros pasos según Dios, las definiciones y sentencias de los Santos Padres (Denzinger: 650).Can. 21[...] Y quienquiera usare de tanta jactancia y audacia que, siguiendo a Focio y a Dióscoro, dirigiera, por escrito o de palabra, injurias a la Sede de Pedro, príncipe de los Apóstoles, reciba igual y la misma condenación que aquellos (Denzinger: 662).

El Concilio se manifiesta claramente en contra del llamado "usurpador" Focio: «Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas» (Hb 13, 17), advierte el gran apóstol Pablo. Por ello, considerando al beato Papa Nicolás como instrumento del Espíritu Santo, al mismo modo que su sucesor, el santo Papa Adriano, establecemos y ordenamos que todo cuanto ellos han expuesto y promulgado en diversos momentos mediante concilios, sea para la defensa y la pacificación de la iglesia de Constantinopla y de su arzobispo, el santísimo patriarca Ignacio, sea para la expulsión y la condena del neófita y usurpador Focio, se mantenga siempre en vigor y sea observado integralmente y sin mutilaciones con los «capitula» expuestos, y que ningún obispo, sacerdote, diácono o cualquier otro miembro del clero se atreva a infringir o desaprobar cualquier cosa de ello. Quien, tras esta decisión nuestra, resulte culpable de despreciar cualquier punto de los capítulos y de los decretos promulgados por estos papas, si es sacerdote o clérigo sea privado de su dignidad y de su rango; si es monje o laico, sin importar la dignidad que tenga, será excomulgado, hasta que, tras arrepentirse, prometa observar tales decretos.
Canon 2

AceptaciónNo es reconocido por la Iglesia ortodoxa. En Oriente, Focio es santo teólogo. Las actas auténticas de este Concilio no se conservan. De estos cánones se posee doble forma, una griega, más breve y que ofrece menor número de cánones, y otra de la versión del bibliotecario Anastasio, que acusa a los griegos de falsificación y afirma que la trasladó de las actas auténticas, conservadas en los archivos de la Iglesia Romana. Extraño es, sin embargo, que lo que favorece al Romano Pontífice se halle en el griego, y falte lo que favorece al obispo de Constantinopla.
Denzinger.

Constantinopla V
El quinto concilio de Constantinopla, de 1341 hasta 1351, considerado como el último por las Iglesias Ortodoxas, donde se resuelven cuestiones con respecto al hesicasmo y la disputa sobre la "luz increada" entre el téologo bizantino Gregorio Palamás y el latino Barlaam de Seminara.

Concilio de Constantinopla sobre hesicasmoLos teólogos ortodoxos consideran como ecuménico uno de los concilios celebrados en Constantinopla, capital del Imperio bizantino, en la década 1341-1351 para tratar las disputas teológicas sobre el hesicasmo y lo tratan como el noveno de los concilios ecuménicos (quinto ecuménico di Constantinopla), tras el Concilio de Constantinopla de 879–880, que clasifican como octavo concilio ecuménico (cuarto ecuménico de Constantinopla).

Estos concilios, generalmente de sólo un día, se llevaron a cabo en los años 1341, 1344, 1347 y 1351. Para George Metallinos el ecuménico es el concilio de 1341, mientras que según John Romanides es el concilio de 1351 que merece esa designación. En el concilio de 1341 se condenó como hereje al monje Barlaam di Seminara, quien defendía una teología filosófica racionalista, burlándose de los hesicastas tratándoles de practicantes de la onfaloscopía (mirarse al ombligo).

Los concilios de 1341 y 1351 son reconocidos por legítimos por la Iglesia Ortodoxa, pero generalmente no como ecuménicos, dado que ella limita a siete el número de los concilios ecuménicos. No son reconocidos por la Iglesia católica.

Continua en Concilios I: Ecuménicos III
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