Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Discipulado I: de la fe en Dios

Abraham e Isaac llevando la leña para el sacrificio por Gustav Dore

Segundo Fundamento: Fe en Dios

Carta a los Hebreos 6:1-2
1 Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertasde la fe en Dios,



En el Antiguo Testamento se usa el término en hebreo “batāh” que da la idea de esperar confiadamente en Dios. También se usa el término hebreo “amān” que significa mantenerse fiel a Dios. En el Nuevo Testamento se usan los términos griegos “élpis”, “elpizo” y “pístis”, “pistéou”. Estos términos muestran dos características principales del creyente: confianza en la persona que revela, Cristo (Juan 1:18); y apego al conocimiento revelado a través de las enseñanzas de Cristo (1 Juan 1:1, 8 cf. Hechos 1:1). El arrepentimiento y la fe son la entrada para disfrutar la salvación (Hechos 2:38). La fe que salva es dada por Dios. La fe es un regalo de Dios porque convence de pecado y de juicio a través del Espíritu Santo (Romanos 12:3 cf. Juan 16:8-13). El Espíritu Santo guía al ser humano a la verdad, trae esa convicción que da sentido a la obra y enseñanzas de Cristo. Después, la persona decide aferrarse a esta enseñanza y confesarla como suya. Ambas palabras ponen de manifiesto las dos características del verdadero creyente: «confianza en la persona que revela», y «adhesión del intelecto a sus signos y palabras».

Fe
La Fe es un concepto judío que se deriva de emuná que significa tres cosas: firmeza, seguridad y fidelidad. Para el pensamiento judío, una fe que no incluya seguridad o fidelidad, es lo mismo que separar el espíritu del cuerpo, es decir: es una fe muerta (Santiago 2:26). Ésta es la definición de la fe dada en la carta a los Hebreos 11:1

En hebreo se usan dos palabras para fe, que son Emuná y Bitajón, que se puede traducir como creencia, convicción, fe, y confianza, seguridad. Donde Emuna es la racionalidad y Bitajón es la causalidad.

Emuná es la forma femenina de Emet, que significa verdad. Es decir, alguien con emuná es una persona que no se aparta de la senda de la verdad. Por esto, se le denomina al fiel, al creyente: mahamin, alguien con emuná, pues anda con verdad hacia Dios. Además, se asocia directamente en la lengua sacra con el verbo “entrenar”, lo que lleva a considerar que la creencia no se basa en sentimientos, en pensamientos vagos, en absurdos irracionales, sino en un ejercicio intenso en los cinco planos de existencia, que conlleva una certeza clara de que Dios existe y cumple Su palabra.

Es decir, la verdadera “fe”, mejor llamada convicción o certeza, no requiere de ceguera, sino por el contrario de una claridad intensa de los sentidos, de una búsqueda poderosa de explicaciones, de una profundización esforzada para develar la existencia de Dios. Por supuesto que habrá aspectos que nuestra limitada capacidad no logrará descifrar, pues no alcanzamos la comprensión cabal de Dios. Sin embargo, el abandonarse a la “fe” sin encontrar respuestas racionales es el último peldaño de la emuná y no el primero como exigen las sectas cristianas y las ideologías manipuladoras. No se debe seguir a Dios por fe ciega, sino porque luego de buscar te has encontrado con que Él es.

Bitajón se asocia directamente con seguridad, con garantías, con la confianza ya no sólo en la existencia de Dios, sino en su presencia y su atención permanente en su creación. Quien confía en Dios, no solamente concibe que existe, sino que además está interesado en todo lo que acontece y nada queda por fuera de su control y Juicio. En Salmos 56:12. El salmista lo dice con claridad, su bitajón está puesta en el Eterno. El salmista sabe que el hombre puede hacerle daño y que quizás esa maldad se llegue a concretar. Sin embargo, no teme, no se angustia, no se deja vencer por las emociones negativas. Aunque padezca, su corazón está en armonía con Dios, pues sabe que no queda nada impune, sabe que el dolor de este mundo no es nada comparado con el gozo del mundo venidero. Confía en que aunque fracase, a ojos de los hombres, por su integridad ha triunfado y es exitoso. Por supuesto, es un nivel muy alto de confianza en Dios, pero ahí está, para que lo alcancemos.

Quien cuenta con emuná pero es débil en bitajón, por ahí no duda en la existencia de Dios, pero tiene sus períodos en los cuales le inquieta que no haya un Amo activo y consciente de las circunstancias de su mundo. Quien tiene bitajón, necesariamente debe tener emuná, pues difícilmente pueda una persona considerar que Dios actúa en la naturaleza si desconfía de la existencia del Amo.

Veamos como ha sido traducida esta palabra en diferentes pasajes biblicos: Deuteronomio 32:4 El es la Roca, cuya obra es perfecta, Porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad (emuna), ... E Isaias 25:1. La raíz de esta palabra emuna es común con la palabra aman, y como esta palabra aman es traducida en algunos pasajes: Génesis 42:20 Pero traeréis a vuestro hermano menor, y serán verificadas (aman), ....Y Ruth 4:16 Y tomando Noemí el hijo, lo puso en su regazo, y fue su aya (aman).

Abraham
La convicción y la certeza que Abraham tenía en su corazón hicieron que dejase su tierra y su familia y empezó a caminar sin sabr a dónde iba. Un día Abraham estaba sirviendo a ídolos y al día siguiente estaba sirviendo al Dios Vivo.

Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Hebreos 11:2. En este versículo podemos comprobar que la Fe bíblica es una Fe Obediente, es una Fe Activa, una Fe que obra. Por la fe los antiguos “alcanzaron buen testimonio”. La lista que encontramos en este capítulo no se debe a sus acciones, justicia, bondad, estos hombres y mujeres de Dios aparecen en este capítulo por la FE que tuvieron en Dios y en su Palabra.

Caín y AbelPor la Fe Abel ofreció un sacrificio mejor que el de Caín y por haber ofrecido un sacrificio mejor fue declarado justo. Hebreos 11:4. Génesis 4:1-7. Cuando leemos este texto con cuidado podemos notar que Caín y Abel sabían perfectamente lo que Dios esperaba de ellos. Abel decidió acercarse a Dios de la forma que Dios había establecido, sin embargo, Caín decidió acercarse a Dios a su manera. Abel dio a Dios lo que Dios demandaba. El problema de Caín no fue que no diera nada a Dios, el problema fue que lo que le dio, Dios no lo estaba demandando.

Podemos observar que Caín creía en Dios, ya que se acerca a El. Pero no creía A Dios. Abel creía en Dios y creía a Dios. Muchas personas quieren ganarse el favor de Dios por medio de sacrificios que Dios no demanda, a esta forma de pensar y de actuar se le llama “el Camino de Caín” en Judas 11. Cuando la gente rechaza la única manera en la que nos podemos acercar a Dios, están siguiendo el “Camino de Caín”.

En el Nuevo TestamentoLos escritores del Nuevo Testamento combinan o equiparan la fe en Dios con la creencia en Jesucristo. El evangelio de Juan es particularmente enfático a este respecto, donde Jesús es citado. Juan 5:22-23. Y cuando le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?", el escritor dice que contestó: "que creáis en el que él ha enviado.". Juan 6:28-29.

Pistis
La palabra "fe" fue traducida del griego πιστις, pi'stis. En el Nuevo Testamento esta palabra fue usada como un sustantivo-verbo, lo que no tiene conversión al español. En el contexto del Nuevo Testamento Pistis es una acción física, basada en una creencia mental y sostenida con la confianza; de hecho es la traducción de la palabra hebrea Emuná. En este contexto, creencia no es sinónimo de fe, porque la creencia principalmente expresa la acción mental, pensamiento de confianza o firme persuasión, no el acto físico. Dependiendo del contexto, la palabra griega también puede entenderse como referida a "lealtad" o "fidelidad" (ver 1 Tesalonicenses 3:7 con Tito 2:10).

El espíritu de fe se basa en la Palabra de Dios, y habla conforme a lo que la Palabra dice. 2 Corintios 4:13. A pesar de las circunstancias, los problemas o los escasos recursos, el espíritu de fe proclama la verdad de la Palabra y no se mueve. Es la certeza y la convicción de las cosas que no se ven. Esto es fe. Y sin esta convicción y certeza en Dios y en su palabra, es imposible agradarle.

La fe brota de una sola fuente. Romanos 10:17 Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. La fe solamente viene y se desarrolla por el oír la palabra de Dios. A la medida que una escucha con su corazón la Palabra de Dios, tendrá la capacidad para tener fe y el espíritu nos guiará a toda verdad, Romanos 3:31.

Hupostasis
La palabra griega Υποστασις (hy-po'sta-sis), traducida como "garantía" aquí, comúnmente en los antiguos papiros de documentos comerciales aparece transmitiendo la idea de que un convenio es un intercambio de garantías que aseguran la futura transferencia de las posesiones descritas en el contrato. En vista de esto, Moulton y Milligan sugieren la interpretación: "La fe es el título de propiedad de las cosas que se esperan" (Vocabulario del Testamento griego, 1963, pág. 660).

El capítulo que expresa de una forma clara y contundente la importancia de la Fe lo encontramos en el libro de Hebreos 11:1. La Fe no es una fe ciega, es una Fe basada en Dios y en su Palabra. La Fe es una certeza, es una convicción. Hebreos 1:8.

Veamos otras versiones:
“Es pues la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven.” R.V. 1909.
“Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.” N.V.I..
“Ahora, la fe es la sustanciación (dar sustancia) de las cosas que se esperan, la convicción de las cosas que no vemos.” Darby.

Como podemos comprobar no ha sido fácil para los traductores buscar una traducción satisfactoria para la palabra fe, por eso unas versiones dicen que la fe es la sustancia, otras dicen la sustanciación, otras la certeza, otras la garantía, debe ser muy difícil expresar con palabras principios y realidades espirituales con un vocabulario tan limitado como el nuestro.

La palabra hupostasis aparece dos veces más en el libro de Hebreos. Hebreos 1:3, y Hebreos 3:14. Teniendo en cuenta que la palabra hupostasis no es un nombre, la mejor traducción sería la de Darby.

La fe da sustancia a las cosas que se esperan, esto implica un proceso (sustanciación), la fe no es algo estático, es algo dinámico, es el proceso de dar sustancia en el mundo físico a las cosas que esperamos. La fe es un proceso, es una posición, cuando Pedro caminó sobre el agua su fe se estaba ejercitando, su fe daba sustancia a lo que hacía, pero cuando dudó empezó a hundirse, si la fe fuese una sustancia no habría desaparecido tan deprisa, pero la fe es una posición y no se requiere mucho tiempo para pasar de una posición de fe a una posición de duda donde nos hundimos, y nuestra fe deja de dar sustancia a lo que creemos y esperamos.

Elengchos
La segunda palabra que encontramos en Hebreos 11:1 es elengchos: “Es, pues, la fe la hupostasis de lo que se espera, la elengchos de lo que no se ve.”

La palabra griega e´leg-khos traducida "certeza" o "convicción" comunica la idea de traer de ahí en adelante la evidencia que demuestre algo, particularmente algo contrario a lo que parece ser el caso. Por eso, esta evidencia hace claro lo que no se ha discernido antes y así refuta a lo que parece ser que es. Esta evidencia por convicción es tan positiva o poderosa, que se dice que la fe es eso. La fe cristiana, descrita en estos términos, no es sinónimo de credulidad. En hebreos se describe el significado y el rol práctico de la fe: Hebreos 11:6. Elenjos se suele traducir tradicionalmente por: 'convicción', pero como hemos visto, la fe no es sólo convicción; sino obrar consecuentemente con lo que uno cree. Élenjos también significa: "evidencia" o "prueba de algo". Así pone Santiago el ejemplo de Abraham: que creyó a Dios y le fue contado por justicia, pero únicamente validó esa convicción cuando llevó a su hijo al altar, como Dios le había mandado (Hebreos 11:17; Santiago 2:21-22).

También es corregir, reprender
Esta palabra es un nombre y el verbo correspondiente a esta palabra es elengcho. Esta palabra no solo nos habla de una evidencia o de una convicción, esta palabra implica una amonestación, una reprobación o una reprensión. Cuando amonestamos a alguien le damos una evidencia para probar que está equivocado. Un pasaje donde aparece la palabra Elengchos. es 2 Timoteo 3:16.

Cuando reprendemos a alguien le damos evidencia de que lo que está haciendo está mal, por tanto la palabra Elengchos no solamente implica dar una evidencia sino que implica el derribar todo lo que no es correcto.

Otros versículos donde aparece la palabra elengchos son Tito 1:9, 13. ...9 retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer (elengchos) a los que contradicen ...13 Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos (elengchos) duramente, para que sean sanos en la fe. y Tito 2:16 Esto habla, y exhorta y reprende (elengchos) con toda autoridad. Nadie te menosprecie.

Entonces la definición bíblica de la fe: “Es, pues, la fe El Proceso de Sustanciación (traer al mundo físico lo que creemos y esperamos) de lo que se espera, la Reprensión (el mundo espiritual reprende todo lo que ve en el mundo físico para establecer y traer las realidades del mundo espiritual) de lo que no se ve.” Hebreos 11:1.

Cuando miramos al viento nos convertimos en gente de poca fe y nos empezamos a hundir, cuando miramos lo que se ve estamos dejando nuestra posición de fe y nos metemos en una posición de duda, de temor, de incredulidad, una posición que no producirá nada bueno en nuestras vidas. 2 Corintios 4:13; 2 Corintios 5:7. Lo contrario de caminar por fe es caminar por vista, caminar por fe es movernos por lo que creemos, caminar por vista es movernos por lo que vemos.

Por esto la fe es una dependencia en la auto revelación de Dios, especialmente en el sentido de confianza en las promesas y de temor de los tratos que están escritos en la escritura hebrea. Es obvio que los escritores suponen que su concepto de fe está enraizado en las escrituras.

La fe salvadora
Esta es la manifestación clarísima de Pistis en cuanto a la verdad revelada. Es la máxima, la más importante de las caras de ese Pistis, ya que nos atañe directamente a los que somos de la fe. La primera vez que la Biblia nos habla de creer, es en cuanto al padre Abraham en el libro de Génesis: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (15:6). El apóstol Pablo en Romanos 4 se apoya en esa declaración bíblica para decir inspiradamente que de igual modo la fe o creencia a Dios (no sólo en Dios) justifica al creyente en Cristo. Romanos 4:1-3. Este es la principal acepción del término: Fe. Este tipo de fe es la fe salvadora, y concuerda con lo dicho en Hebreos 11:1.

Como certeza, es la “base segura” en el griego literal; y como convicción, es la “prueba segura” en el griego literal. Obviamente, hablar de “base segura” y de “prueba segura”, no es hablar de una percepción humana o basada en lo humano, sino de una revelación de Dios, el cual jamás miente. Por lo tanto, aquí estamos hablando de un auténtico tipo de fe: la revelación de Dios al hombre. En ese sentido podemos afirmar que la Biblia es el libro de la Fe, ya que podemos creer y confiar en lo que en ella está escrito, conforme a como está escrito.

La fe salvadora en contraste con la creencia
Mucha gente dice, “yo creo en Dios”. Paradójica y lamentablemente, el diablo también cree en Dios: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan”. Santiago 2:19.

El diablo sabe que lo que dice la Biblia es verdad y que tiene su cumplimiento cabal en su tiempo, pero no quiere que eso ocurra. De igual manera, hay quienes creen que lo que dice la Biblia es verdad, pero no quisieran que eso fuera así. Estos son los enemigos de la fe. El creer en el sentido de un simple asentimiento mental, no es creer conforme a la fe. La fe engloba la creencia, pero va más lejos que esta, dándose de una manera vital a su objeto o sentido de ser. Esto significa que dicha creencia obtiene el resultado por el cual existe. Dicho de otra manera:“porque creo, espero que ocurra todo lo que creo, y tengo la certeza de ello”. Esa es una fe viva, en contraste con la mera fe intelectual, la cual ni vive, ni experimenta lo que expone creer.

La Fe y la Esperanza
Para entender la fe, debemos entender que la fe y la esperanza son cosas diferentes, pero que trabajan juntas para que podamos recibir de Dios. La fe se encuentra en el tiempo presente mientras que la esperanza en el futuro. La esperanza esta siempre en el futuro, nunca nos ofrece la seguridad que tendremos las cosas que queremos recibir. Lo que nos da la seguridad es la fe.

Lo que hace la esperanza es trazarnos la meta, mientras que la fe la realiza. Es como el Ingeniero y el arquitecto, el arquitecto realizaba los planos de la casa y luego la construye el ingeniero. La fe cree que recibe ahora; la esperanza en el futuro. La fe y la esperanza son dos tiempos diferentes para recibir de Dios.





La Fe es la Evidencia de lo que no se ve

La fe en Dios cree en la Palabra de Dios a pesar de las circunstancias en las que estemos.

2 Corintios 4:18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.

¿Qué es algo temporal?, una cosa que está sujeta a cambio. El problema o necesidad que tienes puede cambiar; no importa cual sea la circunstancia que estés pasando, está sujeto a cambio. ¿Existe algo que sea eterno? Si, la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es eterna.

Mateo 24:35 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Santiago 1:17 Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.

Malaquías 3:6 Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.

Dios no es un ser inconstante, ni variante, ni cambiante; Él sigue siendo siempre el mismo; y Su Palabra tampoco cambia. Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, las cosas que ha dicho las cumplirá en nuestra vida; Él apresura su Palabra para ponerla por obra (Números 23:19, Jeremías 1:12). Podemos caminar confiados porque tenemos un Dios que cumple perpetuamente su Palabra a nuestro favor. Las circunstancias o problemas que pasemos son cosas temporales que cambian cuando ponemos lo eterno en nuestras vidas. Si las circunstancias te hacen sentir enfermo solo debes declarar lo que dice 1 Pedro 2:24: “Soy sano por las llagas de Jesús.” Si tienes problemas financieros solo cree lo que dice Filipenses 4:19: “Mi Dios suplirá todo lo que me falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” La Palabra de Dios tiene la respuesta a tus problemas. Abraham no creyó lo que sus sentidos le decían, no creyó lo que sus ojos veían; él estaba completamente convencido de que Dios iba a cumplir la promesa que le había hecho y su fe trajo como resultado el nacimiento de su hijo Isaac cuando tenía cien años. Abraham no miró las cosas que se veían, sino lo que no se veía la palabra de Dios. Así pone Yakov (Jacobo, o Santiago) el ejemplo de Abraham: que creyó a Dios y le fue contado por justicia, pero únicamente validó esa convicción cuando llevó a su hijo al altar, como Dios le había mandado (Romanos 4:16-22; Hebreos 11:17; Santiago 2:21-22).

Proverbios 4:20-22
20 Hijo mío, está atento a mis palabras; Inclina tu oído a mis razones. 21 No se aparten de tus ojos; Guárdalas en medio de tu corazón; 22 Porque son vida a los que las hallan, Y medicina a todo su cuerpo. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;

Comprendamos el asunto de la fe: qué creer, qué no creer, cómo creer, etc. conforme la Biblia nos lo muestra.

La Fe y la Razón: La razón humana y su propia Limitación

Los cristianos verdaderos pertenecemos al Reino de Dios, el cual no es de este mundo aunque está en este mundo, justo en nosotros, que también estamos en el mundo, aunque no somos del mundo.

“Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).

Siendo ya ajenos a este mundo, Dios quiere que todavía estemos en él, pero que no nos contaminemos con él. Como ciudadanos de la ciudad santa, la nueva Jerusalén, aun y estando físicamente aquí en esta tierra, debemos vivir conforme a la voluntad de Dios, según la guía del Espíritu Santo y de Su Palabra, la Biblia. En ese sentido, la fe nos es indispensable. Veremos que la fe es un concepto mucho más amplio y variopinto del que en primera instancia podemos pensar, que contempla modo de puzzle varias y entrelazadas acepciones. La fe es el vehículo de Dios en el cual nos desplazamos en este mundo perdido y condenado. Es también el conducto de Dios por el cual recibimos lo que es de Él. La fe es esto y mucho más. La buena noticia es que como gente nacida de nuevo, el vivir en fe y por la fe, es algo con lo que podemos contar, porque es parte de nuestra nueva manera de vivir desde que pertenecimos a Dios. Los que no son de la fe, no pueden agradar a Dios, a diferencia de los que sí somos de la fe. La fe es exclusiva de los llamados y escogidos:

Romanos 8:29-32
29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. 31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?.

“Aunque estamos en el mundo, los cristianos no somos del mundo; sólo estamos de paso en él”

La fe en cuanto a la verdad

La fe (Pistis) tiene también el sentido de la verdad como hemos visto. Partiendo de los dos vocablos en español: fe y verdad, vemos que van de la mano. La fe que creemos es la verdad. Cristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad…” (Juan 14:6). Creer en Jesucristo es creer en la verdad. Por tanto, los que somos de la fe, somos de la verdad. Así pues, en este sentido la fe nos salva, porque el creer la verdad nos salva. La mentira, aún la agradable a los sentidos, es muerte. Es sólo apariencia que no produce el resultado que muchos que la creen, esperan. La fe en este caso es la declaración de la verdad revelada por Dios para la salvación del creyente. Ahora veremos que así como esa verdad nos ha sido revelada (fe revelada), esa verdad es preciso defenderla.

El compromiso de la defensa de esa fe

Clarísimamente la Palabra nos enseña que esa fe; es decir, esa verdad revelada por Dios, ha de ser defendida por los creyentes con sinceridad, seriedad, eficacia y determinación (Judas 1:3). Dios nos da la responsabilidad de defender la fe, de nuevo, la verdad, revelada a los santos. Muchos dicen que es cosa de Dios el “juzgar”, y que sólo hay que orar y poco más. No es cierto. La verdad revelada, también llamada, la fe revelada, ha de ser defendida por los que somos de esa verdad. En este sentido leemos en el diccionario bíblico ilustrado: Por esto los cristianos deberían contender eficazmente para no perderla [la verdad]. Se trata de un depósito fundamental. Son muchos los falsos profetas que han salido al mundo, y que se han introducido encubiertamente para predicar herejías destructoras, negando la persona y (o) la obra de Jesucristo (1 Pedro 2:1; Judas 1:3-4).

“Existe una notable diferencia entre juzgar y condenar. El juzgar es propio del cristiano (Juan 7:24), no el condenar”.


La Fe desde tiempos remotos

¿Qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe religiosa?  

La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el momento son muy complejas. Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el cuerpo, lo que le valió la condenación eterna. Ahora, muchos investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es innata y que se ha repetido en todas la culturas y civilizaciones. Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y los pensamientos de los demás.


Jesús y la fe

Dos velos hay que nos cierran la mirada a la realidad viva de Jesús.

-El primero es nuestra ignorancia. Hemos de confesar que no es mucho lo que sabemos acerca de Él. Nos afanamos por infinitas cosas, vamos ávidos y anhelosos tras ellas. ¿Pero tratamos de oír y preguntar, de leer y estudiar con el mismo interés y afán quién es Jesús? ¡Somos ignorantes acerca de Él, lo somos!.

-El otro velo es que creemos saber, y en realidad sólo estamos acostumbrados a oír una y otra vez las mismas palabras, hechos y afirmaciones. Y esta rutina, que imposibilita toda fresca impresión, vela casi más gruesamente nuestra mirada que la misma ignorancia. He ahí por qué estamos haciendo reiteradamente en estas meditaciones un doble ensayo: el de mirar, preguntar, estudiar desde puntos de mira nuevos y juntamente de quitar la parda capa de la rutina y llegar a la novedad de la figura. Así preguntamos ahora. Lo que hace tal al cristiano es su fe, aquella vida interior que la predicación de la revelación despierta en él apenas la recibe en sí.

Ahora bien, ¿en qué relación está Jesús respecto de la fe?

Desde luego no nos referimos a lo que dice sobre la fe, ni a cómo nos lleva a la fe, ni a lo que El exige de ella. Lo que preguntamos es si El mismo es un creyente. Cuando Jesús habla del Padre, ¿habla por fe? Hay una teoría acerca de Jesús y de su relación con Dios, según lo cual, Jesús fue un hombre como nosotros, uno de nosotros en todo. El buscó, como nosotros, la salud. Y la halló, como a nosotros se nos promete y se nos da, en su relación con Dios. Lo grande en El está precisamente en que fue sólo hombre, siquiera el más alto y más cercano a Dios. Por eso puede ser realmente nuestro guía. Se halla en la misma línea que nosotros, si bien un gran trecho más adelante. Su vida tiene la misma dirección que la nuestra: de lo humano a Dios. Consiguientemente fue también un creyente. Eso sí, con fuerza creadora, ya que El instituyó formalmente la actitud creyente del cristiano y dio el ejemplo de ella. Pero creyó. En esta teoría hay algo grande. Alienta en ella un deseo particular de tomar realmente en serio lo cristiano. Pero cree que sólo puede hacerlo, si el que trajo la actitud cristiana al mundo fue de todo en todo como uno de nosotros. Ahí justamente siente esa teoría la invitación y la fuerza, lo que realmente obliga, lo que prende en lo real. Mucho habría que decir sobre eso. Sobre todo que, en esa concepción no se da ya una redención real. Con lo cual cae lo más profundo del cristianismo. Pero prescindamos totalmente de eso: si abrimos el Nuevo Testamento y vemos la postura que toma Jesús ante Dios, cómo habla de El y cómo se sitúa El, en este hablar, delante de Dios, hemos de decir que no queda nada de lo que esta teoría siente. Si nos acercamos a Él con una opinión preconcebida, si realmente dejamos hablar al Evangelio, hemos de afirmar que Jesús no fue un creyente.

Porque, ¿qué significa la fe?.

Supongamos uno que no ha oído aún palabra acerca de la revelación cristiana o que, por lo menos, no ha sido realmente tocado por ella. Un día tropieza con un libro que habla de lo cristiano o conoce a un hombre que vive en lo cristiano, y entra en contacto con ello. Se entabla una discusión; las preguntas van y vienen, hay aproximación y retroceso. La cosa se toma en serio, se penetra más y más, hasta que un día ese hombre se halla ante la última decisión y se atreve a dar el paso hacia la fe. A través de esa discusión se le ha abierto, dentro del ámbito de la existencia humana, una nueva realidad. Por su decisión la ha aceptado realmente y se ha colocado en ella con lo más íntimo de su ser. La fe significa, por tanto, establecer enlace con la realidad divina que aparece en la revelación. Significa abrazar esa realidad y vivir de ella. Esto significa audacia y esfuerzo, significa una transposición y transformación de la propia existencia en el sentido de aquella realidad y desde ella también. Pero significa también nuevas conmociones que se suceden constantemente. En determinados momentos aquella realidad se presenta sensible y poderosa; en otros se vela y retrocede. Hay momentos en que brilla lo que quiere; luego, a su vez, su exigencia se torna oscura. O bien aquella realidad aparece conocida y familiar al espíritu, y de pronto surgen en ella nuevos aspectos, nos plantea nuevas exigencias y el conjunto se torna nuevamente problemático. Y luego penetrando todo lo dicho: Aquella realidad viene de arriba y lo que hay en el hombre, de abajo. Y esto se resiste, no quiere entregarse, no se resigna a la muerte del hombre viejo.

Así, la fe significa siempre lucha renovada por la fe; prueba y abnegación y constancia hasta lograr nueva seguridad. Si se trata de un hombre que ha crecido en la fe, las cosas pueden tomar en muchos puntos otro curso. Pero también él tendrá que pasar por una crisis de la fe más o menos profunda. Y aun después que nuevamente haya asentado el pie, su fe se verá una y otra vez rozada por la cuestión de la fe y tendrá que demostrarse: en la lucha por la fe. Cierto que la fe crecerá, logrará nueva certeza y claridad; de pistis, confianza de la fe, pasará a ser, cada vez más claramente, gnosis, conocimiento de la fe; sin embargo, la fe está siempre en tensión, y esta tensión ha de superarse constantemente. Si partiendo de aquí miramos a Jesús y preguntamos si fue un creyente, la respuesta más espontánea ha de ser que no. Jesús no pasa del no creer al creer. Tampoco se ve en El que una primera vida infantil de fe haya sido sacudida por crisis, de las que saliera su fe renovada y fortalecida. En Jesús no hallamos ni pruebas o tentaciones contra la fe ni lucha y victoria de la fe. Es más, en El no hallamos en absoluto la actitud de la fe, que consiste en que el hombre abraza una realidad que le sale al encuentro, ni la lucha de la "antigua" realidad, centro de su vida, con la nueva que se despierta, con todo lo que ello supone de conmoción y abnegación. En Jesús no se da en absoluto la contraposición del que revela y del que recibe. Pudiéramos expresarlo diciendo que Jesús tiene lo que dice. Posee al Dios de quien habla. Aquí no hay dualidad, sino unidad. Sin duda se siente una lucha profunda y misteriosa. Sin duda se perciben tensiones, discusiones. En eso se apoya la opinión que quiere ver a Jesús simplemente en actitud humana, y de ello tendremos que hablar todavía. Pero todo eso se sitúa en otra parte. No afecta a la fe. Ahora pudiera decirse: Bien, Jesús no fue un creyente. Fue un iluminado. La palabra de Dios no llegó a El por un mensajero de la fe ni El la recibió con fe. El es quien trae la palabra de Dios. El es el mensajero de la fe, el enviado. Pero a El le fue dada por interior revelación. Así tenemos que mirar a aquellas personas, de las que nos consta con certeza que recibieron la palabra por revelación, que fueron enviados. Tenemos que mirar a los profetas.

¿Qué pasa con los profetas bíblicos?

En la vida del profeta llega siempre el momento en que Dios pone la mano sobre él. Antes era un creyente como todo el mundo. Luego viene el asirlo Dios y se convierte en instrumento. Pero toda su vida de profeta se realiza en la tensión o contraste entre su realidad humana y terrena y este asimiento de Dios. Lo que aquí se pide al profeta no es fe; pero es algo más difícil que la fe. La lucha es más dura, las crisis más hondas y conmovedoras; la abnegación constantemente exigida más penosa. No tenemos sino seguir en los libros de los reyes la vida de un Elías o leer atentamente el libro de un Isaías para darnos cuenta de ello. Si de aquí volvemos a Cristo y preguntamos si fue un profeta, hemos de contestar nuevamente que no. No hallamos en su vida el acontecimiento de asirlo Dios, de la primera toma de posesión, de la iluminación, de la misión. Se ha querido ver ese acontecimiento en el bautismo del Jordán; pero eso no es exacto. El bautismo de fuego en el Jordán revela su misión, pero no la funda. Y tampoco hallamos en su vida la lucha entre su centro humano y su centro profético. La palabra sagrada de Getsemaní"No se haga mi voluntad, sino la tuya", significa algo totalmente distinto. No hallamos, finalmente, los momentos de agotamiento y de fortaleza, de resistencia y entrega. Nada de eso.

Jesús no es un profeta

Antes hemos dicho que Cristo tiene aquello de que habla. El Dios de quien habla está en El. Ahora hemos de mirar más agudamente y decir: Jesús no habla de oídas o de "recibidas". Habla de suyo. Es distinto del creyente; por eso habla modo distinto que el creyente. Es distinto del profeta; por eso habla de modo distinto que el profeta. Si ponemos atento oído a la manera cómo Jesús habla de Dios, cómo anuncia y requiere, nos sentimos llevados hacia un misterio íntimo, que se sitúa totalmente aparte del misterio del creyente y del profeta: al misterio del Dios-hombre.

Entendiendo más acerca de la fe: La fe y la razón

La Biblia enseña una fe racional, basada en el conocimiento y refinado a través de la prueba. Se anima a que los Cristianos usen sus mentes en todos los aspectos de la vida, incluyendo nuestra vida espiritual, la oración y culto. Dios valora la veracidad a un sumo grado y quiere que sepamos la verdad sobre Su creación, la naturaleza de Su ser y Sus escrituras. Finalmente, Dios quiere que todas las personas vengan al conocimiento de la verdad de Su salvación a través de Jesucristo, para que ellos puedan pasar la eternidad con Él en la nueva creación.

Romanos 12:1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. 

La fe viene de parte de Dios, es decir Él te la da, de hecho te dio a ti una medida de fe que puedes usar si quieres, si tú por ejemplo le pides a Dios su ayuda para dejar un pecado (por ej. el alcohol) basándote en la promesa que dice "todo lo puedo en Cristo que me fortalece" y Él te responde, y conforme pasan los días ves la respuesta, te das cuenta de que en verdad Cristo ha fortalecido tu corazón, con las evidencias tu fe se fortalece, tu mente lo comprueba y cuando alguien te dice: No puedo dejar el cigarro, tu le dices Dios puede ayudarte, razonas a partir de tu experiencia, comienzas a conocer a Dios y como actúa, definitivamente existe también un componente de poder, puesto que es Dios, pero la razón humana llega a comprender a través de la fe la experiencia espiritual y a validarla como verdadera conforme la comprueba.

Mayormente, de unos 200 años a esta parte, se ha presentado la fe como opuesta a la razón. Se nos ha presentado la razón humana como superior a la fe, la cual se ha ridiculizado. El hombre, en su intento de buscar su lugar en el universo apartando a Dios de en medio, abandonó en gran manera la racionalidad por el racionalismo. Lo cierto es que la fe no se opone a la razón, ya que una y otra son obra de Dios. La Fe es superior a la razón humana, ya que tiene que ver con la mente y la voluntad de Dios, mientras que la razón humana, sólo es humana. Como dice el diccionario bíblico: “La fe acepta la revelación venida de Dios acerca de temas que el hombre no puede llegar a conocer por su propia cuenta”. El hombre sólo puede investigar aquello que ha sido puesto debajo de su potestad. Existen tantas cosas que escapan de la mente y comprensión del hombre, como dice el proverbio:

“Para la altura de los cielos, y para la profundidad de la tierra, Y para el corazón de los reyes, no hay investigación.” (Proverbios 25:3).

Por tanto la razón humana, a pesar de su propensión al orgullo y enaltecimiento por causa de la caída del hombre, siempre estará limitada a su condición, mientras que la única limitación de la fe es el cese de la revelación de Dios, o el cese del creyente en esta tierra (1 Corintios 13:8-13). La razón humana tiene su principio y su fin, a causa de la limitación humana. En cambio la fe tiene como principio Dios, y como fin Dios también, porque depende de la voluntad de Él, no de la nuestra.

La razón humana y su propia limitación

La razón es aquella facultad por la cual el hombre puede comprender las cuestiones a las cuales puede tener acceso por causa de los sentidos. La razón ayuda al hombre en su análisis empírico de lo que le rodea, y aún de sí mismo, pero todo está limitado por su misma naturaleza. Dicho de otro modo, el hombre tiene la capacidad de acceder a la comprensión y acción de mucho de su entorno, pero la razón no podrá asegurarle que todo lo que crea entender sea toda la realidad existente. El mismo apóstol Pablo dijo algo parecido: “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. (1 Corintios 8:2). A causa de la caída, el ser humano ha quedado hundido en las tinieblas. De igual manera que su cuerpo está abocado a la tumba, y su corazón es capaz de lo peores pecados, su razón ha quedado falseada, y su inteligencia entenebrecida. “Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:22).

La razón humana no puede llegar a la mente de Dios

El hombre actual cree que ha conseguido algo, quizás por causa del aumento en la tecnología y en el conocimiento, pero se engaña a sí mismo. Estas cosas indirectamente están ayudando a engrosar su corazón y llenarlo de altivez y soberbia. Sin detrimento de los logros y avances tecnológicos, es bien cierto que el hombre moderno cada vez está más alejado del Eterno y de lo que es eterno. Lo natural se convierte en enemigo de lo espiritual, ya que esto último le es locura (o estupidez). La razón no puede atreverse a negar algo a lo cual no tiene acceso, como la revelación de Dios. La buena noticia es esta: el hombre no está limitado por su propia e imperfecta razón, sino que tiene acceso a mucho más por causa de la Fe. Pero cuando en el “nombre de la razón”, se pretende negar la Revelación, se comete un abuso de la racionalidad, al llevarla esta - por la voluntad humana - fuera de su círculo delimitado de acción, y dicha racionalidad se corrompe viniendo a ser racionalismo.

El racionalismo es el resultado de la entronización de la razón humana sobre toda la existencia, atribuyendo a esta la capacidad de juzgar y arbitrar todas las cosas. Dicho de otro modo, es la razón humana sustituyendo a Dios. No es más que la supina necedad puesta en acción. El racionalismo es pecado básico de una infinidad de otros pecados derivados de este, mayormente los de nuestro tiempo: negación de Dios, antropocentrismo (el hombre como dios), materialismo (exaltación de lo visible por encima de lo invisible), hedonismo (culto al placer y la sensualidad), etc.. El racionalismo nada tiene que ver con la razón, que es don de Dios, por tanto, no es esta la que empuja al hombre a negar la Revelación, sino la incredulidad por causa del amor al pecado, rebelión y enemistad contra Dios (Romanos 8:7). Leemos en el diccionario bíblico ilustrado: “El conflicto no es, pues, entre razón y fe, sino entre la razón obrando un esquema mental de incredulidad y rebelión contra Dios y Su revelación”. El hombre deberá escoger si creer exclusivamente a su razón, o creer a Dios, sin abandonar su razón.

El Cerebro Creyente

Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación y la empatía. Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación?. Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está organizado para que podamos creer. Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina': «El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial. Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste, como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta.

Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan, consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora». Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica. Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo, espirituales, «esta a un paso de la creación de los dioses».

La Búsqueda de Causas

Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión?

Deborah Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un porqué. «La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural. Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas pueden no ser religiosas», asegura. De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos, claro», argumenta.

Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo?. El evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres. La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».

Continua en el Discipulado I: de la doctrina de bautismos
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