Apologetica-Teologia-Ciencias Biblicas

Filipenses 1:27 Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que o sea que vaya a veros, o que esté ausente, oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio,

Unete. Sígueme. Apoyame

martes, 13 de noviembre de 2018

Los Padres Apologistas I

San Justino, apologeta del siglo II

Los Padres Apologistas
Como Padres apologistas se les conoce a aquellos Padres de la Iglesia que surgieron a partir de finales del siglo II d. C., cuando con la muerte de los discípulos de los apóstoles se extinguían las referencias más directas a la vida de Jesús y de los orígenes de la época apostólica. En esta etapa, los cristianos solo tenían como referencia las Escrituras y la Tradición Apostólica, y por ello lucharon para hacer frente a los peligros que amenazaban la existencia misma de la Iglesia naciente. Los Padres Apologistas se encargaron de defender el cristianismo en un momento en que, además de las persecuciones de las autoridades civiles, surgieron nuevos planteamientos teológicos por parte de gentiles y miembros de la propia Iglesia.

Los escritores sagrados, desde la muerte de esta generación, solo tuvieron el testimonio de las Sagradas Escrituras, de la Liturgia y de la Tradición mantenida en cada una de las Iglesias particulares.

Estas primeras generaciones de escritores cristianos aún vivieron en la persecución y se les conoce como Apologistas por la defensa que hacían del cristianismo frente a los paganos o gentiles y otras doctrinas de la época. Entre ellos destacan Justino Mártir, Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma, Novaciano, Tertuliano; formando la Escuela de Alejandría, Orígenes —el padre de la Teología—, Panteno, Cipriano de Cartago y Clemente de Alejandría; y, de la Escuela de Antioquía, Luciano de Antioquía.

La inclusión de unos autores, bien como apologistas, bien como padres de la Iglesia, depende más bien de criterios de estudio, que por razones generacionales

Apologetas griegos
persona que usa de la ciencia y la filosofía para respaldar el cristianismo en los siglos II y III

Los apologetas griegos son escritores del cristianismo primitivo que desde mediados del siglo ii buscaban defender la fe cristiana de las acusaciones realizadas contra ella por parte de paganos. Se trata de una reacción ante las críticas, burlas y desprecio a los cristianos por parte de autores romanos quienes catalogaban de secta al incipiente cristianismo. Por tanto, se trata de escritos dirigidos a los no cristianos con el fin de darles a conocer la fe y las costumbres de esta religión.

El tono de estos escritos es muy variado, desde el respeto y la altura intelectual de Justino hasta la abierta hostilidad o derrisión de los escritos paganos o de su filosofía, como en el caso de Hermias. En todos los casos los argumentos parten de las mismas bases jurídicas o filosóficas de la cultura romana para. Los géneros usados van desde el tratado hasta el diálogo.

También se consideran apologías de este período los escritos destinados a rechazar las críticas de los judíos.

Características
Los autores cristianos del siglo I, llamados «Padres Apostólicos» escribieron textos íntimos, dirigidos a los demás cristianos, haciendo énfasis en Dios como Padre y Creador. Pero a partir del año 130 los apologistas griegos tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las doctrinas de la filosofía para difundir el mensaje cristiano en los medios de mayor cultura y poder.

En Palabras de Quasten: La finalidad que perseguían con sus obras los Padres Apostólicos y los primeros escritores cristianos era guiar y edificar a los fieles. En cambio, con los apologistas griegos la literatura de la Iglesia se dirige por vez primera al mundo exterior y entra en el dominio de la cultura y de la ciencia. Frente a la actitud agresiva del paganismo, la palabra misionera, que era apologética sólo en ocasiones, es sustituida por la exposición predominantemente apologética, que es lo que da a los escritos del siglo ii su sello característico. En el populacho circulaban rumores soeces contra el cristianismo. El Estado consideraba la adhesión al cristianismo como un crimen gravísimo contra el culto oficial y contra la majestad del emperador. El juicio ilustrado de los sabios y el peso de la opinión de las clases más cultas de la sociedad condenaban la nueva religión por considerarla como una amenaza siempre creciente contra el imperio universal de Roma.

Los apologetas griegos se interesaban en provocar una buena acogida por parte de los intelectuales paganos al cristianismo y defender su religión de los ataques que se venían produciendo en el imperio. No se trata de escritos catequéticos sino de defensa, y por tanto, el contenido doctrinal es más bien pobre. También se descubre en ellos el interés por la conversión de sus interlocutores. Hay en estas obras información útil sobre la vida de los cristianos del tiempo.

Sin embargo, las actitudes ante la filosofía y la cultura paganas varían entre los apologetas: algunos la asumen y la valoran (Arístides, Melitón de Sardes, Justino, Atenágoras y Minucio Félix), otros la denuestan con acritud (Taciano, Hermias, Tertuliano y Arnobio) Otros se mantienen en una crítica más serena (Lactancio y Eusebio de Cesarea). Las apologías de los que defendían parte de la cultura pagana son escritos de justificación que pretenden mostrar la verdad de las ideas, vida y explicaciones cristianas frente a algunos aspectos de la filosofía helenística. En ellas se recurre a afirmaciones filosóficas provenientes del pensamiento griego aunque se les intenta dar otro sentido.

Aparecen en las apologías los temas centrales del pensamiento cristiano: la idea de Dios, la idea de creación, la concepción del hombre, el lugar del hombre en el mundo, el lugar que deben ocupar los cristianos en el Imperio. En algunas de estas apologías aparece, además, una valoración positiva del pensamiento griego, sobre todo del platónico, como antecedente o preparación para el pensamiento cristiano. Un gran acento se ponía en demostrar que los cristianos no podían ser considerados como enemigos públicos o políticos porque eran buenos ciudadanos. También criticaban con fuerza la idolatría. Su argumentación giraba en torno a demostrar tanto la veracidad de la religión cristiana como también su antigüedad (a modo de motivo de credibilidad). Para ello usaban los instrumentos propios de la retórica griega y hasta los diálogos al estilo platónico. La terminología teológica que introducen es también más griega que judaica.

Adversarios
Las apologías escritas para rechazar las críticas de los judíos, toman temas como la Antigua Alianza llevada a su cumplimiento con el cristianismo, la identificación de Jesús de Nazaret con el Mesías esperado por ellos y temas ligados a la liturgia. Esto se hacía usando el Antiguo Testamento y mostrando la interpretación propia cristiana de pasajes e historias. Los escritos realizados por intelectuales paganos así como las persecuciones desatadas por los emperadores romanos fueron otra fuente de escritos apologéticos. A raíz de la conversión de Constantino y de la asunción del cristianismo como religión de Estado en Roma, esos escritos fueron destruidos y en la mayoría de los casos lo que se ha salvado es aquello que es citado por los mismos apologetas.

Las primeras persecuciones estatales se dieron a partir del siglo i de forma esporádica y geográficamente limitada. Como no se conocían crímenes que pudieran dar lugar a condenas (circulaban acusaciones de antropofagia y de incesto debido a la naturaleza extraña de las reuniones que tenían los cristianos para celebrar la fracción del pan), se creía que el mismo nombre de «cristiano» fuera suficiente para desencadenar el castigo. Por ello, los cristianos pensaban que dirigiéndose a los emperadores podrían obtener justicia y protección. De ahí que muchos textos apologéticos estén redactados pensando en el emperador como interlocutor literario. Drobner afirma: Si el ser cristiano es motivo de condena, entonces todos los cristianos deberían ser sometidos siempre a persecución por parte del Estado y no sólo tras la presentación de una denuncia, como había sugerido Trajano en sus cartas con Plinio el Joven en el año 112. Además se debería enunciar qué clase de crimen es ser cristiano. pág. 125

Las acusaciones eran de todo tipo: impiedad, ateísmo, canibalismo e incluso infanticidio. Tácito, al tratar sobre el incendio de Roma en sus Annales y referir las acusaciones que se vertieron sobre los cristianos, habla de estos como de personas que desprecian el género humano.​ Hay también constancia de un discurso de Marco Cornelio Frontón que habría escrito contra los cristianos. Luciano de Samosata hacia el año 170 en su De morte peregrini ridiculizaba las creencias cristianas en el más allá y la caridad fraterna. Celso con su Discurso verdadero fue el más incisivo en sus críticas al cristianismo al que calificaba como un conjunto de supersticiones y fanáticos. Estas críticas y burlas continuaron con autores y personajes posteriores como Porfirio o Juliano.

Autores y obras
Dado que la mayor parte de los escritos de los apologetas eran dirigidos a los emperadores del tiempo, una forma de clasificación de los textos es seguir los períodos de los emperadores.

El primer texto apologético con el que se cuenta es el llamado Fragmento de Cuadrato, casi todo él perdido. Se trataba de un texto dedicado al emperador Adriano. El discurso A Diogneto puede ser datado en las mismas fechas. Otra apología dedicada a Adriano es la de Arístides de Atenas. Entre las que se escribieron en tiempos de Antonino Pío se cuentan la de Aristón de Pella y las dos de Justino que pide una justificación a las condenas contra los cristianos.

Taciano el Sirio escribe durante el período de Marco Aurelio haciendo una crítica a la filosofía y hasta la cultura griega. Otro apologeta del que, sin embargo, no se conservan sus escritos fue Milcíades. Atenágoras de Atenas escribe la Súplica en favor de los cristianos. Teófilo de Antioquía escribe a “Autólico” sobre la moral cristiana y refutando una a una las críticas que se daban a los cristianos. De Melitón de Sardes sólo se conserva un fragmento de su apología. Finalmente Hermias escribió un diálogo satírico sobre las contradicciones de la filosofía pagana.

Textos
Casi todos los textos mencionados pueden encontrarse en el Códice de Areta en la Biblioteca Nacional de París (llamado Codex Parisinus 451. Se trataba de un corpus apologetarum que el obispo Aretas de Cesarea mandó reunir hacia el año 914. Existe también una edición crítica con comentarios en latín realizada por Johann Karl Theodor von Otto entre 1847 y 1881, la Corpus Apologetarum Christianorum saeculi secundi. Añade las obras de atribución dudosa y las espurias.

Cuadrado de Atenas
Santo y apologísta cristiano

Cuadrado de Atenas o Codrato (en latín: Quadratus, en griego antiguo: Κοδράτος) (Asia Menor?, mediados del siglo I - Atenas?, siglo II) fue un escritor cristiano y obispo de Atenas. Es considerado uno de los Setenta discípulos y es venerado como santo por toda la cristiandad. Se ha identificado con uno de los padres apostólicos del primer cristianismo.

Según Jerónimo de Estridón​ y Eusebio de Cesarea, fue discípulo de apóstoles. Eusebio lo nombra en diversas ocasiones, pero no se sabe si siempre se refiere a una única persona o a dos (un discípulo de los apóstoles, padre apostólico, y el obispo de Atenas): muchos autores consideran que los dos son la misma persona.

De las referencias conocidas se cree que estaba relacionado con las hijas del apóstol Felipe. Aunque algunos piensan que podía ser ateniense, lo más probable es que fuese originario de la parte central del Asia Menor. Si fuese el mismo que el obispo, fue nombrado obispo de Atenas y sucedió al obispo Publio, que había muerto durante una persecución a los cristianos en 125 o 129. Presentó una apología del cristianismo al emperador romano Adriano, entonces en Atenas, obra perdida casi en su totalidad. En esta apología, destacaba la capacidad de Cristo para hacer milagros duraderos (como curaciones) a diferencia de magos falsos que pretendían tener poderes sobrenaturales. De ella se conserva el siguiente fragmento, conocido como Fragmento de Cuadrato:

Las obras empero, de nuestro Salvador estuvieron siempre presentes, puesto que eran verdaderas: lo que él curó, lo que resucitó de entre los muertos no fueron vistos solamente en el momento de ser curados y resucitados, sino que estuvieron siempre presentes; y eso no sólo mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aun después de su muerte, han sobrevivido mucho tiempo, de suerte que algunos de ellos han llegado hasta nuestros días. En 126, parece que todavía no era obispo y, si pudo oír a los apóstoles, como él mismo aseguraba, habría nacido hacia mediados del siglo i y en 126 tendría que tener más de 70 años.

Eusebio de Cesarea, citando esta carta, atribuye al autor otros escritos y hechos dudosos, por lo cual la trayectoria del personaje romano es parcialmente desconocida. Otras referencias dicen que murió mártir bajo el gobierno de Adriano a quien dedicó la Epístola a Diogneto.

Justino Mártir
apologista, santo y mártir de la Iglesia Católica

Justino Mártir (en latín: Iustinus Martyr; en griego: Ἰουστῖνος ὁ Μάρτυρ, Ioustinos ho martyr; Flavia Neapolis, Siria, ca. 100/114 - Roma, 162/168), también conocido como Justino el Filósofo, fue uno de los primeros apologistas griegos que escribieron en defensa del cristianismo. Inicialmente filósofo pagano, tras su conversión abrió escuela en Roma y tendió puentes con el judaísmo y el paganismo, con el objetivo de propagar la idea de que el Cristo fuera la encarnación del Logos. Su actividad en defensa del cristianismo llamó la atención del prefecto Quinto Junio Rústico, quien lo condenó a muerte junto a otros compañeros por negarse a hacer sacrificios a los dioses romanos.

Si bien la mayoría de sus obras se han perdido, los ejemplares existentes testimonian el desarrollo de la praxis y doctrina cristianas durante el siglo ii. Su Apología, dirigida a los césares, y su Diálogo con el rabino Trifón discuten la legalidad y racionalidad del cristianismo, la interpretación del Antiguo Testamento, la naturaleza de Dios a la luz de la fe y de la filosofía, el sacrificio de animales como ofrenda a Dios y otros temas. La figura de Justino combina una sincera búsqueda de la verdad,​ la audacia de dirigirse al Emperador,​ la apertura razonable a sus contrincantes, un tono de escritura vigoroso y atractivo aunque improvisado, y el testimonio final del martirio,​ todo lo cual lo convierte en el más importante apologeta cristiano del siglo II.

Biografía
Nació hacia el año 100 en la ciudad de Flavia Neapolis (actual Nablus, en Cisjordania),​ una ciudad fundada por los romanos 50 km al norte de Jerusalén para acrecentar su dominio en la zona. Aunque nacido en plena región de Samaria, provincia de Judaea, su familia era pagana y fue educado en un contexto cultural helenístico sin influencia del judaísmo. De joven, según su propio testimonio, el ansia por adquirir ciencia y conocimiento lo introdujo en el estudio de la filosofía. Se inició en la escuela estoica, pero su maestro no supo dar explicaciones sobre la esencia de Dios. Luego incursionó en la escuela peripatética, pero el maestro estaba más interesado en los pagos anticipados que en la enseñanza de la Filosofía. Los pitagóricos lo rechazaron porque antes de iniciar a alguien en su Escuela exigían el aprendizaje previo de música, astronomía y geometría. Finalmente Justino se inclinó hacia el platonismo, una escuela que lo impresionó con su teoría de las ideas y en la que profundizó sus estudios, concentrado en la metafísica y la búsqueda del Dios de la filosofía:

La consideración de lo incorpóreo me exaltaba sobremanera; la contemplación de las ideas daba alas a mi inteligencia; me imaginaba haberme hecho sabio en un santiamén, y mi necedad me hacía esperar que de un momento a otro iba yo a contemplar al mismo Dios. Porque tal es el blanco de la filosofía de Platón … Lo que siempre se ha del mismo modo e invariablemente, y es causa del Ser de todo lo demás, eso es propiamente Dios. Justino Mártir

Cierto día, entre los años 132 y 135, mientras caminaba por las playas de Éfeso, un anciano le llamó la atención hacia Cristo y los escritos de los profetas, como maestros antiguos portadores de un mensaje profundo. La tranquilidad de los creyentes ante el martirio lo convenció de que no eran, como se decía, una secta de personas entregadas al canibalismo y al placer.​ La doctrina le resultó convincente y resolvió convertirse al cristianismo, en Éfeso en tiempos de Adriano, y dedicó el resto de su vida a difundir lo que él consideraba la «verdadera filosofía». Viajó por el mundo vistiendo el pallium de los filósofos como predicador ambulante, y hacia el año 150 se instaló en Roma, donde fundó el Didascáleo romano, una escuela de pensamiento cristiano a la que asistieron Taciano e Ireneo de Lyon. Experiencia típica de una época de eclecticismo filosófico, a semejanza de otros maestros abrió su escuela sin grandes recursos, alquilando el piso superior de unos baños, donde recibía a cualquier persona ansiosa de escuchar su enseñanza de filosofía y cristianismo.​ Cabe suponer que su escuela haya sido una empresa personal, sin dependencia oficial con la jerarquía de la Iglesia, ya que no existen testimonios de que Justino haya tenido algún rol formal en la comunidad cristiana.

Autor prolífico y defensor de su fe cristiana, fue más filósofo que teólogo. De hecho, no hacía una distinción exacta entre ambas disciplinas, pues para él había una única Sabiduría revelada plenamente en el Logos, Jesucristo. Justino consideraba que el cristianismo no era una negación de la filosofía griega, sino una superación: en tanto que los filósofos habían descubierto verdades, lo habían hecho, según Justino, con el poder del Logos. En efecto, en sus escritos son muy fuertes las influencias del Platonismo Medio. Sobreviven sus obras de apologética: el Diálogo con Trifón que discute las diferencias y semejanzas con el judaísmo, y las Apologías que contestan las objeciones del paganismo. Las numerosas digresiones y repeticiones sugieren que se dejaba llevar por la inspiración del momento antes que por un plan de escritura; aun así, se caracteriza por la rectitud y sinceridad, tratando de convencer racionalmente a su adversario.​ En la vejez se coronó como mártir en la capital del Imperio junto a otros seis compañeros, al parecer debido a sus disputas con el cínico Crescencio, durante el reinado de Marco Aurelio, siendo Junio Rústico prefecto de la ciudad entre 162 y 168.

Obra
En la generación de autores cristianos anterior a Justino, los llamados «Padres Apostólicos» escribieron textos íntimos, dirigidos a los demás cristianos, haciendo énfasis en Dios como Padre y Creador. Pero a partir del año 130 los apologistas griegos como Justino tuvieron por destinatarios a la élite pagana, por eso explotaron las ideas filosóficas del movimiento de los seres para difundir la visión de un Dios que es al mismo tiempo Creador y Demiurgo.​

Actualmente se conservan tres obras auténticas de Justino: la Primera Apología, dirigida a las autoridades romanas, una Segunda Apología, que es la parte conclusiva de la Primera, y el Diálogo con Trifón. Llegan hasta el presente de forma casi completa gracias a una única copia medieval, de mediocre calidad, datada de 1364; también se conservan fragmentos antiguos de papiro romano con unas pocas líneas de sus obras, como testimonio arqueológico confirmatorio.[27]​[28]​ De las demás obras del autor sólo permanecen fragmentos del texto Sobre la Resurrección, y otros fragmentos de dudosa autenticidad.

Apologías
Las Apologías de Justino, dirigidas a las autoridades, buscan explicar su visión acerca de qué es el cristianismo y por qué puede ser injusto perseguirlo. Justino exhorta al Emperador a desarrollar un juicio independiente acerca del cristianismo y abandonar la persecución, bajo el argumento de que no se los persigue por algún crimen concreto, sino tan solo por llevar el nombre de cristianos. El tono es principalmente legalista, con la intención de convencer a personas versadas en filosofía. En las frecuentes digresiones Justino trata una multitud de temas con miras a justificar el cristianismo y responder ante calumnias y acusaciones, por este motivo incluye una exposición pormenorizada de las creencias, los ritos y las costumbres de su comunidad.

Diálogo con Trifón
El Diálogo es la primera apología del cristianismo ante el judaísmo que se conserva casi en su totalidad. Es un texto extenso, de 142 capítulos, donde pone en discusión las distintas interpretaciones de la Biblia. En la introducción Justino se presenta como filósofo y como cristiano, luego la obra se desarrolla en tres partes: primero explica la interpretación que hacen los cristianos del Antiguo Testamento, luego discute la adoración del Cristo como Dios, y por último expone la idea de que los seguidores del Cristo representan al nuevo Pueblo Elegido. Difiere de las Apologías en su forma, de diálogo, y en el contenido, centrado en las interpretaciones diversas de varios pasajes bíblicos.

Influencia
La primera mención de Justino se encuentra en la Oratio ad Graecos de su discípulo Taciano, donde lo nombra como «el muy admirable Justino». Ireneo, que también oyó sus disertaciones en Roma, describe su martirio y demuestra su influjo en varios pasajes, citándole directamente en dos ocasiones.​ Tertuliano, en su Adversus Valentinianos, lo llama «filósofo y mártir», y «el primer antagonista de los herejes». Otros autores de los siglos iii a v como Orígenes y Teodoreto se inspiraron en sus ideas,​ y de hecho Eusebio de Cesarea lo trata con cierta extensión en su Historia eclesiástica (iv. 18).​

Doctrina
Dios en Justino
La principal actividad apologética de Justino fue defender la noción cristiana de Dios: buscó justificar al Dios cristiano, único y omnipotente, frente a las creencias de los paganos. Explicar el concepto de Dios era indispensable para luego avanzar con otros misterios de la fe cristiana como la encarnación.

El doble rol de Justino como cristiano y como filósofo genera dos concepciones de Dios análogas y complementarias.​ Como cristiano Justino explica un Dios que es Padre, sumo Bien, Vida, origen de las virtudes, Creador, omnisciente y omnipotente, amante del Mundo y de los hombres, y revelado por Cristo. En cambio, con lenguaje de los filósofos, Justino describe un Dios incognoscible, trascendente, inmutable, eterno, incorruptible y primer motor inmóvil: el empeño del autor está en conciliar estas dos visiones.]

Ante la idea panteísta de los estoicos, de un dios inmanente e interno al universo, el autor contrapone un Dios trascendente, o sea, que no forma parte del universo ni de la materia —sujeta al cambio y movimiento constante—, sino que es eterno e inmutable. Sin embargo, en los tres escritos que se conservan de Justino, no se encuentra un tratamiento detallado del tema de la Creación, contrapuesta a la visión platónica de la eternidad de la materia.

El Logos y los seres espirituales
El concepto del Logos, como fuerza racional vigente en el universo, era familiar para los hombres cultos del paganismo; y la utilización de esa palabra tampoco era nueva en la teología cristiana. La creatividad de Justino radica en la manera de identificar al Cristo con el Logos, como la chispa divina que aviva el intelecto en cada hombre. Esto conduce a Justino a proponer que toda verdad y virtud tengan origen en el Cristo, aun cuando la persona que actúe virtuosamente no sea cristiana.​ Por este motivo cree que la veneración del Logos sea la única actitud razonable. Es precisamente para justificar la veneración de Cristo que Justino emplea la idea del Logos,​ que es, en esencia, una unidad con el Dios Padre, aunque distinto en personalidad.​ Si el Padre es inefable y trascendente, externo al universo, el Logos encarnado sortea el abismo entre Dios y los hombres, como mediador.

A diferencia del Dios Padre no engendrado, Justino entiende al Logos como engendrado:
La Palabra … por ser ella ese mismo Dios engendrado del Padre del universo.

Diálogo con Trifón LXI
Con respecto al culto de los ángeles, Justino trae uno de los primeros testimonios: considera que los seres espirituales tienen cierta relación con la materia y que pueden influir en el mundo, particularmente los demonios incitando a los hombres al mal.​ Algunos pasajes son motivo de controversia por su interpretación,​ para dilucidar en qué sentido Justino considera a los ángeles semejantes a Cristo y dignos de ser también homenajeados: [Nos llaman] ateos; y, si de esos supuestos dioses se trata, confesamos ser ateos; pero no respecto del Dios verdaderísimo … A Él y al Hijo, que de Él vino y nos enseñó todo esto, y al ejército de los otros ángeles buenos que le siguen y le son semejantes, y al Espíritu Profético, les damos culto y adoramos, honrándolos con razón y verdad

Primera Apología VI
Los autores modernos sugieren no interpretar más allá de lo que el texto dice literalmente, ya que su concepción acerca de los ángeles y los demonios es análoga a la de los evangelios sinópticos.

El Espíritu Santo y la Trinidad
Justino hace muy pocas menciones del Espíritu Santo en comparación con el Logos y Dios Padre. Sus referencias pasajeras, ajenas a cualquier profundización teológica, no especifican los pormenores de la doctrina trinitaria. El Espíritu Santo en Justino se asocia principalmente a la inspiración profética.​ En un pasaje acerca de la persona que va a ser bautizada, Justino comenta: «se arrepiente de sus pecados en nombre de Dios, Padre y Soberano del universo (…) y también en el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que por los profetas nos anunció de ante mano todo lo referente a Jesús.»

En cuanto a la relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, Justino manifiesta un cierto subordinacionismo. A propósito de un pasaje de la escritura en que Dios se comunica con Abraham bajo forma de tres ángeles, Justino pregunta a los judíos si conocían ese pasaje: Contestáronme ellos que lo conocían, pero que nada tenían que ver las palabras citadas con la demostración de que hay otro Dios o Señor, o de que de Él hable el Espíritu Santo (…) Voy a intentar persuadiros que, efectivamente, es aquí llamado Dios y Señor otro que está bajo el Hacedor del Universo.

Diálogo con Trifón LVI
No hay un desarrollo filosófico sobre las personas de la Trinidad, ni precisión terminológica. Su lenguaje es el de la experiencia cristiana, el de la vida de adoración, más que el de la teología. Los pocos párrafos que dedica al tema reflejan la praxis y la expresión poética, reverenciando al Padre, al Hijo y al Espíritu sin desplegar una doctrina.

Dios y el hombre
La antropología del autor muestra influjos significativos de su formación platónica. Considera que el hombre cuenta con un cuerpo material, con un alma que es la fuente de su personalidad, y con un elemento divino: un fragmento del Logos que le permite razonar y conocer la Verdad. Esto lo asemeja al pensamiento tradicional cristiano que separa al hombre en cuerpo, alma y espíritu.​ Justino postula un alma a la vez creada e inmortal, en contraposición con la teoría platónica de la existencia del alma desde la eternidad antes de nacer y la teoría aristotélica de su destrucción al momento de la muerte.[65]​ Además Justino pregona el libre albedrío como fuente necesaria de la moralidad.

Sus conceptos antropológicos se vierten en la manera de describir la encarnación de Cristo: le describe como un verdadero ser humano además de ser realmente el Logos; sin embargo, su desarrollo no es profundo ni sistemático, y en comparación con teólogos de épocas posteriores su tratamiento del tema puede parecer algo superficial.​ Con respecto a la redención, Justino lo trata como un tema de fe más que de filosofía. Si bien adhiere a la doctrina religiosa del pecado de Adán y de que todo hombre sea capaz de deificación,​ sus conceptos filosóficos se centran en Cristo como Maestro y fuente de conocimiento. Por eso sus premisas filosóficas no pueden desarrollar profundamente una teoría de la redención. Sin embargo, afirma en repetidas ocasiones que Cristo salva al género humano por su muerte en la Cruz y su resurrección: esta afirmación sólo puede haberla recibido desde la Fe de la Iglesia primitiva, más que de la filosofía. Acerca del fin de los tiempos, Justino presenta la idea de una Segunda Venida de Cristo. No hace predicciones puntuales de cuándo va a suceder, ni se muestra ansioso. Afirma además las creencias cristianas de la resurrección de los muertos y el juicio final;​ aunque da referencias contradictorias sobre el milenarismo: si bien profesa la creencia mayoritaria de un reino de mil años de Cristo con los santos sobre la Tierra, reconoce que algunos cristianos piadosos no comparten esa idea.

La praxis cristiana
Los escritos de Justino aportan testimonios muy valiosos para comprender distintos aspectos prácticos de la comunidad cristiana en el II siglo. Concibe a la Iglesia como una sociedad sobrenatural fundada por los apóstoles en nombre de Cristo.​ Él no se percibe fundador o innovador de doctrina, sino que participa de la vida cristiana de su siglo como evolución natural de la actividad de los apóstoles del siglo I.​ Al contrario, considera que los pensamientos novedosos son de hecho herejías no heredadas de una era anterior. Señala en particular que los grupos heterodoxos llevan el nombre de su fundador (Valentinianos, Basilideanos, Marcionistas), mientras que el resto de la Iglesia no lleva el nombre de ningún fundador humano.

Se destaca su testimonio acerca de la liturgia primitiva y sus exposiciones acerca de la oración, el bautismo y la eucaristía.[83]​ Estos ritos aparecen como una superación de los ritos paganos y como ápice de la vida cristiana.​ Acerca del bautismo, Justino resalta su relación con la remisión de los pecados. Acerca de la eucaristía, en los capítulos 65 a 67 de su Apología Justino explica los detalles del rito, en particular, afirma la unión del Logos con los elementos del pan y el vino tal que se transformen en la carne y la sangre del Logos encarnado.

En lo que respecta al canon de la Biblia, Justino hace citas del antiguo testamento en la versión griega llamada Septuaginta.​ y relata la vida de Cristo en concordancia con los Evangelios sinópticos. Muestra haber leído el Evangelio de Juan, aunque no lo cita textualmente, y tiene en gran estima las profecías del Apocalipsis. También se hace eco de las Epístolas del Nuevo Testamento. La sobriedad de sus descripciones contrasta fuertemente con los evangelios apócrifos que desarrollan toda clase de detalles novedosos o extravagantes y comienzan a ser escritos en esta época.

Martirio y veneración
En la Segunda parte de la Apología, Justino explica con sus propias palabras el poder persuasivo del testimonio del martirio: Yo mismo, cuando seguía las doctrinas de Platón, oía las calumnias que corrían contra los cristianos; pero al ver su impavidez ante la muerte y ante todo lo que comúnmente se tiene por espantoso, me di cuenta ser imposible que fueran hombres malvados y entregados al placer. Porque ¿qué amador del placer, qué intemperante, quién que tenga por cosa buena devorar carnes humanas pudiera recibir alegremente la muerte Apología II,12.

Se conserva una narración, basada en las actas del juicio, que describe el interrogatorio por parte del prefecto Quinto Junio Rústico y la negativa de los cristianos a sacrificar en honor de los dioses.[93]​ Ante la amenaza de la pena capital, Justino le responde: «Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos convertirá en motivo de salvación y confianza ante el tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador». Rústico, pues los envía al suplicio y luego a la decapitación. El supremo testimonio se narra de forma muy escueta: «Los santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar acostumbrado, y, cortándoles allí las cabezas, consumaron su martirio en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén». Martyrium Sancti Iustini et Sociorum

Justino es venerado como santo en distintas denominaciones cristianas, incluyendo la Iglesia Católica,​ la Iglesia Ortodoxa​ y la Comunión Anglicana.​ En el rito romano de la Iglesia católica su festividad tiene lugar el 1 de junio. Antes de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II se celebraba el 14 de abril.

Apología de Arístides
Obra literaria del siglo II de la religión cristiana

La Apología de Arístides es una obra de la literatura apologética cristiana del siglo ii escrita por Arístides de Atenas. Se trata de uno de los primeros escritos compuestos con la intención única de defender la religión cristiana.

La apologética cristiana
El cristianismo del siglo II heredó una difícil relación con el Imperio romano, que se gestó en los tiempos de Nerón. Los cristianos vivían en una situación ambigua fruto de dos edictos contradictorios. De una parte, el de Nerón, que condenaba la nueva religión cristiana y, de otra, un edicto de Trajano, que exhortaba a que los cristianos no fuesen perseguidos de oficio. En esta situación, se desarrolló una literatura apologética que empleó diversos recursos para defender el cristianismo, como la defensa doctrinal o moral de sus seguidores o la crítica, mordaz en ocasiones, de las creencias no cristianas. Según Eusebio, Cuadrato y Arístides dirigieron sendas apologías al emperador. Se ignora si llegaron a sus destinatarios pero, en cualquier caso, fueron muy apreciadas en las comunidades cristianas.

Contexto histórico
El siglo II tuvo como emperadores a Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio y otros más.

Autor y datación
De su autor, Arístides de Atenas, sólo se sabe lo que de él comenta Eusebio de Cesarea

Más también Arístides, hombre de fe entregado a nuestra religión dejó, igual que Cuadrato, una apología en favor de la fe, que había dirigido a Adriano. También la obra de este escritor se ha salvado hasta hoy en muchos lugares. (HE IV 3)
Posteriormente, es citado, por San Jerónimo, en términos semejantes.

Aunque sea discutido la datación e incluso hubo una hipótesis que atrasa la obra hasta el tiempo de Antonino Pío, actualmente es unánime la veracidad de la datación tradicional de la obra, entre el 124 y el 125.

Tradición manuscrita
El texto de la apología se conoce mayormente por un manuscrito siríaco encontrado en el Monasterio de Santa Catalina y que ofrece la versión más completa del mismo. Antes de eso, se conocían unos fragmentos armenios editados por los monjes mequitaristas de San Lázaro de Venecia.

Con posterioridad, se identificó una versión griega más corta, incrustada en el interior del relato Barlam y Joasaph, obra pseudoepigráfica de Juan Damasceno. Se diría que el autor de ese relato necesitaba un discurso apologético y echó mano del de Arístides, adaptándolo a su historia.

Contenido
La apología comienza con una reflexión personal de Arístides acerca de cómo reconoció en el orden del mundo la mano de Dios. A partir de esa reflexión, establece unos rasgos descriptivos de Dios que luego utilizará para comparar las distintas creencias. La descripción de Dios presenta un marcado carácter apofático,​ y en ella Aristides renuncia a toda determinación asumiendo desde el principio que Dios es incomprensible.​ Esta idea la desarrolla con ejemplos concretos: Dios no es..., Dios no es..., Dios no es... donde en cada caso introduce un término.

Melitón de Sardes
Melitón de Sardes (muerto cerca del año 180) fue un obispo, venerado como santo tanto ortodoxo como católico, es uno de los Padres de la Iglesia del siglo II que ejerció el episcopado de la ciudad de Sardes,​ cerca de Esmirna en Asia Menor. San Jerónimo, hablando del canon del Antiguo Testamento establecido por Melitón, cita a Tertuliano sobre el hecho de que fue un profeta muy estimado por los fieles. Su fiesta se celebra el 1 de abril. Aunque solo sobreviven fragmentos de sus trabajos, San Melitón fue un prolífico escritor del cristianismo primitivo. A juzgar por las listas de sus trabajos preservadas por Eusebio y san Jerónimo. Escribió una célebre apología del cristianismo que envió a Marco Aurelio.​

San Melitón listó el primer canon cristiano del Antiguo Testamento, conteniendo casi exclusivamente los libros protocanónicos a excepción del Libro de Ester. De esta forma, representaba casi el mismo canon usado por los Judíos y la mayoría de los Protestantes. Melitón no incluía los otros libros deuterocanónicos usados por la Iglesia católica, la Iglesia ortodoxa, la Iglesia Copta y otras iglesias cristianas.

Su obra Peri Pascha ("Homilía de Pascua")​ es un texto que fue reconstruido de fragmentos en la década de 1930. El orden en que los fragmentos fueron ensamblados es una posible reconstrucción. Queda claro según Eusebio que San Melitón celebraba la Pascua el día catorce de Nisán, en lugar de al domingo siguiente (Eusebio, Historia Ecclesiastica 5.24), por lo que se le consideraba cuartodecimano (que celebraba la Pascua el 14 de Nisán en lugar de al domingo siguiente). Esta homilía, si no se contextualiza, puede parecer antisemita y ha sido objeto de mucha controversia.

Parece ser que San Melitón creía en el reino milenario de Cristo en la Tierra. Escribió contra la idolatría apoyándose en las enseñanzas de los Padres para condenarla (cf. Apología a Marco Aurelio Antonio de San Melitón). Presentó paralelos elaborados entre el Antiguo Testamento (como el molde) y el Nuevo Testamento (como la verdad que rompe el molde) en una serie de Eklogai, seis libros de extractos de la Ley y los Profetas presagiando a Cristo y el cristianismo; un pasaje citado por Eusebio contiene el famoso canon del Antiguo Testamento de Melitón.

Orígenes, en una nota breve, relata que San Melitón se adscribía corporalmente a Dios, y creía que la semejanza de Dios se preservaba en el cuerpo humano. La nota es muy breve como para saber exactamente a qué podría haberse referido San Melitón.

En una carta de Polícrates de Éfeso al Papa Víctor I cerca del año 194, mencionada por Eusebio de Cesarea (Historia Ecclesiae libro V, 24) dice: «Melitón el eunuco fue enterrado en Sardes.»

La reputación de San Melitón como escritor permaneció durante la Edad Media: muchas obras fueron adscritas pseudoepigráficamente a él.

Atenágoras de Atenas
Atenágoras (s. II) fue un filósofo cristiano de Atenas, según se lee en el título de su Apología.

Vida
Apologista cristiano de la segunda mitad del siglo II, de quien sólo se sabe que fue un filósofo ateniense y un converso al cristianismo. De sus escritos sólo se han conservado dos piezas genuinas: su “Apología” o “Embajada por los Cristianos” y un “Tratado sobre la Resurrección”. Las únicas alusiones a él en la literatura cristiana primitiva son las citas acreditadas de su “Apología” en un fragmento de San Metodio de Olimpo (m. 312) y los detalles biográficos poco confiables en los fragmentos de la “Historia Cristiana” de Felipe de Side (c. 425). Puede ser que sus tratados, circulando anónimamente, fueron en un tiempo considerados como la obra de otro apologista. Sus escritos atestiguan su erudición y su cultura, su poder como filósofo y retórico, su fina apreciación del temperamento intelectual de su época, y su tacto y delicadeza al tratar con los poderosos oponentes de su religión.

Escritos
Hacia 177-178 compuso Atenágoras una Súplica en favor de los cristianos, escrito que envió a los emperadores Marco Aurelio Antonino y su vástago Lucio Aurelio Cómodo, «arménicos, sarméticos y, lo que es máximo título, filósofos». En dicha Súplica defiende a los cristianos de las tres principales acusaciones que contra ellos se lanzaban desde la parte pagana: ateísmo, antropofagia e incesto. Desde las primeras frases, la Apología se hace notar por la moderación y por la cortesía de sus expresiones. Es una pieza maestra por su alto vuelo literario, por la lealtad de su argumentación y por la vasta erudición que en ella revela el autor. Su composición es clara y metódica, la fraseología redonda y rica en ideas, el razonamiento firme y vigoroso, el estilo sobrio, hasta rozar a veces la sequedad, pero siempre preciso. El conjunto de todo este escrito revela al verdadero filósofo y al maestro que discute según las reglas. En ella, a una habilidad dialéctica, mayor que la demostrada por San Justino en sus escritos, se añade una actitud más benévola y comprensiva, con respecto a la filosofía, que la demostrada por Taciano, contemporáneo suyo.

Escrita en vísperas de las matanzas de Lyon, la Apología contiene párrafos verdaderamente conmovedores como éste: ¿Tal vez aquellos que toman como máxima de su vida el comamos y bebamos, que mañana moriremos,... deberán ser considerados como personas pías? ¿y a nosotros se nos mirará como gentes impías, nosotros que estamos convencidos de que la vida presente dura poco y tiene poco valor, nosotros que estamos animados por el solo deseo de conocer al Dios verdadero y a su Verbo, de saber cuál es la unión del Hijo con el Padre; qué es el Espíritu; cuál es la unión y la distinción de estos tres términos unidos entre sí: el Espíritu, el Hijo, el Padre; nosotros, que sabemos que la vida que esperamos será la más grande de cuantas puedan pensarse, con tal de que dejemos el mundo limpios de toda culpa y amemos a los hombres hasta tal punto de no amar solamente a los amigos? Todavía una vez más, nosotros que somos tales y que llevamos una vida digna para evitar el juicio ¿tendremos que pasar por ser tenidos como impíos? XII

Lógica, aunque siempre respetuosa, es la conclusión: "Todo el Imperio goza de una paz profunda; solamente los cristianos son perseguidos, ¿por qué? Si se nos puede convencer de crimen, aceptamos el castigo; pero si somos perseguidos sólo por el hecho de llevar un nombre, entonces apelamos a vuestra justicia".

Otra obra que poseemos de Atenágoras es el tratado Sobre la resurrección de los muertos, ya anunciada al final de su Apología (cap. 36 y 37). En un estudio reciente R. M. Grant ha intentado probar que no es obra de Atenágoras, sino un escrito poco anterior al año 310, que pertenecería a la literatura origenista. El códice de Aeta, del año 914, sin embargo, dice expresamente que es obra de Atenágoras y la pone inmediatamente después de la Apología. El dogma en ella defendido es uno de los que los paganos admitían con mayor dificultad, como ya aparece en el discurso de San Pablo en Atenas (Act 17, 16-34), mientras para los cristianos, atribulados por el dolor y la persecución, resultaba uno de los más caros: la resurrección de los muertos. Es una discusión clara y fácil, dirigida a los filósofos, que se mantiene siempre en el terreno de la pura dialéctica.

Doctrina
Monoteísmo de Atenágoras
Pretende, ante todo, demostrar la unicidad de Dios, frente al pluralismo politeísta de los paganos. Con este fin se empeña en demostrar, por vía especulativa, la unidad de Dios, atestiguada por los profetas. Sus argumentos tal vez no alcancen la precisión de una filosofía técnica, pero indudablemente ofrecen una sólida base de reflexión. En Atenágoras aparecen ya algo desarrolladas las primeras pruebas racionales de la existencia de Dios. La prueba favorita para él la constituye el orden del mundo. En el cap. 16 de su Súplica expone sus puntos de vista sobre el orden cósmico, atribuyendo la hermosura del mundo al Creador al considerar la naturaleza corruptible de lo creado; argumento reforzado en el cap. 22 al rechazar las mitologías paganas y por la comparación que establece entre el mundo y un navío, que, por muy perfecto que sea, necesita de un piloto que lo conduzca. A partir de Atenágoras esta prueba de la existencia de Dios por la vía del orden y del fin, aparece reproducida en todos los apologistas cristianos, aunque con diversos matices.

Sobre la Trinidad
Atenágoras es un excelente expositor de la fe en la Trinidad Santa. En él encontramos también los primeros intentos de explicación científica de la Trinidad. Algunos han pretendido acusarle de subordinacionismo, pero no creemos que haya fundamento serio para tal aserto. Con mayor nitidez que los demás apologistas del s. II, afirma la unidad y la igualdad de las tres divinas Personas. Parece temerario tildar de subordinacionista a un autor que, en pleno s. II, esto es, mucho antes del concilio de Nicea, escribe en su Apología: «Así. pues, suficientemente queda demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios... ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre ya un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el poder?» (Súplica, X). En su obra Súplica a favor de los cristianos, Atenágora predica que Dios Padre es el único Dios, perfecto e increado, y que su Verbo no se creó de la nada ni nació como un el hijo de una criatura, sino que procede de Dios, y es eterno con Él.

1. Así, pues, queda suficientemente demostrado que no somos ateos, pues admitimos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible e inmenso, sólo por la inteligencia y la razón comprensible, rodeado de luz (cf. 1 Tm 6,16; 1 Jn 1,7), de una belleza, de un espíritu y potencia inenarrables, que ha creado el universo, lo ha ordenado y lo gobierna por medio del Verbo que de Él procede.

2. Reconocemos también un Hijo de Dios. Y que nadie tenga por ridículo que Dios tenga un Hijo. Porque nosotros no pensamos sobre Dios y también Padre, y sobre su Hijo, a la manera como fantasean sus poetas, que en sus fábulas nos muestran dioses que en nada son mejores que los hombres; sino que el Hijo de Dios es el Verbo del Padre en idea y energía, porque por su operación y por su intermedio fue todo hecho, siendo uno solo el Padre y el Hijo. Y estando el Hijo en el Padre y el Padre en el Hijo (cf. Jn 1,1-3; 10,30. 38; 17,21-23), en una unidad y potencia espirituales; el Hijo de Dios es inteligencia y Verbo del Padre.

3. Y si por la grandísima inteligencia de ustedes se les ocurre preguntar qué quiere decir "hijo de Dios", lo explicaré brevemente: es el primer retoño del Padre (cf. Pr 8,22; Col 1,15; Rm 8,29), no porque haya nacido, puesto que desde el principio, Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí su Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios, cuando todas la materia era informe, como una tierra inerte y estaban mezcladas los elementos más gruesos con las más ligeros, para ser sobre ellas idea y operación.

4. Concuerda con nuestra doctrina el Espíritu profético: "El Señor, dice, me estableció principio de sus caminos para sus obras" (Pr 8,22). Y a la verdad, el mismo Espíritu Santo, que obra en los que hablan proféticamente, decimos que es una emanación de Dios (cf. Sb 7,5; Si 43,4), emanando y volviendo a Él, como los rayos del sol.

5. ¿Quién, pues, no se sorprenderá de oír llamar ateos a quienes admiten a un Dios Padre y a un Dios Hijo y un Espíritu Santo, que muestran su potencia en la unidad y su distinción en el orden? Y no se para aquí nuestra doctrina teológica, sino que decimos existir una muchedumbre de ángeles y ministros, a quienes Dios, Creador y Artífice del mundo, por medio del Verbo que de él viene, distribuyó las funciones, confiándoles el cuidado de los elementos, de los cielos, del mundo y lo que en él hay, y de su buen orden.[1]​

Sobre el matrimonio
Interesante es también la doctrina de Atenágoras sobre el matrimonio y sus fines. Para él la procreación es el primero y el último fin del matrimonio. «Al modo que el labrador echada la semilla en la tierra, espera a la siega y no sigue sembrando, así, para nosotros, la medida del deseo es la procreación de los hijos» (Súplica, XXXIII). En otros textos Atenágoras muestra la lucha que el cristianismo primitivo hubo de sostener para defender el derecho a la vida de las criaturas antes de nacer. Contra los paganos, que acusaban a los cristianos de cometer crímenes en sus funciones de culto, escribe: «Nosotros afirmamos que los que intentan el aborto cometen homicidio y tendrán que dar cuenta de él a Dios; entonces, ¿por qué razón habríamos de matar a nadie?... No, nosotros somos en todo y siempre iguales y acordes con nosotros mismos, pues servimos a la razón y no la violentamos» (Súplica, XXXV). Acérrimo defensor de la indisolubilidad del matrimonio, lleva su doctrina hasta el extremo de creer que ni siquiera la muerte puede disolver el vínculo matrimonial. En consecuencia, para él las segundas nupcias son «un adulterio decente».

Juicio crítico
Tal vez menos original que San Justino y Taciano, conviene hacer resaltar que él señala indudablemente un momento importante en la historia de las relaciones entre el cristianismo y la filosofía. Platónico de mentalidad, hace resaltar las concordancias que existen entre razón y fe. En sus discursos toma de la filosofía su método y sus formas, pero como buen filósofo cristiano procura mantener un sano equilibrio entre razón y fe. A pesar de su liberalismo filosófico y a pesar de la tentativa de una demostración racional de la fe, Atenágoras atribuye exclusivamente a la Revelación el conocimiento sólido y completo de la verdad: para llegar a Dios hay que «aprender de Dios a conocer a Dios» (Súplica, VII). Su teología resulta más clara y más lógica que la de otros apologistas de su época. No cabe duda de que con Atenágoras se da un paso importante hacia la ciencia teológica, hacia las relaciones serenas y fecundas entre el mundo de la fe y el de la razón. No sabemos hasta qué punto merece crédito la noticia de Felipe de Side, que hace de Atenágoras el jefe de la escuela teológica de Alejandría, pero, en cierto modo, este ateniense recuerda el pensamiento cristiano alejandrino. 

Continua en Los Padres Apologistas II